Por Violant Muñoz i Genovés
Susana Fortes nos regala una impactante trama llena de tensión y misterio, con un estilo evocador en el que las imágenes y el relato sobre la trágica desaparición de dos niños se funden para iluminar las zonas en sombra. Nada que perder es un thriller imponente ambientado en la Galicia rural que demuestra que la verdad no solo es escurridiza, sino que debemos perseguirla con cautela. La tarde del 12 de agosto de 1979, los hermanos Nicolás y Hugo y la pequeña Blanca desaparecen en una localidad del Baixo Miño. La niña es encontrada a la mañana siguiente dentro de una cesta de mimbre en la orilla opuesta del río sin recordar nada de lo ocurrido. Pese a la intensa búsqueda, los cuerpos de los dos niños nunca aparecen. Veinticinco años después, el hallazgo de unos restos óseos en un yacimiento arqueológico apunta a que se trata de los dos hermanos desaparecidos. La vida de Blanca, instalada en Copenhague, dará un vuelco inesperado al recibir la llamada de Lois Lobo, periodista de El Faro de Vigo. Además de informarle de la inesperada noticia, Lois le pedirá que colabore en el reportaje que está preparando sobre el tema. Recelosa del paso que dará por la vorágine emocional que le aguarda, la protagonista volverá a As Covas, donde vivían los abuelos de Blanca y ella veraneaba de niña ajena a los problemas de sus padres. Aquel verano fue sinónimo de aventuras, juegos en el campo y baños en la ría, pero también de encuentros con algunos lugareños ocupados con asuntos turbios que cualquier niño desconocía. Al poco tiempo de su regreso, Blanca irá al monte de Santa Tecla, donde encontraron los restos de los niños junto a pequeñas ofrendas y objetos marinos. ¿Por qué han sido dejados allí siguiendo en apariencia algún tipo de ritual? La autopsia determina que Hugo, el mayor, presenta golpes y fracturas óseas previas a su desaparición. Las incógnitas se multiplicarán a medida que pasen los días. Durante su estancia, Blanca volverá a ver a su enigmático tío Fran y visitará a su padre, el práctico Magnus, un abogado jubilado del que se separó su madre después de que Blanca, a los ocho años, se recuperase aparentemente del trauma vivido. La protagonista también verá a todos aquellos conocidos que forman parte de su infancia, feliz, hasta la desaparición de sus amigos. Junto a Lois, con el que establecerá una estrecha relación de tira y afloja, acudirá a la casa Manuel Cadavid y su esposa, los padres de los pequeños; revivirá escenas inquietantes y tiernas del pasado, y tratará de conocer la verdad de los llamados niños de Trasaugas o, al menos, qué le sucedió a Hugo y Nico. ¿Y si durante este tiempo ella misma ha albergado las respuestas? La memoria de Blanca brindará luz a sus recuerdos olvidados, causándole un enorme desgaste y una ansiedad que tenía controlada. Lois tratará de sostenerla y darle apoyo, mientras sigue avanzando en su investigación, repleta de testimonios y confesiones inesperadas. Sus días en Galicia acercarán a Blanca a la verdad de su familia y de una comunidad donde el tráfico de drogas y el carácter cerrado de sus habitantes sigue causando estragos. El pacto de silencio aún perdura. Pero antes de que se reabra el caso y se publique el reportaje de Lois, Blanca descubrirá quién la salvó y, atando cabos junto al periodista, sabrá quién pudo terminar con la vida de los dos pequeños. Nada que perder es un thriller diferente, impactante, que va penetrando en el ánimo del lector gracias a la maestría de Susana Fortes, una autora de gran trayectoria literaria, ampliamente reconocida por la crítica y los lectores. A través de una extraordinaria capacidad evocadora, la autora nos envuelve y logra que el lector se instale, literalmente, en el mundo interior de Blanca y en sus veranos en As Covas, un lugar imaginario inspirado en un pueblo gallego habituado a las trágicas desapariciones de niños en la ría. Nada que perder transcurre en un escenario imponente, el estuario del Miño, en la frontera entre Galicia y Portugal, donde la naturaleza aporta tanta diversión como riesgos a los más pequeños. De hecho, ese contexto tiene un gran peso en esta historia que mezcla la investigación criminal con los recuerdos infantiles y las vivencias de la protagonista. Y es que los lectores experimentarán, al igual que Blanca, la atmósfera opresiva y misteriosa de la aldea, un mundo turbio en el que los trapos sucios siempre se lavan en casa. La novela recorre con una lúcida primera persona el paisaje atlántico, las relaciones entre padres e hijos, los años ochenta, el comienzo del narcotráfico en Galicia, los secretos familiares y los fantasmas del pasado. En el fondo se trata de asuntos a los que no se puede llegar siguiendo una línea recta. Es necesario dar un rodeo, lo que acentúa los mecanismos de la intriga. De forma habilidosa, Susana Fortes evoca la infancia de la protagonista, pero también la de los lectores mediante imágenes, lugares y objetos concretos que todos reconocemos. El recorrido emocional es una constante en toda la narración de prosa sensible y pasajes poderosos. El lector se emocionará cuando Blanca entre en la habitación de Hugo y Nico, donde sus juegos permanecen intactos; se sentirá cautivado por las aventuras y descubrimientos infantiles y compartirá las sensaciones de Blanca cercanas a la nostalgia, el desamparo, la necesidad de huir y la pérdida. La memoria de Blanca genera tanta tensión narrativa como la que vive la protagonista al volver a As Covas y toparse con su pasado. Además, la autora logra equilibrar esa búsqueda incesante de la verdad a través de los ojos de Blanca con la investigación que lleva a cabo Lois Lobo. Las incógnitas que se muestran desde el principio se resolverán a lo largo de la novela sin perder nunca de vista una intriga creciente y diversos giros que causarán sorpresa en el lector. Con estilo tan directo como rico en metáforas y matices, Nada que perder es una oportunidad única para deleitarse con un thriller extraordinario que nos atrapa desde la primera hasta la última página. Una historia muy atlántica que conecta con las sagas de misterio nórdicas e irlandesas. Blanca. La protagonista, independiente y alejada de los compromisos, se gana la vida como colaboradora freelance de una agencia literaria barcelonesa. Hasta ahora ha vivido a contracorriente y distanciada de su familia. Pero el confort que experimenta en tierras escandinavas salta por los aires cuando se entera del macabro hallazgo de los restos de Hugo y Nico. Ella, que estuvo desaparecida un día, se rehízo de aquel suceso sin recordar nada. El trauma se funde con la trama. El viaje que hará a Galicia no solo resultará revelador para ahondar en la tragedia, sino que le hará aflorar recuerdos y emociones que creía escondidas, además de afrontar la verdad de su familia y de una sociedad hermética. Lois Lobo. El periodista lleva algún tiempo centrado en el caso de Hugo y Nico decidido a dar con un relato sólido y veraz sobre la muerte de los pequeños. La protagonista lo ve como un tipo de pocas palabras, curtido, algo rudo, con pinta de marinero del acorazado Potemkin del que no se acaba de fiar del todo, pero por el que, al mismo tiempo, empieza a sentirse atraída. Hugo y Nico. Hugo, el mayor de los hermanos, es recordado por Blanca como un niño valiente, aventurero y perspicaz. Un niño que entabló una peculiar amistad con Flip, un solitario hippy holandés que vivía solo en las cuevas y coleccionaba caracolas de mar. Su cuaderno de espiral Minerva, en el que Hugo dibujaba sus personajes favoritos y anotaba ideas, contendrá algunas de las claves sobre su desaparición. Nico, más desinhibido y travieso, recibía mayor afecto de su padre Manuel Cadavid, un agricultor rudo y corpulento. Blanch. La madre de Blanca es recodada por esta como una mujer idealista que también callaba, una mujer que tuvo la necesidad de huir y que no dudó en hacerlo, pese a esforzarse con su hija. En cualquier caso, la protagonista no le guarda ningún rencor por no haber estado demasiado presente. Su falta de sentido práctico y su tendencia a la ensoñación sacaban de quicio a su padre. El tío Fran. El hermano de Magnus todavía habita en As Covas y sin cambiar de vida. Soltero, Fran esconde verdades que inquietan a Blanca y conserva, todavía, una caja con recortes de periódicos escabrosos y amarillentos con noticias de niños desaparecidos. La trágica desaparición de dos niños. El presunto crimen es uno de los temas centrales de este thriller. La aparición de los restos de Hugo y Nico en el yacimiento precipitará la búsqueda de certezas y también hará que Blanca se enfrente, por fin, a ese suceso y a sus sentimientos. La sospecha creciente. A medida que Blanca comienza a recordar y a entrar en contacto de nuevo con los habitantes de As Covas y el entorno de sus veranos, la protagonista abordará diversas sospechas. Algunas frases escuchadas de niña ahora cobran mayor sentido. Una comunidad cerrada y cómplice. En realidad, todos saben algo pero nadie da el paso para esclarecer los hechos. Blanca percibe el pacto de silencio, ese ver, oír y callar en la comunidad de As Covas e, incluso, entre los miembros de su propia familia. También se da cuenta de que muchas personas prefieren no querer saber para evitar problemas. La vida secreta de los adultos. La protagonista revela la relación de sus padres, tan distintos, el desgaste de su convivencia y el impacto que tuvo en ella la separación, junto con otros secretos familiares. Aquellas señales eran imposibles de percibir por una niña de ocho años. La amistad idealizada. A pesar del tiempo transcurrido y de la distancia física, Blanca no ha olvidado a sus amigos de As Covas. Su dolorosa desaparición es uno de los motivos, pero también que haya alimentado una visión idealizada de la infancia. Ella sigue sintiendo a ambos hermanos como cercanos. La memoria engañosa. La protagonista reflexiona sobre cómo funciona la memoria y de qué la manera construye nuestra propia identidad, eligiendo aquellos recuerdos que más nos reconfortan y limitando los que nos provocan dolor. Un juego de luces y sombras. Una infancia feliz e inconsciente. Para la mayoría, la infancia es un lugar seguro y amigable que tanto nos reconforta, un lugar en que solo debería caber la alegría y la despreocupación. Pero los niños son seres inteligentes y con criterio, que conocen la soledad y los monstruos. El título, Nada que perder, remite a un poema de Elizabeth Bishop. Porque todos empezamos a perder desde muy pronto. Perdemos cosas, perdemos personas a las que queremos, perdemos las llaves de casa, las gafas, la inocencia, perdemos el Norte... De eso trata en el fondo la novela. De eso y de cómo nos las apañamos para seguir adelante. En la entrevista personal con Susana, nos remarcó la importancia de escribir sobre aquello que se conoce, aprovechar lo que cada uno lleva en sus alforjas, y hacerlo sin olvidar el continente. Ir más allá de la trama principal, huir de una simple redacción de hechos sino narrarlos con cierta intención poética. Susana Fortes (Pontevedra, 1959) es escritora y articulista de prensa. Durante años ha impartido clases de Historia del Arte en Valencia. En la actualidad colabora en cursos y talleres de escritura creativa en diversas universidades. Autora, entre otras novelas, de Querido Corto Maltés (Premio Nuevos Narradores 1994); Las cenizas de la Bounty (Espasa, 1998); Fronteras de arena (finalista del Premio Primavera 2001) y El amante albanés (finalista del Premio Planeta 2003), también ha publicado el cuaderno de cine Adiós, muñeca (Espasa, 2002) o El azar de Laura Ulloa (Planeta, 2006), galardonada con el Premio de la Crítica en la Comunidad Valenciana. Su primer gran éxito internacional lo consigue con la novela histórica Quattrocento (Planeta, 2007) y sobre todo con Esperando a Robert Capa (Premio Fernando Lara de Novela 2009), que ha sido traducida a más de 15 idiomas. Sus últimas obras publicadas son Septiembre puede esperar (Planeta, 2017) y el libro de recuerdos Tal como éramos (Ézaro, 2021). (c) Violant Muñoz i Genovés (c) Mediâtica, agencia cultural
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Por Violant Muñoz i Genovés
Un nuevo título en el que Tania Balló explora aún más en la lucha personal y el sacrificio profesional de “Las Sinsombrero”, aquel grupo de mujeres artistas e intelectuales españolas que fueron desterradas al olvido durante su exilio en los años de la Guerra Civil. ¿Cómo se asume en el exilio que no vas a regresar en largo tiempo a tu tierra? ¿Cómo y cuándo se gesta el olvido? ¿Por qué la obra e historia de Las Sinsombrero, intelectuales y artistas españolas en el exilio, no se ha recuperado y reivindicado en democracia? ¿Por qué se nos ha privado de esa genealogía femenina? Entre los desastres que nos depara la guerra, exiliarse para en muchos casos no retornar jamás al terruño es de los más dolorosos. Nuestra Guerra Civil expulsó a medio millón de españoles vencidos, de los que una gran parte eran mujeres. Periodistas, poetas, pintoras, novelistas, científicas, maestras…; muchas ya habían alcanzado notoriedad en nuestro país, antes de cruzar los Pirineos en la huida urgente por el franquismo y repartirse luego por el mundo, donde casi en su totalidad las borró el olvido. La mayoría se enfrentó a una dura lucha por la supervivencia propia y de los suyos, a maternidades en soledad, a ser el único sostén ante innumerables penurias… Por ello, debieron postergar sueños, vocaciones, incluso las profesiones o actividades públicas que desempeñaron libremente antes de la guerra. Tània Balló recupera en este nuevo volumen de Las Sinsombrero las peripecias que tuvo que asumir un gran número de mujeres, la estancia en los campos de refugiados, la búsqueda de familiares perdidos, la adquisición de un billete de ida a algún país americano para poner en pie una nueva vida, apoyándose en otras compañeras con las que crearon redes de solidaridad y comprensión. Son los ejemplos de las vidas hermosas y terribles de María Dolores Arana, Luisa Carnés, Mada Carreño, Magda Donato, Cecilia G. de Guilarte, Concha Méndez, Silvia Mistral, Carlota O’Neill y Ruth Velázquez. Ellas representan un drama callado, oculto, que debe alcanzar el lugar que le corresponde en la memoria de nuestro país. Para Balló esta investigación ha sido un aprendizaje continuo: «Sumarme a la ola de recuperación de muchas de estas figuras es un privilegio. Retengo cada charla, conversación, gesto que comparto con sus hijas, sobrinos, nietas y nietos. Les debo tanto. Son generosas y generosos conmigo. Escribo mientras busco, busco mientras escribo. Una carta, un documento, un audio, una fotografía. Fue emocionante tener la oportunidad de descubrirlas a partir de la memoria de quienes compartieron sus vidas, algunas veces sentadas en esos mismos hogares en los que, día a día, a pesar de las circunstancias, luchaban por mantener sus sueños». La huída de las mujeres se refleja en sus líneas de manera magistral: «...Todas estas mujeres vivieron experiencias muy parecidas, todas huyen por los mismos caminos de hambre, frío y muerte, dejando atrás un país, el suyo, que ahora se ha convertido en su peor enemigo, a pesar de que se resisten a esa realidad. Todas ellas verbalizan en algún momento de su testimonio la absoluta seguridad de que España pronto será recuperada, que la derrota es simplemente un espacio de transición. Para miles de refugiados, Francia representaba el fin del calvario; allí por fin a salvo, solo tendrían que procurar curar las heridas del alma. Pero, por desgracia, no fue así. En ese sentido, los testimonios de Mistral y Carnés son profundamente críticos con el trato recibido por parte de la gendarmería y las instituciones galas, como también por una parte de su población. Al leer estos fragmentos, estos testimonios, no puedo sino preguntarme ¿por qué?, ¿por qué este trato a una población que huía de la guerra con el único objetivo de sobrevivir, sin más arma que la esperanza? Pero ahora, ochenta años después, enciendo mi televisor o accedo a mis perfiles en redes, y me doy cuenta de que hoy seguimos igual que ayer, instalados en la sinrazón, permitiendo que mujeres, hombres y niños deambulen por los caminos del mundo, huyendo de la barbarie, negándoles el derecho legítimo a vivir en paz y libertad. En los cuatro textos memorialísticos tratados en este capítulo, hay una idea que se repite: la mujer se convierte en el sujeto histórico, en el centro del discurso literario, sobre el cual pivotan todas las hazañas, vitales y emocionales. Ellas están descritas como un bloque en sí mismo, un batallón comunitario que, derrotado, avanza hacia un nuevo frente, donde, sin lugar a dudas, le espera una nueva batalla. Para ellas la guerra aún no ha terminado. Esa conciencia sorora es, a mi modo de ver, el fruto de un ideal al que todas estas mujeres sucumbieron durante los breves años de proyecto republicano; un feminismo transversal, social y cultural que, sin tener una base unísona, fue asumido con entusiasmo y devoción por esta generación...» Ellas ya crearon círculos de sororidad: “..El exilio fue duro, muy duro. Creo que es de las enseñanzas más importantes que me deja la escritura de este libro. Al desarraigo se le sumó el trauma de años de guerra, la pérdida de seres queridos de los que nunca se pudieron despedir. El volver a empezar, sin querer empezar de nuevo y teniendo como único hogar lo que fueron capaces de guardar en una maleta. Pero si el sufrimiento fue real para todas y todos, no podemos negar que las mujeres fueron capaces de generar más recursos para la subsistencia, tanto vital como emocional, que ellos. Mientras muchos de los hombres ilustres que marcharon al exilio se negaron a abandonar sus anhelos creativos, ellas, casadas o no, no lo dudaron y, a pesar de su desánimo, salieron en busca de trabajo...” También estas mujeres pusieron en marcha otro recurso: la amistad. En el exilio se generaron grandes lazos de alianza que se convirtieron en el más auténtico y valeroso espacio común entre las mujeres refugiadas. Cuidar, proteger, animar, crear tuvieron que ser sus insignias, porque esto mismo hicieron, y sin vacilar. La amistad es una característica de esta generación de mujeres. En España, en sus inicios, tuvieron que apoyarse mutuamente para poder ser reconocidas como artistas e intelectuales ante una sociedad que negaba su legítimo derecho a ser ellas mismas. Ahora, en el exilio, de nuevo, la amistad se presenta como la única manera de romper la enorme soledad que las acompaña. Lejos de las familias, estas mujeres tienen que afrontar el devenir de sus vidas sin red. La maternidad, el matrimonio, el trabajo, los divorcios, la muerte. Pero no se dan por vencidas. Ellas se ayudan. Esa es la única forma de supervivencia. Un nuevo espacio común fueron las relaciones epistolares transoceánicas. ”...Silvia tuvo que buscarse la vida para poder tener algo de dinero. Y, para variar, ella no pudo mantener un grado de intensidad muy alto en su actividad intelectual al tener como prioridad la estabilidad familiar. Lo hemos visto en tantas ocasiones…” Y, sin embargo, Silvia, como tantas otras mujeres, se esfuerza por no perder su propia identidad y trata de compaginar con la familia, en la medida de lo posible, sus dos grandes pasiones: la literatura y el cine. De todos modos, su actividad literaria siempre aparecía lastrada por la vida familiar. Hay una circunstancia que une a Silvia Mistral y Cecilia G. de Guilarte por encima de todo una sensación de desarraigo de una existencia que queda lejos de aquella soñada en su juventud. Una vida impuesta después de ser arrancadas del lugar, físico y emocional, que ellas, mujeres libres e independientes, habían proyectado: «...Sin haber escogido el lugar llegamos a él para luchar denodadamente por la subsistencia, en muchas ocasiones abandonando nuestra verdadera vocación: en otras circunstancias, yo hubiera escrito solo novelas, libros…», le escribirá Guilarte a Mistral en 1974. Es una constante sensación de no pertenecer a nada y, por consiguiente, no ser reconocida por nadie. A las puertas de entrar en esa última fase de la vida, miran atrás y no saben quiénes son. Ahora que las hijas e hijos ya son mayores, ahora que cuentan con eso que tantas veces anhelaban, tiempo…, ahora no sienten que tengan nada que contar, han perdido su identidad como autoras, la vida les ha tomado el relevo. Esa sensación no es exclusiva de nuestras dos protagonistas. Otras muchas mujeres intelectuales que partieron al destierro sufrieron por estas mismas edades profundas depresiones: Maruja Mallo, María Dolores Arana o Concha Méndez son un ejemplo. De algún modo, tengo la sensación de que, para estas mujeres, que durante los años de la España republicana habían conseguido cuotas de libertad e independencia, el exilio representa una jaula doméstica. La domesticidad las domina, afirma tajante la autora. Tània Balló (Barcelona, 1977) es cineasta, escritora y gestora cultural. En su filmografía destacan la trilogía documental sobre Las Sinsombrero (Balló, Torres, Jiménez-Núñez, TVE, 2015-2021), las mujeres de la Generación del 27 —un proyecto multidisciplinar con un gran impacto social y cultural—, El caso Wanninkhof–Carabantes (Netflix, 2021) —en el que se acerca, desde la crítica mediática, el relato policial y el feminismo, a dos crímenes que marcaron el paso de los años 90 a los 2000 en España. Ha publicado los siguientes libros: Las Sinsombrero. Sin ellas, la historia no está completa (Espasa, 2016), Las Sinsombrero 2. Ocultas e impecables (Espasa, 2018), Les Combatents. La història oblidada de les milicianes antifeixistes (2021) y Alicia y las Sinsombrero (2021). Asimismo, se ha encargado de la edición, junto a Gonzalo Berger, de Querido diario: hoy ha empezado la guerra, de Pilar Duaygües (Espasa, 2017). Tania Balló es sin duda la responsable de que el gran público conozca a Las Sinsombrero, apelativo con el que ella engloba a las mujeres artistas españolas que, a partir de los años 20 y 30 del siglo XX, rompieron moldes a pesar de unas circunstancias durísimas. Sus documentales sobre las mujeres de la generación del 27, las artistas que, contra viento y marea, siguieron trabajando en la posguerra, y sobre las que tuvieron que marchar al exilio al final de la Guerra Civil han alcanzado una amplia repercusión. En su faceta como comisaria de exposiciones, ha sido responsable de las siguientes muestras: junto a Gonzalo Berger, No Pasarán. 16 días Madrid 1936, organizada por la Oficina de Derechos Humanos y Memoria del Ayuntamiento de Madrid, Casa de la Panadería, abril-junio de 2018 y Museo Virtual de la Mujer Combatiente, proyecto digital de investigación e impacto social, abril de 2021. Individualmente, está a cargo de la exposición de Las Sinsombrero, organizada por el Teatro Fernán Gómez-Centro Cultural de la Villa, en octubre de 2022 en Madrid. (c) Violant Muñoz i Genovés (c) Mediâtica, agencia cultural |
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