Por Violant Muñoz i Genovés
Un nuevo título en el que Tania Balló explora aún más en la lucha personal y el sacrificio profesional de “Las Sinsombrero”, aquel grupo de mujeres artistas e intelectuales españolas que fueron desterradas al olvido durante su exilio en los años de la Guerra Civil. ¿Cómo se asume en el exilio que no vas a regresar en largo tiempo a tu tierra? ¿Cómo y cuándo se gesta el olvido? ¿Por qué la obra e historia de Las Sinsombrero, intelectuales y artistas españolas en el exilio, no se ha recuperado y reivindicado en democracia? ¿Por qué se nos ha privado de esa genealogía femenina? Entre los desastres que nos depara la guerra, exiliarse para en muchos casos no retornar jamás al terruño es de los más dolorosos. Nuestra Guerra Civil expulsó a medio millón de españoles vencidos, de los que una gran parte eran mujeres. Periodistas, poetas, pintoras, novelistas, científicas, maestras…; muchas ya habían alcanzado notoriedad en nuestro país, antes de cruzar los Pirineos en la huida urgente por el franquismo y repartirse luego por el mundo, donde casi en su totalidad las borró el olvido. La mayoría se enfrentó a una dura lucha por la supervivencia propia y de los suyos, a maternidades en soledad, a ser el único sostén ante innumerables penurias… Por ello, debieron postergar sueños, vocaciones, incluso las profesiones o actividades públicas que desempeñaron libremente antes de la guerra. Tània Balló recupera en este nuevo volumen de Las Sinsombrero las peripecias que tuvo que asumir un gran número de mujeres, la estancia en los campos de refugiados, la búsqueda de familiares perdidos, la adquisición de un billete de ida a algún país americano para poner en pie una nueva vida, apoyándose en otras compañeras con las que crearon redes de solidaridad y comprensión. Son los ejemplos de las vidas hermosas y terribles de María Dolores Arana, Luisa Carnés, Mada Carreño, Magda Donato, Cecilia G. de Guilarte, Concha Méndez, Silvia Mistral, Carlota O’Neill y Ruth Velázquez. Ellas representan un drama callado, oculto, que debe alcanzar el lugar que le corresponde en la memoria de nuestro país. Para Balló esta investigación ha sido un aprendizaje continuo: «Sumarme a la ola de recuperación de muchas de estas figuras es un privilegio. Retengo cada charla, conversación, gesto que comparto con sus hijas, sobrinos, nietas y nietos. Les debo tanto. Son generosas y generosos conmigo. Escribo mientras busco, busco mientras escribo. Una carta, un documento, un audio, una fotografía. Fue emocionante tener la oportunidad de descubrirlas a partir de la memoria de quienes compartieron sus vidas, algunas veces sentadas en esos mismos hogares en los que, día a día, a pesar de las circunstancias, luchaban por mantener sus sueños». La huída de las mujeres se refleja en sus líneas de manera magistral: «...Todas estas mujeres vivieron experiencias muy parecidas, todas huyen por los mismos caminos de hambre, frío y muerte, dejando atrás un país, el suyo, que ahora se ha convertido en su peor enemigo, a pesar de que se resisten a esa realidad. Todas ellas verbalizan en algún momento de su testimonio la absoluta seguridad de que España pronto será recuperada, que la derrota es simplemente un espacio de transición. Para miles de refugiados, Francia representaba el fin del calvario; allí por fin a salvo, solo tendrían que procurar curar las heridas del alma. Pero, por desgracia, no fue así. En ese sentido, los testimonios de Mistral y Carnés son profundamente críticos con el trato recibido por parte de la gendarmería y las instituciones galas, como también por una parte de su población. Al leer estos fragmentos, estos testimonios, no puedo sino preguntarme ¿por qué?, ¿por qué este trato a una población que huía de la guerra con el único objetivo de sobrevivir, sin más arma que la esperanza? Pero ahora, ochenta años después, enciendo mi televisor o accedo a mis perfiles en redes, y me doy cuenta de que hoy seguimos igual que ayer, instalados en la sinrazón, permitiendo que mujeres, hombres y niños deambulen por los caminos del mundo, huyendo de la barbarie, negándoles el derecho legítimo a vivir en paz y libertad. En los cuatro textos memorialísticos tratados en este capítulo, hay una idea que se repite: la mujer se convierte en el sujeto histórico, en el centro del discurso literario, sobre el cual pivotan todas las hazañas, vitales y emocionales. Ellas están descritas como un bloque en sí mismo, un batallón comunitario que, derrotado, avanza hacia un nuevo frente, donde, sin lugar a dudas, le espera una nueva batalla. Para ellas la guerra aún no ha terminado. Esa conciencia sorora es, a mi modo de ver, el fruto de un ideal al que todas estas mujeres sucumbieron durante los breves años de proyecto republicano; un feminismo transversal, social y cultural que, sin tener una base unísona, fue asumido con entusiasmo y devoción por esta generación...» Ellas ya crearon círculos de sororidad: “..El exilio fue duro, muy duro. Creo que es de las enseñanzas más importantes que me deja la escritura de este libro. Al desarraigo se le sumó el trauma de años de guerra, la pérdida de seres queridos de los que nunca se pudieron despedir. El volver a empezar, sin querer empezar de nuevo y teniendo como único hogar lo que fueron capaces de guardar en una maleta. Pero si el sufrimiento fue real para todas y todos, no podemos negar que las mujeres fueron capaces de generar más recursos para la subsistencia, tanto vital como emocional, que ellos. Mientras muchos de los hombres ilustres que marcharon al exilio se negaron a abandonar sus anhelos creativos, ellas, casadas o no, no lo dudaron y, a pesar de su desánimo, salieron en busca de trabajo...” También estas mujeres pusieron en marcha otro recurso: la amistad. En el exilio se generaron grandes lazos de alianza que se convirtieron en el más auténtico y valeroso espacio común entre las mujeres refugiadas. Cuidar, proteger, animar, crear tuvieron que ser sus insignias, porque esto mismo hicieron, y sin vacilar. La amistad es una característica de esta generación de mujeres. En España, en sus inicios, tuvieron que apoyarse mutuamente para poder ser reconocidas como artistas e intelectuales ante una sociedad que negaba su legítimo derecho a ser ellas mismas. Ahora, en el exilio, de nuevo, la amistad se presenta como la única manera de romper la enorme soledad que las acompaña. Lejos de las familias, estas mujeres tienen que afrontar el devenir de sus vidas sin red. La maternidad, el matrimonio, el trabajo, los divorcios, la muerte. Pero no se dan por vencidas. Ellas se ayudan. Esa es la única forma de supervivencia. Un nuevo espacio común fueron las relaciones epistolares transoceánicas. ”...Silvia tuvo que buscarse la vida para poder tener algo de dinero. Y, para variar, ella no pudo mantener un grado de intensidad muy alto en su actividad intelectual al tener como prioridad la estabilidad familiar. Lo hemos visto en tantas ocasiones…” Y, sin embargo, Silvia, como tantas otras mujeres, se esfuerza por no perder su propia identidad y trata de compaginar con la familia, en la medida de lo posible, sus dos grandes pasiones: la literatura y el cine. De todos modos, su actividad literaria siempre aparecía lastrada por la vida familiar. Hay una circunstancia que une a Silvia Mistral y Cecilia G. de Guilarte por encima de todo una sensación de desarraigo de una existencia que queda lejos de aquella soñada en su juventud. Una vida impuesta después de ser arrancadas del lugar, físico y emocional, que ellas, mujeres libres e independientes, habían proyectado: «...Sin haber escogido el lugar llegamos a él para luchar denodadamente por la subsistencia, en muchas ocasiones abandonando nuestra verdadera vocación: en otras circunstancias, yo hubiera escrito solo novelas, libros…», le escribirá Guilarte a Mistral en 1974. Es una constante sensación de no pertenecer a nada y, por consiguiente, no ser reconocida por nadie. A las puertas de entrar en esa última fase de la vida, miran atrás y no saben quiénes son. Ahora que las hijas e hijos ya son mayores, ahora que cuentan con eso que tantas veces anhelaban, tiempo…, ahora no sienten que tengan nada que contar, han perdido su identidad como autoras, la vida les ha tomado el relevo. Esa sensación no es exclusiva de nuestras dos protagonistas. Otras muchas mujeres intelectuales que partieron al destierro sufrieron por estas mismas edades profundas depresiones: Maruja Mallo, María Dolores Arana o Concha Méndez son un ejemplo. De algún modo, tengo la sensación de que, para estas mujeres, que durante los años de la España republicana habían conseguido cuotas de libertad e independencia, el exilio representa una jaula doméstica. La domesticidad las domina, afirma tajante la autora. Tània Balló (Barcelona, 1977) es cineasta, escritora y gestora cultural. En su filmografía destacan la trilogía documental sobre Las Sinsombrero (Balló, Torres, Jiménez-Núñez, TVE, 2015-2021), las mujeres de la Generación del 27 —un proyecto multidisciplinar con un gran impacto social y cultural—, El caso Wanninkhof–Carabantes (Netflix, 2021) —en el que se acerca, desde la crítica mediática, el relato policial y el feminismo, a dos crímenes que marcaron el paso de los años 90 a los 2000 en España. Ha publicado los siguientes libros: Las Sinsombrero. Sin ellas, la historia no está completa (Espasa, 2016), Las Sinsombrero 2. Ocultas e impecables (Espasa, 2018), Les Combatents. La història oblidada de les milicianes antifeixistes (2021) y Alicia y las Sinsombrero (2021). Asimismo, se ha encargado de la edición, junto a Gonzalo Berger, de Querido diario: hoy ha empezado la guerra, de Pilar Duaygües (Espasa, 2017). Tania Balló es sin duda la responsable de que el gran público conozca a Las Sinsombrero, apelativo con el que ella engloba a las mujeres artistas españolas que, a partir de los años 20 y 30 del siglo XX, rompieron moldes a pesar de unas circunstancias durísimas. Sus documentales sobre las mujeres de la generación del 27, las artistas que, contra viento y marea, siguieron trabajando en la posguerra, y sobre las que tuvieron que marchar al exilio al final de la Guerra Civil han alcanzado una amplia repercusión. En su faceta como comisaria de exposiciones, ha sido responsable de las siguientes muestras: junto a Gonzalo Berger, No Pasarán. 16 días Madrid 1936, organizada por la Oficina de Derechos Humanos y Memoria del Ayuntamiento de Madrid, Casa de la Panadería, abril-junio de 2018 y Museo Virtual de la Mujer Combatiente, proyecto digital de investigación e impacto social, abril de 2021. Individualmente, está a cargo de la exposición de Las Sinsombrero, organizada por el Teatro Fernán Gómez-Centro Cultural de la Villa, en octubre de 2022 en Madrid. (c) Violant Muñoz i Genovés (c) Mediâtica, agencia cultural
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