“El heredero” de Rafael Tarradas Bultó publicada por Espasa
El emocionante retrato de unos personajes que consiguieron brillar y sacar lo mejor de sí mismos en una época de oscuridad. En palabras del propio autor: “…Este libro no pretende ser un ensayo histórico, por lo que, pese a que he intentado que no hubiera incongruencias históricas, puede haber inexactitudes. Los protagonistas son ficticios, pero muchas de las vicisitudes que describen están basadas en hechos que realmente sucedieron y que me han contado sus protagonistas. Muchas de las localizaciones que se detallan existieron en su día y muchas siguen haciéndolo en la actualidad. Así, la masía de San Antonio sigue orgullosamente en pie cerca del pueblo de Cunit, en el Penedés, a medio camino entre Tarragona y Barcelona. La fotografía corresponde a uno de mis rincones favoritos, el Jardín de la copa. La finca sigue perteneciendo a la familia Bultó y la cueva de El Avenc, que sirvió de escondite a varias personas de la zona, continúa en el mismo lugar. La localidad ya no es una pequeña aldea, sino un pueblo grande que recibe a multitud de veraneantes en sus playas. La Torre de San Fernando también sigue en pie en Puigcerdá, en el mismo lugar que se describe en el libro. La Guerra Civil, como todas las peleas entre hermanos, cicatrizó muy lentamente y de vez en cuando seguimos viendo cómo el tema vuelve a la actualidad y provoca controversia. En el libro, he intentado que el marco de una situación excepcional enfatizara el carácter de los personajes, llevados al límite y obligados a menudo a participar en situaciones que deberían ser extrañas para cualquier mortal. He tratado asimismo de no ahondar en culpas ni responsables, dando por hecho que todos sabemos que se cometieron barbaridades en ambos bandos y que el mundo de aquel momento, gracias a Dios, no es el de ahora. Como digo, este libro no es un ensayo histórico y lo único que pretende en realidad es entretener al lector y llevarle a unos años oscuros en los que, sin embargo, muchos consiguieron brillar y sacar también lo mejor de sí mismos…” pero quiere dejarnos claro, que, a pesar de todas estas evidencias reales, la historia está novelada en un 80%, no es la historia real de su familia. Josefa y su madre recogían leña cuando vieron un reluciente landó avanzar en dirección a la finca de la familia Marqués. Desde entonces, la niña de siete años no había vuelto a ver a su madre. Diez años después era una joven guapa y obediente encargada del cuarto de costura en la gran casa. Su vida transcurría apacible hasta que en mayo de 1909 los Marqués anunciaron mediante telegrama su llegada para pasar la estación estival. Veinticinco años más tarde, la familia Marqués se ve abocada a abandonar su casa y su más que acomodada posición social. No serán los únicos, pues los Sagnier habrán de exiliarse y otros, como Antonio, pobre pero idealista, intentarán que sus convicciones morales no sean obstáculo para dar un giro a la sociedad. Todos ellos, defendiendo sus ideales, son ajenos al caprichoso destino que los une mediante un poderoso lazo y un asombroso secreto. Una extraordinaria historia de amor, coraje, lealtad, traición y supervivencia. Basada en hechos reales. La novela se divide en tres partes formadas, a su vez, por distintos subcapítulos en los que suele cambiar el escenario y la voz narradora, siempre en tercera persona y focalizada en los personajes principales. La primera parte, situada en 1909, es un preámbulo largo en el que se nos presentan los protagonistas y se plantea un elemento capital en la trama: la existencia de un hijo bastardo del hereu de la fortuna de la familia Marqués. La segunda parte es la más extensa. Se inicia unos días antes del alzamiento del 18 de julio de 1936. Rafael Tarradas juega, en especial, con tres perspectivas distintas de aquellos días terribles: la del militar que cree necesario un golpe de timón —Fernando Sagnier—, la del sindicalista que piensa que ha llegado el momento de que cambien las cosas —Antonio Campo— y la del espectador perplejo que contempla, entre incrédulo y resignado, el estallido de la tormenta —Pablo Bultó—. La tercera parte, en 1940, funciona como un epílogo en el que el lector es testigo del destino de los personajes y de la resolución de los conflictos principales. El título “El heredero” hace referencia a la figura del hereu, una institución catalana que otorga los bienes familiares al hijo mayor, o hereu, para evitar la división del patrimonio de la familia. A cambio, éste, debe procurar que no les falte nada a sus hermanos y parientes. Buen lector y agudo escritor, Rafael Tarradas maneja con soltura varios registros narrativos sin perder la esencia de su estilo: elegante, preciso y capaz de evocar emociones y sensaciones, tanto por sus descripciones como por la composición de los personajes. La primera parte de la novela, situada en la masía de San Antonio, se mueve entre el drama que se apunta en sus primeras líneas y un cierto costumbrismo de toques victorianos al abordar las relaciones entre los señores y el servicio doméstico de la casa. Utiliza, en cambio, elementos de alta comedia al describir la vida de los Bultó-Marqués y de los Sagnier en San Remo. Destaca el relato desde el punto de vista de Inés. Es de una deliciosa ironía. Sus descripciones de la duquesa Skosrev y de la vida en su destartalada villa son de una inteligencia —y una sana mala uva— estupendas. La huida de sor Montserrat Bultó con un grupo de monjas a través de territorio hostil adquiere las notas de un emocionante drama bélico. Se palpa el peligro y el autor no oculta los desmanes de unos y otros. La guerra muestra aquí su cara más sucia e inhumana. Los episodios trágicos que vive aquel grupo de mujeres recuerdan, por momentos, los Desastres de Goya. A estas alturas de la novela, Rafael Tarradas introduce uno de los elementos fundamentales del suspense: el lector sabe más que los personajes. Así, cuando Inés se interesa por Javier Ferro de los Gazules, conde de Navalviento, el lector ya conoce su verdadera cara, la de un asesino despiadado y sádico. Las peripecias en Madrid de José Manuel Bultó, con identidad falsa, y de Antonio Campo consiguen transmitir el ritmo y la emoción de un buen thriller de espionaje. Los destinos de ambos se cruzan de una forma dramática, sin que uno y otro sospechen de su relación familiar. “El heredero” nos narra dos maravillosas historias de amor en unos tiempos convulsos y de violencia desbordada. Las relaciones de Pablo Bultó con Inés Sagnier y de Antonio Campo con María Ceballos son capaces de iluminar la oscuridad que los rodea. Aquí vuelve a jugar el autor con dos registros distintos. La relación de Pablo e Inés se mantiene en el plano formal y algo distante propio de su clase social. No hay excesos. Las cartas que intercambian, cuando él se alista en el ejército nacional, marcan el ritmo de la relación. Todo lo contrario, sucede entre Antonio y María. Es un amor más carnal desde el principio; la creación de una «casa de tolerancia» es una metáfora de su situación. Ambos saben que el final de la guerra a favor de los nacionales pondría fecha de caducidad a su idilio. Sin caer en la trampa del didactismo, Rafael Tarradas es capaz de sumergir al lector en la época y su ambiente. Sus descripciones son precisas y sabe utilizar la documentación para guiarnos a través de los acontecimientos históricos. Del mismo modo, los personajes están construidos de una forma sutil, para que abarquen una amplia gama de experiencias y de ideas. El autor nos muestra los contrastes entre las formas de mirar —y de sentir— los mismos hechos desde perspectivas personales distintas. Y, como dice en su nota, se toma algunas libertades. Esta novela, narra una gran historia de amor romántico... y muestra las infinitas formas que puede adquirir el amor en nuestras vidas y en las de los protagonistas. Inés y Pablo se conocen en la villa italiana de la duquesa Skosrev. El suyo responde a un idilio de gente bien con unos estrictos códigos de comportamiento. Hasta que Pablo no está en el ejército y le escribe desde San Ramón de la Ribera, al sur de Navarra, Inés no admite que está enamorada de él. Muy joven aún, su amor adquiere unos divertidos toques adolescentes de cartas leídas a solas y escondidas bajo el colchón. El sexo, claro está, ni se contempla. En cambio, los amores de Isidro con Josefa se mueven en unos parámetros sexuales muy distintos. La diferencia social es insalvable y ambos conocen las reglas del juego. Josefa sabe que no podrá pasar nunca de la categoría de querida y, sin embargo, se enamora y se entrega. Isidro asume su responsabilidad con el pequeño Antonio, aunque no lo reconoce legalmente. Es más de lo que harían casi todos sus amigos en una situación idéntica. O eso quiere pensar Blanca Marqués. El matrimonio Sagnier, formado por Fernando y Eugenia, es el vivo ejemplo de la estabilidad que dan los años de convivencia y de una forma de amor —digamos— aristocrático. Y de un cierto aburrimiento también. Él cede el mando emocional de la familia a su esposa, pese a que ella es mucho más fría y menos cariñosa. En las dos familias protagonistas se palpa el respeto y el amor. Los hermanos se quieren y se apoyan en los momentos más difíciles. Por amor a su hermano, Blanca decide seguir pagando la manutención y los estudios de su hijo ilegítimo, pese a los problemas que eso pudiera suponer en un futuro si se llegase a descubrir el parentesco. La huida de los Sagnier hacia Francia también ejemplifica ese apoyo mutuo. Y hay un último tipo de amor. Menos físico pero de gran fuerza: el amor por unos ideales, por una causa. Antonio, Montserrat, Pablo y José Manuel se entregan a él por distintas razones y en distintos bandos. Saben que les puede costar la vida. «He tratado asimismo de no ahondar en culpas ni responsables», señala Rafael Tarradas en la nota con la que se abre esta reseña. Por eso ha intentado mostrar la guerra desde múltiples puntos de vista. Todos ellos con sus matices, incluso en el mismo bando. Así, junto a personajes que se mueven por ideales, aparecen ladrones y asesinos que, por simple avaricia o para vengar supuestas afrentas, utilizan la contienda para robar o para asesinar. La patrulla de milicianos anarquistas que aterroriza el Garraf, al principio de la novela, o la partida de falangistas que impone el terror en Navalviento son dos caras de la misma terrorífica moneda. Los hechos históricos más destacados que enmarcan la novela son el alzamiento militar y las semanas posteriores de represión, la batalla de Madrid y los bombardeos sobre la capital, y las batallas del Monte Pelado y de Teruel. Las miradas de sor Montserrat, testigo de los hechos de Navalviento —no desvelaremos más—, y de Antonio Campo, compañero de Joan Pou en los primeros días de la guerra, son las miradas críticas de la gente decente y comprometida de ambos bandos. El heredero retrata también las relaciones de poder en el primer cuarto del siglo xx. El trabajo infantil es asumido con una terrible normalidad, visto desde nuestra perspectiva. Josefa, con solo siete años, tiene a su cargo la limpieza de dos chimeneas y no recibe educación. A través de la mirada de Antonio conocemos las duras condiciones de los obreros de la industria en unos años marcados por conflictos laborales que solían resolverse con violencia. Él, además, es fruto de una relación imposible en una sociedad muy marcada por las diferencias sociales y la hipocresía en cuestiones sexuales. RAFAEL TARRADAS estudió Diseño Industrial en la Universidad Autónoma de Barcelona. En la actualidad trabaja en el sector de la comunicación en Madrid, pero anteriormente se dedicó al headhunting, al arte o a los eventos deportivos, como la organización de la 32nd America’s Cup. Tras dos años como director de la prestigiosa galería de arte Helga deAlvear (Madrid), se incorporó a Montaz Comunicación, donde lleva una década especializado en la comunicación y eventos, sobre todo en el sector del ocio y del cine. Por otra parte, imparte clases de marketing y eventos en ESDEN Business School. Además de su interés por el arte y el deporte, es un apasionado de la historia de los siglos xix y xx. Cuando no está leyendo sobre la materia, le gusta escribir en su retiro del Valle del Tiétar, Ávila, donde amenazó con ir a visitarle con una maleta cargada de libros que leer…. © Violant Muñoz Genovés © Mediâtica, agencia cultural
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“En Barcino” de Mari Carme Roca publicada por Planeta
Maria Carme Roca ha querido dar voz a las mujeres de manera directa con el personaje de Minicia, que sufre las presiones de una sociedad patriarcal como la romana. Con casi veinticinco años, Minicia sufre el rechazo de su padre, Lucio Minicio Natal Quadronio Vero, gobernador de África proconsular. El motivo: cuando era muy joven fue la amante de Teseo, el esclavo que mortificó la vida del noble Minicio desde la infancia, antes de morir luchando, precisamente, contra él. A la frenta se suma un gran secreto que la marcará para siempre. Desconcertada y dolida por el alejamiento paterno, seguirá sin embargo con su vida: la pasión por las carreras de cuadrigas y la escritura, la amistad con el emperador Marco Aurelio y la emperatriz Faustina, la curiosa relación con su marido Cneo, la complicidad con su esclavo Erasmius, el entendimiento pasional con el centurión Lucio Cecilio Optato. Asimismo, Minicia intentará recuperar la estima de su padre y encontrar la persona que se encarga de cumplir una venganza que no le afecta solo a ella y a su familia, sino a todo el imperio. MINICIA. LA PROTAGONISTA «Hace muchos años que empecé a morir. Mi alma se desgarró por la mitad, y en el transcurso del tiempo solo he conseguido remendarla.» Con estas desgarradoras palabras se presenta Minicia, la protagonista de esta apasionante historia, cuando, con apenas 25 años, su mayor secreto sale a la luz. Minicia es hija de un personaje histórico, Lucio Minicio Natal Quadronio Vero, de la tribu Galeria, que había alcanzado el rango de ser gobernador del África preconsular. La autora ha querido dar voz a las mujeres de manera directa. En una sociedad patriarcal como la romana, ellas solo aparecen como consortes. Salvo algún grupo reducido como el de las vestales, las mujeres no tenían importancia; basta con observar que, generalmente, solo tienen un nombre, como los esclavos, mientras que ellos, los hombres, disfrutaban del praenomen, el nomen y el cognomen. En cuanto a las mujeres, aunque sobrevivieron (y deben hacerlo todavía) dentro de una sociedad dominada por los hombres, ellas, de manera indirecta y sutil, hicieron notar su presencia y su influencia. La discreción y la paciencia eran dos aliadas valiosas que, si las mujeres sabían emplear con sabiduría, podían hacer tambalear el imperio. Minicia no lo tendrá nada fácil, porque es sincera e impetuosa. Que quiera ir a su aire y tenga gustos estrafalarios para una mujer (monta a caballo como el mejor jinete, lee, escribe…) la pondrá en situaciones muy complicadas. Y menos mal que, a pesar de la distancia que los separa, cuenta con la protección de Marco Aurelio y, por supuesto, de Lucio Cecilio Optato, un centurión que conocerá pasados los cuarenta años y que será su amante y confidente. Minicia siempre había tenido una relación muy especial con su abuela Quadronia, ya que había perdido a su madre siendo muy pequeña, por lo tanto, fue su abuela quien se encargó de cuidarla y velar por ella. De naturaleza inquieta, Minicia siempre había querido conocer mundo, hacer cosas diferentes, una cualidad que había alentado su padre desde que siendo pequeña le transmitió su pasión por los caballos. Una de esas cosas que le atraían y le hacía especial ilusión era conocer la bulliciosa Roma, conocer la ciudad, pasear por el Tíber o entrar en las fullonicae (lavanderías). Pese a las cavilaciones iniciales de su abuela, esta acaba por concederle ese deseo, si bien debían ir disfrazadas como esclavas, llevando túnicas harapientas y sucias, así no llamarían la atención. El paseo por Roma es una experiencia fascinante no solo para la protagonista, sino para el propio lector, lleno de experiencias y aprendizajes, y también de escenas impactantes como aquella en la que vio a un grupo de vigiles urbanae arrastrar a un cadáver. Una imagen que le quedaría grabada para siempre. A la vuelta de este viaje, su abuela le hace saber que ha llegado el momento de buscarle un buen marido, y que ella velaría porque así fuera. Inicialmente le pareció una idea horrorosa, pero con el tiempo fue cambiando de opinión. Se casó con 16 años, convencida de que un matrimonio concertado, llevado con respeto, podía ser muy cómodo y práctico. Y es que en la sociedad romana se valoraba el acatar lo que decían los mayores y aparentar llevar una vida digna para no provocar la vergüenza de la estirpe. La novela comprende, principalmente, la segunda mitad del siglo II, cuando el Imperio romano alcanzó el punto álgido de su historia y, al mismo tiempo, apuntaba ya su decadencia, porque después de Marco Aurelio, el último de los llamados “emperadores buenos”, nada volverá a ser igual. Ya lo afirmó el historiador británico Edward Gibbon, uno de los más influyentes de todos los tiempos, que del año 96 al 180 d.C. fue un período en el que la condición del género humano disfrutó de la máxima bienaventuranza y prosperidad. Durante aquella época, Barcino, la colonia creada en el siglo I a.C., continuó expandiéndose y, poco a poco, se fue consolidando. Hay que tener en cuenta que su territorio no comprendía solo el espacio encerrado entre murallas, ya que fuera de ellas, en la zona conocida como “suburbium”, se instalaron diferentes centros de producción artesanal de cerámica y metalúrgicos. Que la tierra circundante fuera fértil contribuyó a la actividad agrícola y a la presencia de las villae que la explotaban. Aunque la colonia aún seguía evolucionando a la sombra de Tarraco, ya mostraba unas singularidades que hicieron crecer la rivalidad entre las dos ciudades. Con los datos actuales, en Cataluña se podían contar unas veinte ciudades en el momento de plenitud de las dinastías Julio-Claudia y Flavia. Parece ser que Barcino fue la ciudad más activa durante los siglos I y II, y creció fuera de las murallas. Desde su fundación contó con un centro monumental, un recinto fortificado poligonal y una red de alcantarillado. El suministro de agua estaba asegurado gracias a un acueducto que tomaba las aguas de mina a la altura de Montcada y otro que las tomaba de la sierra de Collserola. Gozaba de un foro, de un templo dedicado al culto imperial, de termas (una de ellas obsequio de los Minicio), de baños públicos, de un edificio dedicado a los sevires augustales (aedes) y de establecimientos como las fullonicae y las tinctoria (lavanderías y tintorerías), pequeñas industrias representativas de una ciudad muy activa. A pesar de que la ciudad no tenía puerto tal como lo entendemos ahora, contaba con un fondeadero que permitía la actividad y el tráfico marítimo. Se ha especulado sobre el hecho de que tal vez tuvo un teatro y un circo, pero no hay suficientes pruebas para afirmar su existencia. La novela, aparte de contarnos la apasionante vida de Minicia, nos introduce de lleno en la vida de la sociedad romana de la segunda mitad del siglo II d.C., aportándonos un sinfín de conocimientos sobre su forma de vida, sus hábitos, sus creencias y cómo eran las ciudades en ese entonces. El mundo romano, con sus grandes virtudes, defectos y carencias, es apasionante. Y nuestro, porque forma parte de nuestro legado. Por poner algunos ejemplos, se hace mención a una montaña de ánforas que había en Roma, llamada Mons Testaceus. Se trababa de un monte triangular hecho a base de ir apilando ánforas que había alcanzado una altura de unos 12 metros. Estas ánforas se utilizaban para transportar aceite que traían de la Bética, donde se hacía el mejor aceite del mundo. Una vez las vaciaban las rompían pues salía más rentable que lavarlas. Es conocida la afición de los romanos por las festividades. Las había de todo tipo, como las fiestas de la fordicidia, una celebración dedicada sobre todo a la fertilidad que consistía en ofrecer el sacrificio de una vaca preñada en honor a Tellus. En el caso de las bodas, había la curiosa costumbre de sacar a la novia de su casa fingiendo que era un secuestro. Esto se hacía en recuerdo del rapto de las sabinas, pero a Minicia siempre le pareció algo innecesario y humillante para la mujer. Mari Carme Roca, es historiadora y filóloga. Desde el año 1997 se dedica profesionalmente a la escritura, con más de cincuenta libros publicados. Su obra se dirige tanto al público infantil y juvenil como al adulto. En el transcurso de su trayectoria ha obtenido diversos premios literarios, como el Lola Anglada de cuentos infantiles con Donde se esconde el miedo (2002), la mención de honor White Raven’s por la novela El hacedor de mentiras (2004), el Néstor Luján de novela histórica por Intrigas de Palacio (2006), el Bancaixa por ¿Quién es el de la foto? (2009), el Joaquim Ruyra por Katalepsis (2012), el Premio Barcanova de literatura juvenil por Selfies en el cementerio (2017) y el Premi Prudenci Bertrana por El far (2018). Actualmente, aparte de escribir, forma parte del programa “Letras en las aulas” de la ILC y asiste a centros escolares donde interviene en foros lectores. Imparte conferencias en bibliotecas, centros y asociaciones culturales, colabora en diversas publicaciones y participa en rutas literarias sobre sus novelas históricas. © Violant Muñoz i Genovés Reseña de “El último verano de Silvia Blanch” de Lorena Franco
publicado por Planeta Un amor prohibido siempre arrastra mentiras. Un crimen siempre deja huellas. La última persona que vio a Silvia Blanch, desaparecida sin dejar rastro el verano de 2017, está muerta. Silvia era joven, guapa y estaba destinada al éxito. Alex, una joven periodista, será la encargada de ir hasta el pueblo de Montseny, donde vivía Silvia y donde se le perdió la pista, para hablar con su familia y escribir un artículo cuando se cumple un año de la desaparición. Una vez allí, empieza a desempolvar todos los detalles de la desaparición en busca de respuestas. Rodeada de secretos y mentiras, no tardará en notar que su presencia molesta a los habitantes del pueblo. Sobre todo, a uno de los principales sospechosos, por quien Alex se sentirá irremediablemente atraída a pesar de lo que parece esconder. Con una escritura vibrante y en una novela donde nada es lo que parece y en la que todos mienten, Lorena Franco nos acompaña de la mano a lo más profundo del bosque con “El último verano de Silvia Blanch” La novela más trepidante de LORENA FRANCO, la nueva reina del thriller Cuando Alejandra Duarte, Alex, llega un viernes a la redacción del periódico en el que trabaja, no espera el encargo que va a recibir. Su jefe le comunica nada más llegar que se va de viaje a Montseny ese mismo día. Falta una semana para que se cumpla un año desde la misteriosa desaparición de Silvia Blanch y quieren publicar un artículo; los padres y la hermana de la desaparecida han accedido a hablar con la prensa. Barcelona Ahora será el único periódico que envíe a una persona específicamente a cubrir el caso. La familia intenta que se reactive la búsqueda y el de Silvia no se convierta en un caso perdido y olvidado. Alex se dará cuenta pronto de que no es bien recibida en el pueblo. Por algún motivo, los habitantes de Montseny no quieren oír hablar del caso de Silvia Blanch. ¿Qué esconden? “—Quiero aclararte —suelta Josep con desprecio—. No quiero preguntas incómodas ni elucubraciones turbias respecto a mi hija. No te conozco, Alejandra, pero le pedí a tu jefe que viniera alguien que no fuera morboso, ¿entendido? Los últimos periodistas que estuvieron aquí se fueron con el rabo entre las piernas, no sé si me explico”. Sin embargo, pese a las dificultades que encontrará a su paso y las constantes amenazas, Alex está dispuesta a llegar hasta el fondo del asunto. Es una periodista comprometida con la investigación y no cejará en su intento de descubrir qué le ocurrió a Silvia Blanch, aunque esto le suponga meterse en demasiados problemas. A veces, los casos sin resolver se convierten en obsesiones que te visitan incluso en sueños. Alex es una periodista joven, tiene solo 29 años, e intenta abrirse paso en un sector bastante complejo. En muchas ocasiones se muestra crítica con su profesión y con el exceso de sensacionalismo, así como con la volatilidad de las noticias: hoy son importantes y mañana no. Pese a su gran empeño y dedicación se muestra en numerosas ocasiones insegura de sí misma y de su capacidad como periodista, y da cuenta del arduo trabajo que supone enfrentarse al reto de la página en blanco y de contar una historia. “No sé cuánto tiempo llevo delante de la pantalla “No sé cuánto tiempo llevo delante de la pantalla leyendo y releyendo el borrador. El cenicero está a rebosar de colillas; ni la ventana abierta es capaz de protegerme del submarino en el que he convertido mi piso. —Es una mierda. Eso es lo que va a decir Pol, que es una mierda. (…) Lo borro todo. Vuelvo a empezar. Me frustro y me maldigo pensando en cualquier otra profesión que no me diera estos quebraderos de cabeza”. Hoy se cumple un año desde que Silvia Blanch desapareció. Su coche, un Mini blanco, se quedó en una de las curvas que conducen a su querido pueblo de Montseny mientras ella, su móvil, y el resto de sus pertenencias se esfumaron sin dejar rastro. Hay quien aún tiene la esperanza de que esté viva, de que se fuera lejos por voluntad propia. Los menos optimistas elucubran sobre “un forastero que pasó por allí” y se la llevó, pero, pese a las exhaustivas búsquedas, no se halló ni una sola pista que ayude a saber qué le ocurrió a Silvia Blanch aquella noche. El pasado fin de semana recorrí las calles del pueblecito de Montseny y no me costó imaginar a Silvia, de sonrisa deslumbrante y ojos del mismo color que la esperanza, jugando de niña; tropezando con piedras que su hermana, diez años mayor que ella, la ayudaba a esquivar; aprendiendo a montar en bicicleta con su padre; cocinando galletas de coco, sus preferidas, con su adorada madre; subiendo a las atracciones de la feria con su tío Artur, o jugando al tenis con Daniel, quien se convertiría en su novio adolescente y, años más tarde, en el amor de su vida adulta. (…) La recuerdan bonita, por dentro y por fuera, una mujer que se esforzaba en ser la mejor en todos los ámbitos de su vida. Como abogada, pese a su juventud, no perdió un solo caso, algo que le había otorgado un prestigio en la profesión. Tenía un futuro prometedor, cuesta hablar de ella en pasado, porque ojalá pudiéramos hacerlo en presente, tenerla delante y preguntarle qué pasó. Berta Bruguera, la última persona que la vio mientras el sol se ocultaba tras las montañas, motivo que le impidió distinguir con claridad quién estaba con Silvia, no se encuentra ya en este mundo para culparse, una y otra vez, por no haberse detenido. “Estaba en peligro y no supe verlo”, diría meses más tarde, cuando la joven seguía sin aparecer. Lo cierto es que después de hablar con sus padres y su hermana, Silvia Blanch es una de esas mujeres a las que me hubiera gustado conocer. Estoy convencida de que habríamos sido buenas amigas. Me gustaría pensar que teníamos, no, perdón, tenemos, cosas en común. Silvia, ojalá aparezcas pronto. Te estamos esperando. Si alguien te ha visto, ruego que se ponga en contacto con el periódico. Tu familia está deseando verte y, si por lo que sea no puedes aparecer de la manera en la que todo el país querría, hoy me gustaría hablar con el culpable de esa situación y decirle que hay una madre que necesita tener un lugar donde llevarle flores a su hija. ¿Aún hay un corazón ahí? Las palabras de la hermana de Silvia, Cristina Blanch, me conmocionaron, no se me van de la cabeza, al igual que el rostro de su hermana desaparecida. (…) “Hace un año fue mi hermana, pero hoy, mañana, o la semana que viene, puedo ser yo. Le puede tocar a cualquiera”. El caso de la desaparición de Silvia Blanch fue de interés para los medios por las extrañas circunstancias en las que tuvo lugar. La ausencia de violencia o de testigos impidieron a los investigadores dar con su paradero. Un año más tarde, Silvia sigue sin aparecer, viva o muerta. Estas son algunas de las claves del caso de la desaparición de Silvia Blanch: Su coche, un Mini blanco, con las llaves en el contacto y el motor apagado, apareció abandonado en una de las curvas que llevan a Montseny, el pueblo donde vivía con su novio, y en el que reside su familia. La puerta del copiloto estaba abierta, pero no había restos de sangre ni indicios de violencia que hicieran pensar que se la llevaron a la fuerza. “—No había huellas. Solo las de Silvia, que indican que fue ella quien detuvo el coche por voluntad propia; no hay rastro de que llevara a alguien de copiloto —reflexiona Cristina—. Su bolso desapareció, a lo mejor el móvil era el robo, Silvia solía llevar bastante dinero encima, pero ¿tanto como para hacerla desaparecer? ¿Porqué dejaron el coche allí? También podrían habérselo llevado. ¿Quién estaba con ella? ¿A quién vio Berta?”. Cientos de voluntarios realizaron una amplia búsqueda por la zona durante varias semanas. Se repartieron folletos y pegaron carteles en toda la comarca. Los buzos inspeccionaron el fondo del pantano de Santa Fe para dar con el cuerpo de la joven o al menos con alguna pista. Las búsquedas resultaron infructuosas, no encontraron ni siquiera su teléfono móvil. El único testimonio fue el de una mujer llamada Berta Bruguera, que aseguró haber visto a Silvia con su novio tras los matorrales de la cuneta que lindan con el bosque, un poco antes de las diez de la noche. Pero las probabilidades de que fuera Daniel eran nulas, porque estaba en Barcelona jugando un partido de fútbol. Berta Bruguera, la única testigo, falleció más adelante debido a un cáncer. Las hipótesis que se barajaron son varias. Muchos pensaban que se había ido por voluntad propia, otros que se trataba de un secuestro, y otros tantos creen que Silvia Blanch ya no existe en este mundo. ¿Quién era el hombre al que la vecina vio la misma noche en la que le habían diagnosticado un cáncer? ¿Estará en algún lugar, lejos, riéndose de nosotros? ¿Fue víctima de un asesino despiadado a quien ni siquiera conocía? ¿Qué le ocurrió a Silvia Blanch? Silvia siempre había sido una niña preciosa, de ojos color verde esmeralda, que siempre sonreía. Todos en el pueblo coincidían en que era una mujer feliz y que, tal y como se esmeraba en decir la prensa, nunca tuvo problemas con nadie. En el colegio sacaba las mejores notas y luego, cuando se fue a estudiar a Barcelona, destacó por encima del resto de alumnos de Derecho. Era inteligente y lo captaba todo con facilidad. Silvia llevaba saliendo con Daniel desde los inocentes dieciséis años; parecían la pareja perfecta, con planes de futuro, casarse, tener hijos… Al terminar la carrera realizó las prácticas en un bufete de abogados que, un año más tarde, la contrató. Todos la querían y la admiraban; pese a su juventud, no perdió un solo caso. Era muy profesional. Cuando desapareció estaba a punto de incorporarse a un bufete más grande y prestigioso. “Era avispada, constante, luchadora y estudiosa. No le gustaba salir de fiesta hasta las tantas; prefería madrugar y hacer deporte. No fumaba ni bebía. Sin embargo, cuantos más detalles me han dado,menos me ha cuadrado todo. Ningún ser humano puede ser tan perfecto y, de serlo, ¿a nadie le corroía la envidia?” En todas las fotografías que la familia enseñó a Alex aparece una Silvia sonriente. Sin embargo, a partir del décimo aniversario, empezó a posar seria. Se podría pensar que son cosas de adolescentes, pero el rostro de Silvia reflejaba algo más. Como si estuviera incómoda en su propia piel. Como si las personas que aparecen junto a ella no fueran de su total confianza y se sintiera amenazada. Dejó de mostrar su luminosa sonrisa a los diez años, y para siempre. Alex empezó a intuir que algo ocurría. Le parecía que todo era demasiado perfecto. El caso de Silvia Blanch llamó la atención por la insistencia de sus padres. Por guapa. Por joven. Porque se llevaba bien con todo el mundo y no tenía problemas con nadie ni antecedentes de una mala reputación. Era una mujer ejemplar con un futuro prometedor. “Recuerdo perfectamente el día que dejé de sonreír en las fotos. (…) Solo tenía diez años y una cría no se enamora como me enamoré yo de quien estaba prohibido”. Una de las peculiaridades de El último verano de Silvia Blanch es que no sólo está narrado desde el punto de vista de la periodista, Alex. A lo largo de sus páginas se van intercalando capítulos o breves conversaciones escritas por otros protagonistas de la historia. Estos apuntes van dando información extra al lector, de forma que pueda ir construyendo el puzle en su cabeza. Un ejercicio magistral que consigue mantener la intriga y el interés en la lectura. La propia Silvia Blanch aparece en numerosas ocasiones como narradora, aportándonos datos sobre los últimos días previos a su desaparición. De esta manera iremos descubriendo que su relación con Daniel no era en absoluto idílica, que su vida no era perfecta y, sobre todo, que Silvia escondía un secreto desde niña que haría temblar cielo y tierra si saliera a la luz. Este secreto se convertirá en una carga muy pesada para Silvia, pero, ¿qué hacer? Contar la verdad supondría demasiados cambios. Pondría su vida patas arriba. “El secreto mejor guardado conlleva el irremediable deseo de ser revelado. Dejar de sentir vergüenza, pudor o inhibición por aquello que sentimos, hicimos o dijimos. Que nuestras luces devoren a nuestras sombras. Liberarnos, al fin, del saco de los remordimientos. Y, sin embargo, todos estamos hechos de esa materia que nos empuja a ocultar partes de nuestra vida; la impureza que encerramos para siempre en nuestro interior, con la perversa intención de permanecer intactos en nuestro exterior y seguir adelante con nuestras vidas que suponemos felices, aunque infantilmente irreales”. El caso de Silvia Blanch se había convertido en una obsesión para Silvia y nunca dejó de investigar sobre él. Dos años más tarde se publica el libro Todos mienten, escrito por Alejandra Duarte, inspirado en el caso de la desaparición real de Silvia Blanch. El libro será un auténtico éxito, aunque no estará libre de polémica. En él, la autora se atreve a resolver el caso. En la novela hay cadáver y hay asesino, con demasiados paralelismos con la historia real. Tantos que llegará a tener consecuencias fatales para el entorno de Silvia, algo que provocará una culpabilidad inmensa en Alex. Lo único bueno es que el caso de Silvia Blanch volvía a ser noticia. “Personas a las que no conozco de nada sujetan mi libro, lo hojean, lo dejan quietecito sobre sus rodillas y me miran con interés. No queda una silla libre, hemos completado el aforo; es el efecto Silvia Blanch y todo lo que rodea el misterio de su vida y de su desaparición, en parte recreado por mi libro. Nada de lo que digo es nuevo, lo he repetido hasta la saciedad, el discurso es el mismo de siempre: “La realidad, a veces, supera la ficción”. Lorena Franco (Barcelona, 1983) ha conseguido seducir a más de 250.000 lectores de todo el mundo con sus más de 15 títulos, que la han convertido en una de las escritoras más vendidas y mejor valoradas en la plataforma de Amazon desde que en 2016 salió a la luz su novela “La viajera del tiempo”, un fenómeno de ventas sin precedentes en España, EE. UU. y México. Desde entonces, sus otros títulos consiguen alcanzar el número 1 de ventas en digital a nivel internacional. Traducida en Italia, Polonia y República Checa, regresa con “El último verano de Silvia Blanch”. En la actualidad compagina la literatura con su carrera como actriz, en la que acaba de debutar en Bollywood con el film Paharganj. © Violant Muñoz Genovés © Mediâtica, agencia cultural |
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December 2024
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