Por Violant Muñoz i Genovés El pasado regresa para hacer justicia. Una mujer asesinada en extrañas circunstancias. Un hombre enigmático de origen ruso. Una policía atraída por el principal sospechoso. La ciudad de Valencia (España) se despierta una fría mañana de invierno con la noticia del extraño asesinato de una mujer. La disposición del cuerpo y las particularidades de la escena hacen que la policía se plantee que esa muerte no es más que el comienzo de un juego de pistas ideadas por el asesino que debe conducirlos a la verdad. La investigación del caso lleva hasta el Hypnerotomachia Poliphili, un extraño volumen del siglo XV, con páginas repletas de jeroglíficos y multitud de grabados con un contenido sexual nada habitual para la época. La víctima, Clara, dirigía junto a su hermano un proyecto de investigación sobre el Alzheimer en Bio Xontec, la empresa biomédica de su padre, por lo que, en primer lugar, las pesquisas llevan a la policía hasta la compañía y hasta Francis Burrel, que colaboraba con Clara en el proyecto.
Galería de personajes:
Los escenarios de la novela Ambientada en diversos lugares emblemáticos de la ciudad de Valencia, enclaves históricos donde tuvieron lugar macabras ejecuciones y, como contraste, el romántico parque de Polífilo o el luminoso paseo de la Malvarrosa.
La referencia literaria: el Hypnerotomachia Poliphili Manuscrito publicado en Venecia en el siglo XV, sigue la tradición del amor cortés y representa una misteriosa alegoría. Incluye jeroglíficos y refinados grabados, algunos eróticos. Los crímenes recrean torturas extraídas de este libro.
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Por Violant Munoz i Genovés Una poderosa dinastía femenina. Una marca emblema de la elegancia. Una mujer con una fuerza Inquebrantable Y una creatividad desbordante. El aplauso de las hadas es la novela de la Diseñadora Marta Rota, Fundadora de la firma de alta costura Tot-Hom Y la única diseñadora española de alta costura en el panorama actual. Elegante, desgarradora e intimista: una historia familiar que recoge una complicada infancia, marcada por la pérdida del padre y el emprendimiento de su madre, la reconocida modista Margarita Jovani. La historia se desarrolla en Barcelona, la ciudad natal de Marta, y retrata a la perfección la sociedad catalana desde los años 50 hasta la actualidad, pasando por todos sus cambios sociales, políticos y económicos. La novela dibuja la historia de su vida y su trayectoria en el mundo de la moda. “El aplauso de las hadas” es un canto a la belleza y a la luz, elementos que han emocionado y vertebrado la vida y los diseños de la autora, incluso en sus momentos más difíciles. ¿Cómo puedo recordarlo aún tan vívidamente? ¿Cómo las experiencias de infancia pueden marcarnos de una manera atroz para toda la vida? O quizá lo que nos marque sea el contraste, esa amarga sensación del paraíso perdido. El lector conocerá de primera mano numerosos detalles acerca de Tot-Hom: cómo surgió el nombre de la firma, la apertura de su primera tienda, la celebración del primer desfile coincidiendo con el décimo sexto cumpleaños de Marta, su despunte en la sociedad catalana en el comienzo de la década de los 70, su aterrizaje en Madrid y cómo cada vez ha ido cogiendo más y más prestigio a nivel nacional. La novela narra pasajes increíblemente conmovedores como la desbordante creatividad de Marta a la hora de mirar a una mujer y crear pura belleza con sus diseños. Sus primeros encargos para Isabel Preysler o el proceso de creación del vestido que lució la presentadora Cristina Pedroche en las campanadas el pasado año 2019. Tot-Hom, una marca para todo el mundo, pero centrada en cada persona individualizada, personalizada, exclusiva era yo sola o aquel concepto sonaba fantástico, atractivo y transgresor. Marta Rota es la narradora y la protagonista de esta novela. Desde el prólogo, el lector se verá arropado por las delicadas palabras de la autora con las que recorre su infancia, su adolescencia y su madurez. Se presenta una poderosa dinastía femenina que con tesón, trabajo duro e ilusión han revolucionado la industria de la moda española. Delante de cada espejo había una Marta de 4 años arreglándose los lacitos del pelo mientras esperaba a su padre. Encogida en la cama de mi infancia había una marca de 8 años que esperaba que su madre no se olvidase de darle un su beso de buenas noches. Escondida tras los burritos de los portatrajes, una Marta de 12 soñaba con tener el privilegio en un futuro de vestir a todas aquellas mujeres hermosas y elegantes. Margarita Jovani, madre de Marta, es su puerta de entrada al mundo de la moda desde su taller en la calle Balmes, una joven Marta nos muestra a través de sus ojos el difícil comienzo de su madre como modista, las infinitas horas que pasó en aquel taller, en un momento en el que las madres ejercían. Casi exclusivamente de perfectas señoras de casa. Jamás supe de dónde sacó mi madre aquel don para ponerle magia a cualquier diseño que caía en sus manos para saber cómo vestir a las personas sin necesidad de tomar las medidas para adivinar lo que alguien deseaba cuando ni siquiera ese alguien lo sabía. De manera indiscutible, Tot-Hom es el personaje la esencia presente en cada una de las páginas de la novela, haciendo latente la relación tan especial y única de Marta con la firma. El aplauso de la sala recorre sus inicios, su despegue en Barcelona, los primeros desfiles, la evolución de sus colecciones, su aterrizaje en Madrid. Tot-hom transmitía la fidelidad que había heredado de Margarita Jovani su buen hacer y su estilo sin haberlo pensado siquiera. La marca aglutinaba las mejores cualidades del diseño clásico y los colores lisérgicos y los rompedores esquemas aquellos años. El comienzo de la novela nos sitúa en la Barcelona de primera mitad del siglo XX con los bisabuelos de la autora, pasando a la Barcelona de los años 50 de la mano de Margarita Jovani, y los primeros diseños de alta costura que se hicieron en nuestro país en aquellos años. La alta costura era un concepto que nadie ofrecía en la ciudad, salvo Margarita, Barcelona fue de la misma manera, la cuna de Tot-Hom. Donde abrió su primera tienda, se celebró su primer desfile y siempre han estado algunas de sus clientas más importantes. Pronto toda Barcelona comenzó a desfilar por nuestra escalera como si aquel sencillo portal de la calle Balmes se hubiera convertido en la antesala del Liceo. Marta viaja a París por primera vez en la década de 1960 al acompañar a su madre en su viaje anual a la capital de la haute couture, algo que se convierte en tradición. Ambas viajan para inspirarse, cargarse de energía y completar sus colecciones con diseños exclusivos para las clientas españolas. Lloré porque si había tenido dudas sobre mi vocación, acababan de disiparse de inmediato y lloré porque supe que ni yo ni nada nunca podría volver a ser como había sido antes de París. La firma aterriza en Madrid en el 2001, lo que supuso un nuevo comienzo o nuevos códigos, un nuevo público y numerosos medios de comunicación que desconocía la firma. No obstante, en el 2010 ya se encontraba en la cresta de la ola. El pasado 2019 vistió a Cristina Pedroche para las campanadas de fin de año. Madrid se me abría Madrid confiaba en mi talento. Madrid valoraba la exclusividad y me obligaba a crear para realidades que nunca había contemplado. Actores, presentadoras, celebrities, gente que podía dimensionar mi marca hasta extremos insospechados. Marta Rota se crió entre los tejidos de la tienda que regentaba su madre en la Barcelona de la década de 1950 y los grandes desfiles de Milán y París. El Mundo de la alta costura le fascinó de tal modo que siendo aún una niña, creó su marca Tot-Hom. Más de medio siglo después, continúa al frente de una firma que ha elaborado más de 40000 vestidos exclusivos y ha rediseñado en los sueños, actrices, cantantes y celebrities sin perder ni el encanto de la elaboración artesanal. Y, por supuesto, la emoción. Mis propias manos eran capaces de producir magia. De llevar a la tela una idea, de mirar a una mujer y ver claramente los colores y formas que podían resaltarla. Eso es lo que yo quería hacer, crear belleza. En el principio fue el vértigo. Marta lo recordaba perfectamente, aunque todos le decían que den posible porque era muy pequeña. Ella se veía a sí misma, alta gigante, sobresaliendo por encima de las cabezas de los adultos, segura casi vencedora a los hombros de su padre. Aún no tenía edad de leer cuentos de princesas, pero con el tiempo sabría que así fue como se sintió, como la reina que enfrentará una batalla desde la calidez y la seguridad de su montura.
Hoy el cielo se cubrió levemente y comenzó a nevar muy muy despacio. Ella fue la primera que lo notó desde su nueva altura. Palmeó encantada sacó la lengua para saborear un copo perdido que se había aprendido en su bufanda y afirmó convencida, nieva. Una sola palabra, pero todos miraron entonces hacia arriba y ella sintió que aquella altura que aquella posición que aquella seguridad le otorga un poder enorme. Como el de aquellos cuentos que aún no había empezado a leer. Luego fue la felicidad. También con el tiempo sabría que otros lo llaman adrenalina. Y entonces ni siquiera habría sabido deletrear ninguna de las dos palabras, pero conocía perfectamente su significado. Felicidad era aquello bajar a velocidad de vértigo, las pendientes blancas y heladas a hombros de su padre era escuchar el roce de los esquíes rasgando el hielo. Era sentir la nieve arrancada en cada giro, volar por encima de su rostro. Mamá había protestado diciendo que era peligroso, que podía dejarla caer, pero papá había conjurado aquellas quejas con una risa y un beso y había emprendido aquel descenso con su niña a hombros y ella se sintió querida, adorada, tan especial que decidió atesorar aquel recuerdo en un rincón de su mente para poder volver a él siempre en los momentos de desánimo pegada al cuerpo de su padre, notaba cada uno de los movimientos como si formara parte de él. Como si los dos estuvieran conquistando aquel paisaje hostil, helado y bellísimo. Cuando el descenso acabó, su padre tenía chispas de diversión en los ojos, como cuando en casa contaba el éxito de una venta o como cuando miraba los ojos de mamá. Tenía también copos de nieve perfectos de las pestañas y los labios tan cortados del frío y del viento que ella pensó que debían de dolerle mucho, pero quizá no fuese tanto porque ello no le impedirá sonreír. ¡Lo hemos conseguido! ¿Lo ves mi niña? Aunque todos nos decían que era una locura, nosotros lo hemos conseguido. Juntos. Y ella sintió una comunión especial, parte de un comando secreto y poderoso. Luego vendrá lo demás, las cosas a las que nadie debería enfrentarse. Mucho menos de niña. la muerte. La soledad. Las deudas. La precariedad Las decisiones complejas. Hubo que despedirse de cosas, pero sobre todo de él y casi de mamá, porque la mamá que habían compartido, también parecía haber desaparecido para siempre. © Violant Muñoz i Genovés © Mediâtica, agencia cultural Por Violant Muñoz y Genovés El escritor y periodista Máximo Huerta se zambulle en una conmovedora novela para enfrentarse a la más dura de sus narraciones, la de su propia vida. Adiós, pequeño es la historia de una familia que intenta ser feliz a pesar de todo. «Mi madre habría sido más feliz si yo no hubiera nacido». Así arranca el desgarrador testimonio de un escritor enfrentado a la más dura de sus narraciones, la de su propia vida. Asaltado por los recuerdos mientras cuida a su madre enferma, el pasado se le presenta con vacíos que no logra llenar. A través de silencios y de un gran talento para la observación el autor desnuda su intimidad y nos obsequia, con belleza y maestría, el retrato de un país y una época desde su propio universo familiar. Lo acompaña como confidente su vieja mascota, una perra leal y encantadora. Descubrir por qué elegimos amar a quién no amamos exige una sinceridad implacable, y eso es lo que no falta en este hermoso relato de despedida. Con un relato intimista y valiente, el autor reconstruye una infancia en la que todos, abuelos, padres e hijos, han callado demasiado. «Mi madre habría sido más feliz si yo no hubiera nacido. Esa es la única verdad de mi vida. Poco importa el desenlace, ni la trama de esta novela.» Así arranca el desgarrador testimonio de un escritor enfrentado a su relato más difícil, el de su propia vida. El protagonista se ve asaltado por los recuerdos mientras cuida a su madre enferma en la casa familiar de Buñol, el pueblo al que regresa y sobre el que reconstruirá su historia personal. Sin embargo, el pasado se le presenta con vacíos que no logra llenar y a los que su madre, más dada a callar que a confesar, no siempre dará respuesta. Y es que transitar por la memoria muchas veces resulta doloroso y nos descubre el fracaso de nuestras ilusiones y las pocas oportunidades que nos restan. «Volver no es fácil. Sin embargo, a veces hay que hacerlo». Los personajes principales Máximo Huertas, el autor. Observador tenaz, el escritor y periodista encara la madurez sumergiéndose en la historia familiar y reflexiona sobre el paso del tiempo y su identidad personal. Ocuparse de su madre es uno de los detonantes, al igual que volver a la casa de Buñol—con todo lo que contiene y simboliza—y pasear por el pueblo junto a su perrita —recorriendo aquellos lugares que perduran en su interior—. Los lectores conocerán al adulto que es, pero también al niño de piel fina y mirada impresionable que disfrutaba comiendo los dulces de la Reme o yendo a su primer campamento. «El niño que soy, crecido y con canas, está feliz de haber viajado, quiere más, pero lo pide de otra manera. ¿Cómo ha sido? No lo sé. ¿Cómo ha pasado el tiempo? ¿Dónde está el sumidero que se lleva los años poquito a poco o a toda velocidad?» «Encaro los cincuenta años con la serenidad que da haber perdido algunas batallas, un padre muerto con el que quedaron todas las conversaciones pendientes y una madre que se despide poco a poco. Debo acostumbrarme a mi deterioro físico, la tripa, los kilos, la miopía, la hernia de hiato,las malas digestiones, la falta de firmeza, el asma y otros etcéteras. Los cincuenta son lo que son, no me preocupan en absoluto. Es todo lo que rodea a esa cifra lo que se desmorona. Se acaba una vida vivida torpemente». Clara, su madre. El autor la retrata con admiración y amor, pero también con la sensación de que ella podría haber vivido una vida más acorde con su verdadero yo. La mujer es fruto de la generación a la que perteneció: una luchadora incansable, sufridora y poco dada a satisfacer sus propios deseos. «Un día, así lo siento; un día que espero que sea tarde, recordaré la imagen que tengo ahora frente a mí. Está mamá sentada en el sillón, tras la siesta, con la manta gris sobre las piernas, las manos viejas entrelazadas, el jersey verde que compramos en el bazar con varias manchas de lejía y una chaquetilla azul que le gusta mucho porque es cálida y cómoda. Lleva el pelo retirado, tras las orejas, los pendientes de aro, erguida hacia la estufa encendida, doña Leo dormida a su derecha y la luz iluminando media cara que tantas veces he besado. No dice nada y lo dice todo. Es un “estoy”. Un “qué bien”. Un “no hace falta más”». Máximo, su padre. Es un hombre estricto y ausente, poco dado a mostrar afecto por su mujer y su hijo y que prefiere estar fuera de casa. El autor destaca el final de la vida de este, también marcado por una enfermedad que le cambió, y todo lo que supuso para él haberle tenido como padre. «La chimenea estuvo cerrada siempre, con una tabla que tabicaba el tiro para no ser utilizada. Supongo que mi padre se arrepintió, como debió de arrepentirse de toda su vida. Pero era terco, con esa tozudez del que no cede porque cree que es menos hombre, como se decía entonces. Y fue de esos que comprendieron, herencias recibidas, que tenerle miedo al padre era igual que respetarlo». «La conversación nunca mantenida, el beso de buenas noches obligado, la rueda pinchada, el ronquido de la siesta, el café frío, la página de pasatiempos, el sudor en las patillas, el humo, tu sillón, la mala hostia, el silencio, tus problemas para pedir perdón, mi atasco para no buscarlo. Papá es el que fue, y yo soy hijo de todo eso». La abuela Irene. La fortaleza de su abuela materna, enérgica, rural y coqueta, aporta luz a la infancia de Máximo. Al igual que su madre, mujeres como ella eran la verdadera columna vertebral de las familias. «”Nosotras nos quedamos aquí.” Mi abuela siempre usó el femenino mucho antes de que vinieran con los lenguajes inclusivos. La Irene hablaba en femenino si había más mujeres, era cosa suya. Yo la corregía, pero a ella le daba igual. Mujer de buen comer, de misa, de rezar el rosario, de su Virgen del Remedio y de su Santa Rita de Casia, de abanicos en la faltriquera, de moño italiano, de collarcito siempre, de colonia a mano, y polvos de Maderas de Oriente, de taconcitos, de dulce y de salado, y de mujer de fuerza y agilidad para mover lo que hiciera falta cuando hiciera falta. Y, sí, de nosotras». «Era poderosa. Y callada. Callar era el verbo más conjugado del mundo. Sus gestos, la mirada perdida en el balcón, fija en las agujas, hermética en la cocina, silenciosa en misa, alegre frente a la pastelería, valiente en el trastero, estoica ante el frío, briosa con la palangana de jabones, alborozada en Navidad con los adornos, dinámica poniendo la mesa, invencible frente al espejo. La Irene no estaba quieta nunca. Hacía». Doña Leo, la perra. Adorable y con carácter, la perra es el contrapunto de la narración más introspectiva. Doña Leo le da un respiro al autor en su labor de plasmar en el papel sus sentimientos y recuerdos. «Tiene Leo las orejitas suaves y la panza roja como los chicles, los pies anaranjados como el final de las montañas a esa hora de la tarde, y su cuerpo, negro, brilla limpio con estrellas de tomillo». «Le gusta mirar desde el balcón las nubes que quedan a su altura en esta casa que vuela sobre el pueblo. Mira tras el cristal o sale fuera y saca la cabeza entre los barrotes. Allí se queda pensando. Tal vez habla con mi padre, que andará fumando entre ese cielo provocando nubes grises de cigarro Farias». Los grandes temas de ‘Adiós, pequeño’ Los silencios. Casi todas las familias acumulan silencios para evitar episodios difíciles de afrontar. La novela hace alusión a los tabús familiares y a aquellos momentos que no se mencionan por miedo a remover el pasado. «Se calla. Como tantas veces, solo afloran los recuerdos que están curados; los otros, esos que escuché a oscuras, van para adentro. Y allí se quedarán. Hay un lugar en el cuerpo donde habitan controlados los fantasmas, los muertos y los dolores que siguen escociendo; un espacio estrecho entre el pecho y el estómago que a veces se hunde porque algo se ha movido. Ay. Mamá se pone muchas veces la mano ahí, y es entonces cuando no pregunto. Silencio». «Este clima de paz en el que decidimos vivir, sin sacar el pasado a la superficie, sin hablar de los años duros, sin mencionar qué pasó en mi nacimiento, sin hablar del amor, sin trasladarnos a la casa de Utiel, sin tocar ni un solo tema que pueda derretir la calma y hacer, el agua dulce, sal marina. Esa es la razón de la frialdad. La contención». La memoria. Los recuerdos gobiernan esta narración. Para el autor, la memoria, no solo está llena de verdad, sino también de mentira. En este viaje literario hay dosis de realidad y de ficción, porque no todo lo que se recuerda sucedió tal cual se representa. Uno de los objetivos del autor es luchar contra el olvido. «El tiempo y sus caprichos. No voy a vivir más que lo que el texto quiera, ni siquiera mamá. Ni mi perra. Nos iremos yendo, poquito a poco. Y si ha de quedar, que sea esto. Un universo de poquitas vidas, de poquita gente, de los sueños dormidos y los conseguidos. Los sabores de la abuela, la maña de papá para las herramientas, la postura de mamá en la Singer, los olores, el tacto de los silencios, los bofetones. Mi silla en el colegio y mi escondite, la música del coche y el “ven, que ya está la comida”. Recuerdos. Los que me dé la gana. Me ha dado por salir al balcón a decir adiós, a ver cómo se aleja de una vez el niño que fuimos, que fuí, calle abajo, hacia los pinos, allí donde jugaba a ser mayor». «Mi único propósito es que esto que tenéis entre las manos no parezca una colección de dolores, sino de recuerdos, porque si no los cuento yo se perderán. Intento escarbar en la memoria y en la de mamá, pero ella hace silencios como si amasara pan. Son sus elipsis. Uno los trozos de la foto como puedo». Las relaciones entre padres e hijos. De pequeño, Máximo se sentía más cercano a su madre que a su padre. Aunque haya episodios de todo tipo, las muestras de afecto no fueron una constante en sus vidas, como tampoco las confidencias. El lector conocerá cómo se construyó el vínculo del autor con los dos. «Solo los dos ha sido un castigo y una bendición a lo largo de nuestras vidas. Porque ese apego me separó de otros mundos que tardaron en llegar, otro tipo de descubrimientos, también cifrados, para los que no tenía lector. Mamá fue mi prisionera y yo su preso. Y serlo nos salvaba de papá. Pero la herencia de esos apegos es hoy, trágicamente, una solitaria de dolor, peligrosa porque se acerca anunciando la muerte. El veneno de los años va entrando poco a poco, destrozando todo lo que encuentra a su paso, como el viento, golpeando la cara, los huesos y las paredes». El amor incondicional. A pesar de la incomunicación o de la infidelidad, la novela también destaca el amor de Máximo por los suyos y el de su madre por él. Porque ese amor, aunque no se manifieste física o verbalmente, existe por encima de todo. «Ese amor incondicional solo lo ofrecemos los perros y yo. Ese amor que he ofrecido a mi madre, que envejece de golpe, también ha sido incondicional. He entregado mis años de infancia , de adolescencia, y tras una pausa en la que disfruté del alcohol y los amores en Madrid, también mi madurez. Me he convertido en su cuidador y sufro sus miedos como míos. Sus rabias. Sus enfados. Su terror a morir que, a veces, verbaliza. Quiero vivir, grita en un desespero que hace eco en mi espacio vacío. Yermo también». «Aunque todos echamos de menos los abrazos estoy convencido que en la ausencia de ellos, ha habido más amor. AMOR, sí. Porque muchas veces la espera de un abrazo es infinitamente más bonita que el gesto. “Te quiero, mamá.” “Y yo a ti.” Silencio. Es un silencio». La evocación del pasado. La nostalgia y el dolor se mezclan en este relato vivido y ficcionado por Máximo Huerta. Hay un poco de sufrimiento e infidelidad cuando cuenta y evoca acontecimientos pasados. Esta desazón la experimentan el autor y su madre cuando rememoran sus vidas. «Que complicado es rememorar el pasado. Y que innecesario. Pero aquí estamos, como desde la primera página. Madre e hijo, sentados en el mismo lugar, entre silencios y palabras deslavazadas. Esperando habitar ese lugar que ya no existe. Perseguir el pasado es algo terrible, doloroso. Y, aun así, lo hago para amortajar un tiempo que aparece a fogonazos y, otras veces, en restos de metralla que uno se guarda en el bolsillo para un porsiacaso absurdo». El paso del tiempo. La fugacidad de la vida y cómo el paso del tiempo — con sus circunstancias—hace mella en las ilusiones tan propias de la infancia y la juventud son temas de la novela. «El tiempo fluye como agua bajo nuestros pies, como si la vida fuera cruzar un largo puente. Pasa y no sabemos cuánta queda. Aquel río caudaloso era límpio, bajaba alegre y saltaba las rocas, los peces se veían bajo el agua transparente, y los niños jugaban en la orilla. Las riberas llenas de verde, enredadas de vida y flores. Qué alegría mojarse los pies, caerse, resbalarse en el verdín de las piedras. Hoy baja más turbio, parándose en los meandros con tristeza, sin la fuerza de entonces, esperando que alguien abra un zanja para que todo siga su curso. El puente cierra su arco, se acaba. El tiempo no deja de ensuciar el agua». La muerte. Se trata de forma literal y figurada: el dolor por la pérdida, su visión de la muerte siendo un niño, los miedos asociados, la reflexión sobre esta etapa final y la muerte de aquellos sueños incumplidos. «Lloro hasta encogerme en un ovillo que el viento agita con demasiada fuerza. El miedo me saca de ese risco, digo adiós y sorprendentemente, de vuelta a casa, noto una paz que nunca tuve. El peso de padre». La infancia como bálsamo. La infancia del autor no fue un paraíso. Sabe que no fue un niño alegre, como tampoco lo fueron sus padres. Pero, a pesar de algunos episodios dramáticos y sus heridas correspondientes, él vuelve a la niñez tratando de atesorar recuerdos hermosos e inocentes. «Excavo en la prisión en busca de momentos felices y presiento que la mitad me lo he inventado, y el resto son alargamientos simulados del segundo en el que un niño sonríe en la foto. Ese artificio ha construido muchas infancias, también la mía. Obligados a relatarlas como si fueran felices. Engañosa es la memoria, pero lo es más la mentira. Aparentes, inventados, irreales, ilusorios. Tal vez no anduviera equivocada Ana María Matute cuando dijo que la infancia es el periodo más largo de vida. Entre la realidad y la ficción, nunca se acaba. Bienaventurados los niños felices.» El legado familiar. A pesar de los silencios, hay muchas otras formas de hacer que se transmiten entre generaciones. De ahí que haya expresiones o ideas que forman parte de la memoria familiar. «He olvidado muchas frases profundas, deslumbrantes, ingeniosas y agudas de la abuela, los refranillos —”El que quiera saber, mentiras con él” o “Mucho vestido blanco y mucha farola, pero luego el puchero con agua sola”—, pero aquella de mi madre ha quedado intacta en la memoria, y supongo que me acompañará hasta el fin de mis días. “Hazte la vida fácil.” Hazte la vida fácil. Quién sabe si no he de morir con ella entre los labios o en algún papel en el bolsillo de la chaqueta como esos días y ese sol de la infancia de Machado». La historia de una pareja.Esta novela también es la historia de una pareja que se conoció en la posguerra. De cómo comenzaron, de cómo era su entorno familiar y cómo la relación fue deteriorándose. La propia identidad del autor no puede entenderse sin abordar los orígenes de sus padres. «Así avanza la vida, llenándose de preguntas y con un solo apunte: La ilusión del comienzo de un baile en Requena. El chico alto, fuerte y atractivo.La chica elegante, guapa y educada que no ha tenido relación hasta entonces. Suena una canción. El valiente va a por ella, presa de los comentarios». El oficio de escritor. El autor hace algunas reflexiones sobre la escritura y si oficio, además de demostrar lo complicado que es escribir sobre uno mismo con el corazón en la mano. «Esto que tenéis entre las manos es voluntario, a veces siento pudor por escribir y vergüenza por desnudar con osadía los minutos de esta vida común con mi madre; hablo y hablo, porque escribir es hablar solo. Pero los escritores no elegimos las novelas, los textos nos escogen para ser relatados. Escribir sobre la decadencia de una madre, de la convivencia con el dolor y la pérdida, es parte de la historia de la literatura. Más allá de la necesidad de escribir, la verdad es que intento acercarme a ella y deshacer este nudo en la garganta. Por eso, cuando por la calle me preguntan “¿Cómo está tu madre?”, sonrío y digo: “Bueno, con sus cosas”». © Violant Muñoz i Genovés
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