Por Violante Muñoz i Genovés
Cuando la muerte reserva mesa, reza para que no sea a tu nombre. La mise en place está lista. Los primeros crímenes están servidos. Sensorial, salvaje y muy visceral. Muerte en tres texturas combina la tensión del mejor thriller con el ritmo frenético de la cocina profesional. Tras dos años sin verse, Philippe y su mano derecha en la cocina, el japonés Tsutsomu Matsu, reciben la visita del cuñado del primero, el Capitán de Scotland Yard Hadrien Gibbs, acompañado de la Sargento Harrington. Durante las últimas semanas han aparecido cadáveres con una peculiaridad muy gastronómica: las víctimas, sentadas a la mesa, tienen el abdomen abierto y sin vísceras, dejando al descubierto un agujero en cuyo interior se encuentra el bolo alimenticio perfectamente presentado y emplatado. La policía, desorientada y sin ninguna pista esperanzadora, decide acudir a los dos cocineros con el objetivo de que su visión gastronómica pueda iluminar algún detalle que les haya pasado inadvertido. Philippe ignora que, por su desinteresada colaboración, puede estar a punto de pagar un precio mucho más alto que una simple estrella… “...Una cosa es cocinar, y la otra, emplatar. Si nuestro hombre cocina igual que emplata, estamos ante una espeluznante criatura capaz de lo peor y lo mejor. Un monstruo entre monstruos…” Los cadáveres siempre aparecen ante una mesa preparada de forma exquisita, lista para un banquete. Los ingredientes, las elaboraciones y el emplatado no dejan lugar a duda: el asesino se maneja con soltura en el terreno de la alta cocina y es especialmente hábil con los cuchillos. Por eso Philippe y Tsu son los indicados para seguirle la pista y enseguida se incorporan a la investigación. “Muerte en tres texturas” es una novela única gracias a la fusión de dos mundos aparentemente dispares: la investigación de un asesino en serie y la gastronomía. Mientras el lector se mantiene en vilo a la espera del siguiente movimiento de @bloodyMary, se verá inmerso en un mundo de sabores exquisitos y platos exóticos que enriquecen el universo narrativo de la historia. Desde especias aromáticas importadas del otro lado del mundo hasta afilados cuchillos de hierro forjado, cada elemento propio de cocina de autor se convierte en una pista para dar con la identidad del asesino. Desde el punto de vista narrativo estamos ante una novela que reúne todos los elementos necesarios para cautivar a los lectores ávidos de thrillers originales. En esta novela convergen un asesino sádico e inteligente, numerosos giros argumentales y una trama llena de misterio, en la que brillan unos personajes fascinantes. Todo ello está hilvanado a través de una prosa limpia y directa que engancha desde la primera página y no te suelta hasta el final. El mundo de la alta cocina, retratado con la precisión y el rigor de un autor que ha pasado varios años tras los fogones, es un marco enormemente visual y cinematográfico para el desarrollo de la trama. (c) Violant Muñoz (c) Mediâtica: agencia cultural
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Por Violant Muñoz i Genovés
Tras el éxito de Lo que hay, revelación del año 2022 según los libreros independientes, Sara Torres regresa con una novela sobre la distancia, la fantasía sexual y el deseo. Una joven fotógrafa se pone en contacto con una escritora veinte años mayor para retratarla mientras trabaja en su próxima novela. Ha llegado a ella mo- vida por una fotografía en la portada de su libro anterior: el retrato de la mujer en la última luz del día. Tras intercambiar varios correos, la escritora la invita a pasar unos días en su casa, una pequeña masía en un pueblo de la costa catalana. Es el final del verano y allí, le dice su anfitriona, seguramente podrá tomar las fotografías que necesita para su proyecto, un conjunto de retratos de autoras y artistas inmersas en el proceso creativo. A bordo del tren que las conduce hacia Altafulla, la cercanía que transmitían los correos de la escritora se convierte de pronto en silencio, una distancia entre los cuerpos que a la fotógrafa se le antoja fría e insalvable. Nada es como esperaba, y una vez llegadas, su anfitriona, cortés y reservada, no se deja retratar. Comparten techo, algún paseo o momento de cotidianidad, pero la convivencia resulta extraña en ese entorno de belleza donde cada detalle parece dispuesto para el placer y, sin embargo, la intimidad está vedada. Ante el rechazo, la fotógrafa toma instantáneas en su mente y esas imágenes alimentan sus fantasías y un deseo que crece, trastoca la existencia, y no saciado, se vuelve tensión, ansiedad y miedo al fracaso, a no ser elegida. Una perturbadora sensación de inseguridad se termina de adueñar de ella con la aparición de Greta, una amiga de la escritora. La naturaleza de la relación entre las dos mujeres es ambigua y entre ellas se intuye una conexión íntima que desata los celos de la fotógrafa cuando, durante una escapada de a tres organizada por su anfitriona, se ve arrojada a un desconcertante triángulo en permanente reconfiguración. Cuando regresan a la masía, la escritora anuncia que se marcha unos días fuera por trabajo, dejando a sus dos huéspedes a cargo de la casa y su perra. En 2022, la poeta Sara Torres se consagraba como una de las revelaciones de la literatura española con Lo que hay, una primera novela celebrada por todo lo alto por la crítica y los libreros. Cuatro poemarios precedían a un debut narrativo que navegaba el duelo y el amor, retomando desde una perspectiva de memoria personal los hilos que Torres había comenzado a desplegar en sus versos. Hilos que ahora nos conducen a La seducción, su segunda novela, y que hablan de las porosas fronteras de una obra que, de la poesía a la narrativa, pasando por la teoría y el pensamiento crítico, conforma un conjunto orgánico, de híbrida y firme consistencia, que se vertebra a partir del cuerpo, el deseo, la pérdida, la genealogía lesbiana y una mirada poética que ancla en el fragmento, en una imagen, en la intensidad de un instante que se sabe efímero. El encuentro entre dos mujeres, con veinte años de diferencia y un bagaje de vivencias que se vuelve una barrera para acceder a la otra, es el motor de una novela que se sumerge en el tiempo de la seducción, o como dice el personaje de la escritora, «un camino, que no todo el mundo recorre, desde la diferencia radical hacia una familiaridad deseada». Con una escritura que en pocas palabras, el trazo justo y preciso de poeta, consigue narrar los claroscuros de la experiencia amorosa, Sara Torres pone la atención en el proceso, en ese camino hecho de titubeos, asimetrías y una incertidumbre que puede abrirse como una caja de Pandora de la que salen la ansiedad, el miedo y los celos, pero también, como un espacio de fantasía e imaginación, es decir, de libertad creativa que se alimenta de palabras e imágenes. Una fotografía en la portada de un libro es el estímulo necesario para que la protagonista sienta cómo el deseo nace en ella, y esa fuerza que trastoca, que la desborda, es la que captura una novela que, en su cadencia y construcción, sostiene la tensión y ambigüedad de un impulso que no se sabe correspondido. Entre las instantáneas que registra mentalmente, y sus anhelos, inseguridades y fantasías sexuales, la narradora compone un relato que es pura subjetividad y en el que, a medida que la novela avanza, se entrevera la voz de la escritora: un contrapunto que va dejando al descubierto los límites que las distancian y, al mismo tiempo, la intimidad que van construyendo aunque cada una llegue a esta historia no solo desde momentos vitales diferentes, sino también desde modos dispares de entender la seducción. Si la fotógrafa encarna la juventud e impaciencia, la escritora, en cambio, representa una madurez que busca la lentitud y el enigma, y en el contraste entre estos dos personajes La seducción desliza una pregunta acerca de las derivas del deseo en una sociedad de ciclos cada vez más acelerados. Sara Torres transita, a su vez, la complejidad de unos afectos atravesados por la vulnerabilidad, el fracaso, la pérdida, y la sombra de relaciones madre-hija donde la figura materna es un espejo inevitable que devuelve, sin embargo, un reflejo que lastima. Pero a esta oscuridad emocional le corresponde un reverso luminoso que, en la escritura de Torres, cobra la forma del goce sensorial, el placer sexual, la constante búsqueda de belleza y dulzura, los cuidados, las redes afectivas entre amigas y el simple gesto de sostener una mano para recorrer el daño. En palabras de la propia autora: «...Me importa más la vida que la literatura, aunque mi forma de vivir esté muy atravesada por el lenguaje, por las historias y por el deseo de composición de historias bellas a partir de la vida. Cuando estoy viviendo, creo que, de algún modo, inevitablemente, estoy escribiendo libros. Para las que tenemos esa tendencia es muy difícil evitarla. Para mí, vida y literatura no dejan de ser dos actos de composición, pero creo que hay más “verdad” en la reflexión sobre la vida que en un ejercicio literario que se pueda mover más por deseos estéticos. Y es más fácil ser una impostora cuando intentas escribir solo desde lo literario. Con “impostora” me refiero a una impostura, a imitar una postura, a hacer un ejercicio de representación con una voluntad ajena a la vida misma. Y creo que mis ejercicios de representación no tienen una voluntad al margen de la vida. Mi voluntad es aprender a sobrevivir lo más alegremente posible, y utilizo la escritura para ello. Y si puedo conectar con otras, la escritura también es un acto de amor que busca a alguien para que nos acompañe...» (c) Violant Muñoz (c) Mediâtica: agencia cultural Por Violant Muñoz i Genovés
"...Egilona quiso que Abd al-Aziz se pusiera la corona, algo prohibido en el islam, pero ella entendía que la corona hace al rey..." Egilona (¿Bética?, finales del siglo VII-Damasco, ¿718?), reina de Hispania e, igualmente, de al-Ándalus; mujer de Rodrigo y, no mucho después, esposa del valí Abd al-Aziz ibn Musa. Un personaje del que cristianos y árabes escribieron como si se tratase de «un ser semilegendario», apunta José Soto Chica, el historiador que, ante la ausencia de información de su protagonista, decidió emprender una investigación que ha terminado plasmada en una novela,Egilona, reina de Hispania (Espasa). Denuncia que «...lo poquito que hay en el Diccionario Biográfico de la Real Academia de Historia no tiene sentido: le atribuyen un nacimiento y estirpe que no se corresponden. Es un parrafito disparatado...». Dado que como historiador, puede hablar muy poco, ha recurrido a la novela para rescatar a una reina olvidada. No es un libro de buenos y malos, sino de personas. Refleja cómo son los años en los que un mundo se derrumbaba y surgía otro. Egilona fue una mujer muy realista, capaz de darse cuenta de que no había marcha atrás sino que llegaba un nuevo mundo, y procuró que los vencidos tuvieran la mejor vida posible en ese nuevo mundo; hizo con soltura aquel tránsito difícil y renunció a muchas cosas pero no a sí misma, al ser esposa del último rey godo, Rodrigo, y de Abd al-Aziz, valí de Al-Andalus, un rey de hecho, que acabó con la vida de su primer esposo. “...Egilona, la reina goda, actuó políticamente y según los historiadores intentó que su segundo esposo se alzara contra el Califa de Damasco; fue una mujer que hizo de bisagra, de puente, entre una cultura y otra en un momento en que llegaba una nueva cultura y una nueva religión; además en la guerra no hay buenos y malos, todo es mucho más complejo”. A pesar del desconocimiento parcial –«apenas unos apuntes»–,en lo que coinciden las crónicas de uno y otro lado es en mostrar a Egilona como una «traidora». En Asturias queda señalada como chivo expiatorio, como una desleal por casarse con el enemigo de su esposo, uno de los que lo mató en la batalla del río Almodóvar o la batalla de los Montes Transductinos; y enfrente, las fuentes árabes no la ponen mucho mejor: «Incitó a su nuevo esposo a rebelarse contra el califato omeya de Damasco para conseguir que Hispania fuera independiente. Para ellos es una mala mujer que engatusa a su marido y lo lleva por la senda de la perdición», sostiene el propio autor. La pista inicial de Egilona la encontró Soto Chica en la Crónica mozárabe (754) «...mientras me documentaba para un ensayo,Los visigodos. Hijos de un dios furioso [Desperta Ferro, 2020]…» Quedó «fascinado», asegura, con que, cinco años después de la muerte de Rodrigo, todavía apareciera recogida como «reina de Hispania» en una cita de 716. ¿Por qué la llaman así si tanto el rey como el reino habían desaparecido? Fue la pregunta que se vio obligado a responder:«No dejó de ser reina, siguió ejerciendo en al-Ándalus. Fue un actor político activo, como se ve en esa conjura para desligar Hispania del califato». Las pinceladas que aparecen en la Crónica de 754 es «...la única obra contemporánea de los hechos que se centra en ellos...» y por ello el historiador se sorprende que haya sido «desatendida, cuando no ignorada», por sus colegas de profesión y compatriotas. Por el contrario, «siempre dejó perplejos a británicos, franceses y alemanes». Durante dos siglos la historiografía española se empeñó en reconstruir lo que pasó a partir de las fuentes árabes que, en el mejor de los casos, fueron escritas 150, 300 y hasta 900 años después de que acontecieran los hechos que narran. Además, las fuentes árabes suelen ofrecer dos, tres y hasta más versiones de un mismo acontecimiento y, a menudo, esas distintas versiones son contradictorias entre sí. Con esto claro, Soto Chica advierte de que «...en esta novela, todos los grandes hechos que se narran son ciertos...» y que lo que él denomina «arquitectura histórica» se ciñe «con rigor a lo que realmente sabemos conforme al único método que se somete a los parámetros usuales de la ciencia historiográfica: el que da prioridad a los datos que nos aporta el testimonio superviviente contemporáneo de los hechos y desecha todos aquellos que, aportados por las tardías fuentes árabes, los contradigan». En esa frontera entre dos mundos y dos religiones, dice. «...Nos imaginamos la conquista como una sustitución sin más, pero los conquistadores eran muy pocos y necesitaron de los conquistados [15.000 frente a cinco millones]...». Pelayo –por cierto, sobrino de Egilona– fue la excepción, remarca de «la otra cara de la moneda de la conquista». La norma fueron Egilona o Teodomiro, quien pactó con el nuevo marido de ésta. Después de la conquista fue el turno del mestizaje y la integración. Últimamente hay una tendencia a que las cosas deben ser blancas o negras, y no. La conquista fue violenta, claro, la árabe y la española, pero luego hubo que cogobernar, llegar a compromisos, pactar con las élites locales… Otro caso diferente es el de Pelayo, que es de esas personas que tienen la rebeldía por encima de todo. Lo suyo hubiera sido integrarse y mantener privilegios con el nuevo régimen, pero lo dejó todo, se fue a la montaña y se pasó la vida luchando en una situación muy difícil. Es otra figura que me interesa porque renuncia a todo por defender su mundo». Sobre la rápida disolución del reino godo ante el empuje del invasor, Soto Chica ha asegurado que Hispania acababa de sufrir un largo periodo de sequía y de frío, lo que en un reino agrario supuso hambrunas y la llegaba de la peste bubónica, todo lo cual se suma al acceso ilegítimo al poder de Rodrigo, con la consiguiente crisis dinástica, y a que el ejército invasor era muy poderoso. (c) Violant Muñoz (c) Mediâtica, agencia cultural Por Violant Muñoz i Genovés
Pablo Rivero se consolida como autor del nuevo thriller con su sexta novela. Un misterio que juega con el lector y profundiza en temas como la vejez, la soledad y la exclusión social en una sociedad «canibalizada». A una madre no se le puede ocultar nada. Ni el secreto más oscuro queda a salvo de su mirada. Una mujer mayor cae desde el décimo piso de un bloque de viviendas. Y aunque podría tratarse de unsuicidio, la teniente de la Guardia Civil Candela Rodríguez sospecha que fue un asesinato. La mujer en cuestión se llamaba María Fernández, de ochenta y cinco años. Cerca de ese bloque, otra mujer de ochenta y tres años, Mari Ángeles Castro, ha sido víctima de un atraco con agresión mortal en el portal de su vivienda. A sus casi ochenta años, Felicidad es una mujer independiente y resolutiva que gestiona los alquileres del bloque de pisos de la primera fallecida, una muy querida y cercana amiga suya. A pesar de seguir siendo la fuerte matriarca de una familia, últimamente le fallan las fuerzas y tiene miedo: el barrio se está poniendo imposible. Y así se lo ha hecho saber a sus hijos. Lo malo es que ellos la tratan con una condescendencia infantil que la incómoda la humilla. Las investigaciones de la teniente Rodríguez y su subordinada Sandra Martínez en torno a estas muertes se complican cuando aparece una truculenta grabación que muestra el cuerpo de una mujer muy mayor sobre un gran charco de sangre con planos detalle que se recrean en algunas de las terribles heridas. Un vídeo que pone en el foco en el entorno familiar de Felicidad y en el de una comunidad de vecinos donde muchos entran, pero no todos salen. Sin perder de vista aquello que le caracteriza y le hace único, Pablo Rivero regresa con una novela inquietante que juega con el lector. En la novela habla y trata temas del día a día, que a todos nos pasan y con los que nos sentimos identificados; problemas con nuestra familia, nuestra comunidad de vecinos, situaciones cotidianas que son las que derivan muchas veces en los mayores problemas que nos podamos imaginar. Fiel a su estilo, el autor en su sexta novela sigue poniendo el foco en algunos temas de necesaria reflexión y urgente solución, envueltos en una asfixiante atmósfera y manejando a la perfección el suspense psicológico y una ambientación real de creciente tensión y crudeza. Uno de los temas sociales tratados en la novela es la vulnerabilidad de la Tercera Edad. Desvalorización, infantilización, olvido, maltrato... Son solo algunas de las flaquezas de una sociedad que aparta y margina a sus mayores. El cambio generacional tiende a reemplazar al que en otras épocas se veneró por su sabiduría. Quienes fueron espejo han sido sustituidos por otras formas de conocimiento «exprés». La tecnología hace que en muchos casos parezca que todo lo aprendido a lo largo de una vida ya no vale y el anciano se siente incapaz de incorporarse al progreso. Él se aparta y a la vez es apartado. La pérdida de ciertas capacidades valoradas en la sociedad, como la velocidad o la agilidad mental, hacen que en ocasiones se infantilice a los mayores, uno de los peores tipos de maltrato psicológico, que repercute seriamente en su autoestima y su concepto de sí mismo. La ridiculización de algunos de sus comportamientos y la exposición de estos en redes sociales es otra variante de esta forma de maltrato. También trata la soledad. La exclusión del anciano lleva a la soledad. La pérdida paulatina de refuerzos culturales y sociales (la jubilación y la caída de poder adquisitivo son parte desencadenante de esa pérdida) aísla al anciano, quien en parte se siente culpable por creerse una carga y sentirse inútil. Esta falta de contacto con otras personas puede ser la causa de otras afecciones como la depresión, el deterioro cognitivo o la aparición de otras patologías. La exclusión social es retratada y criticada en esta historia. Pensiones o sueldos bajos; imposibilidad de acceso al mercado laboral, a la legalidad, a la educación, a las tecnologías de la información; desprotección social; fallidas políticas de inmigración... Son algunos de los factores que llevan a una parte de la población a quedar relegada a los márgenes, que imposibilitan una participación social plena y las hacen vulnerables. Es en esos 'caladeros’ donde echan sus redes los especuladores, las mafias, los timadores, los 'buitres' que intentan sacar rédito de la desgracia, la marginación y la pobreza. La desigualdad en el acceso a Internet y a las Tecnologías de la Información y la Comunicación (TIC) es otro de los factores de exclusión social a todos los niveles. La falta de acceso por cuestiones económicas, el déficit de competencias digitales y/o un escaso nivel de conocimientos para sacar el mayor provecho a las redes son tres tipos de brechas a los que se enfrentan gran parte de los colectivos marginados. Las madres educan a sus hijos. Las mujeres son las principales cuidadoras de la familia. Ellas deben de ser fuertes, capaces, no desfallecer, llegar a todo… El complejo de superwoman que tanta depresión y ansiedad acabó por generar, fruto de una educación machista. Calladas, sumisas, discretas... Las perfectas esposas que perdían su valor al volar sus hijos del nido, las que escuchaban a los hombres decir que su belleza se marchitaba, las que enviudaban y tomaban las riendas convirtiéndose en matriarcas que siguen velando por sus familias por una autoexigencia aprendida. Las incomprendidas. Ellas, a las que hay que dejar que lo hagan todo porque si no se sienten inútiles —eso es lo que dice la educación patriarcal—. Ellas, a las que todos deberíamos hacer un homenaje que reconozca su sufrimiento y su valía. Cuando la mujer se incorporó al ámbito laboral, las cosas no cambiaron tanto. El patriarcado seguía siendo el modelo educativo, ellos tenían el poder. Ellas eran las invasoras de un mundo que hasta ahora había sido solo suyo. La matriarca es un thriller inquietante y descarnado que pone de manifiesto la vulnerabilidad de la tercera edad y que invita al debate sobre temas como la exclusión social, la brecha digital o la exposición de nuestros mayores en las redes sociales. La obra es también un homenaje a todas esas mujeres que son el pilar fundamental de sus familias. (c) Violant Muñoz (c) Mediâtica: agencia cultural |
Violant Muñoz i Genovés
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July 2024
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