Por Violant Muñoz i Genovés
Tras el éxito de Lo que hay, revelación del año 2022 según los libreros independientes, Sara Torres regresa con una novela sobre la distancia, la fantasía sexual y el deseo. Una joven fotógrafa se pone en contacto con una escritora veinte años mayor para retratarla mientras trabaja en su próxima novela. Ha llegado a ella mo- vida por una fotografía en la portada de su libro anterior: el retrato de la mujer en la última luz del día. Tras intercambiar varios correos, la escritora la invita a pasar unos días en su casa, una pequeña masía en un pueblo de la costa catalana. Es el final del verano y allí, le dice su anfitriona, seguramente podrá tomar las fotografías que necesita para su proyecto, un conjunto de retratos de autoras y artistas inmersas en el proceso creativo. A bordo del tren que las conduce hacia Altafulla, la cercanía que transmitían los correos de la escritora se convierte de pronto en silencio, una distancia entre los cuerpos que a la fotógrafa se le antoja fría e insalvable. Nada es como esperaba, y una vez llegadas, su anfitriona, cortés y reservada, no se deja retratar. Comparten techo, algún paseo o momento de cotidianidad, pero la convivencia resulta extraña en ese entorno de belleza donde cada detalle parece dispuesto para el placer y, sin embargo, la intimidad está vedada. Ante el rechazo, la fotógrafa toma instantáneas en su mente y esas imágenes alimentan sus fantasías y un deseo que crece, trastoca la existencia, y no saciado, se vuelve tensión, ansiedad y miedo al fracaso, a no ser elegida. Una perturbadora sensación de inseguridad se termina de adueñar de ella con la aparición de Greta, una amiga de la escritora. La naturaleza de la relación entre las dos mujeres es ambigua y entre ellas se intuye una conexión íntima que desata los celos de la fotógrafa cuando, durante una escapada de a tres organizada por su anfitriona, se ve arrojada a un desconcertante triángulo en permanente reconfiguración. Cuando regresan a la masía, la escritora anuncia que se marcha unos días fuera por trabajo, dejando a sus dos huéspedes a cargo de la casa y su perra. En 2022, la poeta Sara Torres se consagraba como una de las revelaciones de la literatura española con Lo que hay, una primera novela celebrada por todo lo alto por la crítica y los libreros. Cuatro poemarios precedían a un debut narrativo que navegaba el duelo y el amor, retomando desde una perspectiva de memoria personal los hilos que Torres había comenzado a desplegar en sus versos. Hilos que ahora nos conducen a La seducción, su segunda novela, y que hablan de las porosas fronteras de una obra que, de la poesía a la narrativa, pasando por la teoría y el pensamiento crítico, conforma un conjunto orgánico, de híbrida y firme consistencia, que se vertebra a partir del cuerpo, el deseo, la pérdida, la genealogía lesbiana y una mirada poética que ancla en el fragmento, en una imagen, en la intensidad de un instante que se sabe efímero. El encuentro entre dos mujeres, con veinte años de diferencia y un bagaje de vivencias que se vuelve una barrera para acceder a la otra, es el motor de una novela que se sumerge en el tiempo de la seducción, o como dice el personaje de la escritora, «un camino, que no todo el mundo recorre, desde la diferencia radical hacia una familiaridad deseada». Con una escritura que en pocas palabras, el trazo justo y preciso de poeta, consigue narrar los claroscuros de la experiencia amorosa, Sara Torres pone la atención en el proceso, en ese camino hecho de titubeos, asimetrías y una incertidumbre que puede abrirse como una caja de Pandora de la que salen la ansiedad, el miedo y los celos, pero también, como un espacio de fantasía e imaginación, es decir, de libertad creativa que se alimenta de palabras e imágenes. Una fotografía en la portada de un libro es el estímulo necesario para que la protagonista sienta cómo el deseo nace en ella, y esa fuerza que trastoca, que la desborda, es la que captura una novela que, en su cadencia y construcción, sostiene la tensión y ambigüedad de un impulso que no se sabe correspondido. Entre las instantáneas que registra mentalmente, y sus anhelos, inseguridades y fantasías sexuales, la narradora compone un relato que es pura subjetividad y en el que, a medida que la novela avanza, se entrevera la voz de la escritora: un contrapunto que va dejando al descubierto los límites que las distancian y, al mismo tiempo, la intimidad que van construyendo aunque cada una llegue a esta historia no solo desde momentos vitales diferentes, sino también desde modos dispares de entender la seducción. Si la fotógrafa encarna la juventud e impaciencia, la escritora, en cambio, representa una madurez que busca la lentitud y el enigma, y en el contraste entre estos dos personajes La seducción desliza una pregunta acerca de las derivas del deseo en una sociedad de ciclos cada vez más acelerados. Sara Torres transita, a su vez, la complejidad de unos afectos atravesados por la vulnerabilidad, el fracaso, la pérdida, y la sombra de relaciones madre-hija donde la figura materna es un espejo inevitable que devuelve, sin embargo, un reflejo que lastima. Pero a esta oscuridad emocional le corresponde un reverso luminoso que, en la escritura de Torres, cobra la forma del goce sensorial, el placer sexual, la constante búsqueda de belleza y dulzura, los cuidados, las redes afectivas entre amigas y el simple gesto de sostener una mano para recorrer el daño. En palabras de la propia autora: «...Me importa más la vida que la literatura, aunque mi forma de vivir esté muy atravesada por el lenguaje, por las historias y por el deseo de composición de historias bellas a partir de la vida. Cuando estoy viviendo, creo que, de algún modo, inevitablemente, estoy escribiendo libros. Para las que tenemos esa tendencia es muy difícil evitarla. Para mí, vida y literatura no dejan de ser dos actos de composición, pero creo que hay más “verdad” en la reflexión sobre la vida que en un ejercicio literario que se pueda mover más por deseos estéticos. Y es más fácil ser una impostora cuando intentas escribir solo desde lo literario. Con “impostora” me refiero a una impostura, a imitar una postura, a hacer un ejercicio de representación con una voluntad ajena a la vida misma. Y creo que mis ejercicios de representación no tienen una voluntad al margen de la vida. Mi voluntad es aprender a sobrevivir lo más alegremente posible, y utilizo la escritura para ello. Y si puedo conectar con otras, la escritura también es un acto de amor que busca a alguien para que nos acompañe...» (c) Violant Muñoz (c) Mediâtica: agencia cultural
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