Por Violant Muñoz i Genovés
“El mundo se derrumba y nosotros nos enamoramos” La frase de Ingrid Bergman en Casablanca expresa gráficamente las dificultades del amor en un contexto de guerra. Pero esas dificultades son aún mayores cuando los amantes pertenecen a bandos enfrentados, como les ocurre a los protagonistas de esta novela: una joven española que colabora con la Resistencia francesa y un también joven soldado alemán. “El cielo sobre Canfranc” es, desde luego, una hermosa historia de amor en tiempos de guerra. Pero es muchas más cosas: una historia de solidaridad humana, un capítulo negro del primer franquismo, una indagación en los aspectos más oscuros del ser humano (la corrupción, el afán de dominio, la pederastia), un relato sobre la superación de las adversidades. Este cúmulo de asuntos está marcado en unas coordenadas espaciotemporales de singular atractivo. El marco geográfico es la estación de Canfranc, un enclave en la frontera del Pirineo del Alto Aragón, en la región oscense de La Jacetania, que, en tiempos de guerra, adquirió una importancia esencial. Canfranc era la gran esperanza para muchos perseguidos por el régimen nazi, judíos sobre todo, pero no solo ellos; era la última etapa de su odisea y la primera de la libertad que ansiaban. Significaba la entrada en un país amigo de Alemania, pero oficialmente neutral al principio y no beligerante después, a través de una ruta relativamente tranquila para llegar a Lisboa y, desde allí, a América. En palabras de la propia autora “...Canfranc significó libertad y esperanza por encima de todo...”. En cuanto al momento histórico, son las vísperas del final de la Segunda Guerra Mundial. Estamos en abril de 1944, cuando la guerra se ha inclinado ya claramente del lado de los Aliados y faltan unos días para el decisivo desembarco de Normandía, que significará el principio del fin de la guerra y del régimen de Hitler. La proximidad de ese final no hace sino intensificar la crueldad de ésta, mientras se suceden los bombardeos aliados sobre ciudades alemanas y el retroceso del ejército alemán adquiere por momentos aires de desbandada. Si la estación de Canfranc era ya de por sí un entorno suficientemente atractivo (“...tiene una belleza extraña, como si fuera el último palacio en pie de un imperio que ya no existe...” se describe en la novela) la coyuntura que se vivió en esos años la convirtió en un lugar especial: era fronteriza y el régimen español simpatizaba con Alemania. Ambas cosas hicieron que la frontera fuera porosa y que hubiera fuerzas alemanas en territorio español. En aquella enorme estación internacional de doble nacionalidad, cuyo edificio central media 241m de largo coincidieron policías españoles, guardias civiles, gendarmes franceses y soldados alemanes, además de personas que huían de la persecución nazi mucho más discretos, y miembros de la Resistencia francesa igual de invisibles. Por allí circuló el wolframio que España vendía a Alemania y el oro con el que se pagaba. Un detalle contribuía a que el ajetreo de personas y mercancías fuera mayor. Como el ancho de las vías españolas y francesas era distinto, era forzoso cambiar de tren, lo que obligaba a los viajeros a apearse, cruzar andando al otro lado y esperar unas ocho horas mientras las mercancías eran igualmente trasladadas. Nos encontramos pues en uno de los puntos más importantes de las redes de evacuación de la Resistencia que cruzaba los Pirineos. No es exagerado calificar de héroes a los hombres y mujeres que participaban en estas actividades. Fueron héroes forzados por las circunstancias, pero eran seres humanos normales, con sus proyectos, sus familias y sus vidas tranquilas hasta que las truncó la guerra. “El cielo sobre Canfranc” cuenta la historia de una de aquellas heroínas: Valentina Báguena. Esta joven, mientras sueña con estudiar Magisterio, vive con sus padres y colabora con la Resistencia francesa como correo y apoyando a los evadidos, movida por un impulso de solidaridad humana más que por ideas políticas. La ayuda a los que huyen del nazismo es difícil, arriesgada y dramática. La novela describe vívidamente la angustia de la espera, con personas vulnerables, desde ancianos a bebés de pocos días, instalados clandestinamente en una habitación (la habitación bisiesta) del Hotel Internacional, en la segunda planta del monumental edificio ferroviario en el que trabaja Valentina. Un día, en una de sus misiones, tropieza con Franz un paracaidista alemán que acaba de descender al bosque por el que ella se mueve. El solo ve en ella a una joven atractiva a la que intentará acercarse desde ese momento. Ella, sin dejar de sentirse también atraída, ve en él a un enemigo; de modo que la sospecha y la desconfianza se instala desde el primer momento en la relación que van a iniciar. Como en la vida real, los personajes de esta novela son capaces de los comportamientos más diferentes y complejos. No es solo que unos arriesguen su vida para salvar la de sus semejantes y otros se aprovechen de la desgracia ajena, sino que un personaje como el Delegado de Auxilio Social es, además de corrupto, pederasta; y otro como la enérgica falangista, jefa de la Dirección General de Propaganda, que muestra con sus actitud la rivalidad y los recelos entre los dirigentes franquistas, es capaz de imponer sus sentido de la verdad y la justicia por encima de bandos e ideologías. También descubriremos la subtrama verídica de un incendio que arrasó el pueblo de Canfranc, y la solidaridad que hubo en todo el país que supuso la recaudación de una gran cantidad de dinero que jamás llegó al pueblo, prueba de ello es que la parte antigua de Canfranc jamás ha sido reconstruida. Rosario Raro, escritora y profesora de Escritura Creativa y Lengua Española en la Universidad Jaume I, vuelve con esta ficción al territorio mítico de su exitosa novela “Volver a Canfranc” Su obra ha sido traducida al catalán, japonés y francés. Y en breve una de sus novelas se publicará en árabe. © Violant Muñoz © Mediâtica, agencia cultural
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