Por Violant Muñoz i Genovés Todos guardamos secretos, pero ¿qué precio estamos dispuestos a pagar para que sigan enterrados? La inspectora Indira Ramos, ante la mayor encrucijada de su carrera. Y frente a su peor enemigo. Tras el éxito de “El buen padre” y “Las otras niñas”, Santiago Díaz sacude la novela negra española con reglas nuevas para el género. En menos de dos años en el catálogo de Roja & Negra, Santiago Díaz se ha convertido en un autor de referencia para lectores, libreros y críticos. Sus más exitosos colegas —Carmen Mola, Juan Gómez Jurado, Susana Martín Gijón, Mikel Santiago, César Pérez Gellida...— lo han reconocido como un par y se han rendido a su talento. Y ya hay quienes le señalan como uno de los referentes dentro de la actual novela negra española. Se trata de un renovador que sorprende marcando nuevas reglas para un género que sigue al alza gracias a autores como él.
Lo que para Santiago Díaz han sido unos años de parabienes, para su inspectora Indira Ramos han sido poco menos que una montaña rusa emocional. Solo en los últimos doce meses, ha dado caza a Antonio Anglés, buscado desde hace tres décadas por el asesinato de las niñas de Alcàsser, y ha resuelto, junto a su equipo, el modo de meterle entre rejas para sortear la prescripción del crimen. También ha perdido a uno de sus mejores agentes en lo que se disfrazó de desgraciado accidente y se ha visto obligada a elegir entre los dos hombres de su vida, uno de ellos padre de Alba, su hija de tres años. Y ahora, cuando por fin todo parecía haber vuelto a la normalidad y se presentaba ante ella una etapa tranquila, la vida se empeña de nuevo en ponerle las cosas más difíciles que nunca. Santiago Díaz no se ha resistido a meterla en un avispero del que si sale no lo hará ilesa. Como en los mejores guiones de un thriller bien construido. Indira, la tercera entrega de la serie protagonizada por la inspectora Ramos, está concebida como un enorme flashback que comienza con lo que parece el intento de suicido de su protagonista. ¿Por qué Indira está dispuesta a saltar desde un octavo piso? Es la pregunta que muerde la curiosidad del lector hasta la última página mientras se ve atrapado por dos grandes intrigas, y muchas pequeñas pero de importante calado para sus protagonistas, interrumpiéndose para que la imagen completa de lo que sucede vaya apareciendo según se encaja otra ficha del puzzle. El primer caso tratará de resolver qué tienen en común los cadáveres aparecidos en unos terrenos ahora urbanizables del municipio madrileño de Getafe en tumbas que datan de diferentes fechas. Un caso en el que parecen estar implicados una actriz mundialmente reconocida, un político aspirante a presidente del Gobierno, dos hermanas multimillonarias, una aspirante a diseñadora de familia adinerada y su pareja, y el ex de una mujer que se quitó la vida hace unos años. El segundo caso seguirá la pista a un preso fugado de la cárcel de Alcalá de Henares —fuga que ha sido una auténtica masacre—. Se trata del narcotraficante y asesino colombiano Walter Vargas, a quien Indira dejó manco cuando éste se disponía a matar al inspector Iván Moreno durante el asalto para detenerle en su casa de La Moraleja. Habrá también en esta tercera entrega un importante cambio en el habitual equipo de trabajo de Indira. Tras el asesinato del oficial Óscar Jimeno y la separación en dos del grupo, liderados unos por ella y otros por el inspector Moreno, Indira decide fichar a un nuevo y singular policía: Juan de Dios Cortés, un gitano dispuesto a todo por proteger a su familia y un oficial tan inteligente y perspicaz como su propia jefa. Un personaje magnífico y estimulante que abre un nuevo horizonte en la serie de Santiago Díaz y deslumbra al lector con la complejidad de su carácter. Será él quien ponga contra las cuerdas a la inspectora Lucía Navarro, la asesina fortuita del arquitecto Héctor Ríos de la que solo Jimeno conocía su implicación en el crimen, secreto que ella decidió enterrar junto a su compañero tras el accidente provocado. Pero, ¿qué pasaría si Navarro hallara la más mínima pista de la implicación de ‘Jotadé’, como le gusta ser llamado a Cortés, en algún asunto turbio? ¿Callarían los dos o se enfrentarían hasta caer rendidos o, quizás, derrotados? Los dilemas éticos son una de las constantes en la obra de Santiago Díaz, quien gusta de enredar al lector en complicadas cuestiones que juegan con la ambigüedad moral: las falsas excusas de las que nos convencemos por un beneficio propio; la inocencia, su ausencia y los grados de culpabilidad; lo permitido frente a lo permisible... Cuestiones muchas de ellas que pisan la línea roja que separa la legalidad de otras consideraciones y que en muchos casos estaríamos quizás dispuestos a admitir, sobre todo en cuestiones relativas a la defensa de la propia vida, y aún más en la defensa de la vida de un ser querido. Solo Indira parece seguir viviendo según un estricto código ético, el mismo que en su día le granjeó la antipatía de muchos de sus compañeros. Su fama de incorruptible y su talento para resolver casos la preceden más allá de su círculo laboral, motivo por el que se puede rodear de los mejores, aunque ahora todos hayan tenido que elegir de qué lado caen: del de ella o del de Moreno, el inteligente y seductor inspector con el que Indira tuvo mucho más que un affaire a pesar de ser el polo opuesto —a primera vista— de la que un día fuera su jefa. Pero los dos equipos deberán dejar de lado sus enfrentamientos para colaborar en la resolución del caso más importante en las vidas de sus jefes. Un caso que unirá o separará para siempre a Indira y Moreno. Que les obligará a tomar una serie de decisiones de vital importancia aplazadas, pero siempre latentes. Un caso que rebasará todos los límites y pondrá a la protagonista sobre el filo de una navaja en un final a contrarreloj que no augura una feliz resolución. Pero los lectores ya saben que la palabra imposible no existe en el vocabulario de Indira, y si de ella depende, todo se resolverá. Cueste lo que cueste. Indira necesita encontrar un policía a la altura de su equipo y sus exigencias y encuentra en Juan de Dios Cortés al hombre que busca, aunque nadie pueda creerlo. Todo un fichaje, por parte de Indira y de Santiago Díaz, que abre así un nuevo horizonte en su tercera novela: el mundo caló. El rechazo mutuo entre gitanos y payos, las normas obsoletas de una comunidad marginada, el submundo que rodea las barriadas pobres en las que vive la familia de Jotadé, la importancia del patriarca, la defensa a ultranza de la familia, los vínculos raciales, los estereotipos... son algunos de los temas que Díaz puede poner de manifiesto al elegir a un gitano como nuevo miembro del cuerpo policial. Un entorno en el que no son pocos los que miran con desconfianza a un hombre que, por su raza, no les parece que encaje fuera de las celdas de la comisaría: «...La cara buena fue la del poli que tuvo que darle una pipa a un gitano por primera vez. Casi la deja en el suelo y sale por patas...» Jotadé se ha criado en una familia donde los muros han caído, no como en otras. Su padre, Francisco Cortés, nació en 1958 en el municipio de Jódar, a algo más de cincuenta kilómetros de Jaén. Sus abuelos habían emigrado desde Madrid durante la Guerra Civil y toda la familia se instaló en una de las cuevas que habitaban los más pobres en la falda del cerro de San Cristóbal. Allí, rodeados de desperdicios, de ganado y de enfermedades, se ganaron la vida durante décadas trabajando el esparto. Posteriormente, con las ventas en mercadillos. Paco vivió sus primeros años junto a otras familias, tanto gitanas como payas, y todos pasaban penurias por igual, lo que le dio una visión mucho más global del mundo. También aprendió que mantenerse en el buen camino siendo gitano y pobre no era una tarea sencilla. El buen entendimiento que Paco tenía con los payos y su capacidad para solucionar toda clase de problemas hicieron que las demás familias gitanas lo tomasen como referente: «...En el hotel [cerca de Atocha en el que trabaja] seguía siendo Paco, el botones, pero en el barrio pasaron a conocerle como el tío Francisco, y se convirtió en uno de los patriarcas más respetados de todo Madrid. Su principal propósito era que los payos dejasen de ver a su comunidad como gente conflictiva para que, como él, los suyos pudiesen integrarse en la sociedad, pero ni los unos ni los otros se lo ponían fácil...» Una de las mayores sorpresas de Paco fue el día que su hijo le dijo que iba a hacerse policía. Estaba encantado con que Jotadé decidiese derribar barreras, aunque a muchos vecinos les pareciese que se estaba vendiendo al enemigo. Pero Jotadé supo hacerse respetar con mano dura y siendo inflexible. Aún hoy si de vez en cuando tiene que amedrentar a alguien no duda en hacerlo, tenga enfrente al camello que vende a su hermano la droga que le está matando o al Manu, su cuñado y el hombre que tiene aterrorizada a su hermana y sus hijos. Juan de Dios es la intersección entre dos mundos, un hombre que ni reniega ni se avergüenza de su raza, pero que tampoco es esclavo de sus tradiciones. Un policía inteligente, perspicaz y muy trabajador que es fiel a sus principios, leal a sus compañeros y con un estricto sentido de la justicia que no siempre se corresponde con la que se imparte en los tribunales. «...Jotadé adivina sus intenciones y le corta el paso con un volantazo que hace que su cuñado ruede por encima del capó. Se baja del coche y le persigue hasta la esquina donde hace unos minutos el Manu trapicheaba con sus amigos. A pesar de que todavía están allí, ninguno piensa mover un dedo por él: sabía lo que podía pasarle y aun así le dio una paliza a su mujer, cuyos gritos y súplicas se habían escuchado en todo el barrio a primera hora de la mañana. Y ahora le toca suplicar a él, aunque de nada le va a servir...» Santiago Díaz hace honor de la verdadera identidad del género negro: usar sus argumentos para poner en evidencia la oscuridad del mundo en que vivimos. Su realismo crítico se ha sustentado históricamente en la ambigüedad moral de una sociedad que el autor dibuja con todos sus accidentes: la violencia de género, el tráfico de drogas y de influencias, la corruptibilidad del poder, el dinero sucio... También resalta los problemas que afectan a sus personajes, sobre todo los de los principales —aún mejor si se trata de los investigadores—. De nada le falta pues a esta tercera entrega de la inspectora Ramos, ya que Indira saca a la palestra algunos de los grandes azotes de la humanidad hoy. Poder. En su nombre, se mata, se miente, se trafica. Si se tiene, es su abuso lo que aterroriza a quienes lo sufren. Si se desea, el mayor dilema moral es lo que estamos dispuestos a hacer por tenerlo. ¿Qué exigencias morales comporta el ejercicio del poder? ¿Cómo puede llegar este a convertirse en una dictadura? La capacidad de sometimiento de la que es capaz el poderoso encuentra en el paradigma hedónico de la sociedad el perfecto caldo de cultivo. Y en la pobreza y la ambición, un ejército de fieles dispuestos a seguir a quien les procure aquello que necesitan para sobrevivir o que simplemente ansían. Si bien estamos más dispuestos a justificar aquello a lo que la necesidad obliga, no es sencillo dibujar los límites entre lo que sería reprobable para unos y para otros, principio esencial de la ambigüedad moral. Violencia de género. ¿Qué motivos llevan a alguien a dañar a una persona con la que se mantiene una relación afectiva? Esta y tantas otras preguntas son las que a diario se realizan millones de personas, mujeres en su mayoría, en todo el mundo. Una violencia tan incapacitante que a menudo deja a la víctima aislada, paralizada frente a un agresor que se crece ante la falta de respuesta. ¿Cómo escapar cuando la única salida es una puerta a un callejón cegado?¿Hasta dónde llegaríamos por proteger a un ser querido de esta violencia? Narcotráfico. Uno de los negocios más lucrativos a nivel mundial, también uno de los que entierra a más gente. En la novela, Santiago Díaz contrapone varias caras de este submundo: el del capo Vargas, poderoso, millonario, rodeado de gente influyente que le debe favores. El de los camellos de medio pelo como Ray, trapicheando con drogas en barriadas pobres donde van a pillar los miserables, y el de éstos, los ‘muertos vivientes’, los que acaban tirados en sucios colchones con las venas rotas y se llevan consigo parte del patrimonio familiar: económico y sentimental. Las formas modernas de la esclavitud y su repercusión en la intimidad, el tráfico de influencias, la política y los desdibujados caminos para llegar y mantenerse en el poder, el dinero y la deshumanización capitalista, la corrupción policial y sus abusos, el instinto de supervivencia... Todos estos temas van desfilando ante los ojos del lector encarnados por las actitudes de personajes contradictorios, fiel reflejo de lo que es el ser humano. Temas que se combinan con otros más cotidianos, pero de gran calado social, como la amistad, el amor, la lealtad, el deseo sexual... Un universo carnal que no solo da más peso a la narración, también la dota de veracidad y ferocidad. Los protagonistas de Indira—casi en su totalidad— han acabado sacrificando parte de su vida, y en ocasiones arruinándola por completo, por culpa de un secreto. Somos el resultado de las decisiones que vamos tomando, y aún más de aquellas que ocultamos y que trascienden nuestra esfera privada cuando mantenerlas dentro de nuestra órbita se convierte en un objetivo primordial. Fruto de esa necesidad de ocultar algo nace la mentira. Vivir en sociedad nos obliga en cierto modo a aceptar el juego de la mentira, las llamadas mentiras blancas se hacen necesarias en la convivencia si no deseamos correr el riesgo de convertirnos en sincericidas. Pero ¿por qué traicionar nuestra honestidad emocional? ¿Cómo ha afectado a Indira, a Iván y a Alejandro esa falta de honestidad? ¿Y qué sucede cuando las mentiras crecen para tapar secretos inconfesables? Llegada esta tercera parte de la serie, las víctimas de los secretos se multiplican. Clarísimo es el caso de la agente Navarro, que ha sobrepasado todos los límites para ocultar que fue ‘engañada’ por su amante Héctor Ríos. Pero, ¿y los demás? ¿A dónde les ha llevado aquello que esconden? Hacer un ejercicio detectivesco en busca de aquellos secretos que han ido condenado a los personajes es a la vez un acto de responsabilidad moral y empatía que nos obliga a pensar qué salida habríamos tomado nosotros en su lugar. ¿La había? Santiago Díaz Cortés (Madrid, 1971), guionista de cine y de televisión con veinticinco años de carrera y cerca de seiscientos guiones escritos, publicó en 2018 su primera novela, Talión, que ganó en 2019 el Premio Morella Negra y el Premio Benjamín de Tudela. En 2021 vio la luz El buen padre, novela con la que dio inicio a la serie protagonizada por la inspectora Indira Ramos y que ha sido traducida a varios idiomas. Las siguientes entregas de esta serie han sido Las otras niñas (2022) e Indira (2023). Asimismo ha cultivado con éxito la literatura juvenil y obtenido en 2021 el Premio Jaén de Narrativa Juvenil por Taurus: salvar la tierra. (c) Violant Muñoz (c) Mediâtica, agencia cultural
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