Por Violant Munoz i Genovés
Una novela sobre la fascinante historia del traslado a Valencia de las obras maestras del Prado durante la Guerra Civil. En los albores de la Guerra Civil, Franco encarga al general Gallardo, hombre de su confianza, que negocie el apoyo de la Alemania nazi a favor del ejército sublevado. El general Jürgen von Schimmer, interlocutor del gobierno alemán, deja muy claro cuál es el precio: por mandar la aviación para bombardeos, la rica colección numismática del Museo Arqueológico Nacional; por enviar a las temidas tropas terrestres del ejército del Reich, el Autorretrato de Durero que descansa en el Prado y… Las Meninas. Gallardo acepta dicho trato por su cuenta y riesgo y, junto a un grupo de hombres sin escrúpulos, orquesta un plan para hacerse con todo ese patrimonio y entregarlo a los nazis. Sin saber que el destino va a envolver en esta conspiración a Alejandro Santoro, un joven arquitecto valenciano que tratará de evitarla. Los guardianes del Prado discurre en dos hilos argumentales distintos, que van alternándose, situados en dos períodos históricos diferentes. Ambas tramas se centran en los mismos hechos, conectados por una figura ambigua: el empresario Félix Santurce, convertido durante la Transición en un héroe de la República. En el hilo situado en 1936/1937, el lector es testigo directo de los acontecimientos, mientras que en el de 1980/1981, el protagonista intenta conocer aquella lejana verdad, silenciada, deformada y oculta por décadas de mentiras y de medias verdades promovidas por intereses políticos. El marco de ambos hilos es la ciudad de Valencia, aunque parte de la acción discurre en escenarios tan distintos como Hendaya, Salamanca, Madrid o Berlín. La novela se estructura en tres partes. Un prólogo nos lleva a unos días antes del golpe de Estado del 18 de julio, y un epílogo muy revelador coloca todas las piezas en su sitio. Estas tres partes están formadas por capítulos cuya numeración se reinicia en cada una de ellas: 22 en la primera, 19 en la segunda y 13 en la tercera. Los capítulos son de extensión variable y se dividen en apartados, presentados siempre con una referencia al escenario y/o a la fecha en la que se sitúa la acción. Uno de ellos nos traslada a la Corte española en 1656. Los guardianes del Prado está narrada en una tercera persona omnisciente. Javier Alandes incorpora documentos, cartas y textos periodísticos de la época. No todos son reales, eso sí. Uno de los puntos fuertes de la novela es la integración de los hechos históricos en la ficción. No solo la enmarcan y nos señalan puntos de inflexión generales, también influyen directamente en la trama. Los nombramientos de Francisco Largo Caballero y de Juan Negrín como presidentes del Consejo de Ministros de la República, el 4 de septiembre y el 4 de noviembre de 1936, respectivamente, y el bombardeo de Guernica, el 26 de abril de 1937, por ejemplo, afectan de forma directa al destino de los protagonistas. Javier Alandes domina con solvencia distintos recursos narrativos: dosifica el suspense; acelera y ralentiza la narración, según las necesidades argumentales; integra las descripciones en la acción; utiliza el amor, los sentimientos y los dramas personales para dar mayor volumen a los personajes… y usa la ironía —hasta el humor— con maestría (son impagables los encuentros entre el general Gallardo y el nazi Von Schimmer). La ciudad de Valencia es el escenario principal de la novela en los dos hilos argumentales; en el situado en la Guerra Civil aparecen otros lugares relacionados con el conflicto. La forma de narrar de Javier Alandes sitúa al lector dentro del escenario, lo conduce de un lugar a otro y describe los edificios y las calles de forma que los integra en la narración. La IGLESIA DEL PATRIARCA y las TORRES DE SERRANOS fueron los dos edificios escogidos para almacenar y conservar en Valencia las obras de arte del Museo del Prado. La iglesia pertenece al conjunto monumental del Real Colegio del Seminario del Corpus Christi, inaugurado en 1615. Es un espectacular edificio renacentista, construido a caballo de los siglos XVI y XVII. Las Torres forman una de las dos puertas fortificadas de la muralla medieval de Valencia que todavía se conservan. Datan de finales del siglo XIV. Siguiendo, sobre todo, los pasos de Alejandro Santoro, paseamos por toda la ciudad. Conocemos sus plazas más emblemáticas, como la DE LA REINA, la DE LA VIRGEN y la DEL AYUNTAMIENTO, y sus calles más comerciales, con la de LA PAZ y de LOS CABALLEROS a la cabeza. Nos refrescamos al pie de la torre de SANTA CATALINA y admiramos uno de los edificios más emblemáticos de la ciudad, la LONJA DE LA SEDA. El MERCADO CENTRAL y la ESTACIÓN DEL NORTE nos fascinan por su diseño, que aúna lo funcional con lo (muy) bello. También descubrimos los palacios que albergaron al Gobierno, los ministerios, y departamentos e instituciones que se mudaron a la nueva capital de la República. Otros escenarios de la Guerra Civil son la famosa ESTACIÓN DE HENDAYA, en la frontera franco española. Luego transita por dos lugares muy relevantes durante los primeros meses de la guerra, MADRID y SALAMANCA. Y llegamos a viajar hasta BERLÍN. Entre las ciudades en las que transcurre parte de la acción están LEÓN, OVIEDO, SAN SEBASTIÁN y BARCELONA. La Valencia de los ochenta nos ubica en el Plan General que inició la transformación de la actual Valencia se aprobó en 1988. La novela está situada unos años antes, en 1980/1981, cuando empieza a caminar el primer ayuntamiento democrático, tras las elecciones municipales de 1979. En 1980 comenzaron las obras para convertir el viejo CAUCE DEL RÍO TURIA en el jardín urbano más grande de España; se inauguró en 1986. Fernando Poveda debe entrevistar al concejal de urbanismo sobre esta cuestión. Además de las calles más céntricas, que coinciden con las de la Valencia de la Guerra Civil, el autor nos presenta la inacabada AVENIDA DEL OESTE, domicilio de la redacción de Tribuna Pública, y nos lleva a la ZONA DEL MERCADO DE ABASTOS, en donde se encuentra el piso en el que Fernando intenta rehacer su vida. En Madrid, ante la quema incontrolada de templos y la incautación de edificios religiosos y palacios particulares por sindicatos y organizaciones afines a la República durante las primeras semanas de la guerra, el gobierno republicano creó la Junta de Incautación y Protección del Patrimonio Artístico, el 23 de julio de 1936. Entre sus funciones estaba la de incautar o conservar, en nombre del Estado, todas las obras, muebles o inmuebles, de valor artístico, histórico o bibliográfico, que corrieran peligro de ruina, pérdida o deterioro. En noviembre de 1936, el Gobierno republicano se estableció en Valencia. Con él, viajaron las obras de arte más importantes de los museos madrileños y de algunas colecciones particulares, cuya seguridad no podía garantizarse en una capital bombardeada. En total, unas 2.000 piezas procedentes, casi totas ellas, de los museos del Prado y de Arte Moderno, del Monasterio de El Escorial, del Palacio Nacional y de la Academia de Bellas Artes de San Fernando. Los dos lugares escogidos para almacenarlas en Valencia fueron las Torres de Serranos y la iglesia del Patriarca. Del Prado fueron trasladadas 361 obras maestras, entre ellas pinturas tan conocidas, como Las meninas, de Velázquez, el Autorretrato, de Alberto Durero, o El dos de mayo de 1808 en Madrid, de Francisco de Goya. El director del museo por aquel entonces era Pablo Picasso, aunque la persona designada para la selección de las piezas fue la escritora María Teresa León. Los técnicos del Prado utilizaron grandes cajas de madera para proteger las obras, que se cargaron en camiones. En la fotografía, correspondiente a una exposición conmemorativa, se recrea uno de aquellos traslados. En la novela, Javier Alandes recupera, también, uno de los grandes enigmas de nuestra historia reciente: la desaparición de oro, joyas y divisas incautadas por la República y que, oficialmente, viajaron a México a bordo de un barco llamado Vita. Debía servir para pagar los gastos de los refugiados y las actividades del gobierno republicano en el exilio. El tesoro había sido incautado por el gobierno de la República y, en su mayoría, procedía de las catedrales de Toledo y Tortosa, del Palacio Real de Madrid, de la colección de monedas antiguas de oro del Museo Arqueológico Nacional, así como joyas, divisas y obras de arte del fondo de la Generalitat catalana y de las depositadas por particulares en cajas de seguridad de algunos bancos y cajas de ahorro. Nunca existió un inventario detallado de lo que trasladó el Vita desde Marsella, a donde llegó el tesoro procedente del castillo de Figueras, hasta Veracruz, en febrero de 1939. Investigaciones recientes señalan que se lo apropió el dirigente socialista y exministro Indalecio Prieto, que vendió una buena parte de él. Otra parte, cuyo valor no se ha podido determinar, desapareció misteriosamente, sin que se sepa cómo ni se conozca su paradero. Lo dicho: un misterio. La deformación de la historia por intereses políticos o económicos es uno de los grandes temas de Los guardianes del Prado. En todo caso, el que relaciona el hilo argumental situado en la Guerra Civil y el que se desarrolla en los años ochenta. La historia oficial ha convertido a Félix Santurce en un mito de la República, un héroe que perdió la vida intentando convencer a la Alemania del Tercer Reich para que no apoyara a los militares sublevados en España. En su investigación, Fernando Poveda contrapone el ABC nacional, editado en Sevilla, con una nota firmada por el general Gallardo y la explicación oficial de gobierno de la República publicada por Ecos del Pueblo. Solo el lector y algunos personajes de la novela conocen la verdadera historia de Santurce y lo que se oculta tras la deformada explicación sobre su muerte. A través de las figuras de Bela y Elisa, Javier Alandes retrata la evolución del papel social de la mujer durante la República. Ambas toman las riendas de sus vidas contra viento y marea. Son fuertes e independientes, rebeldes ante una parte de la sociedad española que se niega a reconocer el cambio. Los problemas de Elisa en la universidad, con compañeros y profesores, y las dudas que genera Bela, una mujer, al frente de un negocio «masculino» son ejemplos de esa lucha. Es uno de los ejes argumentales de la novela. El punto de partida de Los guardianes del Prado son las condiciones que impone el Tercer Reich para enviar ayuda militar a los sublevados. Las razones de Hitler para intervenir en España respondieron a motivos ideológicos y militares. Por un lado, se quería asegurar un aliado estratégico en caso de guerra europea y, por otro lado, España sería un magnífico campo de entrenamiento en combate real para su joven fuerza aérea. En noviembre de 1936, Alemania reconocía oficialmente al gobierno del general Franco y envió una unidad aérea completa, la Legión Cóndor, integrada al principio por cuatro escuadrillas de cazas Heinkel 51 y cuatro de bombarderos Junkers Ju 52. También situó una flotilla naval de combate en la zona del Estrecho para «proteger» los mercantes con suministros para las tropas sublevadas. El dolor por la pérdida de un hijo no es un tema central de la novela, pero sí es una de sus subtramas más emocionales. El hundimiento anímico de Fernando tras la muerte de Leo, su depresión, y su alejamiento paulatino de la realidad laboral y familiar, están tratados con una sensibilidad exquisita. El proceso de deterioro de la pareja hasta culminar con el divorcio de Marta y Fernando es de un realismo estremecedor. También lo es la descripción de los esfuerzos de Fernando y de su entorno para que consiga rehacer parte de su vida, con el dolor siempre latente. Javier Alandes (Valencia, 1974) es licenciado en Economía y desarrolla su carrera profesional, además de como escritor, como formador y conferenciante en emprendimiento, Storytelling y competencias transversales. Es autor de las novelas Partido de vuelta (2018), La balada de David Crowe (The Force Books, 2019) y Las tres vidas del pintor de la luz (Editorial Sargantana, 2019), una ficción histórica sobre un cuadro atribuido a Joaquín Sorolla, que lo ha situado en el panorama literario español. © Violant Muñoz i Genovés © Mediâtica, agencia cultural
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