Por Violant Muñoz i Genovés
“...Siento especial querencia por las libretas rusas —siete en total—. Nunca tuve intención de publicarlas. Ni siquiera se me pasó por la cabeza que alguien pudiera fisgarlas, a no ser que ya me hubiera muerto. Las entendía como un receptáculo, un reducto de soledad, un soliloquio, escritura en presente puro, donde el azar iba trazando argumentos nuevos. Consciente de que estaba viviendo un momento excepcional, en lo personal y en lo histórico, no quería perder ni una migaja ni que el recuerdo distorsionara la experiencia de Moscú. Tenía entonces veintiocho años recién cumplidos —cuando me hicieron el ofrecimiento de desplazarme a Moscú, veintisiete—, una edad en la que, como escribió Vila-Matas, «yo estaba tan disponible ante la vida que cualquier disparate se podía infiltrar en ella y cambiármela...»”. En diciembre de 1992, poco después del derrumbe de la Unión Soviética (del que se han cumplido treinta años en 2021), Olga Merino preparaba las maletas para instalarse en Moscú como corresponsal. En la capital rusa Merino vivió cinco inviernos, en la vorágine de un cambio de época que marcó también un antes y un después en su vida personal. Este diario íntimo de una joven que, inmersa en la cultura rusa, persigue el sueño de ser escritora, el prestigio profesional como periodista y el amor pleno y sublime queda anotado en el momento presente, poniendo en contraste de forma magistral la voz de hoy con la de aquella muchacha idealista. Leyendo Cinco inviernos he entendido mucho más de este carácter a contracorriente de Olga Merino como escritora. Qué género tan maravilloso son los diarios, cuando están escritos con sinceridad y afán de conocimiento. En este diario, empezado en 1992 y acabado en 2021, están todas las razones: la vocación invasora, brutal, la duda, la presión autoinfligida, el perfeccionismo, la alegría de encontrar el tono o las palabras. La vida y la escritura, al fin y al cabo. Y lo mejor de Cinco inviernos es que, además de abrirnos una ventana a la intimidad de esa joven escritora aún inédita que era Olga Merino hace treinta años, nos lleva a un momento y a un lugar que ya no existen: el Moscú en el que se derrumbaba un imperio “...A la salida del metro de Kitaigórod, montones de jubilados, cincuenta, setenta, tal vez más, puestos en hilera, uno al lado del otro, ofrecen a los transeúntes apresurados cualquier cosa imaginable: calcetines de lana de la que pica, botellas de vodka, latas de sardinillas en aceite, un par de bujías nuevas, bombillas, teteras, platos, toallas de lino, un anillo de oro, compota casera, una bandeja de estaño con flores pintadas a mano... Se están vendiendo el ajuar para comer...” Hay en él grandes momentos históricos: la primera visita a Chernóbil, la aparición de Putin como actor político, la guerra en Chechenia... y, al mismo tiempo, las colas para comprar una pata de pollo, la falta de autobuses o taxis, la vida precaria de los corresponsales extranjeros bebiendo juntos en una oficina compartida. Y la presión de escribir siempre presente, junto a la del amor, las expectativas de la vida realizada, el futuro entero por delante. “…Los graznidos de los grajos. ¿O habría que decir cornejas? Aquí la gente usa el balcón como un anexo del refrigerador, pero no se pueden dejar los alimentos sin una piedra, una tapadera o algo pesado encima, puesto que se los llevan. La corneja es ladrona, como la urraca. En ruso se llama vorona. Es el pájaro de Rusia...”. Estamos delante de un libro emocionante, tan corto que podemos de una sentada, y tan denso que se nos quedará grabado a fuego. Ahora que se cumplen treinta años de esos días históricos durante la caída de la Unión Soviética, leerlo es todo un viaje, en el tiempo y en la vida, y es un privilegio poder embarcarnos en él junto a alguien que estaba allí y que lo vivió todo. “...Mala gaita y dolor de cabeza. Debe de ser el peso de la presión atmosférica baja o, peor aún, el aire que respiramos, cargado de partículas magnéticas, residuos de las fábricas o de las centrales térmicas, que escupen al cielo un humo blanco muy denso, como vaharadas de un dragón gigante. Por lo menos, nos mantienen bien calientes dentro de las casas. La suma de factores suele producir unas jaquecas graníticas, acompañadas de una modorra insoportable, sobre todo a partir de las dos de la tarde, cuando la luz comienza a esfumarse. Te quedarías dormido en la silla. Anochece temprano; las escasas farolas dan una luz muy tenue, fantasmal...” La autora desgrana sus vivencias, unos años de plenitud personal en contraste con la decrepitud de la Unión Soviética. Nos detalla tradiciones, folclore y pequeñas historias vividas en primera persona. Jornada festiva en Rusia, el Día Internacional de la Mujer. Yuri me regala tres claveles rojos y una caja de bombones. Salimos a dar una vuelta en coche hasta las Colinas de Lenin, el punto más alto de Moscú. Magníficas vistas sobre la ciudad y el río Moscová. Llegan parejas de recién casados, todavía con los tules y velos, a hacerse fotos y beber champán... ...Tres claveles. Los rusos adoran los tríos, el número tres: hay que ser tres para beber y para jugar a las cartas. Tres eran los agentes de la policía secreta que irrumpían de madrugada en los domicilios para un arresto en los años duros del estalinismo. Tres los caballos que arrastran la troika, ya sea un trineo o una calesa con ruedas; tres, el número ideal de cabalgaduras para avanzar sobre la nieve: el caballo de varas (el del centro) va al trote y los laterales, los de refuerzo, al galope, de manera que llevan al del medio; así las bestias se cansan menos y mantienen la velocidad...” Olga Merino nacida en Barcelona es licenciada en Ciencias de la Información y máster en Historia y Literatura Latinoamericanas en Reino Unido. Trabajó en la década de los noventa en Moscú como corresponsal para El Periódico. De esta experiencia surgió su primera novela, Cenizas rojas, que tuvo un gran éxito entre la crítica. A aquella novela le siguieron Espuelas de papel y Perros que ladran en el sótano. En 2006 obtuvo el Premio Vargas Llosa NH por Las normas son las normas. Actualmente es columnista de El Periódico y profesora en la Escola d’Escriptura de l’Ateneu Barcelonès. Sus novelas han sido traducidas al italiano, el neerlandés, el inglés, el francés y el chino. Con La forastera (Alfaguara, 2020), Merino ha sido ganadora del Premio Pata Negra y el Cubelles Noir, finalista del Premio Bienal de novela Mario Vargas Llosa y del VII Premio Ciudad de Santa Cruz de Novela Criminal y la novela quedó situada entre los mejores libros de 2020 según El País, El Periódico y Forbes. © Violant Muñoz i Genovés © Mediâtica, agencia cultural
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