RESEÑA “El hombre de las checas” de Susana Frouchtmann
publicado por Espasa La historia de Alfonso Laurencic, el hombre que diseñó las checas más atroces de España. El 9 de julio de 1939 Alfonso Laurencic, yugoslavo de origen austríaco, era fusilado en el Campo de la Bota de Barcelona, acusado de ser el artífice de las dos checas más atroces de la ciudad y el creador de los más crueles procedimientos que en éstas se practicaban. Durante el juicio previo, concurridísimo, ya que provocó una gran expectación, se le acusó asimismo de haber formado parte de los mandos del SIM, de haber actuado como espía para los dos bandos, de ser un cínico estafador, un delincuente internacional, un aventurero sin escrúpulos. Un engendro, un diablo, señalan algunos textos. Textos cuya Principal fuente era el libro “Porqué hice las checas de Barcelona: Laurencic ante el Consejo de Guerra (1939) del crítico taurino de ideología franquista Rafael López Chacón. Asimismo, a partir de este minucioso relato del juicio sumarísimo a Laurencic, en todos los libros y artículos que tratan sobre la represión del Servicio de Inteligencia Militar (SIM) republicano, y especialmente, la ejercida en las checas, Alfonso Laurencic siempre es descrito como un hombre joven, alto, rubio, de buena planta, cosmopolita, políglota, refinado en sus modales, cruel, prepotente y cínico; un personaje cinematográfico que se diría propio del cine negro. El verano de 2014 , casualmente, la autora de este relato se topó con un artículo sobre Alfonso Laurencic, una lectura que la sorprendió por su extrema crudeza y que, inesperadamente, la retornó a su propia infancia. Susana Frouchtmann y este oscuro personaje habían compartido algo en el pasado; el hecho, de repente, cobraba actualidad. A partir de este momento, Susana comenzó una investigación tenaz y apasionada para esclarecer este capítulo de su infancia que había adquirido un nuevo significado. Pero ¿Qué tenía que ver Alfonso Laurencic con ella? ¿Qué les podía unir? El marido de la institutriz Susana, nieta de judíos por parte paterna y de un prestigioso cirujano que fue Consejero de Sanidad y Asistencia Social nombrado por Lluís Companys en 1936 por parte materna, pertenece a una familia de la burguesía catalana. A finales de los años 50 llegó a la familia la austríaca Meri Laurencic, esposa de Alfonso, para trabajar como institutriz al cuidado de sus hermanas. Susana la recuerda silenciosa y reservada y, persona asimismo muy independiente, mantuvo siempre su propio piso. De no haber leído aquel artículo, Meri hubiera continuado en el limbo de sus recuerdos de infancia. Pero apartir de aquel hallazgo, la autora se vio involucrada en la historia, incrédula ante la realidad con la que se había topado, incapaz de admitir que alguien de antecedentes cuando menos en apariencia dudosos, sus padres -que inculcaron en todos sus hijos una educación muy estricta- la hubieran integrado en la familia al cuidado de su prole. O al menos, sin motivo. Recelosa de creer punto por punto cuanto había leído, la autora empezó una búsqueda obstinada y minuciosa tras el rastro de Laurencic. Primero hurgando en la huella que pudo haber dejado su mujer, fallecida en 1988; en conversaciones con sus hermanos, con vecinos de Meri ... que apenas la aproximaban a Alfonso . Como si tras el libro de L. Chacón, todo quedara como indiscutible y cerrado. Algo que la autora, de buenas a primeras, se negó aceptar. Al mismo tiempo, empezó a leer ávidamente libros, artículos, blogs, archivos y documentos, dando incluso con algún testimonio relevante. La primera vez que en su investigación la autora se topa con Meri Laurencic es en el blog Cuadernos de Memoria Histórica. Selección de documentos de la Historia de España y Cataluña. El nombre de Frau Preschern (apellido de soltera de Meri) aparece incluido en una lista de “Personajes de Terror en Barcelona”. ¿Podía ser cierto?, se dijo con estupor. Sabía que Meri había vivido en su domicilio del paseo San Juan desde 1939 hasta su muerte, dato que encontró, asimismo, en el libro Les presons de la república. Les txeques a Catalunya del historiador César Alcalá, quien también señala que sus vecinos la encontraban encantadora, que hablaba perfectamente el catalán (para sorpresa de la autora, quien jamás la escuchó decir ni una palabra en dicha lengua, y que el consulado austríaco se hizo cargo de ella proporcionándole ropa, dinero y paquetes de comida. Pero ni rastro de su trabajo en su casa, que era donde realmente pasaba el día y de donde provenían sus principales recursos. Todo aparecía confuso: los datos no sólo no eran exactos, sino que se contradecían, parecían incompatibles... ¿Quién era esta mujer? ¿Dónde la conoció su madre? ¿Participó con Alfonso en los delitos que le imputaron? Y éstos ¿se atenían a toda la verdad? De hecho, su madre les había contado que su marido fue fusilado nada más acabar la Guerra Civil por haber diseñado las checas para “los rojos”. Y que, de no hacerlo, éstos lo habrían matado. Intentó tirar del hilo de la cárcel de Les Corts, donde Meri estuvo presa, contactando con la orden religiosa Hijas de la Caridad de San Vicente de Paul, a quienes se encomendó la administración del centro penitenciario. Sin éxito. Comprendió que hurgando en el personaje de Meri no daría con nada más . Entonces la autora focalizó toda su atención en Alfonso. Y así, paso a paso, fue más allá, llegó al Imperio Austrohúngaro donde había nacido Julio Laurencic, el padre de Alfonso . Editor, publicista, hombre inquieto, innovador, que desarrolló una brillante carrera como editor propietario de una revista publicada primero en Hungría, luego en Alemania, París, San Sebastián, Madrid, Galicia, Barcelona ... La autora siguiéndole en un viaje trepidante, recorre con Julio Laurencic la Primera Guerra Mundial hasta España donde éste fallece en Barcelona en 1923 tras haber conseguido un alto nivel socioeconómico y todos los honores posibles. A partir de esta muerte, la familia Laurencic se debilita y Alfonso, mimado desde la cuna por la fortuna y sus padres, joven ávido de vivencias, empieza su propio recorrido por Europa, se casa en Austria y vive con Meri unos años encantadores en el Berlín de Weimar . Con la llegada del Tercer Reich y el comienzo del régimen totalitario, el joven matrimonio deja Berlín y se va primero a Viena, Bélgica y Luxemburgo, para recalar finalmente en Barcelona, donde todavía vivían su madre y Eugenio, su hermano menor. Alfonso, a quien no se puede negar capacidad para desenvolverse y sobresalir, pronto funda la orquesta de jazz “Los 16 Artistas Unidos” orquesta que triunfó en los más elegantes salones de baile de la ciudad hasta que en julio de 1936 estalla la Guerra Civil. A partir de este momento, emprende el camino que lo llevará a la muerte. Un camino que Susana Frouchtmann sigue y analiza. Hasta acabar sabiendo lo que sucedió. En esta búsqueda Susana irá construyendo el perfil Alfonso Laurencic que –envuelto en varias personalidades, de nacionalidad incierta, con rasgos de impostor- poseía, sin lugar a duda, unas dotes de seductor consumado y temible; de manera que tanto aparece como decorador en Berlín o director de orquesta, como supuesto arquitecto, como vinculado al perfeccionamiento de las checas diabólicas en tiempos de la Guerra Civil española. Pero ese hombre, en tiempos revueltos y de libertad, mantiene intacto su tierno amor hacia Meri, que a su vez, lo sigue hasta el final. ¿QUIÉN FUE EL ARQUITECTO DE LAS CHECAS? Si nos atenemos al libro de Rafael López Chacón –y a los consecuentes artículos Alfonso Laurencic, nacido en Francia en 1902 de padres austríacos y en el momento del juicio, súbdito yugoeslavo, había estado en España con anterioridad a 1923 y, después de diversas andanzas por varios países, se instaló en Barcelona en 1933 trabajando en diversos oficios y lugares de ínfima categoría. En septiembre de aquel mismo año se afilió a la CNT, y en abril de 1936 lo hizo a la UGT. En sus antecedentes, señala L.Chacón que, siendo un aventurero internacional, ingresó en 1921 en la Legión con la falsa graduación de sargento y, más tarde, se hizo pasar por oficial del Ejército yugoslavo. Asimismo, L.Chacón lo define como espía que traicionó a la CNT y a la UGT, y en los Hechos de Mayo, a las fuerzas gubernamentales y a los militantes del Partido Obrero de Unificación Marxista(POUM). Políglota—hablaba siete idiomas, consiguió sin problemas el puesto de intérprete en la Consejería de Orden Público de Barcelona. Tres meses después recibió el encargo de actuar como agente de contra espionaje. A partir de julio de 1937 fue detenido en repetidas ocasiones por vender pasaportes falsos con los que facilitaba la salida de España a personas pudientes, así como por distraer fondos de la Administración del Servicio de Investigación Militar(SIM). Por estas actuaciones delictivas, Alfonso y Eugenio, su hermano menor, terminaron presos en la checa de Vallmajor. Pero Alfonso decidió mejorar su vida en la checa. A tal fin, consiguió llamar la atención del jefe supremo del SIM, Santiago Garcés, quien acabó nombrándole arquitecto de la secretaría general. El SIM quería construir nuevas celdas de castigo en Barcelona como las antes construidas en Madrid y Valencia a imagen y semejanza de las originales: las cárceles rusas. Y gracias a esta colaboración, Alfonso consiguió para él y su hermano la condición de “libertad vigilada” lo que, a temporadas, le procuró una cierta calidad de vida. Toda la que era posible estando bajo el mando del SIM y en plena guerra. El 7 de febrero de 1939, capturado en El Collell por las tropas nacionales, fue puesto a disposición de un oficial de la Legión Cóndor tras alegar que poseía la nacionalidad austríaca. Tan pronto fue identificado, tras un interrogatorio, ingresó en la cárcel Modelo donde permaneció incomunicado hasta el momento del juicio acusado de diseñar y construir dos de las checas más atroces de Barcelona —las de las calles Vallmajor y Zaragoza, en que cientos de infelices habían sido torturados y asesinados durante la Guerra Civil. El arte de la tortura en las checas Si todas las checas de España se significaron por practicar las peores torturas, la checa barcelonesa de Vallmajor pasará a la historia por ser un auténtico museo de los horrores. En el jardín mismo se hallaba el «patio de los fusilamientos», en cuyo centro los guardias habían abierto una gran fosa para proceder a los simulacros. Colocaban a su víctima al borde del agujero, haciéndola creer que iba a ser enterrada allí mismo, mientras el pelotón la apuntaba con sus fusiles sin llegar a disparar. En un extremo del jardín estaba «el pozo». El instrumento ideal para infligir a los presos el tormento del agua. La entrada era muy estrecha y de la parte superior colgaba una polea que servía para hacer descender o subir a la víctima. A veces se la suspendía por los pies, introduciéndola de cabeza y sumergiéndola en el agua durante unos segundos. En otras ocasiones, se la colgaba por los brazos o las axilas, y se la mantenía inmersa durante largo tiempo hasta un nivel de agua próximo a la boca. Destaca también el «metrómetro», un aparato de cuerda semejante a un péndulo que emitía un penetrante y continuo tictac que desesperaba a los encerrados en las asfixiantes mazmorras. Con sus conocimientos de mecánica, según L.Chacón, Laurencic hizo que se practicara un orificio en la pared, visible para el preso y manejable desde el exterior por su guardián, un reloj que marcase las horas en apariencia como uno normal. Solo que con un truco imperceptible que consistía en acortar el muelle regulador del engranaje para que adelantara cuatro horas al día. También merecen mención las «mazmorras alucinantes», instaladas en el interior de un pabellón dividido en celdas, donde Laurencic diseñó los denominados «efectos psicotécnicos», que combinaban figuras de ilusión óptica que perturbaban el ánimo del recluso. Merece así mismo atención la dimensión de los calabozos. Cada celda tenía unos 2,5metros de fondo por 1,80 de ancho. En su parte derecha había un poyo de cemento que hacía las veces de cama y en la izquierda, un pilar, también de cemento, con una superficie de 40 centímetros y una altura de 90. Cama y pilar tenían una inclinación de unos veinte grados y estaban revestidos de una capa de brea, características que hacían imposible reclinarse e impedían el descanso. Y esto era sólo el aperitivo ideado por un auténtico monstruo, continúa L.Chacón, y a que Laurencic instaló también las «neveras», celdas cuadrangulares y estrechas, recubiertas en su interior de cemento poroso. Un depósito de agua situado en la parte superior proporcionaba un líquido que, filtrado a través del techo y las paredes, convertía el habitáculo en un auténtico frigorífico. Las víctimas permanecían allí durante horas casi a oscuras, dado que junto al techo solo había una minúscula abertura enrejada, a modo de respiradero. Otra tortura eran el régimen alimenticio y la falta de higiene que soportaban los presos. Las comidas consistían, sin excepción, cada día, en un cucharón de caldo aguado con unas cuantas judías o garbanzos, un pedazo de pan y un vaso de agua. Los presos debían permanecer durante todo su encierro con la misma ropa que llevaban puesta al ingresar. Para hacer sus necesidades eran sacados de la celda tres veces al día. Y, si alguno se sentía indispuesto, tenía que evacuar en un rincón del propio calabozo. Las mazmorras-armario, a las que los propios presos denominaron “La verbena” eran celdas de 50 centímetros de ancho por 40 de profundidad, de altura graduable de 1,40 a 1,60 centímetros; asimismo en su respaldo había un saliente de unos13 centímetros de largo, colocado a 63cm del suelo, que debía servir «como de asiento» al detenido. La altura de este asiento obligaba al detenido a sostenerse sobre las puntas de los pies; la estrechez, o mejor, la poca profundidad hacía que tocara la puerta con sus rodillas, reposando en éstas todo el peso del cuerpo, que resbalaba continuamente del asiento. El techo graduable, rebajado a medida, impedía al paciente enderezar el cuerpo. Sendas tablas, colocadas entre las piernas y delante del pecho, debían impedir cualquier movimiento de las extremidades; fuera cruzar las piernas, cambiar de posición, apoyar la cabeza sobre los brazos, taparse la cara o la vista, obligados así los presos a resistir el foco de luz siempre encendido a la altura de los ojos. Sólo un engendro de hombre, una especie de perverso Frankestein, un diablo como Laurencic pudo concebir un averno semejante, dice L.Chacón con todo dramatismo, acusando a Laurencic de idear un auténtico museo de la tortura física, comparándolo con Joseph Fouché, quien, al estallar la Revolución francesa, se distinguió por una sanguinaria represión durante la dictadura del Comité de Salvación Pública, matando de manera brutal a miles de ciudadanos pudientes. Pero Laurencic, no sólo nunca fue acusado de matar a nadie, ni de ostentar ningún poder (pese a sus horrendos antecedentes Fouché sería más tarde ministro de la Policía y luego de Interior). Era un personaje mucho más complejo de lo que muestra su biografía oficial. Y Susana Frouchtmann, yendo a sus orígenes, desvelando los claroscuros que anidan en todo ser humano y analizando todo el proceso con lupa, con sólidos argumentos, pone en tela de juicio el principal documento escrito tras la guerra en plena represalia franquista. No exculpa a Laurencic de la parte que le corresponde, pero en un momento en que todos reclaman justicia en virtud de la Memoria Histórica, reconsidera esta parte para recordar a todas las víctimas de la guerra, en especial de todos aquellos que padecieron las checas, y también en memoria de su familia, que tampoco escapó al horror de la contienda fratricida. Hechos ignorados por la autora, que en el trascurso de la escritura del libro, inesperadamente, también aparecieron. ¿Cómo terminó una persona como Laurencic diseñando checas de tortura? Con el inicio de la guerra, Barcelona y ya no era lo que fue y los espectáculos y la música a la moda fueron prohibidos, siendo sustituidos por bailes populares y familiares. Ante ello, Laurencic no dudó en buscarse otra forma de sustento presentándose voluntariamente en la Jefatura de Orden Público, fiel a su talante oportunista. Alfonso Laurencic nunca formó parte de los interrogatorios, pero contribuyó enormemente a empeorar las condiciones físicas de los presos para que, en el momento de ser interrogados, estuvieran agotados física y mentalmente. Y él no solo cumplió con este encargo, sino que hizo méritos proponiendo nuevos elementos “escenográficos” para tal fin. Sus celdas “psicotécnicas”, de coradas con dibujos inspirados en los artistas de la Bauhaus, han pasado a la historia. Una teoría que la autora no sólo pone en duda, sino que descubre que alguien tan prestigioso como el artista Antoni Tàpies, ya dejó por escrito su escepticismo al respecto en sus propias memorias. Sin embargo, con su colaboración, Laurencic no podía esperar ninguna comprensión tras la contienda. Nunca manifestó ninguna empatía con los presos por lo que cuando llegó el Consejo Sumarísimo que acabó condenándolo a la pena capital, nadie se prestó a apoyar su defensa. Sin negar la colaboración de Laurencic (señalando asimismo su talante cínico y chulesco) Susana Frouchtmann, con argumentos sólidos, desvela que el juicio se convirtió en una represalia contra los republicanos y él fue un chivo expiatorio. Ya que Franco no pudo juzgar a Orlov, ni a Garcés, ni a Negrín… se descargó toda la responsabilidad de las checas de Barcelona en Alfonso Laurencic quien por ello ha pasado a la historia de España como el “monstruo de las checas”. ¿Qué eran las checas? Fueron cárceles controladas por los partidos del Frente Popular en las que miles de personas civiles fueron torturadas y asesinadas de forma brutal. Aunque no se las puede llamar propiamente checas hasta mayo de 1937, cuando Stalin instauró en España la misma policía secreta bolchevique que fundó el revolucionario comunista Félix Dzerzhinski en los primeros momentos de la revolución soviética. Aquí estaría bajo las directrices del militar y espía Alexander Orlov, enlace de la NKVD, la policía secreta del Kremlin. Susana Frouchtmann, periodista, escritora, traductora y contertulia en diversos medios audiovisuales, nació en Barcelona. Ha colaborado en El Periódico de Catalunya, La Vanguardia, El Observador, Radio Nacional, Cataluña Radio, TV3… Asimismo, entre otros cargos, fue directora de Salones de Moda de Feria de Barcelona, adjunta a dirección en Círculo de Lectores así como responsable de la colección Círculo del Arte; directora de Relaciones Externas y Prensa en el Museo Nacional de Arte de Cataluña, desarrollando también una gran actividad como comisaria de exposiciones así como consultora de Comunicación Cultural a nivel nacional e internacional. Desde 2009 su actividad está plenamente centrada en la escritura siendo autora de tres libros de divulgación, entre los que destaca Mi cáncer y yo (Plataforma 2009). En 2014 se adentró en la novela con Estación de Milán (Plataforma). Además, es coautora de La pasión de ser mujer (Circe 2015), un libro en el que, en forma de crónica periodística, recoge doce biografías de mujeres de gran personalidad que supusieron un hito en la Historia. © Violant Muñoz i Genovés
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