Por Violant Muñoz i Genovés
El reto era muy grande y el peligro enorme, pues enfrentarse a la continuación de una formidable novela como “Yo, Julia”, Premio Planeta 2018, necesitaba de una firmeza y de una creatividad fuera de lo común. Ambas son herramientas que su autor, Santiago Posteguillo, posee indiscutiblemente. Contaba, eso sí, con una protagonista de excepción que, a cada movimiento de la narración, asombra y deslumbra por la arquitectura tan extraordinaria que tiene el personaje. Julia es un hallazgo continuo del que nos felicitamos desde su primera intervención en nuestras vidas de lectores. Hay en ella una mezcla de dureza y ternura, donde su firmeza enamora y su pesar acongoja, que hace temblar de emoción. Los personajes conocidos de “Yo, Julia” adquieren en esta novela un peso tan maduro y a la vez ingrávido que, sabiendo de ellos, parecen salir a escena por primera vez. Los nuevos transitan con equilibrio medido, en una trama intensa que sacude las páginas con tremenda fuerza. Es Santiago Posteguillo un maestro en contextualizar cada gesto literario en la historia con un resultado perfecto. La unión de saberes logra una novela que evoluciona libre a espacios de interés creciente, hasta llevarnos al inframundo y sacarnos de él para ascender al Olimpo. Y JULIA RETÓ A LOS DIOSES ES EL ESPERADO DESENLACE DE LA HISTORIA DE UNA MUJER QUE TRANSFORMÓ SU ENTORNO Y CAMBIÓ EL CURSO DE LA HISTORIA PARA SIEMPRE. Luchas despiadadas donde la ambición y la cólera ejecutan implacables su viaje a la locura, frente al sueño inquebrantable de una mujer. Julia domina la adversidad y templa su espíritu sin doblegarse ni ante los mordiscos del dolor más intenso. Venganza y amor más allá de la muerte son privilegios únicos que solo una mujer de acero puede alcanzar. JULIA, EL EQUILIBRIO DE ROMA Cuando murió el emperador Septimio Severo en Britania, el poder real lo sostuvo Julia augusta, luchando por evitar que sus hijos, los coemperadores Antonino y Geta, dividieran el Imperio. Solo una persona tan dotada de visión política, firmeza y determinación, pudo conseguir que Roma no se partiera en dos, como algunos pretendían, para solucionar su enfrentamiento. No la cegó en ningún momento el amor que sentía por ellos, antepuso la necesidad de Estado a cualquier otra consideración. Julia combinaba una inteligencia aguda con un poder de seducción irresistible. Avezada en el ambiente hostil de una aristocracia que la despreciaba por no haber nacido en Roma, sabía anticiparse a las maniobras del Senado que siempre buscó su perdición. Aunque en ocasiones singulares acudiera a ella, como sucedió cuando se quedó viuda, para evitar que sus hijos protagonizaran una nueva guerra civil. A la augusta Julia no le tembló la mano cuando había que defender la dinastía o el buen nombre del emperador Antonino. Su percepción del Imperio y su engrandecimiento iban parejos. Sabía cómo maniobrar ante las situaciones más difíciles e incluso brutales, con tanta delicadeza y recia voluntad, que hasta en el peligroso trato con su hijo el emperador, fue tan sabia como valiente. La forma como enfrentó el cáncer que padecía es toda una definición de su personalidad y de algunas de las virtudes que poseía: resistencia, valor, firmeza y una enorme voluntad de sostener la dinastía que creó. Una mujer irrepetible en la historia de Roma. “Y Julia retó a los dioses”, la continuación de una historia apasionante hasta su final. Relato intenso sobre una época donde el que resiste, gana. Y el que gana, vive. La impresionante resistencia de una mujer ante la enfermedad y la traición extrema. Ejemplo de voluntad e inteligencia, que se labró un espacio propio en la historia de la Roma Imperial. LAS CRÓNICAS DE GALENO En Antioquía, durante el verano de 970 ab urbe condita (217 d.C.), Elio Galeno, el competente médico imperial trata de llevar a cabo dos misiones que, de alguna manera, se entrelazan entre sí. Una, la primera, es intentar salvar la vida de la augusta Julia Domna, que sufre una dolorosa y poco conocida enfermedad. La otra, reemprender el relato de su vida que había dejado pendiente hacía tiempo, mientras la vela en las terribles noches en que el dolor agudo de la emperatriz se hace insoportable. El erudito griego retrocede en el tiempo y escribe con memoria lúcida, partiendo del triunfo de Septimio Severo en las guerras civiles, y su aplastante victoria en la brutal batalla de Lugdunum, que convirtió a Julia en la emperatriz más poderosa que nunca había conocido Roma. Su esposo era el señor del Imperio Romano y su hijo Antonino su sucesor; contaban igualmente con el pequeño Geta, para garantizar la dinastía en caso de que muriera el primogénito. Todo parecía perfecto y el futuro esperanzador. Pero Julia había detectado al enemigo interno: Plauciano, amigo de la infancia del emperador y jefe del pretorio, cuya ambición podía ser peligrosa para todos. Pese a las advertencias de Julia, para Severo era ese amigo en el que se podía confiar plenamente, y rechazaba las sospechas de su esposa. El emperador de Roma deseaba castigar a los partos que habían atacado la ciudad de Nísibis, guarnecida por una potente tropa legionaria. La historia se repetía, ya que dos años antes la ciudad del norte de Mesopotamia fue cercada por el ejército de Vologases. Severo estaba decidido a no cejar esta vez hasta conquistar la mismísima Ctesifonte, la capital de Partia. La expedición parta tuvo sus momentos de incertidumbre, pero a mediados de enero de 198 d.C., Vologases V había huido de Ctesifonte llevándose su ejército y abandonando la capital parta a las llamas y el saqueo de los legionarios. Ahora, el emperador solo pensaba en rendir la ciudad de Hatra que Trajano no pudo conquistar. Se puso cerco al bastión y aquí intervino la traición de Plauciano, el jefe del pretorio, quien se valió de Opelio Macrino, un centurión desalmado y corrupto, para asesinar al leal Leto, legatus de la I Parthica, que estorbaba para sus planes. Julia desconfió inmediatamente de la muerte de Leto, que se disfrazó de accidente mientras exploraba un túnel que llevaba a la fortaleza de Hatra. Por ello, envió discretamente al médico griego para examinar el cadáver del legado, y Galeno encontró en el cuerpo dos cortes de espada apenas perceptibles en el cuerpo totalmente destrozado por las grandes piedras que lo habían aplastado. Al hacer escala en Alejandría el séquito imperial en el regreso a Roma, Galeno tuvo su oportunidad de buscar en la Gran Biblioteca los anhelados libros de anatomía que perseguía desde hacía tiempo. Pero allí se encontró como en Pérgamo, con la aviesa burla del responsable de la biblioteca, quien le dijo que se los habían llevado a Roma, para desolación del médico griego. TRAICIÓN Y MUERTE EN EL NILO La familia imperial aprovechó su estancia en Egipto para navegar por el curso del río Nilo, con el propósito de gozar de unos días tranquilos antes de regresar a Roma. El plácido viaje les llevaría a ver las grandes pirámides, y recorrer lugares emblemáticos de aquella tierra, granero de Roma y fecunda en misterios. Precisamente, entre Guiza y Menfis, Julia le sugirió a su esposo la conveniencia de nombrar un perderá. La emperatriz le aseguró que eso no iba a ocurrir, que antes tendrían que matarla a ella. Septimio la miró con ternura y, de pronto, con miedo dijo: «ten cuidado....», y dejó de respirar. ROMA ENSANGRENTADA Fue al amanecer, cuando Antonino iba a practicar al colegio de gladiadores escoltado por una docena de pretorianos de su guardia personal, al atravesar la gran sala de audiencias, una treintena de pretorianos conjurados los atacaron de improviso. Antonino reaccionó de inmediato llamando a la guardia a la par que luchaba decididamente con sus escasos hombres. Quinto Mecio acudió en su ayuda con los veinte hombres de la ronda; los conjurados fueron abatidos, y Antonino gritó que lo siguieran para acabar con su hermano; con reticencia, Mecio y sus hombres lo hicieron, aunque envió a uno a advertir a la emperatriz que Antonino iba directo a matar a su hermano y no podían frenarlo. Geta estaba en sus dependencias cuando su hermano irrumpió buscando venganza, estaba desarmado pero se le dio un gladio para defenderse. Julia llegó en ese momento y se abalanzó para detener aquella locura. Geta suplicaba por su vida, mientras Julia se interponía entre los dos intentando protegerlo. Al final Geta murió acuchillado, y Julia resultó gravemente herida involuntariamente por su hijo mayor. Mientras Galeno se esforzaba en curar la grave herida de Julia, la sangre empapaba las calles de Roma. Las órdenes del ahora emperador Antonino, fueron matar a todos los implicados en el ataque de palacio. Los nombres estaban en una lista elaborada por el viejo y sempiterno jefe de la policía secreta de Roma, Aquilio Félix, que seguía manejando los hilos de los frumentarii, aparentemente al servicio de la familia imperial. Lentamente, Julia iba recuperándose de su herida en el vientre. Mientras Antonino preparaba su marcha para Germania en una campaña de defensa de las fronteras. Y a partir de ese año 212 d.C. en Germania, todos lo llamarían Caracalla. Por comodidad, en lugar de la túnica militar habitual y los ajustados bracae, unos pantalones que a Antonino le molestaban a la hora de luchar, decidió vestir solo con una única capa larga de las tropas auxiliares galas, llamada caracalla. De ahí su nuevo nombre puesto por un ejército entregado a un líder de las legiones que era épico en el combate, y lo seguirían adonde quiera que los llevara. La vuelta a Roma lleno de gloria no llevó la paz al emperador, que tuvo relaciones con una vestal y mancilló la reputación de otras tres, por lo que Julia aconsejó la ejecución de las cuatro para salvar el buen nombre del emperador, acusándolas de haber traicionado a la diosa Vesta, manteniendo relaciones sexuales con el viejo Aquilio Félix. Un juicio público ampararía legalmente su castigo, y tanto ellas como el jefe de la policía secreta, por miedo de represalias a sus familias, callarían la verdad. Caracalla confesó a su madre que temía que la diosa Vesta se indignaría con esta acción. Julia Domna respondió que muy posiblemente: «…pero algo me dice que a la diosa Vesta, romana hasta las entrañas, no hemos debido de caerle bien nunca. A sus ojos, debemos ser unos extranjeros controlando Roma, un accidente de la historia del Imperio, un error que corregir...» En realidad, las sospechas de Julia eran más que acertadas; pues, en el Olimpo, la diosa Vesta había reunido en torno suyo a una mayoría de dioses y diosas para destruirla, y exigido a Júpiter en aquel primer cónclave que la sometiera a cinco pruebas. Serían dolorosas y crueles. Antonino Caracalla marchó hacia el Danubio e inició una despiadada campaña de castigo contra las tribus que habían atacado puestos fronterizos en la Dacia. Las victorias de Caracalla sirvieron, como había predicho su madre, para alejar los malos augurios por la muerte de las vestales. Una vez aseguradas por largo tiempo las fronteras de Britania, el Rin y el Danubio, era Partia el nuevo objetivo a conquistar. Julia y su hijo el emperador se reunieron en Alejandría, donde el ejército realizaba todos los preparativos para una nueva campaña contra Partia. Allí, la augusta madre tiene que enfrentarse a un grave problema que podía dar al traste con todo; Antonino Caracalla había reprimido salvajemente al pueblo por tirar algunas estatuas suyas, masacrando a miles, hasta que Julia logró frenar el ímpetu asesino de su hijo, aunque fuera a costa del incesto. Julia Domna propuso a su hijo que para ganar Partia de manera incruenta y beneficiosa para el Imperio, debería casarse con la hija del emperador y, rey de reyes, Artabano V. Así acabaría aquella guerra interminable. Se mandó a Quinto Mecio con la propuesta de que, con aquel enlace, se lograría una sola dinastía para gobernarlos a todos. El sueño de Alejandro hecho por fin realidad de la mano de ambos emperadores. Artabano aceptó, y se iniciaron los preparativos para la gran boda; Antonino Caracalla se adentró en territorio parto con su ejército que, según lo acordado, permanecería acampado a una distancia de más de veinte millas de Ctesifonte. El festín previo a la boda fue inconmensurable. La princesa Olennieire resultó ser muy bella y aparentemente todo el mundo estaba muy alegre. Pero, en el horizonte del desierto, las siete legiones de Caracalla avanzaban entre las dunas. El imperator dio la señal y empezó la matanza, los pretorianos acuchillaron a los nobles partos que estaban desarmados, incluida la princesa. Solo Artabano y una treintena de hombres de su guardia pudieron escapar. Quinto Mecio no sabía nada del plan del emperador, pero cuando éste le urgió para que impidiera que las puertas de la ciudad cerraran no dudó un instante y corrió hacía allí. Quinto Mecio, con heroica determinación, impidió que las cerraran, pero sufrió varias heridas de flecha. Pudo haberse salvado, pero Macrino lo dejó morir antes sus ojos. A punto de expirar releyó la nota que le dio la emperatriz antes de partir, en la que le pedía que cuando llegara al mundo de los muertos, le esperara junto a la laguna Estigia. Galeno continúa escribiendo en su diario secreto que la emperatriz le hizo llamar semanas después de recibir las funestas noticias, para quejarse de un pequeño bulto en el pecho. «…La examiné, la hinchazón no era tan pequeña como uno habría esperado teniendo en cuenta que, según decía, se lo había detectado apenas hacía unos días. Tenía un mal presentimiento, pero callé y le dije que necesitaba consultar unos libros antes de poder precisar el mal específico que aquejaba al seno de la emperatriz...» Pasaron unos días, el bulto creció. EL ÚLTIMO COMBATE DE JULIA El médico griego consultó todos los libros de Hipócrates, y sus peores augurios se confirmaron. Le explicó a Julia que era un oncos, un tumor que los romanos denominaban cáncer y que no se detendría ante nada. La augusta preguntó si dolería más que ahora y Galeno le dijo la verdad, que dolería inmensamente. Que no había tratamiento y que no podía ser extirpado por haberse ramificado en exceso. Julia sufría un dolor intenso, pero se negaba en lo posible a beber aquella sustancia de opio mezclado con vino que le preparaba Galeno para aliviarla, porque la aturdía y no podía pensar con claridad. Sabía que le quedaba poco tiempo y quería dejarlo todo encauzado. Y ese todo iba desde encontrar una esposa adecuada para Caracalla, hasta alejar a Macrino del poder, ya que parecía tratarse de un segundo Plauciano. El ejército descansaba en Edesa, donde se había retirado prudentemente para pasar el invierno, a la espera inminente de empezar una nueva campaña contra Partia. El emperador salió un amanecer de la ciudad para hacer sacrificios y rendir culto en el templo de Selene en Carrhae, con una columna de caballería escogida entre los mejores pretorianos. Cuando Antonino Caracalla desmontó para orinar entre unas matas, llegó el momento fatal del plan que Macrino había diseñado meticulosamente. Mandó a un pretoriano a quien el emperador había despreciado, que le llevase una esponja para asearse. Y en cuanto estuvo a su lado, con una daga apuñaló varias veces al emperador, rematándolo al clavarle la hoja en la boca con tal fuerza que la daga se clavó en tierra por detrás de la nuca de su víctima. Opelio Macrino se sentía satisfecho y seguro con el poder de las legiones que comandaba como nuevo emperador. Tras la muerte de Antonino, solo le preocupaba una cosa: el dinero. Había doscientos millones de sestercios detenidos en Siria a la espera de ser enviados al frente de guerra para pagar los salarios de las legiones en combate. Julia ya no resistía más el dolor. Había pedido a Galeno que le preparara una poción que acabara con su vida, pero antes quería repasar con su hermana, con la que se había reconciliado, las instrucciones que le dio para poder vencer aquel pulso definitivo, al menos para ella. Salvaría la dinastía aunque fuera muerta. Galeno le trajo la mezcla con la dosis letal. Querría haber aguantado hasta poner el Imperio en orden, pero realmente estaba exhausta. Era consciente que no tenía sentido que continuara así. El médico griego y amigo de Julia, le mostró su respeto y admiración reconociendo que la augusta había resistido mucho más de lo que nadie habría hecho: «…Realmente, no tiene sentido prolongar esta agonía. Muy a mi pesar, he de aceptar, que es la mejor solución…», sentenció, y dejó el cuenco a su alcance. Una vez sola Julia reflexiona una vez más que tan solo era cuestión de cómo se quería llegar al final: si aullando como un perro malherido abandonado al borde de un camino o si se deseaba salir del mundo con la dignidad de una augusta de Roma. Bebe hasta el final y deposita el tazón vacío sobre la mesa. Sus últimas palabras definen su carácter y personalidad: «Yo... Julia... gobernaré Roma... desde mi tumba». EL ORO DE LAS LEGIONES Los dos ejércitos se encontraron frente a frente en las proximidades de Nísibis. Fue en el segundo día de batalla cuando la suerte le sonrió a Macrino, con la noticia de la llegada de los doscientos millones para pagar a las tropas, pero decidió injustamente no hacerlo bajo el pretexto de que no se la habían ganado todavía. Opelio Macrino se dio cuenta del disgusto de sus oficiales más importantes y decidió que al final de jornada se anunciaría a los soldados que el dinero de sus salarios estaba dispuesto, pero que se abonaría al concluir la batalla. El tercer día, bajo un sol calcinador, fue tan encarnizado como los anteriores, sin la certeza de quién acabaría con el triunfo; los movimientos tácticos de los dos ejércitos eran contrarrestados inmediatamente por el oponente, impidiendo cualquier ventaja que llevara a la victoria tanto a uno como a otro. Colérico por no romper sus tropas las líneas partas, Macrino ordenó el repliegue. Se le había ocurrido una idea que podría funcionar y salvar la situación. Mandó un mensaje a Artabano para comunicarle que el imperator de las legiones ya no era Antonino Caracalla, que había fallecido hacía unos meses, y que el nuevo emperador deseaba poner término a la contienda entre Roma y Partia. Le ofrecía una paz duradera, el repliegue de Roma a las fronteras anteriores a la guerra, y el pago de doscientos millones de sestercios para resarcir al rey de reyes y a toda Partia por la traición de Caracalla. Artabano V aceptó. La paz había sido comprada a un caro precio, pero esa paz favorecía a Macrino para afianzar su posición en el Imperio romano. La dinastía de Severo y Julia Domma había finalizado sin herederos y los senadores tenían demasiado miedo al ejército para actuar en su contra. Las pagas de la legión saldrían de los impuestos y, en cuanto pudiera, se les abonarían. Ignoraba Macrino que la augusta Julia había convencido antes de morir al legatus Gannys, de la III legión Gallica, y pretendiente de su amada Sohemias, la hija de su hermana, que se sublevara contra él. Eso hacía precisamente ahora en Palestina Gannys con el joven Sexto Avito Vario Basiano junto a él, y, por supuesto, con el dinero que se debía a las legiones que portaban unos rudos legionarios en pesados sacos llenos de sestercios y denarios reunidos por la familia imperial, les explicó a las tropas. «…El dinero, cuando brilla –le había dicho Julia Domma a su hermana– ciega voluntades e ilumina anhelos. Es en esos momentos es cuando se le puede pedir todo a alguien y ese alguien te lo dará...» El legado, tras un discurso convincente, proclamó entonces al joven Sexto emperador con el nombre de Marco Aurelio Antonino Augusto, ya que en realidad era hijo de Caracalla fruto de la violación de Sohemias, entre los vítores de los legionarios ansiosos por cobrar el dinero que les debían desde hacía meses. REENCUENTRO EN EL INFRAMUNDO Cuando Julia abrió los ojos supo que estaba en el Hades, el reino de los muertos, junto a la laguna Estigia; miró a un lado y a otro, fue entonces cuando lo vio sentado junto a unas rocas con aire cansado. La emperatriz caminó hacia el jefe del pretorio muerto en Ctesifonte, este se volvió lentamente y vio cómo Julia, en efecto, estaba allí, ahora, de nuevo junto a él. «…Me has esperado, no has cruzado la laguna Estigia. Esa es una gran prueba de fidelidad…», le dijo. Julia le pidió que esperaran un poco más, y cuando Mecio le preguntó a quién, ella le respondió con una sonrisa cargada de rabia: «…a él, a ese que tanto dolor nos ha causado. Y lo esperaremos para vengarnos…». Mientras, Galeno leía con fervor los libros, por fin, encontrados en la biblioteca de Pérgamo. Al cabo de unas horas, un extraño mareo le derrumba sobre el mármol frío del suelo de aquella estancia solitaria. Galeno, que siente la muerte, aún se arrastra hacia la mesa para seguir leyendo, pero las fuerzas le fallan. Pasarán horas antes de que los legionarios que custodian la sala encuentren su cadáver. Un optio enrolla los papiros y los ubica en el estante más próximo. Allí plegados, ocultos entre docenas de otros rollos, quedan proscritos y olvidados los textos más importantes de la ciencia médica de los últimos siglos. A los tres días de la rebelión de la III Gallica empezaron las deserciones entre las fuerzas de Macrino, quien prometió pagar los salarios adeudados para tranquilizar a los legionarios. Su esposa Nonia Celsa y su hijo Diadumeniano habían llegado desde Roma a su requerimiento contra su voluntad, porque Macrino temía que fueran rehenes de senadores rebeldes. Al final tuvieron que huir de Antioquía que cayó en manos de Gannys y sus tropas. Macrino huyó hacia occidente, mientras que su mujer e hijo se dirigieron a Oriente. Se ofrecieron altas recompensas para quien informara sobre su paradero. Macrino se afeitó la barba para cambiar su aspecto y cabalgaba ya con solo dos pretorianos más, fingiendo ser correos imperiales. Sus acompañantes le traicionaron y fue muerto por un centurión que mandaba una pequeña guarnición a las afueras de Bitinia. Ni la esposa ni el hijo llegaron nunca a cruzar el río Éufrates. Fueron asesinados cruelmente por unos legionarios que aún no habían cobrado sus pagas desde hacía un año, cortaron el cuello del niño ante su madre, y después acabaron con ella. Lo que sucedió en el mundo de los muertos donde se reencontrarían Julia, Mecio, Macrino y Galeno queda para el final de esta historia. ¿Llevaría a cabo su venganza la mater patriae contra quien le arrebató a su hijo y trató de robarle una dinastía? En el Olimpo, mientras tanto, se lleva a cabo la quinta y última asamblea sobre el caso de la augusta Julia Domna. La sentencia debe dictarla Júpiter, pero eso también está reservado para el final, con permiso de los dioses. Santiago Posteguillo es profesor de Lengua y Literatura en la Universidad Jaume I de Castellón. Estudió Literatura Creativa en Estados Unidos y Lingüística, Análisis del Discurso y Traducción en el Reino Unido. De 2006 a 2009 publicó su trilogía “Africanus” sobre Escipión y Aníbal y de 2011 a 2016 la trilogía sobre el emperador de origen hispano Marco Ulpio Trajano. Ha sido galardonado por la Semana de Novela Histórica de Cartagena, obtuvo el Premio de las Letras de la Comunidad Valenciana en 2010 y el Premio Internacional de Novela Histórica de Barcelona en 2014. En 2015 fue proclamado escritor del año por la Generalitat Valenciana. Entre 2012 y 2017 publicó también tres volúmenes de relatos sobre la historia de la literatura muy elogiados por crítica y público. Santiago Posteguillo es doctor por la Universidad de Valencia y ha impartido seminarios sobre ficción histórica en diversas universidades europeas y de América Latina. En 2018 fue profesor invitado del Sidney Sussex College de la Universidad de Cambridge. “Yo, Julia”, la novela con la que obtuvo el Premio Planeta 2018, rescata del olvido la vida y la memoria de la emperatriz más poderosa de la antigua Roma. “Y Julia retó a los dioses”es el esperado desenlace de la historia de una mujer que transformó su entorno y cambió el curso de la historia para siempre. ©Violant Muñoz i Genovés © Mediâtica, agencia cultural
0 Comments
Leave a Reply. |
Violant Muñoz i Genovés
Archives
November 2024
|