Por Miguel Ángel Avilés
Recuerdo cuando un querido amigo, en estado inconveniente, quebró a patadas el cerco de la casa y cuando mi madre, fúrica, trató de impedirlo y le preguntó por qué hacía eso, él le dijo que porque ese cerco era del pueblo. Al día siguiente, mi entrañable amigo llegó con un tercio de madera bajo el brazo y, con sus propias manos, reparó el daño causado. Después, todo lo acontecido esa madrugada de tragos, se volvió una anécdota, que, hasta la fecha, aún ya sin mi madre, e incluso también sin el cerco, la seguimos recordando. Lo de menos eran los daños, lo que ponía la sal y la pimienta era la justificación para realizar su desmán y creer que eso bastaba, como razón suficiente, para hacer lo que hizo. " porque el cerco era del pueblo " adujo y en nombre de eso que hoy me parece una conveniente generalidad tan dada al manoseo político, arremetió contra esas tablitas recién pintadas y de paso con unos geranios que apenas acababan de brotar en el jardín de mi ama. Como mi amigo es sabio, y aparte es mi gurú en muchas cuestiones, he querido llamarle, sí para recordar de nuevo ese episodio, también para evocar lo del cerco, pero, sobre todo, para que me ayude a responderme qué diablos es " el pueblo". Mientras eso ocurre, para esta entrega retomé una definición lexicográfica habitual de "pueblo” la cual considera que es "todo grupo de personas que constituyen una comunidad u otro grupo en virtud de una cultura, religión o elemento similar comunes". Me fue peor. No entendí nada y me quedé en las mismas. Bueno, si entendí un poquito, pero decir " pueblo " a secas, sin belones y asegunes, me sigue pareciendo una ambigüedad, una abstracción, un todo grande, con una sola cabeza , una sola voz, y como si fuera una criatura gigante , homogénea y monocigótica que , singularizada , piensa de una sola manera, se expresa con los mismos registros léxicos , puede obedecer o dar órdenes , puede levantar a un país, o puede dejarlo caer, puede llevar a un hombre o mujer en brazos hasta el curul que así lo quiera o puede escoger ,entre un gran abanico de opciones a quién le pondrá la banda presidencial, por cuatro o seis años o por el tiempo que más adelante establezca algún desbalagado artículo transitorio que surja por ahí. Es decir, no es Pedro, María, José y el resto de un heterogéneo padrón el que tendrá la última palabra. No, es el pueblo. Tampoco es esta o aquella comunidad, tan diferentes entre sí la que cruce una papeleta o marche para exigir la solución a tal o cual servicio o pida, a gritos, que se libere o se encarcele a una persona. No, es el pueblo. No es la suma de individualidades con pensamiento diverso, capaz de decir sí, unos, o decir no, otros; menos lo es esa turba que puede ser manipulada alguna de las veces o puede organizarse por cuenta propia y libertad plena en otras. No, es el pueblo. No es un tumulto que se abalanza contra un grupo menor con quien no comulgan y lo linchan en nombre de cristo rey , o de unas siglas, o de una legión Kukluxklan. No, es el pueblo. En recompensa, el favorecido por una mayoría o ya en el ejercicio del poder, gratificará a esa población, llenándose de halagos y oxigenando su autoestima, jurándose que gracias a ellos y a ellas está donde está y no están otros, porque aquí no hay error ni nadie se equivoca. Luego, conseguido el propósito de la seducción , hay que abrazar con fiereza ese aquilatado mandato, guardarlo en la caja fuerte con tres candados, salir con rumbo o sin rumbo a ejercer nuestro propio estilo de gobernar pero nunca olvidar las palabras mágicas , esas que , se acierte o se cometan sandeces tras sandeces , dirán siempre ,que se actúa “en el nombre del pueblo. "Subidos en el pedestal de su soberbia o apoyados en el atril de su ignorancia, parecieran no recordar que cuando se evoca la palabra pueblo, en cualquier concepción democrática, debe declinarse en plural" sentencia , con proclividad, un estudioso de estos temas.Y ello, argumenta ," porque el término pueblo, que viene del latín populus, nos dice que “es el conjunto de personas de una nación”, como acepción más común. Así se ha expresado Jean Marie Le Pen, líder del Frente Nacional francés, según el cual ella habla “en el nombre del pueblo”. El propio Donald Trump ,después de insultar a mujeres, latinoamericanos, musulmanes, negros, periodistas, discapacitados, de pretender levantar un muro antimexicano. después de todo eso y muchas cosas más, resulta que le da por decir que “lo único que cuenta es la unidad del pueblo. El resto de la gente no cuenta”. Si es así,entonces qué son los demás, como nombrar a cada expresión discrepante, como llamar al que opta por gritar que el emperador va desnudo , qué sustantivo escoger para eso o ese que es diferente y que, ejerciendo su derecho ciudadano y su ciudadanía ,se aparta de las masas sin renegar de ella pero ya no quiere sentir esa sensación de que alguien le quiere dorar la píldora, sobándole su ego , como sobarle el cabello a un menor y dejarlo muy contento nomas por que le llama pueblo , pero estandariza sus creencias y se apropia del sello de certificación para dictaminar si ese pueblo es bueno o es malo. No, ahora no deshojaré la margarita para deliberar si me voy con Rousseau o con Hobbes y saber cómo somos y cómo nos comportábamos como especie o como ser humano , ya sea en el mundo entero o a la mexicana, pero tampoco soy partidario de argüir que todo es válido si se hace en el nombre del pueblo y para el pueblo. Porque si como individuos somos un todo integrado , que amamos pero odiamos ,que somos fieles pero, salvo nuestra respectiva decisión , nada impide ser desleales , que amamos la vida pero también se opta por privar de ella , que obedecemos pero también renegamos , que le decimos sí a quien nos baje el cielo y las estrellas, pero también podemos dar un rotundo no, entonces no es válido que te incluyan en ese pueblo en tanto eres dócil y complaciente pero quedes fuera de él y sus elogios, cuando dudas y preguntas, cuando reflexionas y señalas, cuando buscas la verdad y te quitas las ataduras del dogma. De ahí que, cuando alguno lo hace y no se le cae de la boca el pueblo ,hay que prestar el máximo cuidado a sus palabras, sobre todo si al pronunciar el vocablo , lo hacen apropiandose de una representación “del pueblo” como que es suyo y exclusivo, sin importar que quien los mandata es una sociedad heterogénea. Como mandantes en esta democracia representativa , lo anterior nos debe quedar muy claro, de lo contrario, hoy, al rato o el día de mañana, hará locura y media, jurando que lo hace en nombre de nosotros. Sí, como lo hizo mi amigo , a quien por cierto, tengo muchas ganas de verlo, decirle todo lo que lo aprecio, hablar sobre algún libro y ya entrados, preguntarle, recostados en el cerco, que es el pueblo.
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Por Miguel Ángel Avilés
Cuando se reanudaron las clases, ya ninguno de nosotros era el mismo. Habíamos vivido la tardenoche del 30 de septiembre de 1976 como la peor de todas y la muerte vestida de agua, dejó a la ciudad desolada, triste, aturdida, con un tablado negro, de luto. Jueves 30 de septiembre/del año 76/muchos murieron ahogados/ y otros murieron de sed, musicalizó Don Daniel Lucero, cuando, de puro dolor le dio por componer ese corrido que después grabaría en un viejo casete Sony para que lo escucharan sus amigos y parientes a modo de testimonio. Como ahora, con esta pandemia, la suma de muertos siempre fue inexacta. Porque así lo quiso el gobierno, ¿también como ahora? o, para que más que la verdad, porque era imposible saber el número de gente que, a media noche, recibió de lleno aquel manto lúgubre de agua que, ruidosamente, se dejó venir desde el arroyo El Cajoncito luego de hacer estallar, de las más insensata maneras, esa escuálida muralla de tierra, hecha acaso para soportar lloviznas de ocasión, pero no ciclones de esa magnitud. El artefacto hizo el boquete y la corriente embravecida se volvió una aplanadora y de inmediato pasó por encima de todas esas casas habitadas de la colonia Juárez, hasta dejarlas en el suelo raso, sin miramiento alguno. A temprana hora del día siguiente, yo habría de ver un cuerpo aquí y otro allá, como unos maniquíes tirados a la basura. Sí, como ahora he visto esquelas a montón y tantas despedidas al ser querido en las redes sociales. Esas imágenes se quedaron guardadas para siempre en el álbum de la memoria y de vez en cuanto se incorporan tan vitales como lo eran antes de que El Liza tocara tierra. Así como ahora se quedarán grabadas tantas historias, tantos pesares, tantos lamentos, tanta angustia, tanta esperanza y desesperanza tantos ruegos a dios para que ya no más. Aquellos muertos eran apenas los primeros personajes de esta obra tétrica, funesta, lastimera que tuvimos que presenciar durante varios días y por varias calles antes de ser identificados por sus familiares (o un amigo, si la familia se había ido completa, así como ahora tristemente ha ocurrido), si corrían con suerte o, de lo contrario, se iban derechito a las largas fosas comunes que tuvieron que abrirse en el panteón de Los Sanjuanes. Como cuando empezó todo esto, lo de la pandemia, y jugábamos a dudar sobre las primeras cifras que se nos daban y a escuchar declaraciones del gobernante en turno, para minimizar las cosas y decir esto ya estaba domado, pero hoy, a distancia, habrán de aquilatarse como purita estupidez. Esta vez no hay fosas comunes- al menos eso creo- pero si fosas en hilera, ataúdes emplayados, cadáveres sin una canción de despedida en el panteón, hombres y mujeres de carne y hueso, con una vida que contarse, entrando. En aquellos años, cuando se estimó prudente, los niños volvimos a la escuela, pero algunos salones estaban incompletos. Los profes seguramente querían apaciguar la conmoción y jugueteaban al momento de pasar lista. Unos sí respondían, pero otros no, porque se los había llevado el arroyo y no habrían de regresar jamás. El grupo escuchaba el nombre, todos se volteaban a ver y luego alguien respondía con vacilación: “se lo llevó el arroyo, profe”. Pasó en un salón y pasó en más y lo mismo pudo pasar en otras escuelas de las colonias afectadas. Esa escuela y esos niños, ahora pudieran ser esa reunión en casa, ese reencuentro de amigos, ese regreso al café de siempre o la reanudación del trabajo suspendido, donde el viejo conocido de un de repente se perdió de vista o ya no está y alguien tiene que responder frente a la pregunta sobre su paradero : " se murió de covid " y quizá algún día que preguntemos por este o por aquel que no hemos visto o no ha llegado , pero el dolor que hoy sentimos ,ya sea menos, alguien responda ,en sentido figurado," se lo llevó el covid". Y si lo que le atribuyen a Nietzsche es cierto, don Fede tenía razón: “El hombre sufre tan terriblemente en el mundo que se ha visto obligado a inventar la risa”, esta no es más que el refugio para no dolernos tanto, para amortiguar la tragedia, para aminorar las penas. A lo mejor por eso, de pronto, esa expresión pasó de ser una respuesta espontánea de niño, a un dicho popular que la ciudad lo acogió por largo tiempo. Cuando alguien faltaba a una reunión y se preguntaba por él, si llegabas a casa y querías saber de alguien que no estaba, si averiguabas por algún otro que habías perdido de vista, la contesta era esa: “se lo llevó el arroyo”, lo cual significaba que por ahí andaba, que no estaba presente, que no lo habías visto o cosa semejante. Sin embargo, bien lo dice el gran filósofo y tanatólogo Guanajuatense, José Alfredo Jiménez: “Las distancias apartan las ciudades/Las ciudades destruyen las costumbres” y entonces ese dicho nacido del dolor guardado, se fue quedando en el olvido o en generaciones que hoy están creciditas. Así pasa, nada es para siempre. Acaso tan solo la certeza de saber que, así como a las semanas después de aquel 30 de septiembre, ahora estamos a un año y tantito más del primer muerto por covid y al igual que aquella vez que volvíamos a clases, ya ninguno de nosotros es el mismo. Ni los que murieron esa noche 30 de septiembre de 1976, ni los que quedamos para contarlo luego del 2020 somos los mismos. Porque algo de ti y de mí, también se ha llevado esta pandemia, como se lo llevó aquel maldito arroyo. Por Miguel Ángel Avilés
Se me hace que el mundo está al revés y esos principios de verdad y justicia a los que la sociedad jura aspirar, es nomas de dientes para afuera. Digo que se me hace. Y digo sociedad, pero también se valdría decir pueblo, aldea, vecindario, masas, nación, ciudadanía. Es que de pronto, a la hora de las definiciones, no somos ni la mínima parte de lo que arengamos en una plaza, en un micrófono, frente a las cámaras de la televisión, en un manifiesto, en una rueda de prensa, en una denuncia o en un muro de Facebook donde todos nos mostramos valientes, enjundiosos, bien portados, revolucionarios y echones al gobierno en turno. Precisamente en las redes sociales, se observa lo más representativo de lo que uno, en ocasiones no concibe y que se materializa en esa insurgencia colectiva que después de apedrear a quien discrepe con sus ideas o postulados o de subir en hombros como al Juli en la Plaza México, a que sea, nada más porque comulgó con su perorata o su predicación, y como si sacara un sello de certificación, tatúa con adjetivos descalificativos al que tuvo diferencias con él, sin interesarse en la recta trayectoria que ha tenido a lo largo de su vida, en tanto que reivindica y puede encaminarlo hacia la canonización a ese que lo apapachó con un comentario, así sea un tunante fuera de los reflectores públicos o peor todavía, así resulte ser ese mismo personaje que atrás tiempo lo acusaba de haber actualizado todos y cada uno de los tipos penales que contiene el código de la materia. Tal incongruencia me hace recordar a un sobresaliente actor de la política actual a quien lo llamaré (bueno, ustedes nómbrenlo, mejor) para no perjudicar a los inocentes que harán los años salía a las calles y ocupaba plazas para denunciar lo que fulano de tal había cometido en contra de la democracia y del país, los nexos que este mantenía con lo peorcito del crimen organizado y la persecución que había emprendido contra reconocidos líderes de movimientos sociales pero ahora, tres décadas más tarde, olvidando tanto o no, lo toma en brazos, se lo acurra en el pecho, lo desagravia cada que puede como si un rayo de luz lo hubiera exorcizado de todo cuanto lo acusaba en antaño, a voz en cuello, desde la vieja cabina de un pick up. No concluyo aquí su minibiografía pues quien quite me sirva para el final. Porque es un ejemplo puro que actualiza mi teoría de que este mundo está al revés y porque es el prototipo de la traición a esos principios de verdad y justicia a los que la sociedad jura aspirar, pero es nomas de dientes para afuera. Sin embargo, a la mera hora de freír las papas, es decir, a la hora que hay que dar un sí o un no, frente a lo que nos favorecerá, en lo personal, en lo familiar, en lo político o en lo ideológico, pero puede causar perjuicio al resto o alguien se verá perjudicado, esa convicción o esa aparente congruencia llena de valores, se manda al carajo y no queda nada de ese discurso de saliva, más que la conveniencia. Y no estoy hablando de un partido político o de una organización determinada. Tampoco de un hecho actual ni demagogia alguna. Mucho menos de un aspirante determinado a un puesto de elección popular quien acusa de todo a unos, con tal de subir al púlpito de la honorabilidad a otro, por más que en el mundo este y aquellos sean una y la misma cosa o tan iguales. Nada de eso, así es que no se vengan a dar por aludidos. Hablo en todo caso de todas esas individualidades que suelen practicar el deporte favorito de México, que, para efectos de propiedad intelectual, llamaré desde ahorita como el sexenio-bol, en donde el juego consiste en exigir al ejercicio público absoluta honradez y nada de corrupción, cero agandalle y nula maledicencia hacia nadie si eres funcionario o llegas a ocupar alguno encargo. Ya lo dijo el poeta y filósofo bengalí, del movimiento Brahmo Samaj, Rabindranath Tagore “Leemos el mundo al revés y nos lamentamos de no comprender nada”. Eso fue hace más de un siglo y quizá se le ocurrió decirlo como advertencia al peluquero que le cortaba las puntitas de su cabellera blanca y le recortaba la barba con tal de que se viera impecable al momento de recibir el Premio Nobel de Literatura que le otorgaron en 1913, luego de que aquel se puso a interrogarlo sobre algún acontecimiento en particular como los que aquí le estoy diciendo, o lo expresó para sí, como quien ya habla solo, al notarse incomprendido y ver, él si bien clarito, lo que pasaba a su alrededor. El propio Eduardo Galeano, en su libro Patas arriba. La escuela del mundo al revés también habló al respecto. En este libro Don Lalo, genial como siempre, muestra por qué el mundo está al revés. Recuerda a Alicia en su viaje a través del espejo y así, recorre temas como la impunidad del poder, la sociedad de consumo, la injusticia, el racismo y el machismo. El autor se destaca en esta obra por su inconfundible estilo que cruza el ensayo, la poesía, la narración y la crónica para mostrar sin tapujos las miserias de la sociedad contemporánea. “Al fin del milenio, el mundo al revés está a la vista: es el mundo tal cual es, con la izquierda a la derecha, el ombligo en la espalda y la cabeza en los pies". Otros grandes pensadores que también quisieron ponernos en evidencia que el mundo está al revés fueron los inolvidables Apson y el Piporro. Me parece que en mundo/Ya las cosas no andan bien/Pues parece que a la gente/Se les fue el seso a los pies/Que está ciega la justicia/Esto tú lo puedes ver/En la última refriega/Salió condenado un juez/Por eso estamos como estamos/Por eso nunca progresamos/Si tal parece que gozamos/Poner las cosas al revés. Algo así cantó el Piporro aunque más conciso: La cárcel se hizo pa' los hombres/Pa' los hombres de delitos/Aquí estamos unos cuantos/En la calle los peorcitos. Exacto: como el hoy ídolo de mi amigo, cuya biografía, les advertí que dejaría para el final. Porque a mí se me hace inconcebible que queriendo llevar al paredón por allá a finales de los ochenta, ahora que lo ve sentado a la diestra del señor, lo defiende como el más fiel de los eunucos y con mimosa suavidad, le echa aire con una palma. |
Miguel Ángel AvilésMiguel Ángel Avilés Castro (La Paz B.C.S. 1966.). Es abogado por la Universidad de Sonora. Practica el periodismo y la literatura desde 1990. Archives
September 2024
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