Por Miguel Ángel Avilés
Ocurrió un jueves por la noche, que veíamos un juego del equipo de mis amores contra la Universidad de Guadalajara, y en el minuto 89 del segundo tiempo, cuando el marcador iban 3-0 a favor de los Leones Negros, tuve la osadía de sentenciar el resultado con un tajante “ya perdió el América” pero mi hermano mayor, a quien nada más le daban silla, mientras el resto nos sentábamos en el suelo, estiró la mano, fúrico, y cegado ante a la realidad, me dio un coscorrón tan fuerte que aún tengo secuelas. Corrían los años setenta y, pese a ser bastante malo para jugar, era el fútbol el deporte de mis preferencias y del barrio mismo también, al grado tal que los enconos por irle a tal o cual equipo no se hacían esperar. Cada semana se despertaban pasiones y sentimientos encontrados entre nosotros, con respecto al equipo de nuestras preferencias, pero hasta ahí. Sin embargo, esa reacción de mi hermano y su zape plantado en mi cabeza, pudo ser el anuncio de que su predilección, aunque se tratara del América, era desmedida pero no lo vi, a mi edad no lo vi, ni él tampoco, por más que ahora, ya pasado tanto tiempo, esté muy claro que su irracionalidad y la fe ciega por Los Cremas y después Las Águilas era evidente. Eso que le pasaba a mi hermano, igual le pasaba a doña Coyo, pero con la Máquina Celeste y si bien no agarraba a coscorrones a nadie —bueno, eso creo— si podía despertarse una mañana dispuesta a increpar, iracundamente, a quien se le atravesara, si éste se atrevía a decirle, afuera de su casa o desde la banqueta —lo que hoy sería su muro en Facebook— que el Cruz Azul no daba una y que, salvo esos años maravillosos de los setenta, iba de fracaso en fracaso. Si mi hermano podía reaccionar así, quedando dos minutos de esperanza, doña Coyo le decía quítate que ahí te voy, y de su frustración por una derrota, pasaba al coraje y de su coraje a la furia y de la furia a la persecución de sus disidentes —los que optaban por el Atlético Español, Los Pumas, quien sea— y, con el paso del tiempo, a la resistencia o a la negación para aceptar la realidad, es decir, su equipo nuevamente eliminado cuando ya sentía el título en la bolsa, dos técnicos destituidos, refuerzos que eran un chasco y una afición decepcionada por no cumplir con lo que habían prometido. A diferencia del resto de los aficionados, tanto mi hermano como doña Coyo pudieron haber pasado la rayita de lo que era una pasión deportiva y cuando menos esperaron, ya estaban del otro lado, como unos fanáticos hechos y derechos o convertidos a un fanatismo que siempre está presto para recibir a quien se deje. Claro: según ellos, eran simples hinchas, simpatizantes de una oncena que les llamó la atención por su estilo de juego, por su trayectoria, por las grandes campañas, por los campeonatos conseguidos o por los ya merito donde estuvieron a punto de ganar, pero al final cayeron, sorpresivamente, por una descarada actuación del árbitro. Sí, pero sólo por corto tiempo, porque al rato aquello pasó a ser una apasionada e incondicional adhesión a lo que parecía ser una lúdica causa, dando un triple salto mortal a un entusiasmo desmedido, a una monomanía persistente hacia este tema, recurriendo a él, de modo obstinado, y más de una vez en tono violento. Por supuesto que ambos son simples materiales didácticos para ilustrar este comportamiento, pero, obviamente, que eran ni son los únicos. No eran ni son los únicos en ese deporte y con respecto a sus equipos, porque en otros escenarios se cuecen las mismas habas. Cuestión de ampliar la mira y veremos que esta conducta está más generalizada de lo que parece. No obstante, él último que se percata de ello, es el que se comporta así. Porque es tal su exaltación que no se da cuenta y si se le advierte, uno no lo admite y dos, se lanzará contra ti, por decírselo. Digamos que es como un enamoramiento incondicional, ciego, dispuesto a todo, incapaz de ver en la causa de devoción, el error más mínimo. Y si éste llegase a presentarse, él esconderá su dignidad de la que ya no queda tanta y de aquel tropiezo de su ídolo habrá de sacar una virtud. Yo sólo mencioné a mi hermano y a doña Coyo, pero repito, es nada más para ir entrando en confianza. Porque les pudiera hablar de otros tantos: De la joven Groupie que se fue siguiendo desde Mérida hasta Ensenada al vocalista de no sé qué banda, hasta gastarse el último peso que tenía ahorrado, sólo porque le encantaba escucharlo y tenía la nariz respingadita. De regreso tuve que venirme de raite, porque se quedó sin dinero y sin poder tocar al de la nariz respingadita. De la señora que implora al cielo mirando al techo de esa iglesia, mientras el pastor que dirige la misa, cuenta un fajo de billetes arrugados que le entregó esa fila de seguidores, a cambio de la gloria y el perdón. Del muchacho sin camisa que está montado en esa alambrada, cercado por el fuego, al tiempo que corea desparpajadamente un cántico estruendoso a favor de esa escuadra que ha seguido desde que su pensamiento era libre y antisolemne. De lo ocurrido en San Miguel Canoa, Puebla, en donde a consecuencia de la paranoia religiosa vivida en el pueblo en gran medida incitada por el párroco local, el pueblo “confunde” a unos empleados universitarios con comunistas y deciden lincharlos. Hagan de cuenta mi hermano y doña Coyo, pero frente al América y al Cruz Azul como una relación causal y tatuadamente erótica, aunque se hablara, simplemente, de goles, de tiros de larga distancia, de saques de banda, de pases filtrados o de fuera de lugar. Ni uno ni otro se permiten cuestionar ni razonar lo que vivían y por quién vivían cada domingo. Por su equipo y nada más, se les iba la vida, antes que cuestionar al destinatario de sus actos, quien por los siglos de los siglos era infalible. Por eso creo que fue una tontería de mi parte el decir esa noche “ya perdió el América”. Por eso estaba por demás tratar de convencer a doña Coyo que abriera los ojos y que cambiara de equipo. Eran Intransigentes: no aceptaban los análisis críticos hacia sus equipos y a su rendimiento. Reaccionaban de manera radical y no aceptaban los matices. Si no estábamos con ellos es porque estábamos contra ellos. Si no nos gustaba tal contratación, entonces quería decir que teníamos simpatía por otro equipo, lo cual era imperdonable. Tal cual era su reduccionismo doctrinal o simplicidad de análisis interpretativo. Eran muy parecidos a quien tiene un padecimiento ideológico y su diversidad categorial suele encerrarse en puros estratos contrapuestos: buenos y malos; blanco y negro, decente e indecente, sabios y tontos, honorables e indecentes, pero, ante todo, con el afán de imponer su estilo o creencias y de forzar a que los demás se adscriban a lo mismo como la única verdad. Cuando les digo que estos casos, el de mi hermano y el de doña Coyo no son los únicos pero porque así es. Los dos ya son pasados, pero, aunque, en otros rubros y en otros tópicos hay quienes los emulan en el presente. Si les cuesta un poco ubicarlos, yo les voy a dar una ayudadita: El primer síntoma para detectarlos es su visión del mundo en alto contraste. Como dice Amos Oz, son daltónicos incapaces de reconocer grises y claroscuros, sus ojos lo miran todo en blanco y negro. Quien padece la enfermedad interpreta la realidad como una disputa permanente entre buenos y malos: pacíficos versus violentos, demócratas contra fascistas, pobres contra privilegiados. Yo soy la bondad y mi adversario es el mal encarnado. Resultan incapaces de reconocer algún mérito o derecho en las consignas de su contrincante. Error: no tienen adversarios, ni contrincantes, sólo tiene enemigos. Son excelentes soldados, pero no tienen madera para ser políticos. Están dispuestos a sacrificarlo todo con tal de avanzar su causa, pero son incapaces de sentarse a tomar un café con sus antagonistas. El ardor de sus convicciones no les permite ceder, ni negociar. Padecen de sordera selectiva, sus oídos sólo se abren para escuchar su propia voz. Los argumentos ajenos son un ruido de fondo que les interrumpe el monólogo. Su misión principal es cambiar el comportamiento de otras personas. Con un altruismo perverso, están más preocupados por los demás, que por sí mismos. Nada más quiere que le reces a su Dios (a Carlos Reinoso, a Borja, o a Miguel Marín o a Carlos Eloir Perucci, según mi hermano o doña Coyo, y sus versículos) y que visites su templo o que apuestes por su preferido. Son como alguien totalmente convencido de su propia superioridad moral y su mayor deseo es redimir su alma de sus faltas ideológicas o pecados religiosos. Son eso y mucho más, aunque su equipo no vaya perdiendo 3-0 en el último minuto, ni peguen coscorrones.
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Por Miguel Ángel Avilés
No sé si con esto de la globalización, la costumbre se haya generalizado o desde antes ya era así, pero, al menos en México , hay una forma de llamar a las cosas que a mí me fascina o me causa algo como ternurita. Me refiero a los giros idiomáticos que existen en el ámbito de la burocracia o en el terreno de la administración pública, en donde luego de noches enteras que, seguramente ocuparon los operados de los sistemas organizacionacionales, llega lo ocasional y lo echa todo a perder ( o a ganar, según se vea) ,nombrando aquello tan propio ,tan formal, tan especializado , con una expresión mundana que a cualquier dogmático desamina ,es cierto ,sobre todo si se le puso los kilos pensando en un nombre apropiado para ese documento pero que , retando a los doctos , se atravesó alguien con una formación muy barrial y le dio por llamar a ese documento, o a ese trámite con una expresión más digerible o más entendible para todo mundo. Para irnos entendiendo diré, primero, que un giro idiomático, también llamado expresión idiomática, modismo o, más comúnmente, frase hecha, es una expresión particular de una lengua, que no se adapta a sus normas gramaticales o al sentido literal y usual de sus palabras, y que posee un sentido figurado adoptado de manera convencional. Llevado al plano terrenal, hagan de cuenta que a un vecino o vecina, le pusieron por nombre Yannick Kilian, a él, o Samay o Briseida a ella, pero una mañana que andaban apenas gateando, la abuelita o un tío, le comenzaron a decir " El Chuchín " o la " Yeya ", respectivamente, y así se le quedó para siempre. Ah, pues eso pasa en la administración pública y todos los manuales habidos y por haber que se hayan hecho.donde a lo largo del tiempo se han acuñado palabras o expresiones que,con la mano en la cintura, formarían parte de un glosario cuyo uso es meramente incidental y solo puede entenderse en la situación práctica del habla. Sí, uno puede echarse un clavado en wiquipedia y podemos leer que la administración pública es un sistema de límites imprecisos que comprende el conjunto de comunicaciones con el gobierno público de la ciudad y busca las organizaciones públicas que realizan la función administrativa y de gestión del Estado y de otros entes públicos con personalidad jurídica, ya sean de ámbito regional o local. Y así me puedo ir libro tras libro y lectura tras lectura conociendo las principales teorías de la administración, sus enfoques, representantes y aportaciones, pero nada de esto le ha sido tan útil o don deste o a don aquel que los modismos usados en la vida real de una ventanilla donde se gestiona un permiso, se solicita un préstamo , se pregunta por una jubilación o se reclama por lo que se considera un abuso o un cobro de más. Tenemos entonces que si se quiere contar con documento que ampara un pago o la liberación de una deuda , el interesado no le dará muchas vueltas al asunto y obviando cualquier explicación legal del porque ocupa lo que exige , él solo dirá " papelito habla" y eso les resultará suficiente a emisor y receptor para entenderse. Al revés, si el que los atiende es diligente y les brinda un excelente servicio, les dará todas las facilidades , le corregirá la plana si no había llevado los requisitos exigidos , pondrá de su bolsa si hay necesidad de sacar una copia y contento por haberle servido con calidad y calidad a ese adulto mayor ,para finalizar tomará una pluma ,indicará un espacio en una hoja poniendo una crucecita y le dirá : " échele un ganchito " o " póngale la poderosa". Sin embargo , cuando no se corre con suerte y en lugar de alguien tan servicial, se atiende uno que es experto en poner trabas y enredarte hasta el hartazgo, entonces entre los presentes , no han de faltar la voces que sugieren esas expresiones que se consideran infalibles : "échalo al periódico" dice uno, " Métele licenciado" arenga otro, " Échale el hombro" se escucha decir a uno más conciliador lo que equivale a una ayudadita o un empujoncito... Todo esto pasa a diario , como un subgénero o como un metalenguaje de lo establecido, en ese otro mundo que no siempre va a la par de una tramitología llena de eufemismos pero vacía de un lenguaje que desde este lado del servicio público se cuece aparte pero se comprende mejor. Seguiría disertando sobre el tema , nomas tengo que arreglar unos papeles al imss pero no encuentro la hoja rosita y ustedes bien saben que " papelito habla". Por Miguel Ángel Avilés
Yo tengo otros gatos, como aquellos que una vez tuvo mi madre o esos mismos, como si recordara la casa grande, su amor silvestre y un futuro que nunca tocamos ni con el pétalo de un invento, porque nos creíamos únicamente presente, inmóviles en el tiempo, eternos, como si el hoy, este que ya está aquí, nunca habría de llegar. Yo tengo otros gatos, ahora, y son los míos o tal vez una herencia inconsciente de una felicidad que siempre tuvimos frente a sí y no nos dimos cuenta. Yo tengo otros gatos y se los puedo probar. I MAYO Y JUNIO Eran los últimos y los que se irían con ella, como ese llanto perpetuo que en silencio uno descarga a diario, antes de que amanezca y todo el día, en donde los gallos cantan temprano y toda una vida, para volver a esa rutina feliz. Unos árboles ahí, la fruta en el suelo acá, un perro sordo llegando de la calle y dos gatos, Mayo y Junio, bautizados así por Efraín y aceptado tal cual por su comadre, para ser, desde ese momento, dos bultos color naranja que fueron creciendo ,despacito e invisibles, sin saber que representaban, finalmente, a todos esos gatos que, por años y en antaño, fueron para quien me parió un 3 de marzo, su alter ego a través de los cuales repartía amor como es mucho que nos dio a nosotros, sus hijos, y a cada uno de los michis que desfilaron por cada cuarto, por cada rincón, como volviéndose la compañía que siempre le fue arrebatada y solía buscarla a punta de un cariño que refrendó desde el primer gato, pasando por todos los que tuvo durante años, hasta el llegar de Mayo y Junio, uno muerto sobre las ruedas de un carro que pasó veloz sobre su pansa, como sacrificio para que ella siguiera con nosotros y el otro que supo estar hasta el último, fiel y amarillo , como una tarde que se apaga y le daba de topes ronroneros, cariñosamente ,tiernamente, desesperadamente como quien sabe que un cáncer maldito no da cuartel y apaga la llama de una esperanza ,quizá inútil pero necesaria, cuando se quiere que la eternidad exista y nadie parta. Ni una niña-mujer-madre, ni esa querencia por esos animales, ni dos gatos que simbolizaban ese otro querer que supo maullar hasta el último aliento. II LA MYSTERY…y el Macho Se llamaba así porque nunca supimos cómo había llegado, de donde había llegado o por que se quiso quedar en esta casa, sus últimos años de vida. Nuestra gata Mystery había muerto. Esa tarde dejaba de respirar para siempre. La seguimos extrañando. Pese a la edad que según su veterinario de cabecera tenía, La Mystery fue acogida como la menor de esta familia y, desde el primer día, recibió puro amor del bueno. Más de un arrebato tenía la Mystery. Dócil y cariñosa a veces, arisca y evasiva otras tantas, juguetona a la primera provocación así podía ser ella de impredecible. Su amante más conocido, "El Macho", un gato corpulento y tosco de color gris que venía a diario a visitarla desde una casa pegada al boulevard- resentía con desaires el ánimo que cargaba la Mystery. De las noches de arrumacos y sus paseos por las bardas ya no había nada. Tampoco de sus pleitos que hacían quedarse al Macho por horas junto a la puerta de nuestra casa, en espera de que la Mystery se dignara en recibirlo nuevamente y continuar con su romance. No supimos cómo pero él supo pronto la mala nueva. Esa tarde de domingo, aquí en la sala, La Mistery se quedó dormida con los ojos abiertos y su cuerpo rígido, en un sueño irreversible. La lloramos sin consuelo y después de llevarla en una bolsa negra, con delicadeza temblorosa la colocamos en el patio y le prendimos una veladora así como prendimos una utopía cuando corrió ligera ante los ojos asombrados de su doctor. No supimos cómo pero El Macho olió la muerte y, desde donde pudo haber estado, allá pegado al boulevard, y en horario que no solía venir a verla, de pronto ya estaba ahí, oliendo la superficie luctuosa de esa bolsa. Algo le decía con ligeros maullidos, quizá le decía unas palabras al oído, quizá le juraba amor eterno, quizá le perdona todos sus desplantes, quizá no podía creer lo que sus ojos de agua estaban viendo. El vino a la casa, desde el boulevard para conquistar a la Mystery y lo logró, pese a que, ella, nuestra gata de barda, era difícil en eso de dar el sí en cuestión de amores. El Macho, sin embargo lo logró y la elevó al cielo en cada entrega amatoria que se dieron. Nuestra Mystery, partió pero El Macho,le ha sido fiel hasta el tuétano. Por eso aun va y viene y se queda ahí, en esa macetera donde lo veo ahorita o donde le llegue el dolor por la ausencia de la Mystery. Por eso no le podemos decir que no a su dolor, a su presencia. Porque sabemos que al Macho le maúlla el alma. III LA PLOMA La Ploma no es nuestra pero casi. Ella no vive aquí con nosotros, pero casi. Tiene sus ojos azules y la mirada más tierna como si nunca dejara de suplicar algo: un lugarcito para quedarse , un rato de cariño , agua para quitarse la resequedad de unos malos tratos que no sé donde recibió , un puño de comida diaria y el rincón más tibio para recibir a esos cinco, seis ,ocho o nueve críos que ya la tiran al piso porque su embarazo y su panza no pueden más. Ni tiempo hay para decirles a ustedes la razón del por qué se llama Ploma, pero no hace falta porque ese es su color de piel entero y, en casa , no se complicaron la vida, bautizándola con ese nombre como decirle tuerta si no tuviera un ojo, negra si el diablo la vistiera de luto o le dijéramos coja si una de sus cuatro patas fueran asimétricas como las otras tres pero eso es imposible, creo, pues ya no estaríamos hablando de la Ploma, sino del Pushi, su enamoradísimo rival o su contrincante enamorado, quien le echa ojitos, a veces para contemplarla ,y aquí, en su humilde casa, hay quien jura que le profesa amor del bueno o para tirarle un zarpazo con tal de que no cruce el umbral de la puerta ya que harían de un territorio de un solo gato, una ciudad o un universo de unos felinos(cuatro,cinco,seis ,ocho,doce, veinte mil) que desde el vientre de La Ploma, hoy o mañana, están por llegar. IV EL PUSHI Mi madre amaba a los gatos y ella me amaba a mi pero yo la amaba más a ella, tanto pero todavía más como ella amó a esos animales. Yo, en cambio, pensé que no amaba a los gatos porque a veces es tanto el amor que se vuelve imperceptible, hasta que ya no están o se aparecen de repente como esos gatos que morían atropellados, o como la ausencia de una madre o esos sueños donde ella aparece, como han aparecido esos gatos en mi camino toda mi vida y después de ese mes de marzo de 2013 como si ella se hiciera presente a través de la Mistery que estuvo en casa de repente hasta sus últimos días o ese gato que vi en las escaleras o aquel que me recibió en un hotel al abrir yo la puerta y él dormía en medio de la cama como ella que un día se durmió para siempre. Así son los gatos y así son las madres: aman, viven junto a ti, queriéndote, amándote, dándote todo sin que tú lo veas, porque no lo expresan pero lo hacen y no saben hasta que parten, en definitiva o temporalmente como esos gatos que algunos suelen tirar a la media hora regresan ,ronroneandote o nada más les da por volver en los sueños como para seguir dando su amor ,aunque sea a pedacitos. Yo ahora tengo un nuevo amor, otro más como ese amor que le tengo a ellos o a mi madre o a mi hija que hizo posible su presencia o cómo él le tengo a la madre de mi hija que ya es bastante . No se llama Mayo ni Junio, como los últimos o penúltimos dos gatos que tuvo mi madre antes de que se volviera invisible por culpa de esa enfermedad que nunca le pusimos nombre frente a ella. Se llama Pushi, en honor a una expresión muy de mi idiolecto y de ese idiolecto de muchos allá donde tantos gatos habitaron y en homenaje a ella que a la vez es como homenajear al amor que siento por todos los que he nombrado: el Pushi, ella, la felicidad y esas manos de Alexia que pusieron en mi razón de vivir a este méndigo gato que ya amo, casi tanto como vi de lejitos que Alexia ama a su papá o más bien, todas las hijas, aman a su papá. El Pushi, que a punto estuvo de ser muerte, luego de esa agresión de la cual aún se ignoran las causas, hoy es vida entera y eso irradia, para bien y para fortuna de quienes hace poco más del año , le dimos la bienvenida como si llegara la añoranza y aquella felicidad que siempre tuvimos frente a sí y no nos dábamos cuenta. Ven: yo tengo otros gatos y se los supe probar. |
Miguel Ángel AvilésMiguel Ángel Avilés Castro (La Paz B.C.S. 1966.). Es abogado por la Universidad de Sonora. Practica el periodismo y la literatura desde 1990. Archives
September 2024
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