TELETON
Miguel Ángel Avilés Castro Para Adriana y Celia. También para un borroso recuerdo de un niño escuálido, lleno de pena. De pronto nos dio por ideologizar todo: los gestos, la risa, los pasos, el sudor, una mirada y hasta el lado donde se encuentra el corazón. De pronto nos volvimos superficie, no esencia. Fue, tal vez, cuando nos fuimos distanciando de eso que al fin de cuentas es lo que vale: el dar y entregarte para que el otro reciba de ti la posibilidad de ver, de andar, de correr, de mojarse en la lluvia y de sentir que estás aquí, en este mundo, donde, ante todo, el amor hacia tu semejante—o hacia tu diferente—es lo más importante. Sí esto se logra, para mí lo demás sale sobrando. Yo, sin pedirlo, vine a nacer y crecí en un país donde impera la desconfianza, la simulación, el agandalle, y el afán de hacer todo lo posible para que este país no viva en armonía. Pero en este país también he conocido la ternura, la compasión, la indulgencia, el estrechón de manos, la solidaridad y la entrega incondicional hacia un extraño o hacia quien nos resulta entrañable. Esto lo vi en casa y en el barrio, lo aprendí en familia y lo pude ver en la calle cuando menos te lo imaginabas. Lo vi hace muchos ayeres cuando a esto de dar todo por alguien no se le ponían nombres rimbombantes que por más que me lo expliquen, me temo que le dimos más importancia a la forma y no al fondo. No es hora de echar culpas. No hoy. Ya habrá tiempo para discutir la cosa pública, con sus verdades completas y sus mentiras completas, con sus mentiras a medias y con sus verdades a medias: Frente a los oportunos y pese a los oportunistas. Hoy, yo solo deseo que muchos niños y niñas tengan una oportunidad de vida y una oportunidad más feliz gracias a lo que logra lo que se conoce como TELETON. No quiero entretenerme en sus orígenes ni escudriñar en su estructura, tampoco en su pasado ni en su presente. No me importa. No quiero distraerme en acusaciones ni en señalamientos. Tampoco me importan. Prefiero creer y confiar, por sobre todas las cosas en quienes, en planeación y logística, en dirección y rumbo han mantenido en toda vela a este barco que, para lo que realmente se hizo, ha rendido buenas cuentas. Pienso mejor en El Ramoncito que, allá en mis tiempos de niño, no tuvo la oportunidad de una atención debida y hubo de caminar trastabillando cuando iba de un lugar a otro. Pienso en Alicia que, con mejores atenciones, pudo alguna vez haber mandado su silla al carajo y echarse a correr feliz hacia ese parque que solo veía desde su casa. Pienso en la falta de oportunidades que tuvieron tantos y se los comió la angustia y la desesperanza. Ni como devolver el tiempo, Dios mío. Pero atesoro el momento cuando un día tras otro la calidad de vida de un niño fue de la oscuridad a la maravillosa plenitud de poder dar unos pasos o de mirar a su alrededor con otros ojos o pronunciar completa una palabra. Luego pienso también en Larissa, la amiga de mi hija y ahora una adolescente, que bendice a la vida y a los que hicieron posible su casi total rehabilitación. Pienso también en Marko, el hijo de mi amiga Adriana y en la felicidad de ellos cuando él da un paso adelante y crecen juntos en toda la extensión de la palabra. Cuanto amor logrado. Cuanto amor recibido. Cuanta vida por seguir. Este es el presente y es la oportunidad que antes otros no la tuvieron. ¡Bienvenida ahora! El pasado acaso, sólo es la sombra de un niño escuálido, lleno de pena, que yacía en el suelo y un borroso recuerdo le tendía la mano para levantarlo. Cuanto amor logrado. Cuanto amor recibido. Cuanta vida por seguir. © Miguel Ángel Avilés
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Miguel Ángel AvilésMiguel Ángel Avilés Castro (La Paz B.C.S. 1966.). Es abogado por la Universidad de Sonora. Practica el periodismo y la literatura desde 1990. Archives
September 2024
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