Mi gusto es… (O la otra mirada) Yo no había bebido nada que me ayudara a soltar la lengua…
Recuerdo que, en una reunión decembrina de amigos de no hace mucho tiempo, alguien, de pronto, sugirió que hiciéramos una dinámica y que, ahí en donde estábamos en rueda, cada quien contara sus propósitos para el año que estaba por llegar. Yo no había bebido nada que me ayudara a soltar la lengua ni iba preparado, así es que improvisé. El resto de participantes se dividió entre hacer lo mismo que un servidor o contarnos una ristra de propósitos como si lo hubieran ensayado. Desde luego que uno trae en mente hacer cosas o continuar otras ya avanzadas durante el año que culmina, pero hay tareas y metas que, sin anotarlas en todo un proyecto anual, valen mucho la pena y hay que ir haciéndolas cada día. No requieren gran esfuerzo, más bien son muy prácticas, pero a la vez son muy reconfortantes. Doy ejemplos: jurar que el día de hoy nos reiremos hasta de nosotros mismos; saludar y dar los buenos días al vecino; abrazar a los amigos y decirle cuánto los quieres, leer un libro por puro placer más que a la fuerza; amar todavía más a tu familia; mirar el amanecer y esas nubes que allá salen tras lomita con el sol; caminar por la ciudad y verla atesoradamente como, supongo, ve su último día un condenado a muerte; conversar tantas veces puedas con quien puedas al compás de un café, de una canción, de un buen platillo, de una cerveza o de la simple plática o de una mirada recíproca. En fin, ese tipo de cosas sencillas debí enlistar cuando me tocó mi turno, pero, por no ir preparado, se me hace que escupí mi evidente improvisación y un montón de lugares comunes que se apilaron como grandes deseos o grandes promesas, tantas que aquello parecía mi plataforma política como posible candidato a un puesto de elección (in)popular o el borrador sobre mi plan estatal de desarrollo, o lo que sea, menos un ejercicio reflexivo de alguien que, hasta ese momento, estaba sobrio. De no haberlo estado, porque les juro que no estaba, me subo a la primera mesa que tuviera a mi alcance y, desde ahí, lanzo mi diatriba para que a ese ocurrente no le quedaran ganas de andar improvisando dinámicas de este tipo ni de ningún otro, así sea un diciembre, un enero, un 3 de marzo, un Día del Padre, una terapia de grupo o el fin del mundo. Pero no lo hice. Porque no quise o no pude, pero no lo hice. Sin embargo, hoy que lo recuerdo, pienso que, de todos modos, así me hubieran dado tres días, o un mes previo para pensar sobre el verbo que me echaría, también hubiera deseado hacer, por sobre toda complejidad, las cosas sencillas. Sí, porque, si bien hay que cumplir con cometidos laborales o profesionales, pienso que la vida es más sencilla y más simple, y si queremos esta puede ser una emoción eterna, alborozada y sublime. Claro, si así nos lo proponemos, estemos o no estemos borrachos cuando nos toque el turno. © Miguel Ángel Avilés
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Mi Gusto ES… (O LA OTRA MIRADA)
Miguel Ángel Avilés Aquel inmueble de adobe y sin techo que estuvo en esa esquina de las calles Comonfort y Jesús García de esta ciudad era el Cine Seris. Y quien alguna vez y por un buen tiempo pudo verse afuera haciendo su luchita era Don Roque. De lo que pasaba adentro, en otra ocasión les voy a contar. Ahora más bien les contaré algo de lo que pasaba afuera, entre la tarde y la noche, entre singulares muchachos y Don Roque. Espigado, de buen porte, con cierta pinta de Emilio Tuero, flacucho acaso, así me dicen que era él. También ofrecía seriedad y disposición para el trabajo, pero solo por unas horas, porque al rato, ya cuando altas horas marcaba el reloj, se olvidaba de todo, sabedor de que, de vuelta a la realidad, en la madrugada o al siguiente día, ahí estarían las ganancias y en buen estado su negocio: un carrito de Hot Dog bien cuidado donde podía verse un farolito y todos los utensilios que le pudieran garantizar al cliente el mejor servicio. Al cabo, en ese entonces tanto gueguere no había. Al cabo que, si Don Roque ya no daba de sí después varios alipús, luego entonces brincaban solidarios los jóvenes del barrio que en esa esquina se juntaban en bolita y de comensales y clientes de su amigo, pasaban a ser los despachadores de lo que hacía un momento se habían zampado de dos mordidas y con todo. Aunque eso de “todo” era un decir o casi era la nada si los comparamos con los cerros de incontables ingredientes que vemos rebosando sobre ese pan tal como ahora se acostumbra, aquí o allá o en cualquier carreta que usted guste. Era un decir y no les miento porque de ese apartado donde salía un vaporcito nomas estaba las salchichas hirviendo y bien pelonas, sin tocino ni nada de eso porque esas ocurrencias llegarían hasta más delante. Don Roque digamos que empezaba desde temprano pero como si fuera el combustible o su carburante o si quieren un mero aliciente para que la jornada resultara más motivamente, por ahí acomodadita estaba bien helada, si era cheve pal calor, o tibiesita si era trago pa que el frio no llegara. Pero el sueño sí y don Roque, cuando menos esperaban, ya estaba con los ojos bien cerrados sin más pendientes que el respirar de sus ronquidos. No cerraba su negocio ni dejaba listas las alarmas. Tampoco aprisionaba en caja fuerte el dinero que recibía ni la guardaba por ahí con mil candados. Eso ya era tarea del personal del siguiente turno, ese que comenzaba cuando Don Roque quedaba en silencio y no lo despertaba ni los pitazos del tren que a la ciudad a distancia ya llegaba. Ese que comenzaba cuando esos locos del barrio, los mismos que habían pedido cuatro pa llevar o pa comer ahí, se disponían a continuar la labor que Don Roque diariamente dejaba a medias hasta terminar la faena, levantar los instrumentos de trabajo, apagar con cuidado el farolito, echarle en la bolsa del pantalón las ventas de ese día y llevarlo, si así era necesario, hasta la mera puerta de su casa o, por que no: hasta donde Don Roque les dijera. © Miguel Ángel Avilés Mi Gusto ES… (O LA OTRA MIRADA)
Miguel Ángel Avilés Lo sucedido en Culiacán en días pasados trajo consigo una tonelada de opiniones y controversias entre los actores políticos, los medios y la opinión pública pero también provocó la inspiración de quienes solo están a la espera de un hecho de este tipo para componer el corrido de rigor que al rato escucharemos en la radio, en el celular, en la tele, en una noche de sábado o mientras avanza el carro o el autobús. Si tienen calidad o no, ya es punto y aparte. Si esto incide en el comportamiento de las nuevas generaciones para tomarlos como referente aspiraciones y llegar a ser uno de los personajes que aparecen en la letra, lo podemos averiguar en otro momento. Lo que si es cierto es que en unas horas y a la fecha más de uno agarró tinta y papel para contar a su modo lo que pudo pasar esa tarde en la capital sinaloense que primero puso en jaque a Ovidio Guzmán como blanco del operativo, luego a la población y más tarde y todavía al gobierno federal que decidió este polémico apañón. Como cada quien parece contarlo a su modo, seguramente estos compositores habrán hecho de su crónica musical lo que les venga en gana en su intento por contar la verdad, enaltecer a un personaje, defender alguna causa, o poner a los buenos o a los malos como héroes sin que sepamos a ciencia cierta quienes con unos y quienes son los otros. Si así se le quiere ver, son registros históricos que pueden quedarse para el consumo de unos cuantos, puede trascender nomas en un sector muy específico de lo popular, o, con más suerte o calidad, pueden quedar para siempre alguno de ellos como un referente de lo que ahí aconteció. Si se logra esto último y en unos años más se sigue escuchando, ya no importará en un sector si lo que dice en el corrido fue verdad o fue mentira, solo se tendrá predilección por él ya sea porque les gusta la tonadita o la letra o porque lo interpreta el grupo más encumbrado de la historia o porque trae a su memoria un episodio más en esta gran puesta en escena que habrá de sumarse a tantas que hemos vivido y seguiremos viviendo en este teatro de revista que es México, nuestro querido país. Quisiera abundar en el tema, referirme a modo de ejemplo a Los Tigres del Norte (Los Rolling Stones de Mocorito, diría mi querido amigo Mario Arturo Ramos) con su Contrabando y Traición o Camelia La Texana, decirles que fue con El Rayo y Salgado, dos amigos de mi hermano con quienes escuché primero esas canciones y no con el legendario grupo, al Charro Avitia y el corrido de El Pablote, considerado como el primer corrido sobre narcotráfico, decirles porque no estamos de acuerdo algunos de que se diga narcocorridos y no corridos que hablan sobre el narco , en fin otras cosillas al respecto, pero el espacio se acaba y será para otra ocasión cuando lo hagamos . Es más: me comprometo a escribirlo casi tan rápido como fue liberado el blanco de ese operativo. © Miguel Ángeles Avilés Mi Gusto ES… (O LA OTRA MIRADA)
Miguel Ángel Avilés Para la Generación 84-89 de Licenciados en Derecho Unison Cuando me vine a Hermosillo para estudiar en la Universidad de Sonora, hubiera querido traerme a toda a la familia, al perro de la casa, a los amigos y ese olor a comida caliente que recorría la casa a diario gracias al esfuerzo de mi madre. Esos fueron mis primeros deseos en mis tardes de soledad cuando la nostalgia pegaba fuerte y me hacía tragar gordo para no soltar el llanto. Hubiera querido traerme tanto, pero no lo hice ni se podía. La decisión de cruzar el charco a los dieciocho años cabales, para estudiar la carrera de Derecho, había sido absolutamente mía y ni modo, tenía que aguantarme. Quien me manda. Pero si allá dejaba un mundo, acá comenzaba a construir otro. A eso me aboqué porque no quería decepcionar a nadie y para ello hube de adaptarme a lo que cayera. Aquellos días solitarios poco a poco fueron menos, en la medida en que empecé a conocer amigos de la carrera y algunos, a su vez me acercaron a su propio núcleo familiar, parecido a ese que yo añoraba lo cual hizo que todo fuera fue más llevadero. Por afinidad, por azares de la vida, porque el destino ya lo tenía previsto o nomas porque sí, fue con el Beto Barragán y Cuitláhuac Castro con quien más hice migas desde el primer momento universitario y esa que se volvió una gran amistad afortunadamente permanece hasta a la fecha. Al primero le gustaba el Fut Bol y le iba al América. Por si fuera poco, tenía una sangre tan liviana que era como reencontrarme con un amigo que allá dejé y con el cual podía interactuar sin mayor problema. Con el segundo hubo una identificación ideológica que ya latía mi corazón gracias al C.C.H donde estuve. Sus respectivos padres me brindaron comida caliente como la que yo extrañaba de mi madre, con ese olor que solo algunas sazones tienen y con esa calidez que uno siente cuando las cosas se ofrecen de buena gana. Por aquellos años y por estos, sirvan estos dos locos de ejemplo, porque me sería imposible nombrar a todos mis demás amigos y amigas que, desde entonces, tanto en la escuela de derecho, como en el resto de la universidad me arroparon con su amistad y han hecho algo por mí. Esta semana cumplimos un aniversario más de haber egresado y aunque no lo acostumbro, aprovecho este espacio para agradecerles con una de las maneras en que pudiera yo pagarles: con unas palabras y con mi querencia infinita para siempre. Confieso que fue un amigo del barrio -Alfonso Medina- quien, ya siendo maestro normalista acá, me convenció para venirme a la universidad de Sonora y no al sur como también yo había visto como opción. Aclarado él dato, si algo tiene que reclamar por mi llegada y estancia en esta capital, no vengan a mí: mejor les digo donde encontrar a mi amigo y reclámenle a él. © Miguel Ángel Avilés Mi Gusto ES… (O LA OTRA MIRADA)
Miguel Ángel Avilés EXAMEN DE ANTIDOPING. Recuerdo la primera vez que me hicieron un examen de antidoping: fue ayer. Había laborado de granjero, de ayudante de pintor, de modelo, de meritorio en un juzgado, de asistente técnico en el centro de readaptación social, de reportero, de asesor jurídico en el sector público, de maestro, de otras tantas cosas más, pero nunca me habían pedido como requisito para emplearme, un examen así que pudiera detectar sustancias o drogas de las llamadas prohibidas , con lo cual, de resultar positivo a cualquiera de ellas, entiendo que te dan las gracias y ,sobre el posible trabajo, los intentos llegan hasta ahí, salvo que de plano se den cuentan que andas muy amolado y te echen la mano para un internamiento. Yo estaba seguro que no sería mi caso y, para fortuna, todo salió bien. Aun así y, dejando por ahora las controversias que en torno a este tipo de exámenes existen en cuanto a controles de confianza, rigurosidad, estigma y demás, creo que uno no tiene escapatoria y mientras son peras o son manzanas, hay que hacérselo pues de lo contrario será un punto en contra frente a la persona que te exigió ese requisito o, plano, ni siquiera te abrieran la puerta en esa dependencia que te lo está exigiendo. Es decir, te lo haces o te lo haces o ya sabes a lo que te atienes. Cuantos personajes han tenido que dar este paso o algunos más pudorosos como aquel tan memorable que, para no exponerlo al escarnio, solo lo referiré como mi amigo, el del plan de abajo quien con tal de recibir una beca de la Fundación Katz para ir a estudiar en los Estados Unidos, hubo de doblegarse a múltiples estudios a manos del doctor Philbrick, en particular ese que quería descartar que el paciente tuviera úlceras en salva sea la parte. Hasta aquí el resumen de la historia para no encender el morbo en perjuicio del becado. Lo cierto es que estas particulares exigencias para garantizar un empleo son sonrojantes por antonomasia, pese a que uno tiene la certeza de que pasaremos la prueba. Esto último es lo de menos. Lo que ruboriza es lo que ocurre desde tu llegada al laboratorio en la antesala y hasta antes de recibir el resultado. Primeramente, tienes que decir a que vas y los que te atienden, quizá porque lo ven muy natural, no son propiamente discretos para responder y para darte las instrucciones a seguir. Como ustedes saben (porque lo saben) para esta prueba, la muestra de es de orina. Pero nada de llevarla ya lista. Se toma ahí mismo y se les tiene que dar el nombre e identificarte plenamente para que no se quiera hacer chapuza. Después de que todos los presentes ya supieron a qué vienes y quien eres, delante de ellos , te indica los siguientes pasos: lavarse las manos, limpiarse “allí” , empezar a orinar en el inodoro para asegurar que se traen ganas y practicar tantito, colocar el recipiente recolector debajo del chorro de orina, recoger al menos 1 o 2 onzas de orina en el recipiente, que debe estar marcado para indicar las cantidades, terminar de hacer chis en el inodoro, entregar el recipiente con la muestra al técnico de laboratorio o profesional de la salud que te atendió el cual no te pierde de vista para no arriesgar la cadena de custodia, observar que se aleja rumbo a donde harán las debidas pruebas a esa misma persona de bata que te dijo que esperara un momento, que enseguida venían. Y sí regresan y rápido. tratándose de estos exámenes- me refiero al antidoping, no a los del camarada del plan de abajo- los resultados están casi de inmediato. Te entregan un sobre y ya dependerá de tu conciencia si lo reciben tranquilamente o lo agarras con cierto temblorcito. Los que están ahí presentes puede que sepan si todo está bien o algo anda mal, dependiendo del gento que uno haga. De cualquier manera, ninguna de las dos cosas les importa. Los que estaban cuando uno llegó y que ya se fueron, muy probablemente se fueron murmurando, haciendo sus apuestas, se llevaron clavada la duda en los uno de su morbo o porque no, optaron por pedirle a dios que a ese fulano que acaban de ver si le den el empleo, aunque en ese papelito en diga positivo. © Miguel Ángel Avilés |
Miguel Ángel AvilésMiguel Ángel Avilés Castro (La Paz B.C.S. 1966.). Es abogado por la Universidad de Sonora. Practica el periodismo y la literatura desde 1990. Archives
September 2024
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