Por Miguel Ángel Avilés
Para el Anibal. Y el resto de culpables. Como una plaga, como una incontinencia desbordada, el nombre comenzó a reproducirse por toda la prepa , cual si se tratara de un arranque de campaña, del reconocimiento de un personaje histórico, no de la impostura ni de la parodia amistosa a la intrascendencia. En el tronco de un árbol, en la puerta de un salón, en los baños en el vidrio delantero de un carro, en un pupitre, en el pizarrón, en la plancha del laboratorio, en la pared del auditorio, el nombre estaba ahí, escrito con marcador negro y con una letra inconfundible, como plaga, como una enredadera que crece y crece, día y noche y a la mañana siguiente ya cubrió toda una ventana. El contagio no tardó en llegar y los émulos del Anibal, hicieron lo propio y sumándose a esta artificial cargada, plaquearon al C.C.H. Morelos con un nombre que pertenecía a cualquiera de la comunidad preuniversitaria, aunque no se supiera a quién. Del Micky Avilés a secas, se pasó al Micky Avilés was here, con tal ganarle en las preferencias al Rolo, es decir, al Malasuerte, este sí, treper obsesivo del lugar más alto que pudiera existir, perseverante con su Tagging up, de preferencia las cocoteras que estaban en el centro de la escuela y estando allá en la cima, dejaba su tag, como Neil Armstrong lo hizo clavando la bandera gabacha, al llegar bien dopado a la luna y de ese modo se podía leer " Rolo was here" cual triunfador en una apuesta. Pero yo no era ese ni ningún otro, acaso la víctima de una carrilla iniciada por el Anibal, que prendió la mecha en un momento dado y aquello se volvió un himno a la ociosidad a favor de alguien que, si hoy todavía pasa desapercibido por irrelevante, en esos ochentas, era algo muy parecido a menos cero. Tanto cundió el nombre que, volviéndose el Colegio de Ciencias y Humanidades como la espalda de un malandro lleno de tatuajes, pero con mi nombre, un día, el que ustedes quieran, se paró frente a mí el subdirector Pedro René Meza Verdugo (a) el Pollo e increpándome, me exhortó para que borrara mi nombre hasta del más recóndito lugar donde, según él, estaba escrito. Le respondí que todo era más que la consecuencia de lo que el Anibal había iniciado y se les había salido de control , tanto así que le apunté con mi dedito hacia un punto exacto, como si ahorita lo estuvieran viendo ustedes: “BIBLIOTECA” decía en un rótulo en la puerta de esta y hasta ahí llegó la mano, literalmente negra, del Anibal o ya no se quien, para escribir abajito " ...de Micky Avilés", es decir " Biblioteca de Micky Avilés " mientras este que le escribe, permanecía impávido, frente a todo el remolino que se había provocado con respecto a sí, pero si ser nadie. Esa vez no me di cuenta pero si hoy, con respecto a lo fácil que es construir una figura que, venido del artificio, de lo baladí, puede volverse algo extraordinario, ( in) digno de admirarse ,sin saber a ciencia porque. Esa prepa ofrecía grandes cosas y mejores prospectos en la academia, en la lucha sindical, en talleres literarios, en el deporte, en comités de lucha, en un sin fin de virtudes colectivas o individuales, como para que un enclenque chamaco les peleara un lugar en materia de popularidad y pasarles por encima si es que deseaban disputarle el mayor número de aplausos en un concurso, desafiando a sus seguidores. Y sin embargo, pudo ocurrir si la masa estudiantil se embelese con esto que no pasaba de ser una ocurrencia de la raza a mis costillas y sin mérito alguno, llevan más allá esta frivolidad, haciéndome pasar como el gran prospecto que a pesar de su juventud, no tardaría en estallar como una figura pública capaz de dirigir multitudes y en unos cuantos años más, ser el candidato natural para barrer en los resultados electorales de la capital o de toda sudcaliforniana. En aquel entonces todo fue anecdótico y para mi lo sigue siendo junto con mis amigos y amigas, entre las cuales se cuentan algunas que, seducidas por la fama, deseaban conocer a Micky Avilés, por curiosidad en algunos casos, pero en otros, porque si consideraban que la notoriedad o el renombre, en verdad era proporcional a la sabiduría, la capacidad o el talento que les podía yo ofrecer. Nada de eso y lo tenía bien clarito. Fue la pura cura y hasta ahí. Peligroso hubiera estado si yo me la creo, y saliendo a la calle, me pongo a evangelizar como si en mi intelecto tuviera cabida un estadista en potencia, mientras el Anibal y todos los demás, me siguen llenando de humo la cabeza, al ritmo de sus carcajadas, con el afán de aprovecharse de alguien que de un de repente se convirtió en el héroe desconocido, pero delirando al estar en los cuernos de la luna, ya empezaba a dictar cátedra, atolondrando a incautos y creyéndome un mesías. Esto que le cuento sucedió a principio de los ochenta y espontáneamente termine convertido en un producto, como fácil es que en el terreno de la vida pública también se de este fenómeno, aunque no pocas veces sea deliberadamente. Es en esto último donde radica el problema o nace el riesgo. Que el Frankenstein que ha sido construido gracias al ardid o a la treta de otros, como me pasó a mí por culpa del desgraciado Anibal, si se asuma como un genio como un dechado de virtudes, una deidad, a quien hay que tratarlo con reverencia de por medio cuando pase con sus brazos en lo alto o el puño cerrado, echando vivas y arengando masas, auto elogiado por su soberbia aunque sepamos que en realidad es un charlatán, o una creación de bisutería, tan huérfano de ideas, como era el Micky Avilés en esa prepa. * Comentarios: Correo electrónico [email protected] Facebook: Miguel Ángel Avilés Castro
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Por Miguel Ángel Avilés
Si antes de leer estos nombres y enterarme lo que son, hubiera jurado que se trataba de un dueto musical norteño o de un par de cómicos de carpa, así como decir Viruta y Capulina , Tin Tan y Marcelo, o Manolin y Schillinsky. Pero never, se trata de dos medicamentos que, de acuerdo a lo que he visto en dos o tres recetas, pareciera que no pueden existir el uno sin el otro, o sufren de una codependencia irreversible que ya no se pueden medicar por separado o no funcionan tan infaliblemente sino actúan juntos como decir Batman y Robin, Kaliman y Solin, Robinson Crusoe o Viernes Martinoli y Jorge Campos o Kim Kardashian y yo. El Espacil es útil en el tratamiento para dolores gastrointestinales, colitis y diverticulitis, así como dolores genitourinarios, tales como cólicos renales y uretrales, cólicos viscerales y dismenorreas. Como la Sulfa no sé qué y el Enterovioformo que me encargaba mi’ama de la tienda porque alguien de la familia andaba mal del estómago. El Tesalón es auxiliar en el alivio eficaz y confiable de la tos seca. Alivia la tos en tan sólo 15-20 minutos y tiene acción hasta por 8 horas. Como el viagra, pues, nomás que en otra parte del cuerpo. Supongo. Lo cierto es que estos medicamentos son muy útiles en estas fechas, donde la provisión cocida es, literalmente, el pan de cada día, ya que le entramos con fervor a la comilona y al mismo tiempo, el clima y nuestros desarreglos, hacen el cóctel perfecto para que en la noche sea imposible dormir porque estamos tose y tose. No se trata de incluirlas en la canasta básica, ni darlos como regalo en un intercambio, mucho menos dejar un botiquín repleto de estas pastillas junto al arbolito de navidad, pero si considerarlas como una opción cuando se nos presenten las molestias si es para salir del apuro o mantenernos tranquilo, cuando veamos que el médico garabateo estos nombres en la receta y nos pidió que la surtiéramos para quedar al centavo antes de navidad. Entiendo que los temas decembrinos no son, propiamente, estos que estoy tocando ahorita, pero no me digan que en estas fechas no acudimos con ellos por obvias razones y si bien no hay profesiones que no merezcan importancia, como no hay ser humano que no merezca ser atendido por quienes las ejerzan, sí creo que hay profesiones que tutelan valores que no pueden tener comparación. En esta lista, ni duda cabe, son los médicos quienes la encabezan, me parece, porque no creo que haya cosas más valiosas en alguien que la vida y la salud. Con que nos amanezca eso el día 25, hay que darnos por bien servidos. Y para ello hay que cuidarnos mucho y darles el crédito que se merecen los galenos que nos han sacado a flote cuando hemos andado quebrantados de nuestro organismo. Yo, la verdad, l@s admir@ un buen. Tan solo el aprenderte esa larga, interminable lista de los medicamentos ya es de por sí una gracia. Pobres hombres y mujeres, no sé porque se la ponen tan compleja. Si cada pastilla o cada cucharada cumplen funciones tan generosas, por qué demonios no le ponen un nombre más acorde a lo que atienden, a lo que combaten. Es que ya es hora de que renovemos el catálogo sobre este tema y se les pongan nombre como ponérselo a una flor, a una poema, a una piedra hermosa. En primer lugar, ya basta que casi todas, en su mayoría, terminen en " ina.." penicilina ''sulfaguanidina" y así. Tan bonito que puede ser el llamarle "bendición del cielo", "arrullo del viento", " ave del paraíso", "cosita mía", "sueño inolvidable", "alma generosa" y demás nombres por el estilo. De esta manera, ni los futuros médicos batallarían tanto durante sus madrugadas de estudios, ni los pacientes estaríamos tratando de descifrar qué carajo puso el doctor en esa hojita. Mientras redondeo esta idea y la hago llegar como iniciativa de ley a los legisladores que en ocasiones, hoy aprovecho y felicito con eterna gratitud y admiración a todos estos profesionistas que están en formación o ya son unos consagrados, como al propio ejército de enfermería, laboratorios, camillero, e intendencia pero que en las pasadas semanas, ayer mismo, esta madrugada y los meses que vienen, están ahí ,en el campo de batalla, literalmente partiéndose el alma, contra las enfermedades y achaques que aumentan en este mes, en ocasiones por culpa de nuestra indisciplina. Por cierto y con esto termino: Me acordé Cuando tu mamá te mandaba a la tienda de don Este o don Aquel a comprar tractolina o pan o cigarros Fiesta o Capri o piloncillo o frijol o jabón Camay o una Enterovioformo y una Sulfaguanidina para quitar el dolor de estómago o una Colmer para el dolor de muelas que te atormentaba sin piedad toda la noche. Eso si el enfermo no eras tú, porque si eras, te tenías que quedar en casa sin salir para nada; pobre de ti que hicieras desarreglos. Si te dolía el estómago había que comer a fuerzas el caldo de pollo sin sal y la gelatina, a regañadientes, peor si era de limón. Si era la muela, nada de salir al sol ni mojarte porque se te ponía un cachete, lo hubieras visto, grandotote, como si trajeras metida una bola de algodón; mejor ni le buscabas, para qué, si dolía reteharto que te hacía llorar aunque te aguantaras; para apaciguarte la dolencia te ponían un trapo caliente, previamente puesto un rato en el foco encendido, o si no, te retacaban unos clavos de olor en la muela picada, que no tenía consideración con nadie, hasta que no te la sacara un dentista indolente, que tiraba de ella como si unos caballos tiraran de un carreta; así de fuerte se sentía, no les miento. Para qué les voy a mentir, si ustedes saben bien de qué les hablo: santo remedio. Luego que te aliviabas podías comer de todo; te dejaban bañarte si querías, claro, porque no faltaba el gato para el agua, que con tal lograr su propósito inventaba dolores y se acostaba en la cama, quejándose para que ya no le insistieran. Nomás no fueran a descubrir tu falsedad, porque te pedían ir al baño a fuerzas, con todo y ropa. Si te daba la gripa por mentiroso, era peor, porque en la receta claramente le ponían cinco inyecciones. Eso sí era una herejía; por eso prefería uno quedarse callado, aguantarse hasta donde se pudiera, como hombrecito que era, que soy, que sigo siendo, aunque siga habiendo dolor y uno que otro llanto. También Cuando tenías que levantarte antes que los gallos cantaran, así estuviera bien oscuro porque ibas a viajar a sansemeolvida, o a llevar unos análisis al ISSSTE, te parabas envuelto en una cobija a sabiendas que en la lumbre ya estaba puesto el café, y que en la radio ya había comenzado Laboratorios Mayov, el programa de una compañía de ventas por correo, propiedad, en un inicio, de Carlos Camacho allá por 1959 y después de su hermano Jorge. Especializada en medicina sin receta, se creó para servir a los inmigrantes del sureste de los Estados Unidos. Se conectaba con diferentes estaciones de radio para promocionarlas, hágame el cabrón favor, a las cuatro de la mañana los siete días de la semana sin falta. Tenía como invitados a más de un artista de música norteña, de mariachis y rancheras, contestando peticiones y haciendo dedicatorias que la gente escuchaba ya con la taza de café en la mano, ya en un tráiler en la soledad del camino, ya en la carretera rumbo al pueblo que habías decidido como destino. Podías viajar cualquier día o levantarte temprano siempre y cuando fuera a esas horas. No te complicabas con la indecisión de qué escuchar, si con los ojos cerrados movías el cuadrante para escuchar lo que era como tu despertador, como tu doctor, como tu guardián de cabecera, para copiar una receta o levantar el penco con una melodiosa complacencia de ésas con las que te daban ganas de echar un grito bien mexicano, pero ibas a parecer loco a esas horas. Lo que hacías era subirle al radio para que se alegrara el corazón y se despabilara el cuerpo, que todavía andaba engarrotado aun cuando te estiraras como un lagarto parado. Si ya era hora de irse, salías soplándole a la taza y dándole el último trago para no salir tan frío no fuera a ser que agarraras una constipación. Por eso preferías cobijarte y salir bien cubierto cuando apenas empezaba a clarear, rete bonito. La verdad no sé qué tanto faltaba para que salieran a escena ESPACIL Y TESALON o ya andaban descongestionados cuerpos y quitándonos la tos. A propósito: si un día no las encuentran, yo les sugiero que a estas las suplan con una purga. No se les quitará la tos, pero, créanme que la pensarán para toser. Por Miguel Ángel Avilés
Si hubiera sabido que El Güero Castro también incurriría en ese error, como productor de la telenovela Cabo, dejo para otra ocasión la foto que nos tomamos frente al malecón de La Paz, mientras se grababan algunas escenas de aquella y con dibujitos de por medio, le aclaro cómo está la cuestión geográfica en esa parte de sudcaliforniana. Pero no es sino hasta ahora que la veo, cuando me percato que, como mucha gente, el equipo de producción y su asesores-si los tuvo- creen que Los Cabos es una ciudad determinada y no uno de los cinco municipios que conforman el estado. Entonces ahí tienen que tal o cual personaje, según la trama, fue y vino o está en Los Cabos, queriendo decir, seguramente, que está en San José del Cabo o en Cabo San Lucas, pero dicho de esa manera no solo es algo muy genérico, ya que el municipio abarca un buen número de lugares, todos ellos muy requetebonitos sino además pone en evidencia el descuido que se tuvo al momento de escribir tan “original“ historia. Tal vez este desliz sea pecata minuta, comparado con la fotografía y las imágenes que nos ofrece este formato pero, por una parte, no estamos hablando de unos productores improvisados ni de una empresa que ande haciendo sus pininos en estos menesteres y, segunda, de tener la intención de promocionar este destino turístico , harán que los potenciales visitantes se extravíen o al llegar a esta parte de México anden preguntando dónde aquí y allá dónde diablos está la urbe de Los Cabos. La cabecera municipal es San José del Cabo y la ciudad más importante es Cabo San Lucas a 32 km de la cabecera. De ahí que si los que escribían ese libreto no querían tener el tropiezo que señalamos, pudieron haber indicado en los diálogos “Está en San Lucas”, “ se fue a San José “ o aún más, “ Ya viene de La Ribera” o de Miraflores, o Buenavista, o Santa Catarina, o Las veredas, o San Rosa o, de perdida, de Santiago a donde fue a unas carreras de caballo, por invitación de Leones Cota, por ejemplo o qué sé yo. En defensa de mi compa Güero Castro, debo reconocer que este error es muy frecuente en personas que no radican o no son oriundas de la región y suele costarles trabajo entender todas estas diferencias de lugares. Lo mismo seguramente nos habrá de pasar a quienes visitamos otros estados, otros países, otras galaxias. Pero el común y corriente como nosotros no andamos haciendo estas producciones que influyen o llegan a ser una fuente informativa en un amplio sector de la población, quienes sí creen que deberían de ser cuidadosos a la hora de nutrir sus datos. No hace mucho, platicando con un primo que labora como taxista en el aeropuerto al respecto de este enredo, constataba lo que les estoy diciendo y cómo muestra de ello me decía que en más de una ocasión los viajeros le preguntan: _¿Cuánto nos cobra por llevarnos a Los Cabos? _ ¿A Los Cabos? A Los Cabos ya llegaste, tal vez quieras decir a San José del Cabo o a Cabo San Lucas .. Y ahí les va aclarando el panorama, hasta dejarlos en el hotel. Por cierto, a diferencia de Güero Castro quien en todo momento se portó accesible y dispuesto a interactuar con los curiosos que se acercaron a ver el rodaje y a convivir con parte del elenco, el actor Diego Amozurrutia, fue todo lo contrario, digamos como sintiéndose inmerecido por los que lo buscaron para conseguir una selfie con él. Por eso ahora que lo veo en la pantalla chica, así de insoportable y pedante , creo que no está representando a un personaje , sino a sí mismo en la vida real y diaria. corresponda. * Como ya agarré aviadita con el tema, aprovecho para decirles que, bajo la coordinación y edición del apreciado amigo y escritor Keit Ross, oriundo precisamente de San Lucas, recientemente empezó a circular ya el libro Historias de Los Cabos, una recopilación de relatos enmarcados en el municipio de Los Cabos. Los textos se clasifican en diferentes categorías como historias sobre huracanes, migración, familia, y pandemia. Este libro es el resultado de la convocatoria abierta que realizaron Barco Varado Ediciones y la Sala de lectura La hermanita de Ysabela en el año 2021. Les dejó el mío, no sin aclararles que, en esas páginas, encontrarán, sin duda alguna, otros mejores. * Contrario a lo anterior, el sur, para nosotros, siempre fue un motivo de felicidad. Saber que iríamos hacia allá, la región en donde ahora podemos identificar como Los Cabos, a secas, era imaginación y dicha, un desfilar de olores, como anzuelo, para morder, de nuevo y tantas veces se pudiera, el cordón umbilical de lo que era nuestro origen. Así nos crearon y así seguimos siendo: pedacitos de tierra húmeda y mañanas frescas, sonidos de cencerros que caminan lento para abrevar sus esqueletos, humos de leña seca encendida a diario, hierba silvestre que oxigena los recuerdos y un mar como llegada rodeando todo. Desde ese mar partíamos de madrugada al sur, como aprendimos a decirle y aprendimos quererlo, gracias al modelaje de los jerarcas de la casa, Papá y Mamá, luego Mamá sola, quienes nunca negaron la cruz de su parroquia y nosotros, gustosos, hicimos lo mismo. El sur, en contraposición no tan obvia, del norte y que era decir Tijuana. El sur con destino cierto: el Rancho El Encinal, del ejido Las Casitas y lo demás era complemento. El sur, como rasgo distintivo para identificar a un rancho anclado kilómetros delante de esa terracería. Atrás quedaba uno a uno de los pueblos con su nombre- San Pedro, El Triunfo, San Antonio, San Bartolo, Los Barriles y así, para enseguida ponernos frente a sí , la inmensidad azul, la singularidad de lo sublime en donde en antaño era el camino avanzado, la ilusión cada vez más próxima de lo que nos esperaba en la casa grande y de pronto se movió la mojonera para partir en dos a esa carretera que como un bello viacrucis significaba un encanto para mis ojos infantes que apenas si sabía la o por lo redondo. No, frente a la civilización siempre habrá una resistencia. Por lo desconocido y por lo que, al pasar de los años, habremos de conocer. Una resistencia natural y una que tarda en soltar la pronunciación. Si iríamos al sur era ahí, solamente ahí, en esa desviación de terracería delante de Caduaño, donde el polvo se adelantaba para recibirnos, antes que esa cuesta que al bajarla, ya teníamos frente así la casa donde nos guarecíamos durante algunos días, gracias a la hospitalidad de tantas voces tempranas: la otra familia, el lenguaje de los animales , la tibieza de la cocina y un montón de estrellas que cuidarían del sueño de todos, al rato que terminara la plática de sobremesa y las camas de horcones y vaquetas nos extendieran los brazos, en tanto que llegaba el nuevo día para repetir el gozo. Desde ese cónclave silvestre el habla de los grandes refería lo que escuchábamos lejano. Lo transpeninsular, ese dragón de cemento que ya extendía su lengua desde la Alta California, apenas era una criatura a la que no dejaban andar tan retirado. San Lucas estaba allá en el fin de la tierra , como incipiente camino de Santiago choyero y así le decía, San Lucas, a secas y sin pomposidad ninguna, como también se decía, San José, o El Pescadero, o el Carrizal o Todo Santos si de dar la media vuelta se trata pero rogando a dios que nunca mueran las tardes. San Lucas con vestigios pericuenses, San Lucas aldeana, de naves de palma seca pegaditas al mar como arrumbados como objetos voladores bien identificados, a metros del austero caserío, el croquis de un pueblo fantasma cuyos modernos pobladores tardarían en llegar para comenzar el despegue. Porque no hay belleza que no atraiga. Los ojos de una mujer, el sol rojizo cuando ya se oculta, los cerros verdes después de la lluvia, una huerta llena de fruta temprana, el suelo pariendo unos maizales , el tesoro que es el mar, un inmenso mar de contrastes, como decir el Golfo y el Atlántico, como nombrar a conquistadores y nativos, como necesitarlo todo y arriesgar lo mucho. Eso fue San Lucas, eso es hoy San Lucas: el niño que un día quiso andar hacia cualquier lado, sin estar seguro que el futuro puede ser en cualquier parte. En la conversa juvenil ya no se iba a Los Barriles, a Buena Vista, a Miraflores ni mucho menos a San José ni a San Lucas. Eran los mediados de los setentas y pronto empezarían los ochentas, tan alborotados, tan olvidadizos, tan ruidosos, tan distractores y decir que se iba a Los Cabos o, más aún “A cabo”, daba inclusión y rimbombancia aunque fuese nomás de dientes para afuera de cada uno. Era el principio y un final. Era la despedida de lo cerril que ya no podía más, y la llegada que no sabíamos que era pero, frente a las miradas del que ansía, lo traía todo: los hoteles creciendo con la velocidad del zacate buffel, la tránsfuga inocente del istmo a quien les caería el maleficio de brindar al extranjero,nuestra fe, nuestra cultura, nuestro pan, nuestro dinero, a cambio de un trabajo que ahora encuentran, encandilados, y se arraigan al grito de cualquier cosa es mejor que nada. Este paisaje azul remedio, el techo por cobija, cinco pesos más que las bolsas del pantalón vacías y un paisaje seductor que se volvía un oasis sin retorno para su necesidad. Tenían abundancia, porque llegaban con nada. Mano de obra ilusionada, dispuesta a levantar un fortín a punta de un hotel, otro hotel, otro más y toda una frontera de concreto que surgía, vertiginosa, hasta volverse obsesión y triunfo, oportunidad y crecimiento, victoria pírrica que abre las puertas a la gloria pero puede que a ratitos sea infierno. Lo rural que no muere del todo-nada ni nadie muere del todo- y un resort que no mira hacia atrás. El Valle del Sidim donde el pasado y el presente son la dualidad reciente de Sonora y Gomorra. “Ésta debe ser una tristeza urbana. Los edificios no dialogan y el cansancio silba. Los niños piden limosna y no huelen a gardenia. Allí, secos.”, dirían Juan Gelman. La geografía humana partida en tantas dudas sin respuesta. La muchedumbre desnuda, tirada en la arena como esperando el retorno del fuego para que arda todo y ese puño de cenizas echado desde un aburrido dinosaurio de granito se parezca tanto a un primitivo renacer. Por Miguel Ángel Avilés
Cuando yo era niño, pensaba que los caballos de mar, eran tan grandes como esos en los que mis tíos y primos me paseaban en el rancho hasta quedarme dormido y no siguiera dando lata. Me los imaginaba enormes, con su silla de montar y todo o a pelo, trotando alegres junto a los pargos, las cabrillas, los tiburones, las langostas, las caguamas, las medusas, los erizos, los delfines y tantos, entre ellos, las jaibas que, frente a ese espectáculo que presenciaba mi cabecita, estas salían corriendo, hasta la orilla para defenderse de una cadena alimenticia en donde no había piedad para nadie. Esto que para mí era cierto, pude habérselo contado a un amiguito, un hermano o hermana pensante y reflexivo que no se dejaba engaratusar por cualquiera y menos por un loco (como yo), a un pordiosero ateo, a la maestra que me enseñó a leer, al vecino incauto que le creía todo a esos pelones que salían en la tele cada 1 de septiembre del año de la catota y mentían a cada rato. Pero todos, toditos me trataron de convencer que no era cierto, que lo que decía este que ahora leen, eran puros disparates y que si continuaba en esa frecuencia no tardarían en internarme por deschavetado, si no es que antes no me hacían trizas las fauces de un hipocampo. Los ignoré. Mi disociación no admitía contrapesos ni ideas contrarias, menos aceptaba llamadas a la cordura ni oportunidades de diálogo para hacerme entrar en razón y aceptar, convencidamente, que lo que mi figuración veía nada, nadita tenía que ver con la realidad. Se acercaron a mí. Me expusieron lo suyo (albur aparte), me bajaron cartas de los datos que tenían, hicieron dibujitos comparativos entre lo que es un caballito de mar y un caballo que corre por el campo y ni así. Lo peor es que un día me habían dejado una tarea en donde teníamos que diferenciar entre la realidad y la fantasía, entre la ocurrencia y la evidencia, entre lo posible y lo deseable, entre la palabra y los hechos, es decir, entre lo que puede estar clarito pero un atrofiado cerebro lo puede negar y el día que lo entregué, la maestra quedó más confundida que yo. "Nunca discutas con alguien que se cree sus propias mentiras”, dijo uno pero hice como que no lo escuché, aunque, de seguro, se refería a mí. Esa es la clave: lo de pensar que los caballitos de mar eran tan igualitos como los que me paseaban antes de dormirme o para dormirme, pudo ser en un momento de mi niñez o mi inocencia o mi falta de pericia zoológica o la imaginación que se tiene a edad y que por desgracia se pierde en el camino de la vida conforme vamos creciendo. Pude haber tenido un trastorno (o varios) pero no creo que haya sido el llamado trastorno de personalidad múltiple, ese que se caracteriza por alternar diferentes identidades y que posiblemente se sienta la presencia de dos o más personas que hablan o viven en tu cabeza y que sientas que estas identidades te poseyeron. Yo le apuesto más a esa imaginación que les digo y que hay en los niños, la cual es muy, muy importante para su correcto desarrollo, ya que les aportará una serie de facultades muy positivas a lo largo de toda su existencia. Es la capacidad que tienen para representar mentalmente hechos, historias o cosas que no existen en la realidad o que no están presentes en ese momento. Pero lo importante es creer o convencernos que los niños no solo tienen que ser observadores o receptores pasivos, incapaces de conservar o crear otro mundo (más bonito que el nuestro) , sino que también son participantes, creadores, a través de la imaginación y que tienen la virtud para ver lo que otros no ven, para interpretar de otro modo de cómo interpretan los grandes. Indagando al respecto, me entero que, según los estudiosos, “la habilidad de imaginar objetos o acontecimientos comienza a desarrollarse de los 18 a los 24 meses. Poco a poco, el bebé se vuelve menos dependiente de los estímulos concretos y comienza a desarrollar y enriquecer su mundo interior”. De haber sabido esto, lo intento desde más chico, no desde que me dio por creer que los caballitos de mar, mínimo, eran del tamaño de una caballo pony o un que el cielo es el espejo del mar o que las sombras de las hojas de una almendro que se reflejaban en la pared eran una parvada de golondrina volando o el cerro por donde pasábamos al ir al sur aparentaba la cara de una bruja o de una tía mía que no estaba muy cuerda. En ocasiones sucede. Porque bien sabemos que la realidad y la imaginación, son amores que se reconcilian a veces. Eso sí: una cosa es que echemos a volar la entelequia para pintar de otra manera la realidad y otras muy distinta que nos aferremos en negar a esta. La negación reside en no enfrentar conflictos o situaciones complicadas no asumiendo directamente que existen, que son sustanciales o que tienen algo que ver con nosotros mismos. Dicen que lo peligroso de esta conducta es que lo hacemos sin darnos cuenta. Y nos falta razón. Pero también es grave cuando esa distorsión es consciente y peor aún, cuando se hace con dolo para engañar a una pareja, a una familia, a un grupo social, a una comunidad y servirte de este embauco. Claro, ya no hablamos de un niño. No nos encontramos ahora en la edad adulta. En el fútbol diríamos que hubo un cambio de juego, el balón cruzó el campo de un extremo a otro, pero, no necesariamente para bien. La fantasía pues, ya adquirió la fuerza de la mitomanía y ahí sí, que dios nos agarre confesados. Retomo a los especialistas y digo que eso ya “es un trastorno psicológico que consiste en una conducta repetitiva del acto de mentir. La persona mitómana suele mentir de manera espontánea con el fin de conseguir beneficios como atención, admiración o bien evitar un castigo”. He conocido a varios. Y en un descuido, aquello del caballito de mar y lo que ya dije, era, llamémoslo así, mitomanía infantil o sepa la bola. Pero solo la pensaba o no era para dañar a nadie. Era mi mundo interior y punto. Ya de grande de vez en cuando me regresa esa enfermedad y entonces opto por sanar yendo con mi médico o terapeuta de cabecera: la literatura, lo literario y si acaso cuento con ellos, también los lectores. En cambio, cerca de mi tuve a una persona que amé, pero no me impide decir que una parte de su biografía es legendaria por las historias que inventaba con el afán de justificar un acto propio, responsabilizar a otro o aprovecharse de la buena fe de alguien y llevárselo al baile con un préstamo, o lo que se dejara. En el terreno de la platicada, solía narrar lo conveniente y el honor de otros podían quedar hecho pedazos en un ratito, incluyendo a dos tres que días m meses o años antes, disfrutaban de su amistad o le habían tendido la mano en algún enredo o vericueto que anduviera metido. Conociendo sus arranques, preferible era dejarlo que ganara por default y que pasara encima del adversario en turno porque contradecirlo, significaba el final de la plática y el reclamo estridente por los siglos de los siglos. Me hubiera gustado gritarle "El que dice una mentira no sabe qué tarea ha asumido, porque estará obligado a inventar veinte más para sostener la certeza de esta primera" nomas que no había leído a Alexander Pope y además corría el riesgo que me agarrara a coscorrones como la noche que le dije, resignado, en los minutos de compensación contra Los Leones Negros, “ya perdió el América“ y de inmediato soltó el manazo en mi cabeza, desde los mas hondo de su fanatismo. Quien me manda. Pues sí. Aunque todavía sigo pensando que si alguien nos está mintiendo a mansalva, nuestra labor es decírselo. La otra opción es contemplarlos, sin chistar hasta que concluya su monólogo y expresarle, con reverencia, como alguien lo acuñó: “Te quedaron riquísimas las mentiras, casi me las como todas.” ¡Pues no! |
Miguel Ángel AvilésMiguel Ángel Avilés Castro (La Paz B.C.S. 1966.). Es abogado por la Universidad de Sonora. Practica el periodismo y la literatura desde 1990. Archives
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