Por Miguel Ángel Avilés
Si hubiera sabido que El Güero Castro también incurriría en ese error, como productor de la telenovela Cabo, dejo para otra ocasión la foto que nos tomamos frente al malecón de La Paz, mientras se grababan algunas escenas de aquella y con dibujitos de por medio, le aclaro cómo está la cuestión geográfica en esa parte de sudcaliforniana. Pero no es sino hasta ahora que la veo, cuando me percato que, como mucha gente, el equipo de producción y su asesores-si los tuvo- creen que Los Cabos es una ciudad determinada y no uno de los cinco municipios que conforman el estado. Entonces ahí tienen que tal o cual personaje, según la trama, fue y vino o está en Los Cabos, queriendo decir, seguramente, que está en San José del Cabo o en Cabo San Lucas, pero dicho de esa manera no solo es algo muy genérico, ya que el municipio abarca un buen número de lugares, todos ellos muy requetebonitos sino además pone en evidencia el descuido que se tuvo al momento de escribir tan “original“ historia. Tal vez este desliz sea pecata minuta, comparado con la fotografía y las imágenes que nos ofrece este formato pero, por una parte, no estamos hablando de unos productores improvisados ni de una empresa que ande haciendo sus pininos en estos menesteres y, segunda, de tener la intención de promocionar este destino turístico , harán que los potenciales visitantes se extravíen o al llegar a esta parte de México anden preguntando dónde aquí y allá dónde diablos está la urbe de Los Cabos. La cabecera municipal es San José del Cabo y la ciudad más importante es Cabo San Lucas a 32 km de la cabecera. De ahí que si los que escribían ese libreto no querían tener el tropiezo que señalamos, pudieron haber indicado en los diálogos “Está en San Lucas”, “ se fue a San José “ o aún más, “ Ya viene de La Ribera” o de Miraflores, o Buenavista, o Santa Catarina, o Las veredas, o San Rosa o, de perdida, de Santiago a donde fue a unas carreras de caballo, por invitación de Leones Cota, por ejemplo o qué sé yo. En defensa de mi compa Güero Castro, debo reconocer que este error es muy frecuente en personas que no radican o no son oriundas de la región y suele costarles trabajo entender todas estas diferencias de lugares. Lo mismo seguramente nos habrá de pasar a quienes visitamos otros estados, otros países, otras galaxias. Pero el común y corriente como nosotros no andamos haciendo estas producciones que influyen o llegan a ser una fuente informativa en un amplio sector de la población, quienes sí creen que deberían de ser cuidadosos a la hora de nutrir sus datos. No hace mucho, platicando con un primo que labora como taxista en el aeropuerto al respecto de este enredo, constataba lo que les estoy diciendo y cómo muestra de ello me decía que en más de una ocasión los viajeros le preguntan: _¿Cuánto nos cobra por llevarnos a Los Cabos? _ ¿A Los Cabos? A Los Cabos ya llegaste, tal vez quieras decir a San José del Cabo o a Cabo San Lucas .. Y ahí les va aclarando el panorama, hasta dejarlos en el hotel. Por cierto, a diferencia de Güero Castro quien en todo momento se portó accesible y dispuesto a interactuar con los curiosos que se acercaron a ver el rodaje y a convivir con parte del elenco, el actor Diego Amozurrutia, fue todo lo contrario, digamos como sintiéndose inmerecido por los que lo buscaron para conseguir una selfie con él. Por eso ahora que lo veo en la pantalla chica, así de insoportable y pedante , creo que no está representando a un personaje , sino a sí mismo en la vida real y diaria. corresponda. * Como ya agarré aviadita con el tema, aprovecho para decirles que, bajo la coordinación y edición del apreciado amigo y escritor Keit Ross, oriundo precisamente de San Lucas, recientemente empezó a circular ya el libro Historias de Los Cabos, una recopilación de relatos enmarcados en el municipio de Los Cabos. Los textos se clasifican en diferentes categorías como historias sobre huracanes, migración, familia, y pandemia. Este libro es el resultado de la convocatoria abierta que realizaron Barco Varado Ediciones y la Sala de lectura La hermanita de Ysabela en el año 2021. Les dejó el mío, no sin aclararles que, en esas páginas, encontrarán, sin duda alguna, otros mejores. * Contrario a lo anterior, el sur, para nosotros, siempre fue un motivo de felicidad. Saber que iríamos hacia allá, la región en donde ahora podemos identificar como Los Cabos, a secas, era imaginación y dicha, un desfilar de olores, como anzuelo, para morder, de nuevo y tantas veces se pudiera, el cordón umbilical de lo que era nuestro origen. Así nos crearon y así seguimos siendo: pedacitos de tierra húmeda y mañanas frescas, sonidos de cencerros que caminan lento para abrevar sus esqueletos, humos de leña seca encendida a diario, hierba silvestre que oxigena los recuerdos y un mar como llegada rodeando todo. Desde ese mar partíamos de madrugada al sur, como aprendimos a decirle y aprendimos quererlo, gracias al modelaje de los jerarcas de la casa, Papá y Mamá, luego Mamá sola, quienes nunca negaron la cruz de su parroquia y nosotros, gustosos, hicimos lo mismo. El sur, en contraposición no tan obvia, del norte y que era decir Tijuana. El sur con destino cierto: el Rancho El Encinal, del ejido Las Casitas y lo demás era complemento. El sur, como rasgo distintivo para identificar a un rancho anclado kilómetros delante de esa terracería. Atrás quedaba uno a uno de los pueblos con su nombre- San Pedro, El Triunfo, San Antonio, San Bartolo, Los Barriles y así, para enseguida ponernos frente a sí , la inmensidad azul, la singularidad de lo sublime en donde en antaño era el camino avanzado, la ilusión cada vez más próxima de lo que nos esperaba en la casa grande y de pronto se movió la mojonera para partir en dos a esa carretera que como un bello viacrucis significaba un encanto para mis ojos infantes que apenas si sabía la o por lo redondo. No, frente a la civilización siempre habrá una resistencia. Por lo desconocido y por lo que, al pasar de los años, habremos de conocer. Una resistencia natural y una que tarda en soltar la pronunciación. Si iríamos al sur era ahí, solamente ahí, en esa desviación de terracería delante de Caduaño, donde el polvo se adelantaba para recibirnos, antes que esa cuesta que al bajarla, ya teníamos frente así la casa donde nos guarecíamos durante algunos días, gracias a la hospitalidad de tantas voces tempranas: la otra familia, el lenguaje de los animales , la tibieza de la cocina y un montón de estrellas que cuidarían del sueño de todos, al rato que terminara la plática de sobremesa y las camas de horcones y vaquetas nos extendieran los brazos, en tanto que llegaba el nuevo día para repetir el gozo. Desde ese cónclave silvestre el habla de los grandes refería lo que escuchábamos lejano. Lo transpeninsular, ese dragón de cemento que ya extendía su lengua desde la Alta California, apenas era una criatura a la que no dejaban andar tan retirado. San Lucas estaba allá en el fin de la tierra , como incipiente camino de Santiago choyero y así le decía, San Lucas, a secas y sin pomposidad ninguna, como también se decía, San José, o El Pescadero, o el Carrizal o Todo Santos si de dar la media vuelta se trata pero rogando a dios que nunca mueran las tardes. San Lucas con vestigios pericuenses, San Lucas aldeana, de naves de palma seca pegaditas al mar como arrumbados como objetos voladores bien identificados, a metros del austero caserío, el croquis de un pueblo fantasma cuyos modernos pobladores tardarían en llegar para comenzar el despegue. Porque no hay belleza que no atraiga. Los ojos de una mujer, el sol rojizo cuando ya se oculta, los cerros verdes después de la lluvia, una huerta llena de fruta temprana, el suelo pariendo unos maizales , el tesoro que es el mar, un inmenso mar de contrastes, como decir el Golfo y el Atlántico, como nombrar a conquistadores y nativos, como necesitarlo todo y arriesgar lo mucho. Eso fue San Lucas, eso es hoy San Lucas: el niño que un día quiso andar hacia cualquier lado, sin estar seguro que el futuro puede ser en cualquier parte. En la conversa juvenil ya no se iba a Los Barriles, a Buena Vista, a Miraflores ni mucho menos a San José ni a San Lucas. Eran los mediados de los setentas y pronto empezarían los ochentas, tan alborotados, tan olvidadizos, tan ruidosos, tan distractores y decir que se iba a Los Cabos o, más aún “A cabo”, daba inclusión y rimbombancia aunque fuese nomás de dientes para afuera de cada uno. Era el principio y un final. Era la despedida de lo cerril que ya no podía más, y la llegada que no sabíamos que era pero, frente a las miradas del que ansía, lo traía todo: los hoteles creciendo con la velocidad del zacate buffel, la tránsfuga inocente del istmo a quien les caería el maleficio de brindar al extranjero,nuestra fe, nuestra cultura, nuestro pan, nuestro dinero, a cambio de un trabajo que ahora encuentran, encandilados, y se arraigan al grito de cualquier cosa es mejor que nada. Este paisaje azul remedio, el techo por cobija, cinco pesos más que las bolsas del pantalón vacías y un paisaje seductor que se volvía un oasis sin retorno para su necesidad. Tenían abundancia, porque llegaban con nada. Mano de obra ilusionada, dispuesta a levantar un fortín a punta de un hotel, otro hotel, otro más y toda una frontera de concreto que surgía, vertiginosa, hasta volverse obsesión y triunfo, oportunidad y crecimiento, victoria pírrica que abre las puertas a la gloria pero puede que a ratitos sea infierno. Lo rural que no muere del todo-nada ni nadie muere del todo- y un resort que no mira hacia atrás. El Valle del Sidim donde el pasado y el presente son la dualidad reciente de Sonora y Gomorra. “Ésta debe ser una tristeza urbana. Los edificios no dialogan y el cansancio silba. Los niños piden limosna y no huelen a gardenia. Allí, secos.”, dirían Juan Gelman. La geografía humana partida en tantas dudas sin respuesta. La muchedumbre desnuda, tirada en la arena como esperando el retorno del fuego para que arda todo y ese puño de cenizas echado desde un aburrido dinosaurio de granito se parezca tanto a un primitivo renacer.
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Miguel Ángel AvilésMiguel Ángel Avilés Castro (La Paz B.C.S. 1966.). Es abogado por la Universidad de Sonora. Practica el periodismo y la literatura desde 1990. Archives
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