Por Miguel Ángel Avilés
Había una vez un amigo cuyos hijos cursaban la primaria en una escuela de paga y a la hora de cubrir las mensualidades se las veía negras. A veces era imposible cumplir puntualmente con ello y si esto no ocurría, los que pagaban el pato, en forma directa, eran los propios niños, pues, al llegar en la mañana, eran detenidos en el filtro de entrada debido al incumpliendo, mientras el resto de compañeritos brincaba sobre ellos como un tropel de búfalos. Aquello era humillante pero sus papás así lo habían querido. Y eso está muy bien, uno quiere la mejor educación para sus retoños, en el entendido que son estas opciones particulares las que lo garantizan, pero la puerca tuerce el rabo cuando esto es una suposición nada más creyendo el páter familia que estás, por cobrar tanto, son las mejores en calidad académica y, sin contar con la solvencia o el status necesario que estas simulaciones exigen, toman la decisión de sumarse cual si el qué dirán las obligara y al rato no hayan la puerta cuando el fin de mes lo tienen a la vuelta de la esquina y en la bolsa ni en el saldo de su cuenta traen un quinto. Eso lo vivió mi amigo por unos años pero un día, entre la crisis económica, más una acalorada discusión con su señora (que también contaba con mi amistad) y era la que más se aferraba a prolongar ese tren de vida , sin tener los ingresos necesarios pero una compañera de su trabajo sí y había que competirle, triunfó la sensatez, de tal suerte que, al siguiente ciclo escolar, los dieron de baja de ese colegio de nombre apantallador y los inscribieron en una escuela pública que se llamaba como uno de los tantos personajes históricos que tiene este país nomas que ahorita no me acuerdo. Digamos que de tenerlos en el Colegio trilingüe Rubens o en el Instituto Hispanoamericano Limantour pasaron a inscribirlo a la Escuela Primaria Federal Benito Juárez García o Escuela Primaria Federal Ignacio Zaragoza o Leona Vicario o Escuela Primaria Federal Julio Cesar Chávez o Hugo Sánchez o Fernando Valenzuela o Escuela Primaria Federal Miguel Ángel Avilés o la que ustedes quieran. Lo cierto es que mi amigo, en tratos y agobios, no me van creer, pasó del infierno a la bendita gloria y los niños ya mentados, de ser los que eran víctimas de bullying por haberse quedado atorados en el filtro, de un de repente pasaron a ser en la nueva escuela " los hijos del Licenciado". Verdad de Dios. Me lo contó emocionado, y aprendiendo la lección, no sin dejar de contarme las diferencias que vivía con respecto al trato que habían recibido apenas unos meses atrás en ese recinto privado en donde su felicidad era que a las maestras les llamaban miss y a los alumnos les enseñaban muchos valores. Y no se trata de satanizar ahora a esa oferta educativa. No. Más bien es recalcar ese comportamiento social de querer ser lo que no sé es. Me refiero a las apariencias, pues, a las apariencias. En el caso de mi amigo, fue notorio el día que optaron por dejarse de cosas, respirar hondo y dar el gran paso. Por fin empezó a dormir tranquilo después de mucho tiempo. La diferencia en los tratos, fue sentida de inmediato: Si allá había un ofensivo dique en la puerta cuando se debía un par de meses, acá el trato era la antítesis. De ser ejemplo de los niños cuyos padres eran morosos, acá pasaron a ser “los hijos del Licenciado”. Allá´: “Señora: ya deben más de dos meses de colegiatura , al tercero daremos de baja a sus hijos y perderán el ciclo escolar”. Acá: "usted primero, puede pasar/le gusta aquí o más allá/ donde prefiera se puede sentar" Gente lambiscona que no falta. Pero eso lo engalló ya que, en ese barrio de ciegos, él cómo tuerto quiso ser el rey. Se pasó de listo y con más ganas volvió a las ínfulas. Allá andaba queriendo ser lo que no era. Quiso alcanzar lo inalcanzable y en el pecado llevó la penitencia. Acá el trato especial por ser “El Licenciado “lo condujo a otro laberinto que saboreó al principio, casi como tesorero vitalicio, pero luego tuvo que amar a dios en tierra ajena. Despreció la esencia, y se quedó con las apariencias. Esto último, para la filosofía, es conocimiento incompleto y superficial, en contraposición a la realidad, o conocimiento verdadero y profundo, y la distinción suele hacerse tanto en la vida ordinaria, como en la reflexión filosófica y en el enfoque científico. Pero el Licenciado jamás lo supo o no lo quiso entender. …Porque los pies sobre la tierra, nunca fue lo suyo. * EL REY.. casi medio siglo sin él I José Alfredo se quiso tomar una foto conmigo en el balcón. El Rey me dice que no conocía aquí. Había pasado por estas tierras hace muchos años, pero no se detuvo hasta ver Ensenada. Abrimos unas cervezas y brindamos por la vida y un montón de cosas. Él se quedó viendo al horizonte como si pensara en ella o no sé en qué recuerdo. El cielo estaba despejado y se pintaba de un azul maravilloso. Nos tomamos otras rondas de cerveza y a mí de pronto se me cansó el caballo y me recosté por un ratito.Me sobresalté cuando José Alfredo me pegó un grito, para pedirme una pluma o lo que tuviera a la mano para escribir. Se la llevé junto con un par de cervezas más y él arrancó un par de hojas de un cuaderno maltratado que había dejado yo sobre la mesa. Nos quedamos platicando de lo que ustedes quieran y así pasaron muchas horas. Cuando le dije que ya me iba a dormír, creo que no me escuchó porque otra vez tenía puesta su mirada en un punto infinito.Al despertar en la mañana, vi que mi amigo se había quedado dormido en la mesita donde estaba mi cuaderno. De seguro se puso a escribir y ahí clavó su pico.En el piso estaban tiradas un par de hojas donde había garabateado algunas letras. “Mar , llegaste hasta la orilla que Dios te señaló..mar”. Y como que ahí lo venció el sueño…recogí el resto de las hojas con mi mano izquierda y la guardé atesoradamente para que no se me fueran a perder. El día que la termine, estoy seguro que será una bellísima canción. Ya no hice más ruido y, agradeciendo este milagroso encuentro con el hijo del pueblo, le eché encima el jorongo con el que había llegado y de nuevo me volví a dormir. Apenas amanecía y en las olas de ese mar, se observaba una quietud… II Cuando vi que un carro blanco se estacionaba frente a mi casa , estuve a punto de salir y pedirle que se fuera . Pero me acordé de la sana distancia y me detuve para observarlo desde el patio. De ese Chrysler 57, con placas de Guanajuato, bajó un tipo regordete y de sombrero en mano, sonriente y de bigote delineado, y me hizo un seña con la mano izquierda como quien acaso nomás quiere saludar. Adentro, las siluetas de un par de hombres y una mujer, sacaban su antebrazo a modo de cortesía y yo les correspondí. El chófer aquel, volteo hacia su carro como extrañado por mis ademanes pero no dijo nada. Sin más sacó una bolsa de la cajuela y me la aventó así ,como quien te avienta una naranja". A falta de cerveza (porque no encontré en todo el pinchi camino) ahí te traje eso, ojalá te guste, pinchi gordo" comentó al tiempo que yo estiraba mis manos para cacharla. "Voy pa Caborca" comentó, con voz aguardentosa, mientras abría el carro, ese donde no había nadie, salvo él. Hubiera querido darle un abrazo, decirle de mi admiración por él pero, esta vez, no fue posible. Los vecinos, eso que en ese momento nadie mira pero que nunca faltan, hoy en la mañana me comentaron, como si hubieran visto a un animal que, el carro de anoche, llevaba todo el hocico sangrando y, que a pesar de todo, ese solitario chófer, siguió su aventura. Vaya usted a saber qué tanto exageraron. No sé. Yo le di las gracias por ese gran detalle a mi amigazo y me encasqueté, luego luego, esta playera que venía en la bolsita, la cual, por cierto, me quedó al llavazo.
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Miguel Ángel Avilés
Hay quienes piensan que esa palabra que está en boga y no se les cae de la boca, es nueva o de reciente cuño y la única razón para creer eso es que la acaban de conocer. Error, mi chavo. Error. Si no tenemos memoria, o el hábito de conocer nuestra lengua por medio de los documentos que están dispuestos para conocer su gramática y léxico, corremos el riesgo de padecer los castigos que nos aplica el uso del habla, misma que, con tal de provocarnos, nomás le da una revolcadita a la palabra, le quita cierta entonación, le arrebata una letra, la lleva a otro idioma y listo; hemos caído en esa trampa que nos exhibe como unos... olvidadizos, por eufemizarlo así. Calma y nos amanecemos. No quieran que les adelante todo de un jalón porque la emoción acaba y echamos todo a perder. Cogeré prestada la palabra “spoiler” ¿a quién? No sé, pero esta será el material didáctico, para dejarlos como navajita para el día que vengan a examinarlos sobre estos guégueres ¿Cuándo vendrán? Sepa la bola. Mi “teacher” de cabecera dice que “Spoil” significa 'echar a perder', 'arruinar' y sí puede conjugarse. 'Spoiler' es "el que arruina o echa algo a perder". Dicha palabra, en la actualidad, es recurrentemente utilizada, y algunos de los que lo hacen dan por hecho que la práctica de “spoilear” es reciente. Esto puede deberse a que, según mi otro profe de cabecera, pero este en temas del lenguaje, existen actitudes sociolingüísticas basadas en juicios de valor hacia las formas lingüísticas que pueden ser de aceptación o rechazo de estas que da pie, por mencionar un tipo de juicio de valor: la una dicotomía entre "prestigio/desprestigio" de una forma lingüística o formas lingüísticas. Con alta probabilidad, entonces, el uso de "espoilear" entre las generaciones recientes está basado en que es una forma de "prestigio" entre los mismos grupos de jóvenes; es un anglicismo, además, y eso le da otro plus para su uso y difusión, a partir de que, dado que es un anglicismo hispanizado, ya que el hispanohablante le agrega “e” al inicio en "esp-" y el sufijo derivativo verbal “-ear”. Pero hay quienes no suelen investigar acerca de vocablos que recién acaban de escuchar o leer, y dan por hecho que son nuevos, se la pasan diciéndole a la primera provocación para sentirse modernos o actualizados. Lo que no saben es que esta manía de “espoilear” es muy vieja, aunque no llevara ese nombre ni se tuviera la posibilidad de presumirla. Es más, creo que nunca fue bautizada con algún nombre en especial, pero esta era sustituida por una serie de adjetivos e improperios en contra de quien le daba por practicar el ahora llamado “spoiler”, más aún cuando lo hacía en vivo y a todo color. En los cines nunca faltó aquella voz que emanaba de lo obscuro de una butaca y se ponía a contar lo que a continuación pasaría en la película porque ya la había visto tres veces y quería que todos supieran, advirtiendo al dedillo, lo que seguía, sin importarle o sin darse cuenta de la ira de quien lo escuchaba adelante de él y quería vivir el suspenso de la trama hasta el final. "Mira, ahí es donde le dará el beso…", " Checa, ya le va a disparar…", "Ese el asesino, pero hasta el final se sabe", “El asesino es el mayordomo”, y así por el estilo, hasta que uno no aguantaba más y le pedían, no con respecto, que se callara la boca. Lo mismo sucedía con los libros, las revistas o periódicos. Mi hermano, por ejemplo, era capaz de meternos un par de fuertes “coscorrones” o “zapes” si le adelantábamos alguna noticia del “Esto”, cuando él aún no lo leía. Ayer hablaba con un amigo al respecto y me contaba que él vivió recientemente y en carne propia la “espoileación” (otra palabra derivada al menos por mi persona). Alguien le recomendó que viera tal película. "Te va a gustar mucho", le dijo. - ¿Esta buena? Le preguntó. - "Sí, me pareció muy buena…, y es que no me había tocado una película donde, al final, ganan los malos..." respondió aquel, muy quitado de la pena. Como vemos, el “espoilerismo” (otra derivación) tiene ya mucho tiempo haciendo daño, por más que nos lo quieran ofertar como algo novedoso. Si no me creen, entonces pregúntenle a esa gente que, ansiosa, hacía cola fuera de reconocido cine de la ciudad, esa vez que anunciaban la película “Armageddon”. Todo marchaba bien para ellos, hasta que, de pronto, el grito estalló desde la callé: "¡¡¡Bruce Willis se muere al final de la película!!!" Y el oportuno sujeto, muerto de risa, continuó su marcha. ¡Maldito retrospoileador! Por Miguel Ángel Avilés
Era la mamá quien más presumía en el barrio que, el mayor de la familia, laboraba desde hace tiempo en no sé qué dependencia de gobierno y ya era la mano derecha de su jefe. Por fin conseguía su objetivo, después de venir desde abajo, haciendo lo que fuese necesario para lograrlo. No fueron pocas las veces que estuvo a punto de arrojar la toalla, dejar el camino libre para que otro cosechara lo sembrado e irse de ahí, en busca de un nuevo empleo en donde la jornada estuviera exenta de conflictos y reclamos, de ambientes sombríos y notorias envidias. Eso lo repetía su mamá en una boda de un sobrino, en donde a los parientes que tuvieron la dicha de sentarse con ella en la mesa, no los dejó en paz ni cuando bailaron los novios, solo por estarle contando la ascendente carrera logrado por su hijo en aquella dependencia. Siguiendo la definición habitual y la expresión que recoge el diccionario de la Real Academia Española, esto de ser " la mano derecha de alguien " se refiere, entre otros, a la persona muy útil a otra como auxiliar o colaborador. Claro, los que escuchaban a esa señora en la boda, quizá nomás hicieron algunas muecas, como si estuvieran gratamente sorprendidos por esos logros o tal vez ni atención le pusieron a sus presumideras, con tal de no perderse detalle de lo que se desarrollaba en la pista, la tanga húngara, máxime porque esta suele preceder a la cena que hasta ese momento todavía no se servía y el hambre ya apretada. Lo anterior no le importó a tan orgullosa madre. En cuanto se le ponía alguien enfrente, volvía con el tema y regresaba su casete con respecto a la consagración de su vástago, en lo que consideraba un eslabón de insuperable peldaño en la cadena productiva. Las implicaciones de ser la mano derecha de su jefe, es decir, de ser el favorito o el haber sido el afortunado entre tantos empleados, indudablemente significa mayor responsabilidad, disponibilidad y capacidad de influir en decisiones a nivel organizacional. A este logro le antecede, un destacable desempeño laboral en el cual resulta indispensable establecer una comunicación bilateral con el jefe, y, por tanto, el empleado debe estar dispuesto a brindar una retroalimentación y confrontar diferentes puntos de vista, con toda la paciencia de que sea capaz. Claro, el ser el beneficiado de esta singular plaza no exime a la persona de sus responsabilidades, al contrario, las mismas aumentan debido a su creciente influencia en la toma de decisiones y porque, ante todo, es la mano derecha y lo que en su interpretación más amplia represente. Aquí es donde saltan las ambigüedades o los asegunes ya que, para ser la mano derecha del superior, el trabajador debe estar a la altura y, por tanto, demostrar sus habilidades, competencias, destrezas, es decir, todo su talento y potencial. Dado a que la persona de confianza del responsable del equipo gozará de la posibilidad de estar más cerca del poder de decisión, deberá sentirse en la obligación de mejorar las cosas y fomentar el trato ecuánime en la oficina. Eso implica estar día y noche con él y para él, a la hora que sea, para él, todo el tiempo al servicio de él, con números insuperables para que el nombramiento no genere malestar entre el equipo de trabajo, ni mucho menos se piense que el compañero no ha alcanzado esa posición por su propio esfuerzo. La mamá del designado no dimensionaba esto. La altura de su mira solo veía el glamoroso, el elitista estatus que le daba el saber que su hijo era “la mano derecha” de su superior jerárquico y todo lo demás salía sobrando. Si el sueldo había mejorado, si había insultos y llamadas de atención al por mayor, si era destinatario frecuente de severos jalones de orejas en público, si el horario de labores se había duplicado y si el llamarlo su mano derecha tenía que ver porque literalmente lo era, no estaba en el radar de sus indagatorias. Su primogénito había sido condecorado con el nobilísimo título de “la mano derecha”. Pero las malas noticias alguien las tiene que informar y esa función la tuvo que cumplir uno de los señores que estaban bebiendo en la mesa, junto a ella, en dicha boda. Como un mimo tomó una servilleta. Obvio, con su mano derecha y cual, si danzara o lo hiciera en cámara lenta, llevó el papel a su nariz haciendo movimiento como si se sonara la nariz; luego bajó hasta la entrepierna y deslizó la toallita por la entrepierna; Después, cual, si marcara un ejercicio de danza contemporánea, traslado, suavemente, su mano derecha un poco debajo de su espalda y simulando que se bajaba los pantalones…dio el último y escatológico ejemplo de los mil que hay en los cuales se usa la mano derecha. Sin duda fueron minutos que se volvieron eternos, sobre todo para la mamá que apenas comenzaba a entender las penurias por las que tienen que pasar los “mano derecha” como lo era su hijo. Si le sirve de consuelo a la señora, puedo decirle que algunos terminan por ser no solo la mano, sino todo el brazo derecho, cuando es este el que le falta al jefe. Cuentan que esto pasó en algún lugar del noroeste de México, de cuyo nombre no quiero acordarme pero aseguran que el subalterno de marras, supo cobrarse con creces ese empleo , a tal grado que, a la fecha, aún disfruta de los gananciales de esa encomienda, tanto como si alguien, sin comprar cachito, se hubiera sacado una y otra vez, la lotería. Por Miguel Ángel Avilés
La primera vez que viaje en barco fue inolvidable. No, así no fue. Eso no me dice nada. Ni a ustedes, los que me están poniendo atención. Más bien, creo ver todavía la desesperación de mi madre cuando, acercándose la hora de zarpar, todavía no llegaban por nosotros para trasladarnos a Pichilingue, diecisiete kilómetros hacia adelante, sin vista panorámica aún, contados desde el puente casi frente al seguro viejo y parecía que todas esas maletas que yacían en el porche, no cruzarían hasta Mazatlán, para luego de algunas horas en camión, por fin llegar a la colonia San Andrés de Guadalajara Jalisco, de donde feliz arrancó un caballo blanco un domingo y no quiso echarse hasta ver Ensenada. Ahorita les sigo contando. Déjenme decirles nomas que, para Monsiváis, el cronista es el “maestro del arte de comentar literalmente y críticamente la realidad”. Otros agregan: La crónica hereda de su origen histórico-literario, atributos que le permiten recrear la realidad sin transgredir la veracidad de los hechos. Eso creen. Mientras les cuento más de aquel viaje, que para su tranquilidad si se hizo, recuerdo otro, pero afortunadamente, ahí no iba yo , ni tampoco mi tocayo Miguel del Barco, ni Francisco Xavier Clavijero, pero ocurrió El 15 de abril del año 1912 cuando tuvo lugar una de las mayores tragedias náuticas de la historia: el hundimiento del Titanic. Aquella travesía era el viaje inaugural del esplendoroso Titanic. La embarcación debía atravesar el océano Atlántico hasta atracar en las costas de América del Norte, en Estados Unidos. Sin embargo, una noche ni tan serena ni obscura, el Titanic- no el Benito Juárez, ni El Guaycura, ni el Azteca. NO. No, no. El Titanic – con 274 pasajeros a bordo, se estrelló de frente contra un Gigantesco Icerbeg , así como pudo chocar un autobús contra una vaca y rasgando el casco de la embarcación luego de unas cuantas horas, hizo que se hundiera en el fondo del mar, para lamento de todos y para que un jefe de información instruyera a ese reportero que se había quedado de guardia, que elaborara, cuanto antes, una crónica insuperable por la competencia editorial de aquellos tiempos, sin saber, bien a bien, quien de todos los partícipes, narró con evidencias lo sucedido y menos quien fue el que dio testimonio de que Manuel Uruchurtu Ramírez, habría cedido su lugar a una dama inglesa que viajaba en segunda clase, de nombre Elizabeth Ramell-Nye de 29 años de edad, quien suplicaba ser incluida en el bote salvavidas, invocando que su esposo e hijo la estaban esperando en Nueva York, un hecho que ponía la piel de gallina a muchos cuando contaban la indulgencia de este Sonorense, casi la representación más completa del superhombre que describía Nietzsche, pero que terminó siendo una farsa, a decir de Guadalupe Loaeza, quien primero hace un libro cronicado por encargo, llamado El Caballero del Titanic, para enaltecer el heroísmo del diplomático, cuya obra, según los editores sacudirá los sentimientos de sus lectores, pero la que terminó sacudiéndolos fue la propia autora, pues meses después, se armó de valor e hizo otra crónica pero esta vez para deci que los familiares del sacrificado se la habían llevado al baile y que aquel acontecimientos era una historia de ficción. Como pueden ver, la crónica no siempre tiene palabra de honor y radica en una información interpretativa y valorativa de los vicisitudes reales donde se narra algo, al propio tiempo que se juzga lo expresado y aquí es donde el diablo mete la cola y si el cronista no se somete a ciertos estándares éticos, estéticos y de rigurosidad investigativa puede que logre algo no veraz sino tan solo verosímil. Cuidado. Porque luego nos tiene en cadena nacional y en televisión abierta, por más de un día, con el Jesús en la boca , en espera de que saquen a una niña de los escombros de un terremoto en donde supuestamente permanecía, como el perro negro de Don Julián , sin comer y sin dormir y resulta que no era cierto, con toda pena que le significó al entonces Secretario de Educación, Aurelio Nuño, primero decir que si, con una compungida cara como la que ponía Libertad Lamarque y luego tener que decir que no, como si el país de tantas desgracias estuviera para estos trotes. Tomo un respiro y prosigo: Recordemos que uno de los primeros modos de utilizar la crónica fue para realizar relatos históricos por su interesante narrativa. Quiere decir que la crónica es útil para documentar una verdad. Verdad que ocurrió o está ocurriendo pero que es impostergable dejar constancia de ello y no quedarse con el secreto a voces, o el juego del teléfono descompuesto, o el testigo de oídas o peor aún, enterrar lo sucedido, contribuyendo, de este modo a la falta de memoria individual o colectiva, primer síntoma de un pueblo que a la postre, terminará siendo la nada. Voy a los ejemplos: Bernal Díaz del Castillo fue un conquistador español que participó en la conquista de México y fue regidor de Santiago de Guatemala. A él se le arroga la autoría de la Historia verdadera de la conquista de la Nueva España, la cual comenzó a redactar, quizá en una madrugada de insomnio, como un documento de guerras, que, por ende vendría a ser una larga crónica o viceversa, por más que, al paso de los años, este también sufriera un revés similar al que le pasó a Loaeza con su honorable caballero, ya que Christian Duverger publicó el libro Crónica de la eternidad, abogando por la hipótesis de que Bernal Díaz del Castillo no fue en realidad el autor de Historia verdadera de la conquista de la Nueva España, sino el propio conquistador, Hernán Cortés. 61 Si se dan cuenta, ya sea entonces o ahora, la crónica también sirve para amarrar navajas. Pero también para fedatar sucesos, pedacitos de eventos, y darle larga vida, como si fuesen grabados y dejarlos ahí, a la vista de todos para que vivan un déjà vu", un psicoanálisis de los que somos como polis moderna o sinecismo actual en cuyo espejo, todos nos reflejamos, a la vez que somos todos Narciso, pero simultáneamente Némesis, simbiosis está hacia la que no queremos mirar y esquivamos una realidad irreconocible para muchos, por más que esa reconstrucción de hechos que hace el cronista este la huella digital, el ADN , la indubitable dentadura de lo que hemos procreado y llamamos comunidad, un gran teatro que nos asombra y nos estruja el alma frente a lo que vemos, pero que un santiamén se vuelve algarabía y gozo. Una colonización, una independencia, una reforma, una revolución como materias primas a disposición de quien presencia con todos los sentidos y al escribir lo ocurrido los convierte en trascendencia. Quiero decirles que se hace crónica para que sean leídas y en este ejercicio, subyace esa carga de aquello que nos importa y que nos enseña algo fundamental y que más importa: como son la personas y como es la condición humana, no obstante que al narrar usemos recursos imaginativos propios de la literatura y que adereza el cómo donde y cuando para situar al lector, con nociones y emociones en el campo de batalla que previamente escudriñamos para hacerlo y decir. Exacto, como “cuando explotó el barco San Lorenzo en plena bahía, y los cristales de algunas tiendas frente al malecón quedaron hechos añicos. Dicen que se escuchó un estallido como si explotara una bomba atómica. Qué exagerados. Pero sí sonó muy fuerte, porque traía gas desde no sé qué parte de la República, para abastecer a la capital y pueblos aledaños. La bahía, tan bonita, quedó contaminada: una espuma prieta quedó cual si se hubiera batido, nomás tantito, por un maremoto. Nada de eso, era el combustible que todavía burbujeaba cuando llegaron los curiosos y la cámara de televisión del canal local, que era el único que existía, y tomó al barco incendiado y a los comercios siniestrados de por esos rumbos, y también la camionera donde íbamos llegando para ver lo acontecido muy temprano, casi de mañana, si no me equivoco porque hacía un sol tibio y brillante que dejaba ver mejor las ruinas que dejó la quemazón inesperada, ya que nada de eso ocurría, menos, explosiones de ese tipo, como si estuviéramos en guerra, faltaba más”. Si se fijan, ya estoy hablando del objetivo de la crónica, el cual, según un autor que me plagié es “iluminar determinado hecho o acontecimiento, sin acudir a una argumentación rigurosa, formal y directa, sino mediante la descripción de la realidad misma, de alguna pincelada valorativa y del manejo de factores de tipo emocional”. Pero si la crónica fue el género por excelencia para relatar los viajes de exploración de los navegantes europeos en sus conquistas en el Nuevo Mundo, tarde que temprano el periodismo y los escritores, se apropiaron de este género difícil de definir y de cultivar. No olvidemos que en las primeras décadas del siglo XIX, los periodistas denominaban como “crónica” a cualquier noticia y que a partir de la edad media, los historiadores fueron llamados “cronistas”. La riqueza de la crónica radica en la subjetividad que le otorga quien la escribe, mismo que retoma el hecho, lo remoza, lo desentraña, lo llena de pormenores y lo recrea bajo la influencia de su mirada. De esta manera el autor puede aportar un estilo personal que embellezca la escritura, no por lo excelso de esta, no, sino por tener la gracia de mover cositas y sentir como si alguien te hubiera vendado los ojos y te está llevando hacia el punto de la noticia que, debo de aclarar, puede ser tan desganada como el tener que armar el rompecabezas de una boda de la hija de un influyente político pero a la que nunca te invitaron como a mi pero la hice o tan entrañable como el recuerdo de tu primer beso adolescente media cuadra antes de llegar a la casa de la novia o tan doloroso y punzante como el transitar, paso por paso, de un diagnóstico, a la agonía, y fallecimiento de una gata que se llamaba Mystery, o de una bebé que previamente fue violada y enseguida asesinada a manos del Mecha , ese que en la primaria siempre cantaba el Pavido Navido en los honores a la bandera, o de una madre que murió de páncreas al día siguiente de tu cumpleaños y te impidió festejar este o lo del narcotraficante en retiro que cayó abatido a manos de un sicario vestido de payaso con una peluca multicolor pero que no era Cucharita o como esa casa de cuartos de cartón azul bajito por donde una vez entró volando un regulador de gas aventado por el Memo, y en donde justamente habría de crecer una niña hasta convertirse en una bella mujer y trascender en los principales diarios locales y nacionales con el nombre de Melissa Margarita Calderón Ojeda, alias “la China”, acusada de comandar unos de los carteles más cabrones de los que se tengan registro en la localidad y ejecutar además a no sé qué tanto enemigo, quienes aparecían por ahí muertos y desmembrado, tal como quedaron un 22 de diciembre una docena de guajolotes de mamá, gracias a la voracidad del perro de doña Yiya, la cual hubo de reparar con creces el daño ocasionado por su animal con el fin de reconquistar una amistad cultivaba durante años en la años en la frontera que marcaba ese cerco que bien conocía sus platicaderas diarias. Finalizo diciendo, primero, que ese agosto de 1979 llegamos barridos cuando a punto estaba de irse a Mazatlán el ferri y así conocí la capital de Jalisco , de donde gracias a su crónica musicalizada, supimos que Chayito Morales llegó a éstas playas tibias y claras y ancló su ansias para soñar y que al igual que los conquistadores ya citados, vino de lejos, decepcionada por un amor que la traicionó y fue este puerto una esperanza, en el naufragio de mi dolor. Y segundo: Ya me voy y me despido, no sin antes decir que hacer crónica hoy, también sirve para exhumar cadáveres y dar cuenta de la disputa de un botín llamado México, también describir el semblante alegre de la gente , posterior a tantos vivas en un enésimo grito de dolores , esos que contrastan con los de la mañana siguiente y la cabeza del periódico que anuncia el rodar de una cabeza como pasó con la de Hidalgo, cuando el país se dividía en pueblos, voces, paisajes y ciudades y no en cárteles pero también andaban agarrados del chongo unos contra otros, sin dar ni pedir cuartel y al que no fusilaban , lo asesinaban a mansalva o los decapitaban , haciendo de estas anti epopeyas , viles masacres en nombre de la libertad de una nación que todavía no la alcanza plenamente y sin embargo, a todos, sin excepción se le dio títulos de héroes o heroínas, por más que algunos hayan sido o alcancen esta categoría pero otros nomas destacaban por sanguinarios al mando de un general de la región o jefe de la plaza que tomaban como hoy lo hacen las células de aquí , de allá y más allá, temiendo ya que próximamente, dios no lo quiera, tengamos que reportar, en una cronica que, en nuestra emblemática bandera tricolor, aparece ya, por decreto constitucional, la figura de un sicario arriba de un nopal, ejecutando a una serpiente. Texto leído en la UABCS dentro del XIX encuentro literario de Lunas de octubre 2022. |
Miguel Ángel AvilésMiguel Ángel Avilés Castro (La Paz B.C.S. 1966.). Es abogado por la Universidad de Sonora. Practica el periodismo y la literatura desde 1990. Archives
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