Por Miguel Ángel Avilés
Era la mamá quien más presumía en el barrio que, el mayor de la familia, laboraba desde hace tiempo en no sé qué dependencia de gobierno y ya era la mano derecha de su jefe. Por fin conseguía su objetivo, después de venir desde abajo, haciendo lo que fuese necesario para lograrlo. No fueron pocas las veces que estuvo a punto de arrojar la toalla, dejar el camino libre para que otro cosechara lo sembrado e irse de ahí, en busca de un nuevo empleo en donde la jornada estuviera exenta de conflictos y reclamos, de ambientes sombríos y notorias envidias. Eso lo repetía su mamá en una boda de un sobrino, en donde a los parientes que tuvieron la dicha de sentarse con ella en la mesa, no los dejó en paz ni cuando bailaron los novios, solo por estarle contando la ascendente carrera logrado por su hijo en aquella dependencia. Siguiendo la definición habitual y la expresión que recoge el diccionario de la Real Academia Española, esto de ser " la mano derecha de alguien " se refiere, entre otros, a la persona muy útil a otra como auxiliar o colaborador. Claro, los que escuchaban a esa señora en la boda, quizá nomás hicieron algunas muecas, como si estuvieran gratamente sorprendidos por esos logros o tal vez ni atención le pusieron a sus presumideras, con tal de no perderse detalle de lo que se desarrollaba en la pista, la tanga húngara, máxime porque esta suele preceder a la cena que hasta ese momento todavía no se servía y el hambre ya apretada. Lo anterior no le importó a tan orgullosa madre. En cuanto se le ponía alguien enfrente, volvía con el tema y regresaba su casete con respecto a la consagración de su vástago, en lo que consideraba un eslabón de insuperable peldaño en la cadena productiva. Las implicaciones de ser la mano derecha de su jefe, es decir, de ser el favorito o el haber sido el afortunado entre tantos empleados, indudablemente significa mayor responsabilidad, disponibilidad y capacidad de influir en decisiones a nivel organizacional. A este logro le antecede, un destacable desempeño laboral en el cual resulta indispensable establecer una comunicación bilateral con el jefe, y, por tanto, el empleado debe estar dispuesto a brindar una retroalimentación y confrontar diferentes puntos de vista, con toda la paciencia de que sea capaz. Claro, el ser el beneficiado de esta singular plaza no exime a la persona de sus responsabilidades, al contrario, las mismas aumentan debido a su creciente influencia en la toma de decisiones y porque, ante todo, es la mano derecha y lo que en su interpretación más amplia represente. Aquí es donde saltan las ambigüedades o los asegunes ya que, para ser la mano derecha del superior, el trabajador debe estar a la altura y, por tanto, demostrar sus habilidades, competencias, destrezas, es decir, todo su talento y potencial. Dado a que la persona de confianza del responsable del equipo gozará de la posibilidad de estar más cerca del poder de decisión, deberá sentirse en la obligación de mejorar las cosas y fomentar el trato ecuánime en la oficina. Eso implica estar día y noche con él y para él, a la hora que sea, para él, todo el tiempo al servicio de él, con números insuperables para que el nombramiento no genere malestar entre el equipo de trabajo, ni mucho menos se piense que el compañero no ha alcanzado esa posición por su propio esfuerzo. La mamá del designado no dimensionaba esto. La altura de su mira solo veía el glamoroso, el elitista estatus que le daba el saber que su hijo era “la mano derecha” de su superior jerárquico y todo lo demás salía sobrando. Si el sueldo había mejorado, si había insultos y llamadas de atención al por mayor, si era destinatario frecuente de severos jalones de orejas en público, si el horario de labores se había duplicado y si el llamarlo su mano derecha tenía que ver porque literalmente lo era, no estaba en el radar de sus indagatorias. Su primogénito había sido condecorado con el nobilísimo título de “la mano derecha”. Pero las malas noticias alguien las tiene que informar y esa función la tuvo que cumplir uno de los señores que estaban bebiendo en la mesa, junto a ella, en dicha boda. Como un mimo tomó una servilleta. Obvio, con su mano derecha y cual, si danzara o lo hiciera en cámara lenta, llevó el papel a su nariz haciendo movimiento como si se sonara la nariz; luego bajó hasta la entrepierna y deslizó la toallita por la entrepierna; Después, cual, si marcara un ejercicio de danza contemporánea, traslado, suavemente, su mano derecha un poco debajo de su espalda y simulando que se bajaba los pantalones…dio el último y escatológico ejemplo de los mil que hay en los cuales se usa la mano derecha. Sin duda fueron minutos que se volvieron eternos, sobre todo para la mamá que apenas comenzaba a entender las penurias por las que tienen que pasar los “mano derecha” como lo era su hijo. Si le sirve de consuelo a la señora, puedo decirle que algunos terminan por ser no solo la mano, sino todo el brazo derecho, cuando es este el que le falta al jefe. Cuentan que esto pasó en algún lugar del noroeste de México, de cuyo nombre no quiero acordarme pero aseguran que el subalterno de marras, supo cobrarse con creces ese empleo , a tal grado que, a la fecha, aún disfruta de los gananciales de esa encomienda, tanto como si alguien, sin comprar cachito, se hubiera sacado una y otra vez, la lotería.
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Miguel Ángel AvilésMiguel Ángel Avilés Castro (La Paz B.C.S. 1966.). Es abogado por la Universidad de Sonora. Practica el periodismo y la literatura desde 1990. Archives
July 2024
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