Por Miguel Ángel Avilés
La primera vez que Ernesto me invitó a la barra, no llegó. Al día siguiente nos vimos, fue él el que me reclamó porque yo no fui. En eso alguien interrumpió y cambiamos de tema: hablamos de alguna anécdota de las que le gustaba que le volviera a contar y también hablamos de música, de política, de sus hijos, del mes de marzo en el cual ambos cumplíamos años, del menú que vendían en La Colmena, esa fonda chiquita que parece restaurante, pues se había vuelto un su cliente asiduo y después de acabarnos la segunda taza de café, ambos nos dirigimos al edificio de Obregón 59 altos, tercer piso , donde cada teníamos nuestra oficina desde hace algunos años, él antes que yo y yo por invitación de él, siempre por los siempre, agradecidamente. Me había contado que tenía buen tiempo asistiendo a la barra y con entusiasmo llegó a detallarme sobre la creación del grupo de estudios y los temas que solían tratarse. No supe que día por fin optó por agremiarse, pues ahora sé que ya era distinguido miembro, pero al inicio de esta experiencia personal y académica lo era como fue en muchas otras actividades de su vida, independiente, con el único propósito de aprender y sobre todo de aportar sus conocimientos que eran muchos, particularmente en la materia penal y desde unos años para acá, en el ya no tan nuevo juicio penal oral. La mayor parte de su litigio tenían que ver con esto último, ya sea representando directamente a un cliente suyo o maquilándole a otros colegas quienes reconociendo su pericia al respecto le pedían que les trabajara una querella, unos agraviaos, un amparo, suponiendo yo que siempre, remuneradamente. En horas de trabajo, teníamos dinámicas y horarios diferentes, pero esto no impedía que nos llegáramos a cruzar de vez en cuando ya sea para saludarnos nomas con levantadita de puerta a puerta, o al llegar o en el callejón si él iba llegando y yo iba saliendo o al revés. Porque efusivo efusivo no eras, Ernesto ni tampoco la extroversión era lo tuyo. No obstante, eso no impedía que, en la medida de lo posible, nos quedáramos por buen rato en mi cubículo platicando sobre algún tema nuevo, una resolución, un criterio de algún juzgado o un expediente determinado del cual quería escuchar tu opinión. Si era en el mío, muy probablemente habláramos de la materia laboral o familiar, sobre literatura, de los personajes populares del cine de oro mexicano, de tus hijos o de ese amor platónico cuando cursabas la universidad y donde fuiste destacado estudiante, representante estudiantil y maestro. De otras cositas también conversábamos, pero quédate tranquilo, que no pienso decirlas aquí frente a este auditorio donde repetidas veces fuiste ponente disertando con brillantez como destacado jurista que estaba o empezaba a estar, prometedoramente, en su mejor momento. Si era el tuyo me recibirías con cierta parquedad y al ratito , soltando el cuerpo como te insistía a cada rato, ya estabas carcajeándote de lo que sea, frente a mí y si alguien no me cree , desde ahora ofrezco como testigos relacionados con estos hechos a El che Guevara, a San Martín Caballero y a Matty Huitron, quienes, en cuadro, adornaban las paredes y te cuidaban todas la noches el perchero, un sombrero, esa guitarra y algún saco de ocasión que tenías por si se ocupaba trajearte para ir con elegancia, bien presentable, a una audiencia donde le diste más de una pela a los representantes de la fiscalía a los que te tocaba enfrentar o te tocaba visitar a uno de tus representados allá bien lejos , en el cereso federal, y despotricabas con sabrosura, por culpa de la los requisitos y la burocracia que ahí se exige para entrar. Sobre el particular, mi estimado Ernesto, déjame decirte que todo ese esfuerzo valió la pena ya que aún te siguen procurando los actuarios para notificarte ejecutorias con buenos resultados o uno que otro cliente que ha vuelto y que no supo qué pasó en enero de este año cuando Dios, la vida el tiempo o tú dijeron hasta aquí y fue hasta aquí. Valió la pena pues, canijo, tus llegadas a las seis de la mañana o tu obsesión por hacer esos diagramas meticulosos que escribías la mayor de las veces a lápiz en esos rótulos que parecían mantas de protesta en un desfile y que pegabas frente a ti, como si fuese un pizarrón y así darle rumbo a tus ideas en la estrategia que de antemano habías trazado en los razonamientos cuyo término estaba a punto de vencerse. No cabe duda, Ernesto, que uno termina queriendo a los amigos sin saber qué tanto. Y los quiere diciéndoselo o no y los aprecia tal cuando son. en las coincidencias y en las discrepancias. Ni de unas ni de otras hablaré ahora porque ya me estoy extendiendo mucho y no tardan en pasarme un papelito para decirme que ya me calle. Déjenme decirle nomás a él que se le entraña. Que lo extrañan en su casa grande en Obregón y acá Magda y Emiliano y Mauricio y otros más. Que lo extrañan en el mercado tempranito y en la radio. Que lo extrañan en los juzgados y los colegas que se quedaron huérfanos de su sapiencia. Que lo extrañamos en uno que otro desayuno y aquí en este lugar donde ahora se le reconoce. Si, aquí en la barra a donde una vez fui invitado por él y no llegué. Por eso me reclamó porque, según Ernesto yo no fui y yo le contesté lo mismo. Ambos, tan despistados como siempre, teníamos razón. En la hora y el día convenida como las audiencias, los dos estuvimos puntualitos. Pero uno en la barra Hidalgo que nos quedaba a media cuadra y el otro en la de abogados. Sobre esa legendaria confusión ni crean que aportaré otro dato, así me opongan la excepción de obscuridad o me ahogan efectivo cualquier apercibimiento. Al cabo tengo y estoy seguro, que por aquí anda, invisible, un gran abogado: se llama Ernesto. *Texto leído en el marco de la celebración y actividades del séptimo aniversario del grupo de estudios de la Barra Sonorense de Abogados A. C. en memoria del maestro y amigo Ernesto Moreno Bojórquez.
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Por Miguel Ángel Avilés
No recuerdo cuando escuché eso de la arquitectura del miedo, pero si se quien lo dijo: fue el Ramón, mi amigo que ya está en el cielo y se refería a esos fraccionamientos cuyas casas están enrejadas hasta los dientes, por el temor que alguien llegue y los agreda o se lleve todo su patrimonio. Por ahí iba la explicación y si ya agarré monte, les pido una disculpa. También decía que algunas constructoras encarecían el precio de una casa, bajo el argumento de que, en el sector donde estaban ofertando lo construido , era para temerse, debido a la bola de malandros que por ahí vivían o porque eran frecuente que por esos lares, de pronto hubiera un tira y tira, como en el béisbol, cuando alguien se queda en medio entre primera y segunda, con el riesgo de que le hagan out pero esto no sería una pelota reglamentaria, sino los disparos ejecutados entre dos bandas contrarias. El problema que, al menos en aquel entonces, lo que decían algunos empresarios del ramo, era puro cuento. Se respiraba más tranquilidad ahí que en una ermita, pero los clientes mordían el anzuelo y eran víctimas de estos méndigos usureros que ya de por sí no son así como muy generosos a la hora de repartir obligaciones en el contrato de compraventa. Tal engaño lo constató otro amigo sobre el que me platicó mi amigo y quien en su examen de maestría, se dio a la tarea de desmentir lo que estos léperos anunciaban como algo cierto para que los interesados, una vez que se instalaran en su nueva casa, sintieran que vivían en un remanso, gracias a esos empresarios que, en realidad, eran más peligrosos que lo que, a decir de los embaucadores, pasaba antes de vivir por esas calles. Lo que les cuento, amigos y amigas, lo escuché hace como quince o veinte años o vaya usted a saber cuántos, porque esa noche estábamos departiendo y no me iba a poner a grabar la fecha para que, tiempo después, yo me acordara y me pusiera a platicarles de dicha confesión. Pues no, claro que no. Lo retomo ahora para hacer una comparación y preguntarnos si eso que era falso en cuanto a la seguridad y el peligro que corríamos, hoy sigue igual o en esta ocasión el panorama es cierto y no queda más que tirarnos al piso, al clamor desesperado se sálvese quien pueda. Ustedes dirán pero yo veo que el horno no está para bollos y la cosa, por todos lados, en materia de seguridad, está que mírame y no me tientes. Barrios, colonias, fraccionamientos, privadas, cerradas, condominios, todos, valles, costas, puertos, todos creo, estamos con el Jesús en la boca viendo, en televisión o por medio de las redes sociales, lo que pasa en tal o cual ayuntamiento de la República y, sin exagerar, dan ganas de hincarnos, luego de ver cómo están los truenos. Percepción no es, me queda clarísimo y ahorita no traigo ganas de repartir culpas, sino de reconocer, yo sí, de que, en este país, alguien les dijo a las bandas criminales que se podía jugar al gotcha, sin limitación alguna y con balas de verdad. Debido a lo anterior, apuesto doble contra sencillo que, actualmente, entre la seguridad objetiva y la seguridad subjetiva ya hay un empate y la gente mira a la vez que percibe lo que está pasando en México y esta vez, contrario a lo que, con mentiras, cerraban sus ventas los constructores del ayer, si estamos frente a un panorama donde en cualquier momento pueden sonar varias descargas sin lograr llevar la cuenta o cantar un M60 o gorgorear un R15 y distintas metralletas, provenientes de un desfilar de carros llenos de encapuchados, tomando por rehén a una ciudad cual si las huestes de Pancho Villa, tomaran Zacatecas. Y nos podrán decir, con recurrencia, que son más los malos que los buenos y, a la vieja usanza, que son hechos aislados y que no tarda mucho para que esta pesadilla acabe, cosa que agradecemos si así será, pero mientras eso llega, yo sí le pediría a quien corresponda que nos digan en dónde carajos está ese puñado de malos para saber y no agarrar para el lado equivocado. Alguno dirá que estoy exagerando, así igualito como los empresarios mentados y que todavía se puede andar como pedro por su casa en el país. Otro admitirá que, en efecto, la violencia se ha puesto del cocol pero que, con el fortín que tenemos en casa, más el exhausto trabajo que despliegan las fuerzas reales del orden para prevenir y sancionar a los desobedientes de la ley, es más que suficiente. Si harán los años habías puesto en todo el borde tu barda, puntiagudos golletes de botellas o amenazantes alambres de púas a fin de que ningún malandro osara brincarse hacia su casa, pues nomas bastaba sumar una cámara discreta que captara el instante en que alguien yaciera adentro y de este modo agarrarlo infraganti, con las manos en la masa. Listo. No ocupábamos ni bazucas para repeler cualquier ataque, ni centinelas en cada uno de los puntos cardinales de nuestro respectivo domicilio. Tampoco requerías poner ese bat a un ladito del catre ni armarte hasta los dientes y pasarte la noche en duermevela con una mano acariciando el cabello de tu pareja y con la otra empuñando una pistola. Nada de eso. Y si acaso escuchabas ruidos extraños en la cochera o en el porche, era cuestión de que hablaras al 911 para que en un dos por tres estuvieran ahí un trabuco de policías para llevarse de las greñas al intruso o echar bala si así era necesario. ¡Qué maravilla! Y nada con que dejarían de hablarle a los vecinos por precaución o contratar seguridad privada para tenerlos en cada esquina o en la entrada de esa zona. Nada de eso, ustedes como siempre: si te habían regalado un costal de naranjas o de papas, con toda confianza podías echarle unas cuantas en una bandeja e írselas a dejar a los amigos de a lado, como lo hicimos siempre y ellos habrían de regresarse el traste hasta que pudieran corresponderte regalándote algo. Me dicen que esa costumbre ya se ha perdido. Que en el barrio o donde optaron por vivir muy poco se frecuentan entre sí e incluso algunos hasta la lengua se sacan, debido al miedo de relacionarse con tal o cual que ande en malos pasos. No sé si sea para tanto, pero, válgame dios, hasta donde hemos llegado. Sí, hasta donde. * MONTADEUDAS Fue duro el golpe propinado por el operativo llamado Montadeudas, en la ciudad de México. Se trata de una banda delictiva que casi obligaba a recibir un préstamo y luego de cobraban con usura a base de chantajes y amenazas a través de tu teléfono o de tus contactos. En otras ciudades operan o han operado. B.C.S. no es la excepción. Si fuiste o puedes ser víctima de ellos, denúncialos. Por Miguel Ángel Avilés
La literatura, creo, es la otra forma de ver e interpretar el mundo, haciendo que, en una, dos, tres, o quinientas cuartillas ya no sea lo que es. Es una bola de cristal hecha de palabras al arbitrio del narrador. El tarot escrito sobre personajes y su vida que se emancipan una vez publicada la obra. La crónica, por su parte, es esa otra forma de contar historias que alguien apreció con todos los sentidos. Sí, con todos, incluyendo el corazón, pa’ que luego no me diga el autor de El Principito que lo esencial es invisible a los ojos y qué sé yo. No creo necesario ahora ponerme a dilucidar sobre las diferencias y semejanzas entre periodismo y literatura, porque además de ser, a estas alturas, algo ocioso, resulta que no tengo ganas de hacerlo, por más que esto último también sea ocioso, pero me vale. El tiempo lo quiero ocupar, más que nada, en hacer una defensa de la crónica y por supuesto de los cronistas, entre los que se encuentra El Navo aunque hasta ahorita no haya dicho nadita de él, razón suficiente para dar el golpe en la mesa con tal de hacer reaccionar, precisamente al periodismo y a la literatura quienes, a través de sus teóricos, siguen debatiendo, tontamente, si este género le pertenece a melón o a sandía, pudiendo dejarse de cosas, y engalanarse, cualquiera de ellos reconociendo por fin su paternidad. Y es que, en lugar de redundar en lo anterior, es preferible agarrar el libro de cada escribidor y clavarle la vista para dar inicio, sin prejuicio a la lectura y será a partir de este frente a frente – entre el que escribió y el que lo lee- de qué están hechos uno y otro. Él soltó los textos y supo contarnos una historia , antes que proyectarse él , su obsesión por presumirnos sus gustos musicales, enlistando los nombres de los discos que seguramente tiene regados en su recámara, esa que lleva quince días sin barrerse y soltarnos alguna gracia de autoconsumo que solo le provoca risa a él en tanto que su rigor literario pasa a segunda término porque quiso lucirse en lo personal, no frente a un mayor número de lectores de todos los colores y sabores – una catedrático, un pasajero de un camión, un buscador de novedades editoriales diferentes – sino ante su reducido grupo de amigos, también escribanos que, sintiéndose en la antesala del premio nobel debido a la autocomplacencia de ellos, han perdido todo piso, mas no su obsesivo propósito de contarnos una y otra vez sobre los bajos fondos de un país que ven en decadencia, clavándose de tal manera con esos lugares reivindicados que, a la mitad del libro, uno ya no sabe si estamos frentes a un narrador omnisciente o una candidato a la presidencia municipal en su cierre de campaña. Del primer grupo que describo poco se sabe o, parafraseando al otro Príncipe, pero no al inventado en Francia, sino al mexicano José José, han rodado de acá para allá, haciendo de todo y sin medida, pero les juro por Dios, que nunca una editorial, no los hace ni por asomo, en su vida. Del segundo, vaya decepciones que nos llevamos cuando una de sus más famosas obras cae en nuestras manos y en la décima hoja sentimos como si nos hubiéramos tomado una dosis de alprazolam o fentanilo y casi nos da por confesar mejor un crimen antes que seguir leyéndolo. De estos últimos, debería haber un gran tiraje. Es decir, agarrarlo todos y tirarlos. Con sus excepciones pues, la fama y la suma de medallas en alguien no es garantía de nada y en la literatura pasa lo mismo. Con Al Contado, Voy a Dar un Pormenor (con el que ganó el Premio del Libro Sonorense) y ahora con El Corrido de los Huipas, el oriundo de Navobaxia, Sonora, una producción corrosiva y con puntual sentido del humor (no humorístico) ha dado muestras de que puede estar ranqueado en peldaños superiores a otros pugilistas literarios pero los émulos de José Sulaiman, les ha dado por voltear para otro lado y como la crítica literaria es peor vista que al coronavirus, resulta que en los escaparates más visible de las librerías, en cuanto a buenas obras, no siempre están los que son, ni son todos los que están. Si no me entendieron, me remito al extinto buen amigo, Eusebio Ruvalcaba quien, al reseñar a literatos Sonorense, dijo: “cuando uno revisa las mesas de novedades de las grandes librerías, siempre queda la sensación de que los señores comerciantes especializados en libros dejan fuera material de primera. Frente al alud de títulos superficiales y anodinos-provenientes en su mayoría de España- habría que echar un ojo a lo que se está haciendo en lugares acres de este país, en apariencia hostiles a la cultura, Como Hermosillo que, por mucho, le andad dando una revolcada, en lo que se refiere a producción editorial de calidad (…) a ciudades consideradas cultas. Cultas, pero fresas. Cultas, pero muertes”. Ya ves mi Navo: así sucede cuando todavía no se alcanzan las alturas de la trascendía y la inmortalidad. Cuando se es apenas un pasante en una profesión, cuando se tocan puertas llevando consigo lo que produces, cuando andas haciendo los pininos, taloneándole a una figura consagrada o abres la función de box o lucha, para irle calentando el encordado a las grandes estrellas que te vieron regresar a los vestidores, todo madreado, luego de ponerte las espaldas planas en dos caídas seguidas o haber caído tres veces en el primer round frente a un rival que te dio más fracasos que los que pudo darte tu mamá cuando eras chiquito. Sin embargo, el tiempo y la persistencia, todo cambia y de ejemplos me como un taco, refiriéndome aquí a más de un artista, un deportista, un espectáculo, marginados o desdeñados por la crítica elitista o la pedantería intelectual, hasta que no les queda otra más que tragarse sus palabras –con todo y papel donde fueron impresas- y reconocer, a regañadientes, que los desdeñados, con pura chamba han conseguido la trascendencia y la consolidación. De ese modo, si antes eras considerando a lo mucho, nomás parte de la chusma, de lo naco, de la gran masa cuyos miembros pasan sus años afuera de un changarro, o viendo la tele o contemplado el infinito desde un poltrona que yace en la banqueta mientras consume su cajetilla de Delicados sin filtro, cuando menos esperamos, el tiempo, siempre justiciero pone a cada quien en su lugar y al rato lo que vale la pena aquí se queda, en tanto que de lo otro-la simulación, lo efímero -ni su mentado recuerdo queda. Tú bien sabes, Omar, que eso sucedió con la Lucha Libre: solo el vulgo acudía a las arenas, aseguraban y actualmente es patrimonio cultural; Recuerda además que criticaban el cine del Santo, el enmascarado de plata y del Secretario de seguridad pública de los televidentes, Mario Almada y resulta que, actualmente, hasta los homenajean, los muy falsos, diciendo, ya como un cliché, que son películas de culto. No se diga algunos lugares de esta ciudad, apedreados hace apenas unas décadas por el estigma y por el fuchi del batallón de la falsa sociedad pero de la noche a la mañana, se tragaron sus palabras, como se tragan la caguamas haciendo segunda a mi admirado amigo Javier Cinco en la Taberna o bailando Arroz con Camarón, La Colaless y por supuesto el Gira Gira, en el Club Obregón al grito de “entre más corriendo más ambiente” y ya no quieres parar la banda, mejor vas a bailar mi amor en esta linda fiesta. En fin, por eso digo que en esto de quien es quienes en los libros , en muchas ocasiones se miente con todo los dientes y reto a quien quiera demostrar lo contario de lo que digo , una vez que lea “El corrido de los Huipas” de la autoría del escritor Omar Gámez quien escarbándole más historias a su matria nos ofrece en esta su nueva publicación que para algunos lectores de bombín y de levita hecha con tela comprada en La Parisina es mera autobiografía o el diario anecdótico del círculo familiar, olvidando que la literatura es universal en tanto se nutre de autores que si de algo escribieron y ahora son universales, es de su entorno, de su tierrita, de lo suyo que es de todos, de lo propio que se vuelve identidad, más que buscar el pedante lucimiento de situar su narrativa en un hotel de parís, en la barra de una cantina noruega o de una discoteca de Dubái, aunque jamás hayan salido de su barrio del cual el nombre no me acuerdo pero enfrente de su casa hacen tortillas sobaqueras, hay uno Oxxo en la esquina con cajeras bien sangronas y más de uno de sus amiguitos de infancia están en el bote. “Allí donde hay narración ha de haber trama. Narrar no es sólo referir hechos: es, ante todo, referir de modo articulado los hechos, haciendo de ellos un relato, un cuento, una story. Una mirada curiosa que descubra lo que estaba allí y otros miraban, pero no veían”. Ese es el propósito del cronista “Contar historias a partir de un desplazamiento descubridor". Esto lo afirma la Periodista y Licenciada en Comunicación Virginia Rioseco Perry. Yo simplemente digo que lean el libro del Navo y cada una de sus crónicas, sobre las cuales no quise hablar expresamente de ninguna porque luego ya creen que les platiqué todo y al final, como al que llego ahorita, se salen, espichaditos, para no adquirirlo. Pero comprado o de gorrión, lean al Navo: Y después, por favorcito, no me digas que no te encanta. Texto leído este 11 de agosto pasado, en la presentación del libro El Corrido de Los Huipas de la autoría de Omar Gámez-Navo. Por Miguel Ángel Avilés
Empezaré esta columna con una recomendación: Cuando alguien se jacte de ser una persona honorable, cuídate de él. Mas aún: di no y cuéntaselo a quien más confianza le tengas. Es preferible echarle un ojo a sus actos en la vida y después ya sacas tus propias conclusiones. Por tu bien. De lo contrario, te limitas a creerle y eso puede llevarte, ya, sea a pensar que si es como dice, sin averiguar más y al rato lo traes en hombros como al July en la plaza México o, contrariamente, a estrellarte con la realidad cuando recibas la puñalada trapera de su supuesta honorabilidad pero , para entonces, ya vivió de ti y de muchos, con ese discurso en donde el decir y el hacer, al ponerlos frente a frente, se repelen. Conozco dos tres que así se la han pasado. Y tú también los conoces, no te hagas. En tu colonia, en la ciudad, en una sociedad, en un centro de investigación, en la universidad, en un grupo clandestino, en una diócesis, e incluso, dicen, pero aquí si ha de ser una calumnia, que hasta en asuntos de la política los hay. Aquí se me hace que exageraron, pero en fin. Debo de admitir que uno tarda en descubrirlos. Porque son hábiles y se convierten en unos actores o actrices con un desenvolvimiento teatral para embaucarnos, que parece que los estuviera dirigiendo Seki Sano. Alabanza en boca propia es vituperio, reza el refrán populachon y es cierto. Lo anterior condena a esos personajes o personajas que se dedican a mencionar sus virtudes, o méritos, casi siempre sin que se lo hayas pedido, con la particularidad de que tales cualidades nadie las conoce o un noventa y cinco por ciento de lo que alardea es falso. Más bien, para sus interlocutores queda claro que son purititas justificaciones de sus actos ampliamente condenados por su familia, amigos, colegas, socios, correligionarios a los que sirvieron mal y ayudaron menos. Su fama pública quieren traerla rechinando de limpia, aunque su conciencia parezca estufa de estudiante universitario foráneo. Tanto se la pasan representando esa manera de ser que llegan a creérselo y, desde el púlpito de su fingida honestidad, suelen hablarte como pastores, como auténticos catequistas que, con su labia, te exhortan a que los emules. “Tú sabes que yo soy incorruptible”, “yo si tengo autoridad moral”, “olvídate que haga eso”, “mi autoridad moral es a prueba de cañonazos de dinero”. “Conmigo se estrellan porque saben que nunca me he robado ni un cinco”. Si todavía no me han entendido o aún no recuerdan a nadie que sea así, lo ejemplifico: Resulta que en algún lugar del país o del continente americano o del mundo, cuyo nombre no quiero acordarme, me reencontré una vez, debido a esto de las redes sociales, con unos conocidos quienes son pareja y resulta que cuando ella cumple años o es día de su santo o lo que sea, él se pone frente al teclado y en su muro escribe y escribe, para destacarla, con motivo de la ocasión, homenajeando a su mujer con una oda o una descripción personal, que a todos deja perplejos por lo que dice. “Este canijo ha de tener una amante“, decimos algunos con lengua de doble filo, a modo de suposición, porque esa que él describe, no es, para nada, la que conocemos en la vida real. Más bien, la susodicha, es muy capaz, es cierto, ¡pero capaz de todo! y si, por decir algo, él nos las quiere vender como generosa y leal, sabemos qué es vil y traicionera y si en algún párrafo la retrató como leal con sus amigos o elegante en el buen decir como Talina Fernández, más bien ella es la viva representación de La Pelangocha y en cuestiones de lealtades, es más peligrosa que un neurocirujano con hipo ,en los momentos cruciales de un quirófano. Por eso insisto: cuando alguien se jacte de ser una persona honorable, cuídense de él. Si anuncia que no hará tal o cual cosa, mejor toma las precauciones a que haya lugar, porque, de seguro, si las hará. En cambio, si jura que cumplirá el pacto suscrito hasta con sangre, ya estuvo que se echará para atrás con cualquier pretexto y se rajará. Son alardes pues, y se les llena la boca pavoneándose de su pureza. Mientras eso hacen, una estela de capítulos pasan por la cabeza de los que han visto todas las tropelias que, con el mayoŕ cinismo, habrá de negar. Jactancia es el término que define a los que se alaban a sí mismos de forma arrogante o falsa molestia sobre una de las tantas cualidades que se saca de la manga. Puede ser cierto que estas personas necesitan vacíos de identidad y otras cosas, ni duda cabe, pero de aquí a que lo hagan, ya fueron y vinieron, disfrutando de esta forma de ser y fingiendo como que la virgen les habla, cuando se alude a perfiles como estos. Aclaro: no reprocho a la autoestima y se vale querernos siempre. Lo reprobable es el fingimiento y la impostura sobre lo que no se es. Sobre aviso no hay engaño y el soldado advertido no muere en guerra. Después no se quejen, porque ya será muy tarde. Por cierto: hombres y mujeres así, también tienen su antítesis,es decir, hombres y mujeres que, calladita la boca, han convertido todo acto de su vida en puritita rectitud. Y un híbrido de ambos comportamientos, ahorita nada más, recuerdo un caso: La de un funcionario público de la vieja guardia que durante largos años de resentimiento, quiso saber quién demonios había corrido la voz de que él era una persona muy pero muy honesta, pues por su culpa, nunca nadie había venido a su escritorio a darle o ofrecerle algo. Válgame ¡cuánta ingratitud, señor, cuánta! Por Miguel Ángel Avilés
Para Alejandro Zabaleta, que se fue, de pronto, en la madrugada. El pasado 21 de Julio falleció María de las Mercedes Carreño Nava y la noticia me causó un vuelco abajito del corazón. Se iba ella y consigo también se iba un tantito de una época del cine mexicano que hizo sudar a muchos. Hablo de Meche Carreño y cuando lo hago, no evitó recordarla en la pantalla grande o en la tele ya muy de noche, como tampoco evitó imaginar e imaginármela bañándose totalmente desnuda en el río, al iniciar La Choca, esa famosa película dirigida por "El Indio" Fernández estrenada en 1974, con la cual obtuvo un Ariel y la oriunda de Minatitlán , Veracruz, fue galardona como la mejor coactuación femenina. Destacó también con sus participaciones en películas como Damiana y los hombres (1967), La sangre enemiga (1971), La inocente (1972), Zona roja (1976) y La otra virginidad (1975). Coincido con el periodista Alejandro Membrillo quien en Milenio Digital señala que “La cualidad polémica y contracorriente del cine de ficheras encontró en la personalidad transgresora de la actriz veracruzana una aliada invaluable en una época de represión artística y social. A través del erotismo en la pantalla grande, Meche Carreño se convirtió en un ícono de la liberación sexual y el empoderamiento femenino, así como en vocera de causas sociales”. “Un trabajo artístico combatiente y revelador que, apoyado por el erotismo y la sexualidad, la llevó a proponer discusiones sociales sobre la hipocresía moral y la ruptura del conservadurismo de la época a través del arte”. La señora no llegaba de improvisto a las altas luminarias. Siendo aún niña llega a la Ciudad de México y siendo ya una adolescencia estudia arte dramático en la academia Andrés Soler. Además, participa en diversas obras teatrales experimentales y completa su actividad teatral, ejerciendo el modelaje. Precisamente, debido a esa actividad se da más a conocer, tanto así que al poco tiempo debuta profesionalmente con Carlos Ancira en la obra El hombre y su máscara. Cuando estuvo en su apogeo, yo era acaso nomas un posadolescente, sin la mayoría de edad aún y eso, como a muchos, significaba, por razones obvias, una gran desesperación. En ese entonces si acaso noma iba a la matinée del Cine Juárez o el Cinema La Paz o el Premier que llegaría después a ser considerado como de más caché, en donde, en los intermedios, acuérdate bien, optabas por salir de aquella oscuridad para comprar palomitas o un austero hot dog o en su caso, bajar a jugar luchitas en la plataforma que estaba frente a la pantalla; y, a la salida, comprar una nieve de nuez al Pasaje Madero. Luego regresabas en camión, muy feliz, a tu casa. Al principio te conformabas con una película de Capulina ya sin Viruta porque se habían peleado. Hacías largas colas para ver El Chanfle, ese otro éxito de Chespirito pero ahora en la pantalla grande después de haber triunfado con todos sus personajes con Ch bien mexicano, sorjuanesco, aunque algunos, llenos de soberbia, no lo quieran reconocer. Al tiempo las matinées te aburrían o, como te juzgabas grande, uno, inquieto que era, ya quería ver la primera película para adultos, porque oías a los grandes decir que las mujeres se quitaban todo. Los que querían ver esas películas se untaban ajo en las partes que se necesitaba para que les saliera vello, pero los resultados tardaban mucho, así que nos poníamos en la puerta del cine y desde ahí aventábamos la mirada a ver qué se lograba pescar cuando quedaba la cortina entreabierta. De este modo se veía, desde la entrada, la silueta de un cuerpo que se quedaba quieto como para que lo contempláramos, y por fin cumpliéramos la fantasía mientras llegaba tarde que temprano el placer real. La cortina se encerraba de improvisto y uno sentía como si te descubrieran, como si todas las miradas se clavaran sobre ti, y te retirabas asustado no fuera a ser que te viera un conocido más grande, al que sí dejaban entrar, y corriera con la acusación a tu casa. Eso te podía apenar y te ponías colorado como un tomate, sin que hubieras hecho algo malo o hubieras cometido una indecencia, o más bien dicho, una liviandad. Por eso les digo que si yo vi a Meche Carreño , ya fue en la tele o en otras partes, ya que en sus memorables apariciones, como esa de La Choca, en su personaje de Flor, ella tenía 27 años y yo apenas ocho, ni chanza de cambiar mis canicas por botas de charro, nomás en su honor. Pero me quedo con lo que dice el maestro Enrique Serna, al hablar de esta inolvidable mujer, llamándola La morena magnética : “La memoria de la libido es más fiel que la del cerebro, pues actualiza el deseo como si hubiera brotado ayer”. Por eso es que les digo que, ya entrado en gastos, no evito recordar a esas otras bellas de noche de por aquellos años como Olga Breeskin, Lyn May, Rossy Mendoza, Wanda Seux y la Princesa Yamal, por nombrar tan solo a unas. De paso, también a la gran Fanny Cano que rivalizó con Meche Carreño a la hora de volver locos a muchos y despertar tantos deseos. “No son sucias las mentes que piensan en el erotismo, sino aquellas que lo consideran pecaminoso.” dice José Barcala , cual si lo pronunciara frente a una imagen de Doña María de las Mercedes Carreño Nava, es decir, Meche Carreño. La gran señora había dejado la carrera a edad temprana y en los recientes años participó en el activismo ambiental y antes de que llegara ese agresivo cáncer de hígado, tenía pensado escribir para niños. Válgame, como no lo hizo en aquellas épocas de mi infante vida, cuando yo, a pesar de esa inocencia que aun cargo a cuestas, hubiera sido para ella, las páginas enteras de un libro abierto. |
Miguel Ángel AvilésMiguel Ángel Avilés Castro (La Paz B.C.S. 1966.). Es abogado por la Universidad de Sonora. Practica el periodismo y la literatura desde 1990. Archives
September 2024
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