Por Miguel Ángel Avilés
La literatura, creo, es la otra forma de ver e interpretar el mundo, haciendo que, en una, dos, tres, o quinientas cuartillas ya no sea lo que es. Es una bola de cristal hecha de palabras al arbitrio del narrador. El tarot escrito sobre personajes y su vida que se emancipan una vez publicada la obra. La crónica, por su parte, es esa otra forma de contar historias que alguien apreció con todos los sentidos. Sí, con todos, incluyendo el corazón, pa’ que luego no me diga el autor de El Principito que lo esencial es invisible a los ojos y qué sé yo. No creo necesario ahora ponerme a dilucidar sobre las diferencias y semejanzas entre periodismo y literatura, porque además de ser, a estas alturas, algo ocioso, resulta que no tengo ganas de hacerlo, por más que esto último también sea ocioso, pero me vale. El tiempo lo quiero ocupar, más que nada, en hacer una defensa de la crónica y por supuesto de los cronistas, entre los que se encuentra El Navo aunque hasta ahorita no haya dicho nadita de él, razón suficiente para dar el golpe en la mesa con tal de hacer reaccionar, precisamente al periodismo y a la literatura quienes, a través de sus teóricos, siguen debatiendo, tontamente, si este género le pertenece a melón o a sandía, pudiendo dejarse de cosas, y engalanarse, cualquiera de ellos reconociendo por fin su paternidad. Y es que, en lugar de redundar en lo anterior, es preferible agarrar el libro de cada escribidor y clavarle la vista para dar inicio, sin prejuicio a la lectura y será a partir de este frente a frente – entre el que escribió y el que lo lee- de qué están hechos uno y otro. Él soltó los textos y supo contarnos una historia , antes que proyectarse él , su obsesión por presumirnos sus gustos musicales, enlistando los nombres de los discos que seguramente tiene regados en su recámara, esa que lleva quince días sin barrerse y soltarnos alguna gracia de autoconsumo que solo le provoca risa a él en tanto que su rigor literario pasa a segunda término porque quiso lucirse en lo personal, no frente a un mayor número de lectores de todos los colores y sabores – una catedrático, un pasajero de un camión, un buscador de novedades editoriales diferentes – sino ante su reducido grupo de amigos, también escribanos que, sintiéndose en la antesala del premio nobel debido a la autocomplacencia de ellos, han perdido todo piso, mas no su obsesivo propósito de contarnos una y otra vez sobre los bajos fondos de un país que ven en decadencia, clavándose de tal manera con esos lugares reivindicados que, a la mitad del libro, uno ya no sabe si estamos frentes a un narrador omnisciente o una candidato a la presidencia municipal en su cierre de campaña. Del primer grupo que describo poco se sabe o, parafraseando al otro Príncipe, pero no al inventado en Francia, sino al mexicano José José, han rodado de acá para allá, haciendo de todo y sin medida, pero les juro por Dios, que nunca una editorial, no los hace ni por asomo, en su vida. Del segundo, vaya decepciones que nos llevamos cuando una de sus más famosas obras cae en nuestras manos y en la décima hoja sentimos como si nos hubiéramos tomado una dosis de alprazolam o fentanilo y casi nos da por confesar mejor un crimen antes que seguir leyéndolo. De estos últimos, debería haber un gran tiraje. Es decir, agarrarlo todos y tirarlos. Con sus excepciones pues, la fama y la suma de medallas en alguien no es garantía de nada y en la literatura pasa lo mismo. Con Al Contado, Voy a Dar un Pormenor (con el que ganó el Premio del Libro Sonorense) y ahora con El Corrido de los Huipas, el oriundo de Navobaxia, Sonora, una producción corrosiva y con puntual sentido del humor (no humorístico) ha dado muestras de que puede estar ranqueado en peldaños superiores a otros pugilistas literarios pero los émulos de José Sulaiman, les ha dado por voltear para otro lado y como la crítica literaria es peor vista que al coronavirus, resulta que en los escaparates más visible de las librerías, en cuanto a buenas obras, no siempre están los que son, ni son todos los que están. Si no me entendieron, me remito al extinto buen amigo, Eusebio Ruvalcaba quien, al reseñar a literatos Sonorense, dijo: “cuando uno revisa las mesas de novedades de las grandes librerías, siempre queda la sensación de que los señores comerciantes especializados en libros dejan fuera material de primera. Frente al alud de títulos superficiales y anodinos-provenientes en su mayoría de España- habría que echar un ojo a lo que se está haciendo en lugares acres de este país, en apariencia hostiles a la cultura, Como Hermosillo que, por mucho, le andad dando una revolcada, en lo que se refiere a producción editorial de calidad (…) a ciudades consideradas cultas. Cultas, pero fresas. Cultas, pero muertes”. Ya ves mi Navo: así sucede cuando todavía no se alcanzan las alturas de la trascendía y la inmortalidad. Cuando se es apenas un pasante en una profesión, cuando se tocan puertas llevando consigo lo que produces, cuando andas haciendo los pininos, taloneándole a una figura consagrada o abres la función de box o lucha, para irle calentando el encordado a las grandes estrellas que te vieron regresar a los vestidores, todo madreado, luego de ponerte las espaldas planas en dos caídas seguidas o haber caído tres veces en el primer round frente a un rival que te dio más fracasos que los que pudo darte tu mamá cuando eras chiquito. Sin embargo, el tiempo y la persistencia, todo cambia y de ejemplos me como un taco, refiriéndome aquí a más de un artista, un deportista, un espectáculo, marginados o desdeñados por la crítica elitista o la pedantería intelectual, hasta que no les queda otra más que tragarse sus palabras –con todo y papel donde fueron impresas- y reconocer, a regañadientes, que los desdeñados, con pura chamba han conseguido la trascendencia y la consolidación. De ese modo, si antes eras considerando a lo mucho, nomás parte de la chusma, de lo naco, de la gran masa cuyos miembros pasan sus años afuera de un changarro, o viendo la tele o contemplado el infinito desde un poltrona que yace en la banqueta mientras consume su cajetilla de Delicados sin filtro, cuando menos esperamos, el tiempo, siempre justiciero pone a cada quien en su lugar y al rato lo que vale la pena aquí se queda, en tanto que de lo otro-la simulación, lo efímero -ni su mentado recuerdo queda. Tú bien sabes, Omar, que eso sucedió con la Lucha Libre: solo el vulgo acudía a las arenas, aseguraban y actualmente es patrimonio cultural; Recuerda además que criticaban el cine del Santo, el enmascarado de plata y del Secretario de seguridad pública de los televidentes, Mario Almada y resulta que, actualmente, hasta los homenajean, los muy falsos, diciendo, ya como un cliché, que son películas de culto. No se diga algunos lugares de esta ciudad, apedreados hace apenas unas décadas por el estigma y por el fuchi del batallón de la falsa sociedad pero de la noche a la mañana, se tragaron sus palabras, como se tragan la caguamas haciendo segunda a mi admirado amigo Javier Cinco en la Taberna o bailando Arroz con Camarón, La Colaless y por supuesto el Gira Gira, en el Club Obregón al grito de “entre más corriendo más ambiente” y ya no quieres parar la banda, mejor vas a bailar mi amor en esta linda fiesta. En fin, por eso digo que en esto de quien es quienes en los libros , en muchas ocasiones se miente con todo los dientes y reto a quien quiera demostrar lo contario de lo que digo , una vez que lea “El corrido de los Huipas” de la autoría del escritor Omar Gámez quien escarbándole más historias a su matria nos ofrece en esta su nueva publicación que para algunos lectores de bombín y de levita hecha con tela comprada en La Parisina es mera autobiografía o el diario anecdótico del círculo familiar, olvidando que la literatura es universal en tanto se nutre de autores que si de algo escribieron y ahora son universales, es de su entorno, de su tierrita, de lo suyo que es de todos, de lo propio que se vuelve identidad, más que buscar el pedante lucimiento de situar su narrativa en un hotel de parís, en la barra de una cantina noruega o de una discoteca de Dubái, aunque jamás hayan salido de su barrio del cual el nombre no me acuerdo pero enfrente de su casa hacen tortillas sobaqueras, hay uno Oxxo en la esquina con cajeras bien sangronas y más de uno de sus amiguitos de infancia están en el bote. “Allí donde hay narración ha de haber trama. Narrar no es sólo referir hechos: es, ante todo, referir de modo articulado los hechos, haciendo de ellos un relato, un cuento, una story. Una mirada curiosa que descubra lo que estaba allí y otros miraban, pero no veían”. Ese es el propósito del cronista “Contar historias a partir de un desplazamiento descubridor". Esto lo afirma la Periodista y Licenciada en Comunicación Virginia Rioseco Perry. Yo simplemente digo que lean el libro del Navo y cada una de sus crónicas, sobre las cuales no quise hablar expresamente de ninguna porque luego ya creen que les platiqué todo y al final, como al que llego ahorita, se salen, espichaditos, para no adquirirlo. Pero comprado o de gorrión, lean al Navo: Y después, por favorcito, no me digas que no te encanta. Texto leído este 11 de agosto pasado, en la presentación del libro El Corrido de Los Huipas de la autoría de Omar Gámez-Navo.
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Miguel Ángel AvilésMiguel Ángel Avilés Castro (La Paz B.C.S. 1966.). Es abogado por la Universidad de Sonora. Practica el periodismo y la literatura desde 1990. Archives
September 2024
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