Por Miguel Ángel Avilés
Cuando leas esta carta, muy probablemente, ya estés lejos. Tal vez estés por llegar a Laponia, o a Bari Italia o a Turquía. Yo que sé. Quizá aún sigas aquí, en el país, o hiciste una merecida escala en una ciudad de Sonora o en Miraflores o en cualquier punto de la baja sur o andes por el plan de abajo o por Salamanca aunque ahí hiera un recuerdo. Puedes que estés detenido en un retén o a un costado de la carretera ,debido a un choque múltiple o a una fuerte nevada que tuvo a mal cerrarte el paso o al haberte privado de tu libertad por una cuadrilla de la guarda nacional que no te creen quien eres cuando te identificaste . No obstante en donde vayas, agotado pero satisfecho, yo quisiera agradecerte el haber venido, porque soy de la idea de que, en estos momentos, cualquier respiro de paz, cualquier bocanada de felicidad, es, literalmente, oxígeno puro en este año sombrío y acaecimientos inesperados que tienen que ver con la salud, las enfermedades, el contagio, lo luctuoso. De haber sabido lo que vendría, mi estimado Santa, en diciembre pasado te hubiera pedido, encarecidamente, que te saltaras este 2020 y nos pusieras en el 2021 que ya viene y por el que apostamos todos, que traiga consigo una mejor panorama, más alentador, de mayor esperanza y de resignación para quienes viven el duelo por ese familiar o ese amigo que se fue, si es que de veras, los difuntos se van algún día. Sé que tú ni culpa tienes, no sé si nosotros tampoco, más bien yo hablaría de responsabilidad porque lo otro nos estanca, porque es como quedarse en un duelo perpetuo y eso , tan doloroso, nadie quiere . Fue este año el que se sacó la rifa del tigre , como lo fue en el de la peste de Justiniano o el de la peste negra, o el de la gripe española o, para variar, la gripe asiática, todas muy estremecedoras o el periodo de la viruela, expandida masivamente en el nuevo mundo cuando los conquistadores empezaron a cruzar el océano, pues ni modo de cerrar fronteras o imponerles un estricto protocolo al entrar si es que venía con temperatura, con erupciones en la piel o no portaba su respectivo cubre boca. Para fortuna, esta última, a decir de los expertos, es una de las dos únicas enfermedades que el ser humano ha conseguido erradicar mediante la vacunación. El dato, aunque no sea nuevo, no deja de ser alentador porque, aun con todo lo que trajo, después de ser un enemigo al que no se le conocía ni había remedio inmediato de como atacarlo, llegó el día en que aquello fue domado y la pesadumbre acabó. Entiendo, mi compa Noel, que a esto que aun vivimos, todavía le falta un buen trecho para regresar a la superficie de la tranquilidad y no ignoro que para donde tu vayas o donde estés, si es que estás, si estás llegando, la situación está por el estilo pero no quiero verme consternado ni rabioso por más que algunas de estas muertes, debido a la vulnerabilidad de cierto tipo de pacientes, sea uno de los absurdos previsibles. Aun así, Don Nicolás, por más feo que esté ( yo, no usted) le juro que no quiero ser el Grinch en medio de esta pandemia, ni ser ese duende carente de entusiasmo o sobrecargado de mal genio que no vea en toda esta aflicción generalizada, un punto de luz que, gracias a una mirada más optimista, más positiva, más llena de energía y una vibración por encima de la media, no parezca tan distante. Si, no te puedo negar, mi Noeliux: yo, como seguramente muchos, tengo ganas de llorar un día, después de tanto muerto. Recitar un poema de amor, cualquiera, para revivir esperanzas que se llevaron a ese cadáver que no vi. No sé para qué, más sin embargo, quiero decirlo en esa plaza, donde estamos todos, apostándole al porvenir de los que aún seguimos aquí, deshojando margaritas entre morir o seguir viviendo, en esta apuesta que no tiene jurado, ni dios que nos salve, luego de que pudimos ser y escondimos, soberbios, nuestras lágrimas porque creímos que nada vendría ,solo esto ,que nos está pegando en la cara , desprovistos de un abrigo a prueba de llantos, de fatalidades que no esperábamos, sino hasta después de una vida que la creíamos para siempre. Sí, Don Nico, quiero darle a la pared de puro coraje porque este año veinte veinte se llevó a gente querida, gracias al despiadado monstruo o no, pero que desearía tenerlas aquí, como en otros años de normalidad a secas, cuando alguno de ellos jugaba conmigo en la calle al lado de toda la palomilla del barrio o ese otro que nos acompañaba al mar en la víspera de un huracán que nos dejó incomunicados por más de tres días o quien junto a mí y otros muchos más en esos años ochenteros y que ahora ya se han vuelto invisibles, aunque sigan retenidos en mi memoria. Sí. Pero de igual forma, como no puedo negar esta desolada realidad, tampoco puedo decirle adiós al optimismo y a la risa, si es que este coctel sirve de algo, porque, como bien lo dice Andreu Buenafuente, la vida empieza cada cinco segundos y hay que seguirla viviendo con entereza, al fin y al cabo nadie que lo ha ya dado todo de sí mismo lo ha lamentado. Tú me viste cuando pasaste a dejarme los regalos. Yo a ti no, porque estaba dormido, esperándote. En mí, dime si no es cierto, había la dicha de que pude pasar una nochebuena más con la familia y departí con ella, con cena y júbilo, como lo hacía en Los Olivos, con mi familia de origen cuando fui niño, como tú, como El Gelasio, como La Ricky, como Chavalito, o como El Ramón, que por andar haciendo tiempo para tu llegada, de chamaco se voló tres dedos tan dolorosamente como su partida reciente; o como mi hermano que en estos días hubiera cumplido años. O como El Pareja o como que el tú o cualquiera hoy me nombren. Como El Aníbal, como El Memo y hasta como El Rogelio que no me lo imagino esperándote en navidad. Como Lo Ferra, Como El Cui, como El Beto, como el Mariano, como Cecilia , o Miriam o El Negro Tomas o El Señor Chapo, El Luis, La Bertha, El Efraín, El Alfredo, en fin, tantos más, de aquí o de allá, quienes con su amistad y sus quereres, nunca dejan de ser presencia. Sí, existe una congoja, esa que se siente cuando uno quisiera que todos, sin excepción , viviéramos en plena felicidad y no con el Jesús en la boca, retraídos y con la angustia de que algo puede suceder o ese pariente que está enfermo, como lo estuve ese 31 de diciembre de 2012, cuando me pegó el rotavirus, el parvovirus o ambas cosas y me fue imposible salir a convivir ese último día del año, como el que ya viene y está a la vuelta de la esquina, expectante, impredecible pero a la vez cargado de apuestas y albricias para que sea uno mejor. Sí, mi compita de barba blanca, el horno no está para bollos y este virus resultó más peligroso que un neurocirujano con hipo pero no podemos complacerlo sacando bandera blanca ni clamándole rendición. La pelea hay que seguirla dando con las recomendaciones por todos conocidas. Y también con talante y gratitud que hagan posible el destierro, aun sea temporal, de esa ansiedad que de repente llega y tuércele su cuello de engañoso plumaje, huyendo de toda forma y de todo lenguaje/que no vayan acordes con el ritmo latente de la vida profunda/y adora intensamente la vida/ y que la vida comprenda tu homenaje. Sí, mi querido Santa, a lo mejor ya te aturdì con mis locos desvaríos o sigo dormido como cuando tú me viste cuando pasaste a dejarme los regalos que, ahora sí, yo deseaba: un juramento más de vida, una copa para brindar por esa tierra que fui y lo sigo siendo, por mis amores infinitos y los más próximos que aquí están junto a mi, por los amigos presentes y ausentes, por mi madre, bohemios, por la verdad más llana y por un futuro promisorio que nos restituya el alivio y una distancia suficiente para abrazarnos de nuevo y esperar con ansias tu llegada, desde allá desde muy lejos, donde nada, nadita es imposible, por más que el horizonte, vaya ironía, pareciera estar en chino.
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Por Miguel Ángel Avilés
Dicen que Lennon la odiaba, pero yo no y con eso me conformo. Recuerdo haberla escuchado en casa, en la voz de una persona cercana a la familia, quien la cantaba muy feo, pero con mucho sentimiento. También la escuché en la radio, pero solo se me pegó la tonadita y ese estribillo pegajoso, sin saber nunca, a esa edad que yo tenía, quién diablos entonaba esa canción. Pero me gustaba y con eso me conformo. Algo debió tener para que mis oídos disfrutaran de ella, al grado tal de seguirla recordando y no de otras interpretaciones de los Beatles por más exitosas que fueran o algo pude tener yo para que no me sumara a toda esa fanaticada que se volvía loca por todo lo que hacía este cuarteto. Ah, ya sé: eso que yo tenía era mi edad, unos siete años, o poquito más y un entorno familiar donde no prevaleció esta música sino la rural, refiriéndome con esto a la música popular mexicana que, como educación auditiva, se hacía más presente en nosotros, gracias a los orígenes de papá y mamá quienes preferirían, frente a cualquier otro género, a la canción vernácula cuyos ejemplos y ejemplares en otra ocasión les hablaré. Ob-La-Di, Ob-La-Da fue compuesta por Paul McCartney, pero se le atribuyó a él y a Lennon pues si bien no era del agrado de este último y la odiaba con odio británico , después de varios días de no regresar luego de haber abandonado el estudio de grabación y de fumar con ganas , durante varios días, una hierba verde seca al parecer marihuana por fin volvió y encaminándose al piano , tocó los acordes de apertura con fuerza y más rápido que en las primera versiones y les dijo que así era como la canción se debía tocar, y así se quedó. Lennon se impuso o prefirieron no contradecirlo para que no descargara, en la cabeza de cualquiera de ellos, la furia acumulada que traía contra McCartney y de manera fue presentada en sociedad en 1968, pero no vaya a pensar que yo la escuché recién salida del horno sino años más adelante, sin saber a cierta qué versión sería, aunque me hubiera dado la misma o muy poco hubiera entendido por más que alguien me explicara. A lo mejor fue en esas fechas cuando Jimmy Scott demandó a Paul, exigiendo una indemnización por usar esa frase en la letra y en el título de la canción, aunque no procedió o se conformó con un depósito bancario ya que el primero simplemente había enseñado o comentado que la decían en no recuerdo qué tribu y hasta ahí pero no como para hacerse pasar, en términos de autoría, como quien tuviera los derechos morales y menos los derechos patrimoniales. Hagan de cuenta que yo retomara la expresión “Pushi Mano” tan de mi tierra y en una cena de gala la pronunció contándoles, cual vil mitotero, de donde viene su origen y estando en estrec los invitados cualquiera de los hermanos Gibb de los Bee Gees,estos quieren renacer con una canción usando esa palabra o a los Los Ángeles Azules le da por hacer una cumbia con aquella y dándome cuenta que pegaron con tubo y les está yendo de maravilla , voy hacia ellos y les estiro la manita exigiendo mi crédito o mis regalías , de seguro me va como a Don Jimmy. Cómo haya sido ,esta canción ha de tener lo suyo , tan así que fue considerada como la canción pop más perfecta jamás escrita, de acuerdo a investigadores del Instituto Max Planck en Alemania. Eso lo sé hasta ahora que me puse a indagar al respecto , no vayan a creer que soy beatleologo o que me volví su biógrafo. Para nada. Al contrario ,de ellos sé muy poco o al menos no tanto como la mayoría de mi generación quienes se saben todo su repertorio y yo nomás una simple canción . Pero acaso nomás lo que hago es compartir recuerdos . Esos vividos en lo que ya podemos llamar la vieja normalidad . Si tú no quieres recordar, entonces Imagina. Quizás digas que soy un soñador Pero lo bueno que no soy el único. Espero que algún día te unas a nosotros y el mundo será uno solo. Imagínese que un 8 de diciembre yo estaba en el porche de mi casa y eschuché en la tele , que John Lennon acababa de recibir cinco disparos en la espalda por parte de un tal Mark David Chapman y había muerto . Pero yo no me imaginé, era cierto. Fue un lunes de 1980, bien recuerdo, por qué esa mañana hablamos tenido honores a la bandera en la escuela y un día antes, de seguro, había perdido el Cruz Azul. Les iba a contar algo más sobre ese homicidio pero no quiero hacerlo . Para qué alentar rumores . Si después me animo, ahí les cuento. Al fin y al cabo , como dice una lengua yorubá, "la vida sigue" y seguirá dando vueltas , como pasan las hojas de un álbum blanco. ... Por Miguel Ángel Avilés
Por aquí pasó, hace un rato, un déjà vu pero ningún niño salió corriendo para trepar en él como lo hacían aquellos en la parte trasera del carrito de las nieves y pasearse en él, durante media cuadra o veinte metros, antes que el chófer te pidiera ,con un grito ,que te bajaras o que tú, por burro, te dieras contra el suelo . Por aquí pasó , como recuerdo , un vendedor de churros y yo nomas lo escuché como quien escucha a la memoria y cuatro décadas atrás ,cuando éramos unos párvulos muy atrevidos , muy propensos al desafío que significa el juego , nuestro único compromiso comparado con lo de los mayores, y no sabíamos de riesgos que eran verdaderos pero que nosotros , los " inmortales " toreábamos tan igual como hacerlo con una avispa , la mordida de un perro , esa patrulla que nos recogía el balón para que ya no siguiéramos jugando en la calle , o el grito, desde casa, donde la sabia mamá era infalible a la hora de ponerle punto final al día y al recreo . Ahorita nadie salió al paso ni ese carro se llenó de chamacos desafiantes en su parte trasera, quizá porque obsesiva que es la evocación, a cualquiera de esos fantasmas del ayer, le advertimos como si fuéramos mamás o señores grandes que podía venir un carro y llevárselo de corbata, antes que ese cono de harina pudiera llenarse de nieve de chorro para que una mano extendida lo recibiera, antes de ser devorado con frenético deleite. No. Ni un alma salió al paso. Tal vez, porque los niños ya son otros o porque los años han transcurrido lejos del asombro o porque más bien, este sonido que hace un rato se paseó por las calles sin lograr ninguna venta, es tan parecido como ese maestro de carreta y empujón que, harán los años, gritaba churros con canela y huevo, a la boca luego, nomás que llegó un ciclón y se lo llevó para con los difuntos, hasta nunca más volver. Órale, esto del déjà vu tiene sus ventajas y sus desventajas. Las desventajas se aparecen cuando uno quiere volver a ver a los que estaban antes y nada más son una aparición volátil. Porque en realidad el déjà vu es eso: una la extraña sensación de que algo de lo que estamos viviendo ya pasó antes, aunque sea imposible. La ventaja es que se hace posible la representación escénica de esos fantasmas que antes se volvieron protagónicos de carne y hueso y nadie hacía por volverlos eternos porque pensábamos que ya lo eran y toda la vida entera estarían a nuestro lado. Los meros meros en esto no nos dejan bien parados a quienes vivimos, en ocasiones, algo así pues señalan que es una anomalía de la memoria y que, simplemente es una falsa idea basada en la familiaridad. Bueno, cuando menos tenemos una idea, aunque sea falsa. Y subida en ella, por más explicación científica que nos den, no nos impide jugar por un rato entre el pasado y un presente que parecen ser lo mismo. Es cierto: lo que esa tarde noche viví no lo había vivido antes. Tampoco estoy loco como para no darme cuenta. Bueno, eso creo. Pero la escenografía mental que estaba frente a mí, tenía marca registrada en mi retentiva, la cual, también lo admito, no luce sus años mozos como para acordarse de todo, pero tampoco se encuentra en fase terminal al grado de que, en lugar de acordarme de capítulos reales de mi perdurable vida, estos estén siendo reemplazados por alucinaciones. Claro que no. Pero si así fuese, qué importaría. Dijeran lo que dijeran los especialistas de que si estamos deschavetados o no quienes vivimos esas experiencias a menudo o a la larga, la verdad tales comentarios pasarían a segundo plano si en ese ratito de confusiones con el tiempo, se nos pone frente así la tramoya de una infancia y ahí están todos los actores que significaron tanto en eso que parece que estamos volviendo a vivir o que ya vivimos , y en una lúdica , en una entrañable reconstrucción de hechos, te sube en la parte trasera de ese carro de la nieves o de los churros o te bañas en los charcos dejados por las lluvias o trepas un árbol o escuchas los gritos de mamá llamando a cenar porque ya oscureció o advirtiéndole que a la próxima desatendida que le dé a sus órdenes, ira por ti a costa de cualquier precio . Sé que me escucharé medio filósofo, poeta cursi o autor de superación personal de poca monta pero quien quite y la vida de uno ya está escrita y en eso que puede ser un libro, hay páginas que contienen un resumen de lo que vamos siendo: una relectura, un corte de caja, una auditoría vivencial , no sé , pero es algo parecido . Murakami lo dice más bonito: “Contemplando ese paisaje, se me ocurrió que estaba escrito que yo debía ver esta escena algún día. No se trataba de un deja vu. No era la sensación de haberlo visto antes, sino el presentimiento de que algún día encontraría un paisaje como aquél. " Aunque me imagino todo lo que dice y siento como que ya lo viví . "Lo triste o lo alegre de una historia no depende de los hechos ocurridos, sino de la actitud que tenga el que los está registrando". (Jorge Ibargüengoitia) Por Miguel Ángel Avilés
Primer acto. Cuando supe por primera vez de Jorge Ibargüengoitia, él ya estaba muerto. Pero como me hiere esa fecha. Escuché su nombre esa tarde en el consultorio del doctor Camacho a dónde había acompañado a mamá. La recepcionista, una señora muy atenta, ya mayorcita, era la propia mamá del doctor y, mientras le tocaba el turno a la mía, se pusieron a platicar de cosas que solo hablan las mamás. No sé cómo vino al cuento, pero, de pronto, ya estaban hablando de un tal Ibargüengoitia y del avionazo en donde veinticuatro horas antes , en Mejorada del Campo, Madrid, se había dado en toditita la maceta, junto con otros escritores y, para envidia de cualquiera, al lado ,también, de la bellísima actriz mexicana, Fanny Cano. Mi mamá se llamaba Rufina, la mamá del Doctor no sé, pero se apellidaba Cumming y era pariente de Alejandro Ibargüengoitia Cumming, papá del autor de La Ley de Herodes y de cáusticos libros más. Segundo acto. “Jorge Ibargüengoitia salió de su casa en París, abrió la puerta del taxi y miró hacia el balcón para despedirse de su esposa. El escritor mexicano iba a tomar un vuelo a Bogotá, con escalas en Madrid y Caracas. Era 26 de noviembre de 1983. A esa misma hora también partían hacia el aeropuerto Charles de Gaulle otros literatos latinoamericanos: el peruano Manuel Scorza, la argentina Marta Traba y su marido, el uruguayo Ángel Rama. A ellos se les sumaba la pianista catalana Rosa Sabater. Un mismo motivo los subía a ese avión rumbo a Colombia: el I Encuentro de la Cultura Hispanoamericana. Nunca llegarían. Tras hora y media de vuelo, en el descenso hacia Barajas, el vuelo 011 de Avianca, un Jumbo bautizado como Olafo, se precipitó sobre las lomas de Mejorada del Campo. Murieron 181 personas. Solo 11 sobrevivieron. A la 1.06 del día 27 se escuchó un estruendo monstruoso en Mejorada. “Vinimos todos hacia aquí. Aquello fue una romería”, cuenta hoy el vecino Pedro Ochoa de Alda sobre la misma vaguada donde se produjo el siniestro. En Madrid, David Aguilar, fotógrafo de prensa, se enteraba por la radio en un taxi y salía disparado con su cámara hacia Mejorada. Allí se encontraría un infierno: “Una mezcla horrible de olor a gasolina y carne quemada, sin más luz que los faros de los Land Rover de la Guardia Civil, que solo tenía para identificar los cuerpos unos banderines de Coca-Cola con el eslogan La chispa de la vida”, señalan aun los registros hemerográficos que en El País se leen. Tercer acto. Ahora caigo que esa consulta-noticia-duelo-conmoción tanatologica, fue el 28 de noviembre de 1983 (al día siguiente de lo sucedido que fue en domingo) y la platicada se puso morbosa o conmovedoramente interesante, tanto, que mi madre, entre empática con la tristeza de la señora y entre que quería saber más del mitote, le hizo una seña al paciente que le seguía en el turno para que pasara él y con los ojos bien pelones, siguió escuchando, muy atenta o muy argüendera, los detalles del avionazo. Yo, que también había parado oreja para enterarme del asunto, no sabía bien a bien de quien estaban hablando, pero entendí que estaba emparentado con esa familia y en particular con la familia Cumming, segundo apellido del doctor Camacho quien, como tantas veces atendería a mi madre un buen rato después cuando el tema sobre un tal Ibargüengoitia ya se había agotado (según pensé) Salimos de ahí casi al oscurecer y toda la noche estuve pensando en lo que le había pasado a ese pobre hombre del que se habían expresado tan bonito. Pese a ello, me dormí tranquilo porque el Doctor Camacho Cumming había dicho que, de su salud, mi madre andaba al centavo. Dios guarde la hora hubieran sido malas noticias: un soplo en el corazón, una maldita depresión o cáncer de páncreas. Uf: hubiera tenido que aprender a vivir con ese dolor, para siempre y aparte, yo ni hubiera dormido. Porque una noticia así, es peor que morir, de un de repente, ya sea porque se desploman unas ruinas sobre tu cabeza, te come un león, te cae un rayo seguido de un relámpago en agosto o, simplemente, te lleva pifas, por culpa de un avionazo. |
Miguel Ángel AvilésMiguel Ángel Avilés Castro (La Paz B.C.S. 1966.). Es abogado por la Universidad de Sonora. Practica el periodismo y la literatura desde 1990. Archives
September 2024
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