Por Miguel Ángel Avilés
Una señora lleva años confundiéndome con un doctor y hasta la fecha, no la he sacado de su error. No nos vemos tan seguido, pero cuando así sucede, me comparte una sonrisa y luego, muy amable, expresa lo de siempre: _ "Que tal, doctor, ¿cómo está? ¿Cómo le va?" o algo por el estilo. Yo le soy recíproco, y respondo con un "Bien, muy bien ¿y usted?" por recordar una de tantas veces, pero ya no sé si mi reacción es por mera rutina, porque mi amiga se va de paso sin chanza de aclararle o la dejo ser porque, de plano, ya me la creí. Entiendo que le ocurre eso porque supone que soy tal o cual doctor que la doñita conoce, es su amigo y me parezco- alto, rubio, ojos azules, atlético - o porque ese aspecto tengo, es decir, el de un profesional de la medicina y ese trato me da. No sé ustedes, pero quizá llegó la hora de sacarla de su confusión. De lo contrario, un día me va pedir que la consulte o yo corro el riesgo de mimetizarme y al rato andaré repartiendo recetas a diestra y siniestra, creyéndome que soy eso que no soy y que aparte de todo, me creo el mejor. No invento, eso pasa. Créanme, eso pasa y después no hay quien nos pare, hablando de todo y para todos, como si el conocimiento o la sabiduría fuera exclusiva de quien ha tomado la palabra y éĺ solo él o ella solo ella, es capaz de disertar respecto al tema que le pongan - en este caso de la medicina - y el resto de los presentes significan la nada o más allá. Admito que no sé tanto sobre esto, pero puede que tales personas, al igual como si su servilleta se creyera que sí es doctor, y que se consideran los infalibles entre sus pares, estén viviendo el llamado efecto Dunning-Kruger, el cual consiste en que el afectado por ese trastorno, cree tener más conocimientos y capacidades de las que realmente tienen y/o que están por encima de cualquiera. Es decir, sobreestiman su inteligencia y tienen demasiada confianza en sí mismos. Como autoestima está bien, es más, los envidio. Nomás que esa inteligencia no es tanta y sus conocimientos, menos. Son las personas que no son conscientes de su ignorancia y pretenden dar una impresión de dominio que suele resultar exagerada. Bueno, algunos no son conscientes. Otros si lo saben, pero nadan de muertito, luego de darse cuenta que sus interlocutores, o destinatarios de sus razonamientos están embelesados y creer estar frente a un representante de la polimatía, cuando a lo mucho es un timador de feria en ese juego de “donde quedó la bolita” o el juego de los cantones. El mentado efecto Dunning-Kruger es acuñado, según leo, en la década de 1990, cuando a David Dunning y Justin Kruger les dio por investigar hasta qué punto las personas incompetentes eran incapaces de saber que lo eran debido precisamente a su propia incompetencia. En ocasiones es tan obvio saberlo, pero este par quiso darle rigor científico a su proyecto y analizaron la premisa siguiente: “Aquellas personas con conocimientos limitados sobre alguna temática no sólo generan conclusiones equivocadas incurriendo en errores constantes, sino que su propia incompetencia les inhabilita para darse cuenta. Para estos psicólogos, este sesgo era el resultado “del error en la percepción de uno mismo, de un fallo en la metacognición”. Al igual como lo hizo Lombroso cuando surgió su teoría del delincuente nato, ellos agarraron un grupo de estudiantes y los evaluaron en gramática, sentido del humor y razonamiento lógico. Luego pidieron a los estudiantes que se calificaran así mismos del 1 a 10 con respecto a la forma en que habían contestado la prueba y resulta que la mayoría se evaluaron por encima de la media de su prueba. Mira que canijos me salieron. Esto me hizo recordar a un empleado de una universidad del noroeste de México que, siendo estudiante a la vez y después de estar a punto de ser dado de baja al reprobar en repetidas ocasiones una materia, se hizo, no sé cómo – bueno, sí sé – del acta del maestro en turno y alterando esa lista, se puso una calificación aprobatoria. Se me hace que este joven no le hubiera servido de mucho a Dunning-Kruger pues si ya estaba cometiendo la fechoría, entonces se hubiera despachado con la cuchara grande , poniéndose un diez de calificación, pero no, se autopasó de panzazo y eso provocó que más delante, cuando fue rescindido de su trabajo por la patronal, las lenguas de doble filo dijeran que no lo habían despedido por tan reprobable conducta sino por tonto. Volviendo con aquel experimento, lo que resultaba curioso de dicha autoevaluación era que los menos preparados para hacer ese test fueron los que más sobreestimaron sus capacidades y mejor calificación se pusieron. Es decir, pretendían engañar a otro pero se engañaban a sí mismos. En cambio, los alumnos con mayor competencia subestimaron sus habilidades y se calificaron por debajo de su nota real. Estos se pasaron de honestos o, aparentando una falsa modestia, su forma de quererse era muy insegura. Lo ideal sería que los primeros rectificaran, aceptando que no son lo que proyectan o quieren vender frente a la sociedad,en tanto que los seguros se dejaran de cosas y se asumieran como los grandes que son. De lo contrario, seguiremos fomentando la edificación de un mundo al revés y seguirán luciéndose los aprovechados de la ocasión, esos que han vivido de la suplantación intelectual haciéndose pasar por verdaderos pensadores, gracias a la hipnosis discursiva que tan efectiva ha sido a la hora de cautivar a las masas y ofrendarles todas las palabras que estas quieren escuchar. Como la señora señora lleva años confundiéndome con un doctor y hasta la fecha, no la he sacado de su error. Creo que el momento ha llegado. Y es que no quiero seguir conviviendo ni viviendo en el engaño ni quiero que mi amiga vuelva a la realidad cuando el destino haga de las suyas y ella esté en la cama sufriendo de algún mal y no quiera ser atendida por ningún otro médico, si no viene hasta su casa ese galeno que saluda casi todos los días. Imagínese: que pudiera hacer yo en una encrucijada así: recetarle un placebo, sobarle la frente con una mano al tiempo que le pongo un trapo mojado o romper el silencio pase lo que pase.. Esta última opción es la más viable. Si no lo hago, mi conciencia no me dejaría vivir . Hay a quienes nada de esto les importa. Como esa mujer de treinta años que se hizo pasar por doctora durante siete meses en un hospital de Barcelona. Ya fue detenida y se le acusa de cuatro delitos entre los que se encuentra los de falsificación de documento público y de usurpación de estado civil. De no ser porque fue descubierta por sus "colegas", la usurpadora ahí echa raíces y hace huesos viejos. Hagan de cuenta yo, si no desmiento tarde que temprano a mi compañera de banqueta. Debo de buscarla y hacerlo ya. Que tal si de pronto me invade el efecto Dunning-Kruger y me la creo para siempre. Tanto así que al rato ande buscando empleo en alguna institución de salud pública de México o, cuando menos, de Dinamarca.
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Por Miguel Ángel Avilés
Les quería contar sobre la memoria, pero ya se me olvidó todo lo que pensaba decirles. No quedándome otra, tendré que poner en práctica la operación Yasmin Esquivel y decirle, como si fuera una definición propia que “la memoria hace referencia a una capacidad mental cuya función es codificar, almacenar y recuperar información. Es decir, nos permite guardar en nuestro interior experiencias tales como sentimientos, sucesos, imágenes o ideas. En definitiva, cualquier elemento que pertenece a nuestro pasado”. “Se trata de una función del cerebro que resulta esencial para nuestro aprendizaje y, por tanto, para nuestra supervivencia. Gracias a ella podemos adaptarnos mejor a las necesidades de nuestro entorno”. Calma, ni quieran aprendérselo de corrido porque no podrán y si lo consiguen, no les servirá de mucho. Lo cito nada más como herramienta para ayudarme a recordar lo que les quería decir sobre la memoria. Espérenme tantito porque estoy batallando. Nos pasa. Con un dato, con una fecha, con una efeméride familiar, con un acontecimiento histórico, con respecto lo que hicimos ayer, o el año pasado, o cuando teníamos seis años o íbamos saliendo de la preparatoria o con el nombre y los apellidos de un viejo amigo o con un personaje de la vida nacional o política y en otros tantos casos que ya se me olvidaron. Mientras vuelvo en mí, déjenme contarles que, según los especialistas y las fuentes en donde extraigo lo siguiente, existen diferentes tipos de memoria que se pueden clasificar de acuerdo con diferentes criterios: su duración, el contenido, el nivel de consciencia, y así. En lugar de ese “así pude escribir etcétera“ pero ya les he dicho que esa es una palabra perezosa. Sin embargo, también puede ser una palabra que auxilia a quien de un de repente se le borra la cinta y colgándose del etcétera, sale del paso. Pues bien, según su duración existe la memoria sensorial y es aquella que conserva la información que recibimos a través de los sentidos durante un lapso muy breve. Toda la información sensorial externa como olores, imágenes, sonidos, sabores que permanece en la memoria un instante antes de procesarse y disiparse. Contamos además con la memoria a corto plazo que es la que utilizamos para examinar lo que ocurre, vislumbrar y poder reaccionar correctamente. Todo este proceso se produce de forma muy breve. Permite la retención, el razonamiento y la reflexión. Esta memoria facilita la memoria de trabajo o memoria operativa, que es la que nos permite acopiar y manejar la información guardada, así como asociarla con otras ideas. Entra en juego en la lectura y habilidades lógico-matemáticas, entre otros procesos. En contraposición está la memoria a largo plazo la cual nos permite almacenar información sin límites de tiempo como en la lucha libre o sin tener un volumen de capacidad. Los datos de la memoria a corto plazo pueden pasar a la memoria a largo plazo por medio de la repetición o de la asociación emocional. Ya si nos metemos en los tipos de memoria en relación a su contenido estos se dividen en tres grandes grupos, como lo es memoria episódica que se refiere a los acontecimientos concretos, a nuestras propias experiencias. Se trata de un contenido biográfico. Así, podemos recordar dónde estuvimos el domingo tres de marzo pasado o qué regalo nos hicieron por nuestro cumpleaños y claro, que no nos regalaron y quien no nos regaló ni una llamada. Esto sí no lo he olvidado, que conste. Aquí no para la cosa, ya que contamos también con la memoria llamada semántica y es la que incluye hechos, datos y conceptos, así como vocabulario. Enseguida está la memoria procedimental y es la que almacena habilidades y destrezas motoras, tal como lo es el caminar, conducir un carro, tocar un instrumento musical, y habilidades por el estilo. Junto con ellas, se encuentran memorias que se consideran atendiendo al nivel de consciencia como la memoria implícita que no necesita un esfuerzo consciente para recuperar la información como puede ser ponerse una camisa o abrocharte unos zapatos , a diferencia de la que si necesita un esfuerzo consciente en donde hay que echarle más ganitas para recordar, por ejemplo, la respuesta de una pregunta de examen de admisión o de un semestre o final o recordar un número de teléfono, que por cierto, en esto último, mucho la hemos dejado en el abandono por culpa de los aparatos móviles en donde al grabarlos nunca nos aprendemos los respectivos números sino que vamos a la fácil y buscamos, para llamarle a “el Chucho”, “Mi jefe “, “mi amor“, “hermana fulana“, “Toño el del barrio” y así es difícil aprenderlos. Aparte hay memoria para adelante y hay memoria para atrás, y esto no es un Pasito de baile. Me refiero a la memoria retrospectiva, es decir ,a usada cuando nos retrotraemos al pasado para recordar algo que ya sucedió, por ejemplo, a qué lugar de relajada moral y recomendable entretenimiento fuimos el fin de semana o la memoria prospectiva, cuando nos anticiparnos al futuro, sin ser precisamente clarividentes, para obtener información sobre algo que ocurrirá, tal como checar la audiencia de una audiencia , cuando serán las elecciones presidenciales o cuando será el próximo clásico en que el América volverá a ganarle a Las Chivas. Existe otra memoria o no sé si será alguna de estas que suelen llamarla memoria remota pero a mí, en lo personal, no me late mucho el término como que se presta, pa la orquesta y, vaya paradoja, nos hace recordar otra cosa o se cree que alguien no solo está bajo el influjo de una droga o de mucha droga de color verde al parecer marihuana y nos referimos a la memoria remota o re/mota. Total, por más que se reniegue de ella o se sufra con ella, o seamos felices con ella o se añore a ella o se sufra con ella o esta se pierda, la memoria es la posibilidad de vivir dos veces. Es, dicen, algo parecido a la nostalgia, que no es otra cosa más que el recuerdo de lo amoroso. Ya: todo me está quedando muy clarito: obvio que sí me acuerdo de muchas cosas, pero no como este o aquel la recuerdan. Las razones para esas diferencias en la memoria y en el recuerdo, son infinitas. Desde el olvidar por gusto, o por hacerse como que no lo recuerdan o recordándolo son tan cínicos que no le importa recordar a alguien con mucho reproche e indignación en el pasado como un corriente represor y recordarlo en la actualidad como un ciudadano ejemplar e imprescindible para nuestro país. Es decir, nadie recuerda lo mismo que el otro porque no somos una misma memoria y que bueno. Ya decía el recién cumpleañero Gabriel Garcia Marquez que “la vida no es la que uno vivió, sino la que uno recuerda, y cómo la recuerda para contarla” y “Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo”. Dos amigos estuvieron presentes en un feminicidio ocurrido hace muchos años en un bar de esta ciudad en perjuicio de quien en ese momento cantaba en la pista y fue privada de su vida por un tipo que le disparó por celos al tenerla enfrente. Uno dice no acordarse de nada, el otro me cuenta que la dama murió en los brazos de quien dice no recordar nada. A propósito de marzo, pero de 1973, un hombre de cincuenta años yace en el ataúd en la sala de lo que fue su casa. Después de muchos años, su esposa jura que la corbata que tenía el traje era azul, su hijo menor jura que era roja. Mi madre asegura que al nacer yo, pesé como cuatro kilos y medio y que por mi culpa ya casi se andaba muriendo. Yo, de ese 3 de marzo de 1966, no recuerdo nada porque estaba bien chiquito. De marzo de 2013 si y jamás se olvida. Bueno, hasta aquí los dejo, porque, de nuevo empiezo a olvidarlo todo y no lo quiero. Mejor iré en busca de una novela para no desentonar de la masa literaria. Si pueden, ustedes también consíganla y léanla si les da la gana como supongo que leerán esta columna. Ahí se las encargo y en agosto nos vemos. |
Miguel Ángel AvilésMiguel Ángel Avilés Castro (La Paz B.C.S. 1966.). Es abogado por la Universidad de Sonora. Practica el periodismo y la literatura desde 1990. Archives
July 2024
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