Por Miguel Ángel Avilés
Así rezaba la cabeza de la nota de ese periodico de antaño que se vendía en mi ciudad, perifoneando los destacados acontecimientos de un día anterior. Ese policía se creyó aquel personaje de la serie americana de televisión y, como Starsky, le daba por colocarse la funda sobaquera al frente hasta que una noche se pegó un tiro en la panza y hasta allí le llegó la emulación. Para eso tuvo que pasar un tiempo, desde que empezó a fanfarronear de esa manera, pero como no había sucedido nada lamentable hasta ese momento, pues entonces lo seguía haciendo, con la complacencia de sus superiores y muy quitado de la pena. Este simple ejemplo, que linda entre lo lamentable y lo anecdótico, apenas ayuda para reflexionar en torno a esas cosas que en el servicio público o en las esferas de gobierno y donde predomina la irresponsabilidad, la dejadez, la imprudencia, la omisión, el dejar hacer, dejar pasar, al cabo nunca sucede nada, hasta que sucede. Algo así, pero en otro contexto y con consecuencias mucho más lamentables, sucedió en 1976, también en mi tierra natal, cuando por mucho tiempo estuvo un muro de contención levantado sobre un arroyo, sin que durante años pasara nada... hasta que pasó. De acuerdo a cifras registradas por los diarios, hubo una inversión de once millones de setenteros pesos para que se hiciera un dique como dios manda, pero como suele suceder, aquello se construyó de pura tierra y algunas varas, con tal de aparentar que todo se había cumplido al dedillo y así justificar el presupuesto que se destinó para lo que, en realidad, era una bomba de tiempo. Y esa bomba estalló la madrugada posterior al 30 de septiembre, cuando, ante la vastedad de agua que trajo el ciclón Liza, la insensatez reventó o fue reventada, trayendo consigo miles de muertos que, como herida abierta lo registra, para siempre, la historia. Pero bueno, no se trata de atiborrar este espacio con tristes efemérides, más bien recurrimos a ellas, como material didáctico, para traer a colación esa peculiar manera de ser Estado en México, donde, quienes lo representan, sea cualquier nivel de gobierno, estira tanto la cuerda, antes de cumplir con sus obligaciones que el día que despiertan o se les despierta, la desgracia ya está allí. Entonces con el despertar vienen las excusas y brotan los deslindes; desde la cabeza el avestruz y desde la oscuridad de su escondite, reparte culpa y justifica acciones propias; pide no hacer leña del árbol caído, en tanto que le toque ser árbol, pues, no siéndolo, alistaria el hacha de las acusaciones, exigiendo desde la sombra de sí mismo, que rodaran todas las cabezas posibles. Así, en ese círculo vicioso, nosotros como ciudadanos, también nos la pasamos contemplativos, como inminentes o futuras víctimas, muy dados a reprochar el riesgo latente, pero muy apáticos para acudir a la ventanilla correspondiente para advertir sobre ese edificio a punto del derrumbe o sobre aquel puente cuarteado o ese almacén donde guardan toneladas de pólvora o aquella estancia que no cumple con ninguna regla o ese kinder que no cuenta con salidas de emergencia o esa escuela que opera desde décadas en esa construcción que parece en ruinas. No, para que deternos en minucias, si lo mejor viene después, el día que todo se venga abajo y la realidad se pegue un tiro como ese policía que jugaba a ser Starsky. No, para qué, si frente a los hechos que horrorizan, seremos los primeros en convertirnos en peritos y dictaminaremos la causa del percance o del siniestro, y, luego, como honorables jueces, populares y sabios, deslindaremos responsabilidades, no sin pedir que se llegue hasta las últimas consecuencias, caiga quien caiga. Pero antes bien, todos somos, de algún modo, ese inconsciente policía con funda sobaquera al frente, en tanto no pase nada… hasta que pase.
0 Comments
Por Miguel Ángel Avilés
Ayer en la noche, veía una película en la que, a un tipo, no le hacían las balas. Se tambaleaba nomás, pero no le hacían y él seguía matando gente. Confiado en su inmortalidad, desafiaba a cuanto enemigo tenía enfrente, picándoles la cresta y luego se retiraba muy orondo pavoneándose de su inmortalidad. Si el proyectil de arma de fuego (como dicen los partes informativos o los certificados médicos), se impactaba en su pecho, nomás le sacaban chispitas, pero hasta ahí. Si le daban en la panza, solo rebotaban, si acertaban en la cabeza, acaso se rascaba y si le daban en el pie, aquella munición agarraba en dirección contraria, a gran velocidad como trasciende un chisme y con la fuerza que le pegaba al balón el Pata Bendita o el Cabo Cabinho. Era, digamos, como la llamada anémona de mar, ese animal que hasta hace no mucho tiempo se pensaba que era una planta y, por tanto, era frecuentemente ignorado. Leo que estas son consideradas como “las criaturas que esconden el secreto de la inmortalidad” y resultan ser animales de cuerpo blando que se adhieren a las rocas y arrecifes de coral en aguas superficiales. Yo no sabía de esta fauna marina como tampoco supe qué fin tuvo la trama, porque opté mejor por ver una película con Alfonso Zayas y con la esperanza de soñar con las actrices que salían con él, me quedé dormido. Entiendo que ese hombre siguió jugándose la vida, y con ese don recorrió cuanto lugar se pudo, al fin y al cabo, sería eterno. Como el salvarse de las balas ya no le pareció bastante, se empezó a echar a las llantas de los carros que pasaban, saltó de los techos de las casas sin red protectora de por medio, se comió tres murciélagos fritos que se encontró en una cueva, se quebró un cartón de envases de caguama en plena frente y en cada reto vivió para contarla. Su pueblo le quedó chico para cualquier tipo de prueba y llegó a tanto su soberbia y desatino en esto, que vendió lo poco que conservaba de patrimonio para comprar comics de heroes inmortales y así llevó a su casa todos cuantos pudo haber de ellos y, de todos, ninguno le parecían tan bien como la biografía del Chapulín Colorado y perdiendo el pobre caballero el juicio, agarrose para los barrios más violentos como quien le jala la piel a un tigre y alardeo frente a peligrosos delincuentes del reclusorio sur, choferes de microbús de la ciudad de México y un ex líder del Partido Verde Ecologista, quienes teniendo poca sal en la mollera en cuestión de reyertas,comparado con tan insigne personaje, fueron derrotados en dos de tres caídas sin el menor límite de tiempo. Eran los poderes con los que lo bendijo Dios , fue el mole que le daba su mamá cuando era niño, incidió que no permanecia a ninguna familia acomodada, o quizá porque nunca mentía, ni robaba, ni traicionaba, pero la verdad de que este hombre se volvió inmune frente a toda amenaza que pudiera significar la muerte. No contaba, sin embargo, con un día vino al mundo una pandemia de no sé qué mentado virus y fue entonces cuando la puerca torció el rabo. Quiso verlo como una pruebita más a superarse, tan incapaz para hacerlo morder el polvo, y salió a la calle abriendo plaza como si no pasara nada. De acero como se sentía, no faltó a ninguna fiesta, las medidas preventivas le parecieron un ridículo , concurrió a tumultos , viajó de Mérida hasta Ensenada y él como si nada. Desdeñó toda vacuna, se rió de telas protectoras y distancias, y con autosuficiencia extrema, caminó por aquí y por allá, con una risa de tonto, como si caminara sobre las aguas. Exacto: así como se sienten algunos jóvenes y algunos ya no tanto. Ándale: como los que creen vivir solos en el universo y ocho cuadras más allá de su existencia. Sí: como el protagonista de esa película, que no le hacían las balas. Por Miguel Ángel Avilés
Thomas Alva Edison, a quien, para efectos de esta entrega, llamaremos Don Tommy I, dijo alguna vez que nada había logrado por casualidad, ni ninguno de sus inventos había llegado por accidente; llegaron por el trabajo, sentenció. Como a los biógrafos les da por dejar la víbora chillando, pues nomás citan la frase, pero nunca dicen dónde, cómo y cuándo la dijeron los autores, supondré que esta de Don Tommy I, la acuñó una mañana de lluvia o en una entrevista que le hacían de banquetazo y no tenía otra cosa que decir o, fue en un momento de desesperación, cuando unos mediocres científicos, venidos a maleantes, lo pudieron haber secuestrado para que soltara toda la sopa con respecto la clave de sus inventos, mientras lo torturaban, sin tenerle compasión, bajo la tenue luz de una lámpara incandescente. No sé, pero me lo imagino. Lo que quería decir el llamado mago de Menlo Park, es que nada se consigue improvisando o nomás porque sí y que todo es fruto es la suma del esfuerzo diario en la disciplina, en la ciencia o en el oficio que quieras. Lo que no se consigue así, nos lo pudiera explicar otro Tomás, el de apellido de Iriarte y Nieves Ravelo, a quien identificaremos como don Tommy II es decir, Tomás de Iriarte y su burro flautista, el personaje de la fábula que nos enseña que todos, alguna vez, hacemos las cosas bien sin pretenderlo, pero que lo realmente importante es intentar aprender lo que nos propongamos poniendo verdadero interés y pasión en ello. Sin reglas del arte Borriquitos hay Que una vez aciertan Por casualidad. Don Tommy I fue un inventor prolífico que registró 1093 patentes a su nombre en Estados Unidos, aparte de otras en Reino Unido, Francia y Alemania. Pero más importante que sus muchas patentes fue el amplio impacto que tuvieron algunas de sus invenciones: la luz eléctrica y el suministro público de electricidad, la grabación de sonido y la cinematografía se convirtieron en nuevas y poderosas industrias en todo el mundo. Don Tommy II, se reconoció como fabulista, traductor, dramaturgo y poeta español de la Ilustración y el neoclasicismo, fue también músico aficionado, hermano de los diplomáticos Bernardo de Iriarte y Domingo de Iriarte y sobrino del humanista, bibliógrafo y poeta Juan de Iriarte. Ambos pues, cada uno en sus respectivas habilidades, fueron unas chuchas cuereras y no queda más que admiralos , porque se entregaron a lo que sabían hacer y lo que hicieron, lo hicieron bien, tanto así que se han vuelto inmortales. Pero bueno, si inventor o inventora es la persona que idea, crea, concibe, construye o desarrolla algo que no existía antes, México entonces no puede quedarse atrás en cuanto a esos perfiles que describe Don Tommy I y tan no puede que 17 de febrero es considerado el día del Inventor Mexicano, estableciéndose, precisamente, en honor al natalicio de Guillermo González Camarena, quien logró uno de los inventos de mayor trascendencia mundial: el sistema para transmitir la señal de televisión a colores. ¡Bóitelas! Y no fue casualidad. Don Memo, nacido en Guadalajara, Jalisco; en 1917, fue, entre tantas cosas, un científico, investigador, ingeniero y, claro inventor, hasta que el 18 de abril de 1965, cuando regresaba de inspeccionar el transmisor repetidor del Canal 5 en el cerro de Las Lajas, Veracruz, para extender la señal de la red de televisión generada en la Ciudad de México hacia esa región oriental del país, encontró la muerte a sus 48 años de edad en un accidente automovilístico. ¡Válgame Dios! Para fortuna, este país no se quedó huérfano en ese momento ni para siempre, en materia de invenciones, ya que tuvimos y hemos seguido teniendo a más de uno y una que han sido exitosos en materia de invenciones. Por los hombres tenemos, por ejemplo a Ignacio Anaya García, Isidro López Zertuche, Heberto Castillo, Juan Celada Salmón y Víctor Celorio. Por las mujeres , citariamos a Silvia Torres- Peimbert, Isaura Meza, Victoria Chagoya, Mayra de la Torre y Alejandra Bravo. Que hicieron cada uno de ellos y ellas, ya será cuestión de que ustedes se interesen en saberlo , yo solo quise cumplir con la paridad de género , trayendo a la palestra a este grupo y aprendiendo lo que hasta ahora no sabía, pues tengo miendo que el fantasma de don Tommy I, venga a la noche cuando esté dormido y me jale las patas por asno . Bueno, les ayudaré con dos nada más: Ignacio Anaya García y Isidro López Zertuche. El primero era de Chihuahua y fue un cocinero mexicano, creador de los famosos nachos, comida que ha alcanzado enorme éxito y popularidad en todo el mundo. El segundo es el culpable de la existencia de las motos Islo (“Is” de Isidro, “Lo”, de López: Islo) y se encargó de fundar, en Saltillo, la primera fábrica de motocicletas de toda Latinoamérica. Sobre los émulos del animal que creó don Tommy II, deben de ser bastantes pero hasta ahora nadie se ha dedicado a registrar un padrón , en ninguna rama. Ni en la medicina, ni en la música, ni en gastronomía, ni en la literatura, ni en la ingeniería, ni en la abogacía, ni en la política pero de que hay borricos que, de pronto tocan la flauta de pura chiripa, los hay. Esos, contrario a lo que alegaba para sí don Tommy I, sí han llegado a la cúspide donde están, por accidente o por mera casualidad y, de pronto, descobijados por la realidad, ya no hayan que inventar. Pueden inventar esa malísima salsa que hay desde tiempos inmemorables en las pizzerías y nada más.También puede ocurrírseles ese desquiciante sistema de llamadas que tienen algunas instancias, donde si quieres que te conteste tal o cual, te pide que marques uno ,si quieres que te contesten esos otros, marque dos, o tres o cuatro o cinco o seis y así hasta el infinito hasta que tengas vida o se te acabe la paciencia como a ustedes se les está acabando ahorita, leyendo esto. Pero no se desalienten que, pese a todo, lo hecho en México, está bien hecho. Mal estaría que inventáramos, a diario, pelucas para gatos, anticonceptivos para tortugas, cubrebocas para serpientes o, de plano, nomás puros pretextos. |
Miguel Ángel AvilésMiguel Ángel Avilés Castro (La Paz B.C.S. 1966.). Es abogado por la Universidad de Sonora. Practica el periodismo y la literatura desde 1990. Archives
September 2024
|