Por Miguel Ángel Áviles
*Para Rubén Moreno Gallegos, el profesionista que fue, el amigo que siempre será.* Cuando de niños veíamos la tele, sentados en el suelo, lo primero que nos gustaba saber era quién estaba del lado de los buenos y quiénes de los malos. ¿Esos son los buenos? habría de preguntar el más pequeño de la familia o cualquier vecino que no contaba con una televisión en su casa, si es que la trama estaba media confusa y lo que hacía el protagonista también lo llevaba a cabo el antagonista, de tal suerte que, de pronto, no se distinguía quien era uno y quien era el otro. Su confusión nacía a partir de que, en un escenario normal o "normal" los buenos eran magnánimos, bondadosos, honestos, rectos e incapaces de dañar a uno o matar a otro. Ah, y también eran guapos. Los malos, por su parte, eran eso: malos, muy malos y muy capaces. Si, capaces de matar, hacer trampa, escupir en el piso, robar trenes grandes y máquinas de vapor, humillar a un viejito, querer mancillar a una dama y odiar al sheriff de la región porque los había puestos más de una vez tras las rejas. Ah, también eran feos, tenían una cicatriz en el pómulo y no se bañaban nunca. Eran porque ya no son o al menos las tan marcadas franjas de características que los diferenciaban ya se han diluido o aquellos estereotipos, un tanto clasistas, un tanto discriminatorios y cargados de prejuicios, se volvieron historia o alguien advirtió que no se podía ser tan categóricos a la hora de representar al bien y al mal, sin matices, como si vinieran de dos mundos opuestos , en donde una carga genética o una capricho de Dios o la existencia de dos cigüeñas , hacían que unos fueran cien por ciento buenos y otros cien por ciento malos. El bueno pregona valores, actitudes, virtudes, autoestima, personalidad, eficacia, eficiencia, el respeto y la justicia. El malo reparte desgracia, calamidad, irresponsabilidad, deshonestidad, delincuencia, traición y monadas como esas. Mi compadre, ese filósofo griego que ustedes conocen como Sócrates, una mañana soleada que se estaba rasurando, también le dio por reflexionar sobre estos conceptos y, mientras se veía al espejo, concluyó que, el que actúa mal, lo hace por ignorancia del bien, porque desconoce qué es "lo bueno": nadie obraría mal si lo supiera, consideró, al tiempo que secaba su cara con una toallita. Así, pues, según Sócrates, el conocimiento es condición necesaria y suficiente para obrar con rectitud o virtuosamente, mientras que el mal es producto de la ignorancia. Vaya , vaya, significa entonces que en esas películas que vi de niño , además de ser malos , esos violentos señores, también eran medio brutos , en tanto que los otros, eran unas lumbreras y estaban empapados sobre lo que significaba lo bueno, y por eso lo eran. No quiero saber ahorita que habrán dicho sus colegas porque aquí me amanezco, pero lo que sí creo es que, eso de ser bueno o ser malo, hoy se ha vuelto muy relativo o para ser más francos, muy engañoso. Es decir, contrario a esos dos bandos tan definidos que nos plantearon en antaño, en la actualidad una cosa y la otra no está tan a la vista y eso impide descubrir con precisión quiénes son los buenos y quiénes son los malos. Porque en medio de tanta alharaca pública donde impera la simulación o en lo privado ,donde alguien se sabe vender con éxito, ofertándose como un prospecto a su intrascendencia o sacándole la vuelta al lucimiento. El arquetipo pues, ya no es el que nos vendieron en antaño o cuando menos , no es recomendable guiarnos por él ya que nos podemos llevar un chasco dándole la espalda o apuntado con el dedo a ese personaje de cara de pocos amigos, pese a ser puro corazón , generosidad y nobleza ,en tanto que se le rinde pleitesía o se le tiran a los pies a otro porque supo ocultar su pedantería y su talento delincuencial en esa envoltura de benevolencia de lo cual no tiene nada. Pongo ejemplos otra vez y para ello me valgo de mi compa Martin Valenzuela Córdova, "El Buitre",a quien, sin ningún problema , lo hubiera contratado el maestro Lombroso para demostrar su teoría sobre la criminalidad pero luego de conocerlo , nos damos cuenta que es hombre magnánimo que no le hace daño a nadie. En cambio, habrán de verse esos otros que ,como dice el gran filósofo español Joan Manuel Serrat, "probablemente en su pueblo se les recordará como cachorros de buenas personas,que hurtaban flores para regalar a su mamá y daban de comer a las palomas y probablemente que todo eso debe ser verdad, aunque es más turbio cómo y de qué manera, llegaron esos individuos a ser lo que son,ni a quién sirven cuando alzan las banderas, son los hombres de paja que usan la colonia y el honor, para ocultar oscuras intenciones, tienen doble vida, son sicarios del mal y van a colgar en las escuelas sus retratos pero en el subsuelo de la realidad y frente a los ojos de su negra conciencia, son más mala entraña que los rivales del tío Buck, del Gran Chaparral,en una cantina. Así las cosas, en estos años que corren hay que pudo dar mucha vida ,vivió , dejó un gran legado en lo profesional y como ciudadano de bien pero muy pocos lo supieron. En cambio hay otros que se hacen pasar por buenos , siendo deleznables y cretinos. Entre estos tipos y yo, hay algo personal. De esto , mi amigo Ruben y yo algunas noches lo platicamos. Cómo era posible que a unos se le haga toda una campaña a fin de exponerlos como los malos de la película, en tanto que los autores intelectuales de esto, haciéndose pasar como los buenos resultaron ser los embusteros y los tunantes frente a una verdad. Como en las películas que yo veía de niño, Rubén pudo saber el final de esta que vimos juntos y constatamos a la par, quiénes eran los verdaderos buenos y quiénes los malos, por más que usaran la colonia y el honor para ocultar oscuras intenciones. Pero el tiempo y los actos, Rubén, tarde que temprano, pone a cada quien en su lugar.
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Por Miguel Ángel Avilés
Ya no supe qué pasó con Don Carlos Slim, después que dejó el hospital para seguir recuperándose en su casa, pero deseo, sinceramente, que esté muy bien. A como están las cosas, temíamos resultados lamentables, pero dios es grande y por fortuna o gracias a ella, salió adelante. No sé qué hubiera pasado si el desenlace es otro y este hombre termina por ser parte de esa lista de más de ciento sesenta mil muertos por culpa del covid. Pero el hombre de ochenta años más uno, evolucionó favorablemente en el Instituto Nacional de Ciencias Médicas y Nutrición Salvador Zubirán y ahí la lleva. Considerado el personaje más rico de México y uno de los multimillonarios más poderosos del mundo, debido a sus inversiones en diversos negocios, principalmente, en el área de las comunicaciones, Carlos Slim es ya y será uno de los miles de contagiados que, literalmente, vivirán para contarla, así le quede poco o mucho de vida. Ese resultado no lo tuvieron otros ni otras y nos duele, pues que mejor hubiera sido que recibieran la más eficiente atención médica para que también, en unos cuantos días, regresaran, triunfantes, a su casa. En lo que a mí respecta, quiero que esto se acabe y no hago distingos con respecto a ningún paciente. Ya he tratado de quitarme un poco esa carga de preocupación en exceso que esto ha provocado, pero estoy convencido de que todo enfermo y toda familia de un enfermo, lo conozcamos o no, sea familiar o no, merece y debemos ofrecer nuestra solidaridad, haciendo votos para que se recupere pronto. Sin embargo, tratándose de Don Charly, yo sí llegué a tener pensamientos encontrados y culposos. Déjenme y les cuento el por qué. Por supuesto que, desde el primer momento, y en cuanto supe de la noticia, elevé una plegaria al cielo por un señor adulto mayor, con cierto exceso de peso y que no había dejado de exponerse en lugares públicos, rogando que los síntomas no fueran muy agresivos y la librara pronto. No obstante los noticieros, cuya información no siempre es alentadora, nos ofrecían un panorama que nos han traído con los nervios de punta y el corazón acelerado, por lo que, en el terreno de la probabilidad y la estadística, no hubiera a nadie un desenlace fatal de tan célebre empresario. Entonces se apoderó de mí el llamado síndrome de la erosión, ese que vivimos frente a una persona en desgracia o ya finada y en el cual hacemos a un lado todo reproche o todos los cuestionamientos que le pudiéramos endilgar a su trayectoria, para quedarnos solo con lo bueno que fue. Luego me dio por googlear su biografía por si alguien me encargaba una nota y así empezaba esta: “Hijo de Julián Slim Haddad (nacido Khalil Salim Haddad Aglamaz) y de Linda Helú Atta, ambos cristianos maronitas del Líbano,345 Carlos Slim Helú se tituló como ingeniero civil en la Universidad Nacional Autónoma de México, donde presentó la tesis Aplicaciones de la Programación Lineal en Ingeniería Civil, además impartió álgebra y programación lineal en la misma casa de estudios. Desde joven comenzó a invertir en la compra de negocios, los cuales hacía prosperar, así como en la compraventa de bienes raíces, en el centro de la Ciudad de México. A principios de los años ochenta y en medio de una crisis que paralizó a México y con fugas de capitales históricas, Slim y su grupo realizaban inversiones fuertes en el país, y adquirieron varias empresas. Si bien lo anterior contrastaba con la crisis que hemos estado viviendo en esta pandemia, no dejaba de ser reconfortante el pensar que, así como empezó él, con una mano adelante y otra atrás , pero que ahora encabezaba la lista de los más ricos del planeta, un día no lejano cualquiera de nosotros estaría en las mismas circunstancias , sin saber qué hacer con tanto dinero y deshojando una margarita para decidir si viajamos a Egipto , a la Antártida , a Nueva Caledonia, a Los Cabos o ya de perdida a Rusia para traer un buen puño de vacunas y aportarle a la causa. En esa andábamos, cuando la bandeja de mi correo electrónico se volvió a llenar de mensajes que otras veces me resultan sospechosos, pero ahora los vi como una premonición. “Slim se puede ir, pero no puede hacerlo así nomás, se requiere que alguien ocupe su lugar”. No lo dijo nadie, pero les juro que esas palabras retumbaron en mi oído. El concurso para la posible vacante era abierto, pero si quería competir, tenía que mostrarle un capital a la altura de este reto. Presto fui a los mensajes y, aceptándole las intenciones de su noble causa a esos remitentes anónimos, literalmente les pasé la charola: “Tengo una propuesta de donación para ti. póngase en contacto con mi correo electrónico privado a continuació[email protected]?” “Su correo electrónico recibió $ 1,000,000.00 en el programa de The Atlantis Foundation para reclamar Enviar nombre completo Habla a Número de teléfono móvil A través de [email protected]” “A nombre de la Fundación Rafael del Pino Calvo-Sotelo se le otorgó a su correo electrónico $ 1,00,000.00 para reclamar, enviar detalles “ “Su cuenta de correo electrónico ganó 810000 USD de Alghanim Industries. Para facilitar el proceso de reclamos, envíe su nombre completo y código de verificación: X73093ALGHANIM a nuestros abogados por correo electrónico.” “Hola, ¿Estás interesado en la inversión de Bitcoin? Invierta USD 200 y gane USD 2400 en 48 horas (2 días). ¡Pregúntame cómo!”. “Empieza a ganar plata hoy, sumándote a Bitcoin “. Por eso me llegaron los pensamientos encontrados y culposos. Por un lado, prendiéndole veladoras a cuanto santo me acordé, para que todo quedara solo en un buen susto y, por el otro, ya me veía, muy sonriente, en la portada de la revista Forbes. Pero Don Carlos ya le puso espaldas planas a la maldita infección, aunque después de irse a casa, ya no se ha sabido de él. Pero lo importante es que está bien. Y en cuanto al relevo, les juro que sabré esperar. Por Miguel Ángel Avilés
Según yo, al menos hasta ahorita que escribo esta columna, no he muerto. Bueno, según yo, pero a lo mejor alguien más tiene otra opinión y ahorita ya la compartió, reenvío, posteó o anunció en alguna red social y más de uno, condolido por mi partida, creyó la noticia, sin verificar y ahora resulta que este mismo que aquí les escribe, ya está tres metros bajo tierra. Ahora el término que se utiliza es “verificar” y es con respecto a la información a pasto que haya en las redes sociales, donde se mezcla información verificada, información errónea o maliciosa, sátira, parodia, contenido engañoso, falso y manipulado, o simplemente propaganda política donde ya no les importa si es verdad o es mentira, simplemente se difunde y ya. Estos seres y su protagónico afán de llevarse la primicia no son hijos de la era cibernética si es que eso están pensando. No lo son, al menos para sí. Me parece, más bien, que tales hombres y mujeres son aquellos que desde siempre les gustó el arguende y su fascinación por ir a contar esa noticia morbosa o trágica antes que ninguno, como si después de hacerlo estarían a la espera de una gratificación o los aplausos de la multitud. Ahora, sin embargo, su campo de acción aumentó y ya no se limita a la calle donde viven, a los vecinos de a lado, ni al barrio o a la vecindad a la que pertenecen. La tecnología fue generosa con ellos y les trajo como herramienta de trabajo, ya sea una computadora o su teléfono celular más sofisticado , lo cual les permite expandir sus comunicados sí con los amigos pero también con desconocidos, ilimitadamente, al mundo entero y más allá, todo desde la comunidad de su hogar. Así como en las culturas zapoteca, mixteca, y demás , donde el correo se realizaba a través de postas( digamos una estafeta en la carrera de relevos) el cual se llevaba a cabo por grandes atletas que corrían un titipuchal de distancias, así lo hacen estos modernos payanis pero sin postas, ya que no corren sino solo reenvían o publican y lo hacen en lo individual, nada de colectivizar ,que de lo que menos se trata es hacer equipo sino en competir y se siente ganador , el que logra compartir primero la liga o en el anuncio del fallecimiento de alguien, el rumor de una enfermedad grave , el trascendido sobre la fatalidad de alguno personaje público, la hecatombe que se avecina, la conspiración que se puso en marcha para acabar con los terrícolas , sin reparar en que sea cierta o sea falsa tal comunicado. A diferencia del México antiguo, en el que únicamente los pertenecientes al imperio podrían gozar del envío y recibimiento de mensajes y los encargados de transmitir dichas noticias solo lo podían hacer por obra del dios Paynal, hoy en día, cualquiera, desde el anonimato , desde la impunidad o desde la mal llamada libre expresión cuyo ilimitado uso no trae consecuencias, puede bombardear el ciberespacio, tu chat, el chat de amigos, el WhatsApp, tu Messenger, el correo electrónico, el Twitter y la red social que ahorita se me olvide. Apuntan, preparan y fuego, se sueltan informando que falleció un amigo cercano sin confirmar que una fuente directa de que esto sea cierto o compartiendo , me parece que gozosamente ,una imagen del supuesto estallido de una bomba en Texcoco cuando en realidad es en Beirut o asustarme de un de repente con un video de una diluviana granizada en el puerto de ilusión , mi tierra de origen pero una vez que indagamos es en cualquier otra parte, menos ahí, solo que para cuando verifico ya me hicieron tragar gordo y no se vale. Contrario a lo que pudieran suponer las voces clasistas, esta maña no es propia de un determinado estrato social o de las colonias marginadas, o del pueblo bueno y sabio, o de alguien con poca escolaridad o secundaria trunca. Para nada. Este gusto por el chiste, señores y señoras, es decir, esa compulsión por el comentario o noticia no verificada que circula entre la gente, habitualmente de carácter negativo, es generalizado, por no decir pandémico y no respecta sexo, raza ni posición económica. Es una irresponsabilidad sin distingos, es, parafraseando a Krauze , es una adición al runrún sin adjetivos. La muestra más clara de esto es lo ocurrido en marzo del año pasado con la confusión sobre la presunta muerte por coronavirus de José Kuri Harfusch y en donde el presidente de México aseguró encontrarse en “huelga de entrevistas” y se negó a aclarar la noticia de la supuesta primera muerte por covid-19 en el país. La información comenzó a circular en redes sociales y fue confirmada por algunos periodistas y medios de comunicación; sin embargo, hasta ese momento no existía una confirmación de la Secretaría de Salud sobre el deceso. Incluso, el presidente de la Confederación de Cámaras Industriales de los Estados Unidos Mexicanos, confirmó y lamentó el fallecimiento y envió sus condolencias a la familia del director de Inbursa, invitando de manera general, a fortalecer las precauciones contra la Covid-19. Al modo, antes que una autocrítica, vinieron las acusaciones mutuas llevadas al terreno político de cañería y nadie dijo esta boca es mía a la hora de admitir o pedir disculpas en esta consecuencia de andar jugando al teléfono descompuesto o a la gallinita ciega en materia de comunicación. * También me encuentran en Facebook y en el correo electrónico [email protected] Por Miguel Ángel Avilés
En todos estos meses de pandemia, hay cosas que se han olvidado, otras son de nuevo cuño y algunas, ya existentes, han sido muy útiles para que, en algunos lugares, esta nueva normalidad camine, lo cual merecería revalorarlas, antes que pecar de malagradecidos. Una de estas últimas es la cola, es decir, esa práctica de hacer fila, junto a otras personas, para poder entrar en una parte o acercarse a un lugar con algún propósito y hacernos de algún producto muy demandante y todos quieren adquirirlo. Más delante les dijo cuales, por ejemplo. Por lo pronto diré, sin empacho, que la práctica de hacer cola, es de los ejercicios más democráticos que yo conozco. Aquí no admito objeción alguna ni les conviene interpelarme, ya sea por algún estadista de pacotilla, algún politólogo o algún presidente de autoridad electoral porque se les puede aparecer Juan Diego y saldrán corriendo con cajas destempladas. La cola, por antonomasia, es sinónimo de respeto y de orden con lo cual, de no existir, la vida diaria en un supermercado, en una central de camiones, en la estación del metro, en la taquilla de un cine, en la tortillería, en el reparto de despensas, en la entrada a un estadio, en un cajero, en la puerta de un banco, en el abordaje a un ferry como tantas veces lo hice, fueran territorios de sálvese quien pueda. Salvo algunos prietitos en el arroz que nunca faltan, me parece que la cola, desde su nacimiento a la fecha, nos hace ver como personas civilizadas y es una muestra inequívoca que no todo está perdido. Para esta entrega, no vi registro alguno que sirvieran de apoyo para contarles cuando nació la tradición de la cola. Para ser sincero, no sé si haya algún estudio a la mano que aborde el tema. “Antecedentes históricos de la cola”, “Génesis de la cola en México”, “La cola en occidente” “La cola en la postrimería del siglo XIX,” algo así, pero nada por el estilo encontré. Reconozco que no me amplíe a fondo y, en un descuido, pues resulta que, si tenemos bibliografía a pasto sobre la cola, pero ya sería cuestión de ver y si no contamos con nada, entonces los investigadores de las ciencias sociales, los sociólogos, los etnólogos o cualquiera con experiencia en estas disciplinas, tiene frente a sí un campo virgen para emplearse a fondo y desquitar su beca. Ignoro si como material hemerográfico haya por ahí algún reportaje de fondo que nos ofrezca un panorama general sobre la cola. Tampoco sé si los grandes cronistas de este país hayan elucubrado sobre el asunto de marras o hayan cronicado todo eso que pasa y se vive en una cola . Sobre el nacimiento de la cola francamente no sé cómo habrá sido, pero supongo que pudo nacer en un momento caótico donde quince o veinte gentes querían entrar al mismo tiempo o ser los primeros por estar adentro de tal o cual lugar para ver, hacer, comprar, adquirir, pepenar, agarrar, tocar, recibir, mercar un objeto, una cosa, una provisión o vaya usted a saber y al ser imposible que esa escaramuza pudiera ser atendida con diligencia y sobre todo sin que alguien terminara con las costillas rotas porque cinco orangutanes pasaron por encima de él , a uno de los presentes se le prendió el foco y sugirió: _ ¿ y por qué mejor no hacen una cola? _ ¿Una queeé? Respondieron dos o tres de los destinatarios, como sintiendo invadida su intimidad. _ Una cola, una fila, así, y los fue acomodando uno atrás de otro hasta formar al último. De esta forma, lo que amenazaba con ser una marimorena, se convirtió en un descanso y aquello fluyó sanamente dejando contento a todos. De aquí 'pal real, la cola se volvió un recurso para disciplinar tumultos y la civilidad lo agradecerá por siempre. Admito que no es un modelo acabado ni perfecto. No obstante , apostándole a que nada es por la fuerza, si no todo por la razón , cualquiera que valore el uso de la cola , se somete a la misma donde le toca , sin necesidad de coaccionarlo o aplicarle una severa sanción, a no ser en excepcionales casos donde nunca falta un inadaptado que llegando , llegando , se quiere meter adelante pero de inmediato es sometido a punto de chiflidos y recordatorios familiares, ante lo cual, no quedando más remedio , acata las elementales reglas que tiene una cola y va a ponerse en el turno que le corresponde. “Primero en tiempo, primero en derecho “, ese el principio que rige a toda cola y me parece que el respeto que a éste se le guarda, nos permite augurar larga vida a la cola, como un emblema de urbanidad. ¿Están haciendo cola? Pregunta el que llega, dispuesto a dejar constancia de su buena educación y se forma. Por si eso fuera poco, en la cola haces amigos, te enteras de lo que no te enterarías en otra parte y el reloj parece que camina más rápido. Es por todo esto que, en esta pandemia, la cola ha salido al quite y echando mano de ella se han podido cumplir muchos de los protocolos implementados tanto en el sector privado como en el público. En algunas partes, si ya se usaba, la reforzaron, poniéndole vigilancia a la cola para que se cumpla con la sana distancia; en otros donde no y uno entraba como pedro por su casa, ahora, la cola, los está sacando de apuros. Dos de estos últimos casos son los bancos y los tribunales cualquiera que sea su materia. En los primeros, no siempre resultan funcionales, pero eso no es atribuible a la cola como tal, sino a quien la hace y la está vigilando. Eso nos enseña que no basta una cola ni la cola funciona por arte de magia sino también debe de haber expertos o especialistas en hacer colas, de lo contrario, todo se viene abajo, como sucedió en uno al que fui hace poco y en donde había dos colas y ninguna avanzaba. Pese a ello, a ratitos salía una joven, pero nomás venía a preguntarnos qué trámites haríamos y luego nos acomodaba como si fuéramos su regimiento, unos niños de kínder a punto de entrar al zoológico o una exposición de maniquíes que no quería que se le cayeran. Nunca entendí para que dos colas si ninguna avanza. Así hubiera hecho cuatro o cinco o seis, de nada hubiera servido pero los malos organizadores creen que eso basta. Solo faltó que llegara un asaltante y lo quisieran formar en una. En los tribunales están mejorcito pues ante el cúmulo de abogados y de usuarios, han tenido que ir aprendiendo mediante prueba y error en el camino. Nomás que haces una cola afuera, dos adentro y así. De cualquier modo, la cola, en ocasiones tan invisibilizada al momento de brindar aplausos a las alternativas para organizarnos, ha sacado la cara en esta pandemia y por eso merece todo nuestro reconocimiento. Ya vendrá un poeta que le escriba algo a la cola. Soneto a la cola o una oda a la cola, puede ser, pero eso sí se los dejo a ellos que, sin duda alguna, lo sabrán decir mejor que yo. Fórmense, por favor, todos los interesados. |
Miguel Ángel AvilésMiguel Ángel Avilés Castro (La Paz B.C.S. 1966.). Es abogado por la Universidad de Sonora. Practica el periodismo y la literatura desde 1990. Archives
September 2024
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