Por Miguel Ángel Avilés
En todos estos meses de pandemia, hay cosas que se han olvidado, otras son de nuevo cuño y algunas, ya existentes, han sido muy útiles para que, en algunos lugares, esta nueva normalidad camine, lo cual merecería revalorarlas, antes que pecar de malagradecidos. Una de estas últimas es la cola, es decir, esa práctica de hacer fila, junto a otras personas, para poder entrar en una parte o acercarse a un lugar con algún propósito y hacernos de algún producto muy demandante y todos quieren adquirirlo. Más delante les dijo cuales, por ejemplo. Por lo pronto diré, sin empacho, que la práctica de hacer cola, es de los ejercicios más democráticos que yo conozco. Aquí no admito objeción alguna ni les conviene interpelarme, ya sea por algún estadista de pacotilla, algún politólogo o algún presidente de autoridad electoral porque se les puede aparecer Juan Diego y saldrán corriendo con cajas destempladas. La cola, por antonomasia, es sinónimo de respeto y de orden con lo cual, de no existir, la vida diaria en un supermercado, en una central de camiones, en la estación del metro, en la taquilla de un cine, en la tortillería, en el reparto de despensas, en la entrada a un estadio, en un cajero, en la puerta de un banco, en el abordaje a un ferry como tantas veces lo hice, fueran territorios de sálvese quien pueda. Salvo algunos prietitos en el arroz que nunca faltan, me parece que la cola, desde su nacimiento a la fecha, nos hace ver como personas civilizadas y es una muestra inequívoca que no todo está perdido. Para esta entrega, no vi registro alguno que sirvieran de apoyo para contarles cuando nació la tradición de la cola. Para ser sincero, no sé si haya algún estudio a la mano que aborde el tema. “Antecedentes históricos de la cola”, “Génesis de la cola en México”, “La cola en occidente” “La cola en la postrimería del siglo XIX,” algo así, pero nada por el estilo encontré. Reconozco que no me amplíe a fondo y, en un descuido, pues resulta que, si tenemos bibliografía a pasto sobre la cola, pero ya sería cuestión de ver y si no contamos con nada, entonces los investigadores de las ciencias sociales, los sociólogos, los etnólogos o cualquiera con experiencia en estas disciplinas, tiene frente a sí un campo virgen para emplearse a fondo y desquitar su beca. Ignoro si como material hemerográfico haya por ahí algún reportaje de fondo que nos ofrezca un panorama general sobre la cola. Tampoco sé si los grandes cronistas de este país hayan elucubrado sobre el asunto de marras o hayan cronicado todo eso que pasa y se vive en una cola . Sobre el nacimiento de la cola francamente no sé cómo habrá sido, pero supongo que pudo nacer en un momento caótico donde quince o veinte gentes querían entrar al mismo tiempo o ser los primeros por estar adentro de tal o cual lugar para ver, hacer, comprar, adquirir, pepenar, agarrar, tocar, recibir, mercar un objeto, una cosa, una provisión o vaya usted a saber y al ser imposible que esa escaramuza pudiera ser atendida con diligencia y sobre todo sin que alguien terminara con las costillas rotas porque cinco orangutanes pasaron por encima de él , a uno de los presentes se le prendió el foco y sugirió: _ ¿ y por qué mejor no hacen una cola? _ ¿Una queeé? Respondieron dos o tres de los destinatarios, como sintiendo invadida su intimidad. _ Una cola, una fila, así, y los fue acomodando uno atrás de otro hasta formar al último. De esta forma, lo que amenazaba con ser una marimorena, se convirtió en un descanso y aquello fluyó sanamente dejando contento a todos. De aquí 'pal real, la cola se volvió un recurso para disciplinar tumultos y la civilidad lo agradecerá por siempre. Admito que no es un modelo acabado ni perfecto. No obstante , apostándole a que nada es por la fuerza, si no todo por la razón , cualquiera que valore el uso de la cola , se somete a la misma donde le toca , sin necesidad de coaccionarlo o aplicarle una severa sanción, a no ser en excepcionales casos donde nunca falta un inadaptado que llegando , llegando , se quiere meter adelante pero de inmediato es sometido a punto de chiflidos y recordatorios familiares, ante lo cual, no quedando más remedio , acata las elementales reglas que tiene una cola y va a ponerse en el turno que le corresponde. “Primero en tiempo, primero en derecho “, ese el principio que rige a toda cola y me parece que el respeto que a éste se le guarda, nos permite augurar larga vida a la cola, como un emblema de urbanidad. ¿Están haciendo cola? Pregunta el que llega, dispuesto a dejar constancia de su buena educación y se forma. Por si eso fuera poco, en la cola haces amigos, te enteras de lo que no te enterarías en otra parte y el reloj parece que camina más rápido. Es por todo esto que, en esta pandemia, la cola ha salido al quite y echando mano de ella se han podido cumplir muchos de los protocolos implementados tanto en el sector privado como en el público. En algunas partes, si ya se usaba, la reforzaron, poniéndole vigilancia a la cola para que se cumpla con la sana distancia; en otros donde no y uno entraba como pedro por su casa, ahora, la cola, los está sacando de apuros. Dos de estos últimos casos son los bancos y los tribunales cualquiera que sea su materia. En los primeros, no siempre resultan funcionales, pero eso no es atribuible a la cola como tal, sino a quien la hace y la está vigilando. Eso nos enseña que no basta una cola ni la cola funciona por arte de magia sino también debe de haber expertos o especialistas en hacer colas, de lo contrario, todo se viene abajo, como sucedió en uno al que fui hace poco y en donde había dos colas y ninguna avanzaba. Pese a ello, a ratitos salía una joven, pero nomás venía a preguntarnos qué trámites haríamos y luego nos acomodaba como si fuéramos su regimiento, unos niños de kínder a punto de entrar al zoológico o una exposición de maniquíes que no quería que se le cayeran. Nunca entendí para que dos colas si ninguna avanza. Así hubiera hecho cuatro o cinco o seis, de nada hubiera servido pero los malos organizadores creen que eso basta. Solo faltó que llegara un asaltante y lo quisieran formar en una. En los tribunales están mejorcito pues ante el cúmulo de abogados y de usuarios, han tenido que ir aprendiendo mediante prueba y error en el camino. Nomás que haces una cola afuera, dos adentro y así. De cualquier modo, la cola, en ocasiones tan invisibilizada al momento de brindar aplausos a las alternativas para organizarnos, ha sacado la cara en esta pandemia y por eso merece todo nuestro reconocimiento. Ya vendrá un poeta que le escriba algo a la cola. Soneto a la cola o una oda a la cola, puede ser, pero eso sí se los dejo a ellos que, sin duda alguna, lo sabrán decir mejor que yo. Fórmense, por favor, todos los interesados.
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Miguel Ángel AvilésMiguel Ángel Avilés Castro (La Paz B.C.S. 1966.). Es abogado por la Universidad de Sonora. Practica el periodismo y la literatura desde 1990. Archives
September 2024
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