Por Miguel Ángel Avilés
Durante la semana me acordé cuando una persona muy cercana a la familia, quien , a principios de los ochenta, había rentado una de sus casas pero al paso de los meses, además de no pagarle lo acordado, el arrendatario no se quería salir. El profe, como le decíamos de cariño, un hombre bondadoso y paciente, aficionado a la pesca, boxeador en su época de estudiante, contrató a un abogado que a la postre hizo alianza con el moroso y este menos se salió; fue y vino al domicilio, sin éxito alguno, pero sí con mucho coraje debido al cinismo de ese hombre. Sin otra opción más que esperar a que el tipo se saliera por su propia voluntad, y contenerse para no practicar en su cara sus virtudes de pugilista, el profe buscaba la forma de desahogar su impotencia y con ese fin terminaba contando su odisea al que tuviera enfrente. Todo, sin embargo, resultó en vano. Al menos hasta de ese momento. Le echamos porras, rogamos por él y le deseamos lo mejor en ese difícil momento. Digamos que él era para nosotros lo que ahora muchos son para la actriz Carmen Salinas; por tanto, queríamos que su historia tuviera una final feliz y no hubo día que no estuviéramos al tanto de un posible desenlace. Ese apoyo fue vigorizante pues no se quedó con los brazos cruzados y aparte de pegarle notitas en la puerta del inmueble cuando aquel no se la abría , sin más remedio decidió traficar con sus influencias y una noche, entre semana, visitó al entonces procurador, su paisano y amigo desde la infancia sobre la cual recordaron algunos pasajes esa vez, entre plática y plática y algunas tazas de café de grano muy cargado, al tiempo que le contaba lo que le venía sucediendo con el incumplido personaje y desde luego con el juicio donde todo indicaba que le habían jugado a traición. Su amigo le prometió que tomaría cartas en el asunto, nos despidió hasta la puerta, se dieron un abrazo, se compartieron unos bostezos y se quedaron de ver en los próximos días. Esa noche el profe, creyendo aún en la justicia, durmió a pierna suelta creyendo en la palabra empeñada por su viejo amigo de canicas y de trompos, pero yo no, porque se me espantó el sueño por tanto café cargado que me dio por tomar a loco durante ese par de horas que estuve de argüendero. Pero al siguiente día, el infortunio pudo más que lo acordado en esa plática: el arrendatario, castigado por Dios o por la energía del karma, fue a estamparse, de frente y a toda velocidad, en la defensa de no sé qué carro, una madrugada, cuando venía en su moto como si estuviera disputándose el primer lugar en las mil millas. El hombre fue a para derechito al hospital y no lo digo por una obviedad, ya que la otra opción que en ese encontronazo tenía era que fuera a parar a medicina legal y de inmediato a lo que sigue, cuando los que saben de esto, dan el veredicto y juran por Hipócrates que a fulano o mengano les llegó el final y hasta aquí. Se me hace que en aquellos años no era yo tan mitotero o , de plano ya se me olvidó cómo es que el profe supo que su rival estaba más para allá que pacá, debido al accidente, pero la noticia le significó, de pronto, una luz y una esperanza. Lo que resultaba una tragedia para el moribundo, para el profe era un espacio de oportunidad que le permitiría recuperar, sino lo adeudado, si al menos la casita, misma que ya había pensado venderla al mejor postor. Era un hecho lamentable, sin duda alguna, pero, en el contexto de lo que venía ocurriendo, no puedo descifrar bien a bien si lo ocurrido era una mala o una buena noticia. El villano de la película estaba en terapia intensiva. Eso, humanamente, era una mala noticia. No obstante, lo anterior allanaba el camino al profe para reparar su daño y se acabarían sus mortificaciones. Eso era una buena noticia. Pero mientras se cantaba el último round, el destino los puso a jugar vencidas. En una cama el rentero moroso. En la otra, el profe, considerando que era cuestión de horas para llevarse la victoria. El primero luchando ahora contra la muerte. El segundo, un hombre bondadoso y paciente, apostando por un fallo de la ciencia médica. Si el incumplido partía, era una mala noticia. Pero también era buena, según quien lo viera. Si se salvaba, era una mala noticia para el profe, alguna funeraria y dos o tres florerias, pero no así para el sobreviviente. Como los reporteros en el caso de doña Carmelita Salinas, el profe también, a diario, llamaba al nosocomio y preguntaba por el estado de salud del malherido. A veces era grave pero estable y eso a cualquiera alarmaría. Al profe no. En otros presentaba cierta mejoría y el profe daba las gracias con los dientes apretados para luego colgar con fuerza, inmediatamente. Para quien era mala noticia una y otra cosa. Depende. Para quien era el júbilo y la satisfacción. Ustedes me dirán. Esas mismas dudas tengo a ratos, cuando los medios persiguen la información sobre la famosa actriz ya mencionada. Algunos tal vez se encuentren si anuncian su recuperación. Esa sería una gran noticia. Otros quizá lleguen a su casa pateando al perro, ya que una eventual muerte, sería mucho más redituable en términos de audiencia y de ingresos por cada página o cada imagen amarillista y morbosa que tanto les gusta ofertar. Quién de ellos sería el profe y quién el inquilino. Sabe. Quiénes los que estarían a favor de una "mala" noticia y quienes de una "buena" noticia. Sepa la bola. En el terreno político la forma de actuar es por el estilo. A unos les va muy mal y para sus adversarios eso es una buena noticia . A otros los arropa el éxito y para los de enfrente esa es una muy mala noticia. Total que ya no entiendo nada. Para mí eso es mala noticia. Para mis detractores seguramente es rebuena. A punto de irme, le dejo el poema de Ramón de Campoamor que dice: «Y es que en el mundo traidor / nada hay verdad ni mentira: / todo es según el color / del cristal con que se mira. Y ahora si me voy, sea esto una mala o una muy pero muy buena noticia. Posdata: no me pregunten, como lo hicieron otros lectores, que sí que pasó al final con el moroso y con el profe. No decirlo fue deliberado de mi parte, para que el lector resuelva el desenlace y si puede lo comparta aquí mismo.
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Por Miguel Ángel Avilés
…Iba por él, lo amarraba o lo traía a fuerzas , lo tenía cautivo y, llegado el momento o dada la orden, lo sacaba de donde lo tenía incomunicado, lo ataba de la manos y después de amarrarlo a un árbol o llevado al sitio de la ejecución… Estoy completamente seguro de que si a mi madre, hipotéticamente, alguien la hubiera convencido para pertenecer al crimen organizado, o se ve en la necesidad de hacerlo, estaría entre las mujeres más temidas por esa forma de acabar con sus rivales. Yo no sé a qué cartel estaría favoreciendo ahorita-Estos, los otros o Los Zetas - si es que la reclutan a tiempo desde que era más joven, hasta antes de que ese cáncer hijo de tal por cual, nos traicionara a la mala e hiciera de las suyas, ni a partir de que alias se reconocería su fama hoy, pero de que mi amá le sabía al asunto de terminar con la vida de un ser vivo, de una forma nada eutanásica, le sabía y lo mismo le daba agarrarlo por el cuello y desnucarlo que enterarle un cuchillo filoso (o una sica, aquella espada curva originaria de la región de Tracia, cuyo uso para matar, haría necesaria la Ley Cornelia sobre apuñaladores y envenenadores y a su vez trajo consigo la palabra sicario) en las costillas para que, del sacrificado, emanaran borbotones de sangre, gracias a quien se acostumbró a ese trabajito o, de lo contrario, su familia no comía. Eso lo aprendió desde antes, como una práctica heredada, pero sobre todo aprendida de sus ascendientes donde esto que ahora mi santa madre practicaba, era moneda corriente en ese pedacito de tierra donde fueron sus orígenes y alguien - su abuela, su tío-hermano- la necesidad o la bondad de un dios a quien le apostaban todo- le enseñó a no tener piedad si de por medio estaba la sobrevivencia o el querer estar aquí entre nosotros y seguir viviendo. Entonces le entró al quite, lo entendió todo y empezó a clavar verduguillos en cuanto animal era necesario y así se fueron pasando los años, hasta que ese aprendizaje supo llevarlo a la casa suya donde estaban mirándola a los ojos, unos niños y unas niñas que no pedían quien les respondiera sino quien les podía resolver lo más inmediato. En gallinas, patos, chivos, borregos, guajolotes, caguamas, pollos y demás especies, vi a mi madre, clavar en su tórax lo que tuviera en mano o torcerles el pescuezo hasta desnucarlos y así ponerle punto final a una agonía, si es que eso era suficiente porque lo que seguía era peor y aquellos hijos que observaban la ejecución, mejor optaban por cerrar sus ojitos, para luego hacerse los disimulados, lo que no quiere decir que te volvieras ojo de hormiga y los permitieras todo, inhumanamente. Pero uno da por hecho y sabía de que a lo que mi madre le estaba dando matarile, era comestible y por tanto se puede decir que era una razón famélica, no que ella anduviera buscando, sádicamente, a quien destazar o meterlo de cabeza a una olla con agua hirviendo, sino más bien, lo que buscaba era darle respuesta al día a día, con tal de que sus criaturas no se fueran a dormir con el estómago vacío. Estoy seguro que ya me están entendiendo. No obstante, quiero dejar constancia que, por los motivos que fuesen, la autora de mis días era así porque fue eso lo que vio y aprendió. No quieran ahorita cobrarle facturas infundadas o prescritas, si al fin de cuentas, luego de estirar al máximo las interpretaciones jurídicas, de estar aún viva puede que alguna excluyente de responsabilidad le favoreciera y por tanto, a pesar de su tipicidad, la liberara del delito. Como, lamentablemente, perdió la batalla contra el cáncer, entonces su muerte extinguió la acción penal, así como las sanciones que se le hubieren impuesto y en cuanto a posibles reclamos con respecto a la reparación del daño, providencias precautorias, aseguramiento y la de decomiso de los instrumentos, objetos o productos del delito, por una parte me parece que nadie de los posibles dueños de esos animales alzará la voz y por otra, todo aquello que pudo haber utilizado para cometerlos, el tiempo y el uso los fueron destruyendo o quedaron arrumbados en un patio lleno de hojarasca donde acaso nada más quedan huellas o vestigios de nostalgia. …tomaba el arma indicada para la ocasión – el cuchillo, el hacha, sus propias manos- y sin compasión, de manera impune, la hundía en el órgano que era mortal por necesidad o lo desnucaba si así lo ameritaba el caso, dándole vuelta a su cuello en repetidas ocasiones como si le diera cran a un carro antiguo. La víctima moría al instante o después de agonizar por un ratito. Cerciorada de esto, ella sola o con la ayuda de un tío o su cómplice en turno, destazaba el cuerpo hasta que, en el lugar de los hechos, no quedaban ni rastros de él… Por Miguel Ángel
Si lo supiera ahorita mismo, les contara si con la muerte todo acaba o es apenas cuando comienza. Pero no sé a cierta cierta que es la vida, mucho menos puedo decirles que es la muerte, si es el punto final o de partida. Mientras lo descubro- y para ello pueden pasar días, meses,años- intentaré quedarme con lo que conozco, es decir, con la vida, esta que aun conservo, esperando que sea por mucho tiempo. Que no la conozco en carne propia, debo de precisar, pues indirectamente, por la pérdida de un familiar, de un amigo, de alguien cercano, de alguna u otra manera, esta tiene puesto el dedo en el renglón, siempre. No sé lo que es la vida tampoco, reitero, por más que le haya escuchado decir a un filósofo que esta comienza siempre llorando y así llorando se acaba, pero el vivirla para mí es suficiente. Dije "vivirla", no vivir, simplemente y es es aquí donde están los asegunes, pues quizá para Pancho López eso de vivirla solo le tome nueve años y ya, adios bye bye, mientras que para el longevo líder Fidel Velazquez, vivir la vida era casi una interpretación a la letra que se tomó muy en serio y por poco se queda a vivir, entre nosotros, eternamente. El primero, es decir, Panchito López, nació en Chihuahua 1906, en un petate bajo un ciprés, a los dos años hablaba inglés y mató a dos hombres a la edad de tres. A los cuatro años sabía montar la carabina sabía apuntar a treinta yardas le vi apagar un ojo a un mosquito y sin apuntar. A los cinco años sabía cantar tocar guitarra y hasta bailar y su papá le dejaba fumar y se emborrachaba con puro mezcal. A los seis años se enamoró luego a los siete fue y se casó lo que tenía que pasar pasó y a los ocho años papá resultó. Aquí la historia se terminó porque a los nueve Pancho murió y el consejo de la historia es: ¡no vivas la vida con tanta rapidez! Don Fide, en cambio, fue un político y sindicalista mexicano, líder de la Confederación de Trabajadores de México por más de cincuenta años, muriendo a los noventa y siete de edad, más un tantito. ¡Qué contrastes! Uno, el de Lalo Guerrrero, comienzo al mundo antes de llegar a los diez. Otro, el del PRI y la CTM, que para el caso es la misma, comienzo a los obreros del país, pero casi llegando a los cien. Quien de los dos supo vivir mejor la vida, ya podrán responder ustedes, y, perdón que sea repetitivo (como el que eructa), pero de nuevo tendrán que responderse que es la vida y que demonios es vivirla. Como sé que se tomaran su tiempo, yo aprovecharé para recordar a mi tia Maura, a la que conocí desde que, siendo un niño, uno empieza a saber quién es quién en la escala de parientes y desde entonces hasta su muerte como si en su figura nunca hubiera transcurrido un siglo. Sí, mi tía Maura, para envidia de Don Fidel Valazquez, murió a los 106 años y murió feliz, puedo jurarlo. Tres periodos de vida y tres formas de vivir la vida. Si ya terminaron de reflexionar, respóndanse quién en realidad supo vivirla y opinen. Antes bien y con tal de que tengan más elementos para fundar su dicho, aqui les dejo los que estos otros señores opinaban al respecto: En la definición de Aristóteles, la vida se plantea como un "aquello" para lo cual no se incluye una explicación. De igual modo el "por sí mismo", anula la posibilidad de atribuirle una causa externa (explicable) al ser que la posee. Por otra parte, la definición del DRAE posee otras dificultades. En La República, Sócrates describe, en una de sus intervenciones, una idea de bien. Para el Platonismo, el sentido de la vida se halla en la consecución de una forma superior de conocimiento, la cual es la idea (forma) del bien, de la cual todo lo bueno y lo justo obtiene utilidad y valor. Sabines, por su parte, escribió esto y con él los dejo: “Si sobrevives, si persistes, canta, sueña, emborráchate. Es el tiempo del frío: ama, apresúrate, el tiempo de las horas barre las calles, los caminos. Los árboles esperan; tú no esperes, éste es el tiempo de vivir, el único.” |
Miguel Ángel AvilésMiguel Ángel Avilés Castro (La Paz B.C.S. 1966.). Es abogado por la Universidad de Sonora. Practica el periodismo y la literatura desde 1990. Archives
July 2024
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