Por Miguel Ángel Avilés
Karl Ransom Rogers, el llamado padre de la psicología humanista, un término que, a mi parecer, raya en el pleonasmo, consideraba que los seres humanos construyen su personalidad cuando se ponen al servicio de metas positivas, es decir, cuando sus acciones están dirigidas a alcanzar logros que tengan un componente benéfico. Yo, sin ser psicólogo y creo que ni humanista, digo que lo que dijo este señor es cierto. Digo además que la gracia, la desenvoltura o el duende con la que se puede escribir un libro, dependerá de un oficio otoñalmente pulido, pero también del amor y la pasión sobre el tema que se está escribiendo. Eso creo. Y creo, además que, el número de piezas de este rompecabezas literario, de este universo lectoescritural ya dependerá de las exigencias o de las aspiraciones del autor: un revisor de su trabajo, la exposición a la crítica, la autocrítica, la difusión, la promoción y, desde luego, los lectores del círculo personal, es decir la familia y los amigos, y por último el lector cautivo o anónimo que pueden ser dos, tres, cuatrocientos, dos mil o ninguno. Quiere decir entonces, que saber decir no basta, se requiere esa otra cosa, que puede ser lo genuino, lo auténtico, el compromiso en lo que se cree y se piensa, y además el respecto a la palabra y su significado, a ese mismo significado en sí y a la congruencia y a la autenticidad que el autor tiene al momento de expresarlas para otros. A Juan Marse, quien, por cierto, su segundo apellido era Carbó, en una ocasión le dio por citar lo que tenía grabado en un cuadrito que colgaba de la pared en donde se pasaba horas escribiendo: “El esmero en el trabajo es la única convicción moral del escritor”. Lo decía ante los periodistas en vísperas de que el Rey de España, le entregara el premio Cervantes, al tiempo que les confesaba su única preocupación para ese evento: saber si iba a poder hacerse bien el nudo de la corbata. Este mismo escritor se ha preguntado: ¿Puede ser honesto el escritor que solo piensa en lo que pide el público? “Cuando escribo no pienso en el lector que me va a leer, pienso en el lector que soy yo”, se responde. A mi parecer es así, solo así, cómo es que una línea, o un enunciado o un párrafo, dos cuartillas o todo un tratado, se vuelven creíbles y si no veraces , si al menos verosímil. A mí me parece que es así, solo así, como se pone de manifiesto la honestidad de quien escribe y lo que escribe, sin la búsqueda de un lucimiento discursivo ni para conquistar a la industria editorial a veces tan prostituida, sino para no serle desleal a su pensamiento, a una creencia y ante todo a su conciencia. Siento que el libro que hoy nos convoca, Memorias para el futuro de la autoría de Armando Coronado y editado por Mamborock aspira a eso: a reconocerse hasta donde se es capaz y conocer de sus limitaciones, pero también a no ser complaciente con nadie más ,sino con una voz narrativa que al pasar de los años, muchos años, no se cuece al primer lector ni quiere ser por sí misma, la protagonista porque sabe o intuye que lo escrito o la historia a contar es lo más importante, antes que cualquier proyección de quien se cree especial, y, como ningún otro, se enamora, insaciable, de su propia imagen reflejada en el agua de sus textos. No y por eso hablo de la honestidad del escritor o como quieran llamarla pero que, gracias a esto, se narra una historia permitiendo que los personajes que viven en ella se expresen libremente, sabiendo que lo vale es lo que se contó, como se contó y no quien lo contó. De más no está decir que Don Armando tiene 94 años recién cumplidos y a parte de su lucidez, su mesura y esa eterna solidaridad a favor de los marginados, no es un hombre pretencioso y por tanto no buscó ofrecernos lo que no puede darnos: lograr un poema en arameo, ni se puso a traducir el Kojiki o Furukotofumi, o sea la Crónica de los acontecimientos antiguos del japonés al español ni trató de escribir una biografía novelada sobre la niñez de Osama Bin Laden. Nada de eso. Simplemente escribió sobre lo que sabía, hasta donde sabía y punto. Jamás quiere , en este libro ni en su casi un siglo de vida, jugarle al engreído . Quienes saben más del asunto, afirman que las mejores historias que han expresado en la vida siguen esta premisa y por ello muchas se han vuelto clásicos y perduran sin importar el paso del tiempo. Las del otro polo, esas de excesiva petulancia, que recurren a la gracia sin tenerla, que insisten en catequizar con su ideología, partiendo de que es perfecta e incuestionable, y que ellos también lo son. Creo que este intento de evangelización narrativa no funciona, por más que saboreen la fama y su impostura, pero jamás alcanzarán la trascendencia. Hay obras clásicas que nos invitan a imaginar todo tipo de mundos posibles y la creatividad de los escritores nos permite viajar a los rincones más lejanos del planeta, e incluso desconocidos hasta ese momento. Pero contrario al error de algunos que buscan emularlos y a la suposición de otros, la carpintería tal como le la llama García Márquez y que sirvió de materia prima o de insumo para escribirlas resulta que es su propia vida y su entorno, es su materia y esas voces, tantas voces polimorfas en donde nació , creció y se reprodujo con todos los sentidos abiertos , hasta llegar un momento en que es imposible contener lo escuchado, lo aprendido , lo verbalizado, lo dolido y entonces como una bella y madura úlcera, un día revienta en una incontinente secreción de palabras, capaces de construir otros lugares y otros protagonistas diferentes. De esta manera sacamos el veliz de recuerdos que lleva años debajo de la cama , le enjuagamos la cara a la remembranza , salimos al patio hasta donde están los habitantes y lo habitado y luego cantamos los primeros versos en los blanco de una página , esa que tarde que temprano se vuelve un compendio de verdades o mentiras, pero dichas, con el corazón por delante, genuinamente, hasta colocar, insatisfecho, un punto final y dejarlo ahí que repose, que se marine, que le quitemos esto y lo otro, en tanto llega el día de irse a la edición y a la imprenta , hasta tener al producto en brazos y leer cosas tan gratificantes como estas: “Dedico este libro a las familias campesinas que permanecen en ejidos como Rancho Viejo de Ures, Sonora, a quienes comprendí y llegué a querer por su humildad cuando laboraba en la propiedad de mis padres —, a mis hijos y a sus preciosas madres, especialmente a mi compañera, mi esposa por sesenta años, a mis compañeros de escuela y a mis amigos”. De antemano, eso ya nos habla de un autor agradecido y de un hombre de bien. Y si lo anterior está fechado en 1916, quiere decir que no se improvisó ni se quiso hacer un libro como si fuese barbacoa en pozo: dejarla cocinando en la noche para que esté listo en la mañana. Tampoco se precipitó ni quiso que esto que ustedes están desesperados por comprar, quedara concluido cuando se tenía veintitrés años cabales para hablarnos de lo que solo se comprende a los cincuenta en adelante y en ocasiones nunca, menos se muestra con un lenguaje embaucador, no propio que nomás pretende congraciarse frente a sus colegas, antes que ponerse a escribir sin ambages, teniendo como única prioridad el rigor y el cuidado de su obra. Nadita de eso, porque lanzarse al vació a lo bruto sin la experiencia suficiente , es muerte segura y porque bien se sabe que lo cocinado a fuego lento es más sabroso y más de uno se comerá dos platos, un mediodía cualquiera, un verano de principios de siglo, ahí en rancho viejo, Comisaría de Ures o Santa Rosalía, entre charla y charla sobre las épocas de las haciendas , o de presidentes de la república y gobernadores o de los abuelos y abuelas o de terrenos de riego o temporal o de la historia de los pueblos aledaños y su crecimiento, o de lluvias y corredores o de trabajadores y patrones aunque sea reviente el barzón y siga la yunta andando. Tanto por decir y tanto por leer aún más allá de estas 106 páginas que don Armando nos ofrece con devoción como quien entrega, incondicionalmente, cien tortas a las afueras de un hospital o en la esquina terrosa de una invasión, pero me resulta imposible y tampoco quiero resumirles aquí sesenta años contados y menos filosofarles sobre moral, Dios, magos del evangelio y políticas del desarrollo y una madre ya preñada que al octavo mes murió. No, no puedo ni quiero, nomás porque se me da la gana y porque sobre eso tendrán ustedes mucho que leer y que disfrutar en un libro dividido en tres capítulos que algún día del mes de abril de 2024, en una edición muy bonita con interiores color sepia, como si estuviéramos leyendo un ejemplar de Kalimán o Lagrimas y Risas, con ese nostálgico olor a tinta, se estará presentando en un foro del Esta Cabral, a eso de las seis , cuando apenas se está yendo el sol y muere la tarde. No, les repito que no puedo ni quiero porque, según las hojas que desprendí del calendario al venirme para acá, y esas campanas que están tocando nos encontramos apenas en 1908 o 1919 o 1930 o 2016 y para que aquello llegue falta mucho, es decir, un chingo, casi tanto como sesenta años o lo que guarden, atesoradamente mil y un memorias para el futuro.
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'Por Miguel Ángel Avilés
Para Irene y Jorge Fue cuando le dije a mi acompañante que, ahí adentro, algo distinto estaba pasando. Era viernes y mi pareja, a la que deseo para siempre, media hora después bailaba conmigo, aun con mi fracaso para eso de la danza, pero le dabamos a una cumbia que ,de tantas, no supe si era esa que se baila así, de medio la'o, acurruca'o el tao, tao, el tao, tao, de medio la'o,el tao, tao, el tao, tao, el tao, tao,acurruca'o, el tao, tao, tao, tao, tao, tao, el tao, tao, de medio la'o, el tao, tao, el tao, tao, la máquina ponchada o cualquiera de las que les hablaré después. Sentí que nosotros,los asistentes, dabamos poquito y ellos, sabe quién, nos daban mucho pero además, no sé si planeado o de chiripa, le daban, más bien, le habían dado en la merita pata de palo a un sector de clase que buscaba algo asi, pegadito al corazón, un tanto de presente, más dos o tres cervezas bien heladas de nostalgia para quedarse ahí ,como lo hicimos mi pareja y yo, este o aquel, lo que nace del corazón o un puñado de gente que conjuga los tres verbos al unísono, como si ya nada importara porque estoy enamorado de tí, estoy enamorado, de ti enamorado. Quien sabe cuantos se fueron ni cuántos volvieron esa noche- porque sigo sin pensar en nada, porque me estoy volviendo loco por ella - pero cuando las dos de la madrugada a punto estaba de marcar el reloj, los que llegaron horas antes, querían quedarse hasta el amanecer porque la hierba se movía, se movía, se movía. Fue cuando le dije a mi acompañante que aquí adentro, algo distinto estaba pasando y pedí una copita de ron para que me diera calor y se rieron, porque ni al caso, ahí no venden fuego para el apagón, nada de eso, pero qué le parece una cagua, una media, esto y lo otro, papitas fritas o lo que doña Lupita nos traiga o quien entre a ofrecer cacahuates, flores, o un cuerpo hermoso que parece sirenita. Ay mi Yaquesita Ay mi Yaquesita Tú tienes un cuerpo hermoso que pareces sirenita Esto quizá fue cuando ya nadie se acordaba o a mitad de la semana o doce o quice años adelante o un 2024 o cuando todo esto que parece la civilidad, sea un apocalipsis, pero todos y todas y todes, recordarán que aquí, en la confluencia de Obregón y Garmendia, no en la esquina, sino metros cerquita, un parteaguas ocurrió y hasta este dia, los sociólogos, antropólogos, mercadólogos y no sé que más, todavia no son capaces de agarrar la pluma, sus dedos para la compu o su teléfono y ponerse a escribirnos ,con agudo análisis, que diablos pasó, de un momento a otro, para trasladar el divertimento del boulevard Encinas, poquito mas allá o mas acá, hacia estos lares en donde, en cuestión de esparcimiento para toda la pupila, era lo agreste, lo inmerecido, lo que la media y alta sociedad no podia recibir de la chusma, los apestados, los incapaces de estar aquí, en una pista, en donde se interpreta lo que, si a esas vamos, es suyo, razón por lo que me entenderás ahora el porque en este territorio en donde La brisa se impone con la Colallé y una niña de mas de veinte años ejecuta su propia danza contemporánea, al compas de Los Freddy's o algo así por el estilo pa que veas de que tamaño es el Club, es decir, el Club Obregón. Por eso y tanto más que viene en camino, es porque dije a mi acompañante que, ahí adentro, algo distinto estaba pasando. El Tijuanita, por un lado empezaba a morir o sus principales órganos, La Taberna, El Rancho Alegre, por decirlo, ya le comenzaban a fallar, y lo que fue ,ya no era tanto ,acaso ofertas callejeras para todos los gustos y un bar Lourdes apretujado, haciendo su luchita solo, mientras el resto de combatientes del mercado de los deseos, entraba en una fase terminal que terminó venciéndoles. Puede que unas sombras de perros renegritos crucen las madrugadas de esquina esquina , tal vez una patrulla extraviada con hambre de bolsear al prójimo ,quizá el humo interminable de una taquería edificada a punta de escombros, ganitas y borrachos. Puede. Y en tanto eso sucedía, desde hace ya más de tres años alguien recibía cartas de un extraño, cartas llenas de poesía, que le devolvía la alegría. ¿Quién te escribía a ti versos? Dime niña, ¿quién era? ¿Quién te mandaba flores en primavera? Con amor las recibías, como siempre sin tarjeta Te mandaba a ti un ramito de violetas Era feliz en su matrimonio o vaya usted a saber, pero eso que le importa, si aquí, a la vuelta del Gandarita , le había llegado la competencia de un de pronto, espichadita, haciéndose pasar como jugadores de dominó o parroquianos de antes, aunque a punto de reventar en esa otra escenografía tejabanera, tan desconocidos concurrentes, tan conocidos con el paso de los viernes, digamos como una quinceañera eterna, vestida de tantos colores y así pero algo tiene el rock & roll, que ya María Inés, se pasa en el solar, bailando rock & roll… Písale la cola al sapo, Písale la cola al sapo, Písale la cola al sapo, Pisa, pisa, písasela ya… Es el club la fase superior del comunismo, la gran asamblea popular a la que nadie convocó pero llegaron y seguirán llegando todos o donde una voz superior ordenó que en la pista o de la silla que tuviste la fortuna de encontrar hasta el más tullido mueva la cintura o los pies esa noche, para recuperar. Y si esa no te estruja, y la siguiente no te aceita la memoria o cualquier recuerdo, espérate tantito, porque el Mundo, quiero decir, el vocalista, se sabe la que me nombres y en un descuidito mejor cantada que los originales, sea el Tropicalísimo Apachúrrame, La BriS.A. o Los Zorros de Mexicaliche y de vez en cuando descansa para refrescar su cogote, pa luego es tarde, aquí no vive el silencio, porque entonces brinca El Pelón y su corazón por delante que dice quitate que ahi te voy en cuestión de interpretar las cumbias sin soltar ese bajo y uno ya no sabe sí es él o es Carlos Santana, Rigo Tovar, Ramón Ayala o lo mejorcito de estos o todo junto pero de que se la rifa ,se la rifa y no deja sentido a nadie. Te traigo esta cumbia morena Te traigo esta cumbia mi negra Para que bailes conmigo Para que bailes conmigo, para que bailes conmigo Sabiendo que soy tu amigo. Es Lupe, Lupita mi amor go go yeah Es Lupe, Lupita mi amor ta ta yeah y ahí la pólvora se enciende más, y uno que otro despistado busca a los Johnny Jets pero ni ellos ni su traje color mostaza de pantalones acampanados, ni aquel convivio en Tamaulipas donde surgieron, no están. En fin, esto apenas es un adelante ,un deber cumplido que el rinconcito se merece , ese al que en unas fiestas del pitic , un ramillete de cosmopolitas jóvenes le hicieron el fuchi ,el asquito desde la puerta que da a la banqueta en donde actualmente, desfilan en cola, noble y el villano el prohombre y el gusano. Bailan y se dan la mano, sin importarles la facha, pero una vuelta después vivían la fiesta que desde su pobre concepción llamaron naca, haciéndole segunda al nivel setenta, cuando desfilaban una mariposa tornasol, Roberto Ruiz, Laurita Garza y un antaño que de jueves a domingo revive, como un día que hubo una fiesta aquí en el Club Obregón y la orquesta de los voluntarios presos empezó a tocar y tocaron rock-n-roll y todo se animó y un cuate se paro y empezó a cantar el rock. Todo el mundo a bailar todo el mundo en la prisión corrieron a bailar el rock El gato le sabía dar al saxofón y German le sonaba duro al trombón Mary batería se decía tocar y toda la cárcel se puso a bailar el rock. Todo el mundo a bailar todo el mundo en la prisión corrieron a bailar el rock. Por esta y más razones, le dije a mi acompañante que, ahí adentro, algo distinto estaba pasando. Y seguirá. Seguirá pasando. Esto continuará... |
Miguel Ángel AvilésMiguel Ángel Avilés Castro (La Paz B.C.S. 1966.). Es abogado por la Universidad de Sonora. Practica el periodismo y la literatura desde 1990. Archives
September 2024
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