Por Miguel Ángel Avilés Según leo, el miedo es una emoción primaria que se deriva de la aversión natural al riesgo o la amenaza, y se manifiesta en todos los animales, lo que incluye al ser humano. Eso ya me preocupó: no el miedo, sino que, a nosotros, como seres humanos nos incluyan dentro de los animales. Para acabarla de amolar, no nos aclaran con qué clase de animales. Yo sé que hay muchos que lo son y también entiendo el contexto en que se dice, pero que de pronto te digan animal a secas , si es despectivamente, pues, la mera verdad, no es así como para agradecer el cumplido. Sin embargo, ya entrados, es buen pretexto para hablar del miedo: el miedo a la oscuridad, el miedo a la ausencia, el miedo a una jeringa, el miedo a las alturas, el miedo al encierro, el miedo a los ratones, el miedo a volar, el miedo a la muerte, el miedo a opinar, el miedo a no quedarte callado, el miedo a la verdad, el miedo a la soledad y, a propósito, el miedo a los animales , título que lleva un libro de uno de los mejores narradores mexicanos como lo es Enrique Serna. Hay dos conceptos diferentes sobre el miedo, que pertenecen a dos grandes teorías psicológicas que primero encontré: el conductismo y la psicología profunda. Según el pensamiento conductista, el miedo es algo aprendido. En cambio, en el modelo de la psicología profunda, el miedo existente corresponde a un conflicto básico inconsciente y no resuelto, al que hace referencia. Desde lo conductual, significaría que lo aprendes con base en las contingencias y estímulos que se te van presentando. De acuerdo a la psicología profunda ese miedo es intrínseco, ya está en ti, ya viene contigo. De ese modo, algunos autores jurarían que existen algunos miedos inherentes al ser humano y con un dispositivo prácticamente involuntario, impensado. No obstante, otros consideran que la gran mayoría de miedos son aprendidos por aprendizaje asociativo o condicionamiento clásico. Esta mezcolanza entre factores biológicos y factores ambientales y aprendidos hace que los tipos de miedo que desarrollamos sean muy variados, es decir, un titipuchal y eso ya me empieza a dar miedo. Por si no fuera bastante cuscús, resulta que miedo y temor no son sinónimos. Afirman los especialistas que el miedo es una reacción al presente, y el temor es una reacción anticipada a un futuro que no ha ocurrido, aunque esto último parezca una obviedad ya que no hay futuro que haya ocurrido ni que esté ocurriendo, pero ese es otro tema, yo nomas lo comento para hacerlos bolas, o como vil provocación. En síntesis, pues, el miedo es una reacción a lo real, pero el temor es una reacción a lo posible. Para un mejor entendimiento, creo conveniente echar mano de un personaje que puede ser clave a la hora de diferenciar estas emociones. Estoy hablando nada más y nada menos que del famosísimo Coco y eso nos obliga a ir por partes: que era el Coco y que emoción sentíamos por el Coco: temor o miedo. Según registra la Real Academia Española el coco, o el cuco o cucuy para otros , es una criatura ficticia de origen ibérico, caracterizado como asustador de niños, con cuya presencia se amenaza a los niños que no quieren dormir. Con musiquita y todo, pero sobre aviso no había engaño: Duérmete, niño, duérmete ya que viene el coco y te comerá. ¿Quién y cómo era el Coco? Bien a bien no sabíamos pero el amago lograba su objetivo. Chico , mediano o grande;con un solo ojo o con seis; con largas pezuñas o con una lengua llena de clavos; con una cara como la de Elba Esther Gordillo o de Mario Marin o La Tigresa sin maquillaje o Hector Herrera antes de operarse, no sabíamos en realidad y aún así, no queríamos ser devorados y, en consecuencia, pa pronto ya estamos roncando. Como podrán darse cuenta, el miedo ha sido desde siempre un arma de control efectiva. Miedo a lo imaginable o miedo a lo real y cierto, miedo a lo remoto o a lo improbable , o miedo a lo inminente o a lo inevitable pero ahí está, como si el Coco sintetizara todos los miedos ,en grandes y chicos y no quedara más que rezar. Hasta el propio Garcia Lorca señaló, a propósito del Coco, que "La fuerza mágica del Coco es precisamente su desdibujo. Nunca puede aparecer aunque ronde las habitaciones. Y lo delicioso es que sigue desdibujado para todos". Eso medio tranquiliza pero resulta que viene Aristóteles y dice: no tienen miedo los que creen que no les va a pasar nada, tampoco temen los que creen que no les sucederá a ellos, ni tememos a las personas que creemos que no nos harán nada. Por tanto, “la creencia” es una condición para que el temor se genere en los hombres". Ahora si que tengo miedo de no haber entendido nada. Pero si alguno de ustedes anda por el estilo o peor aún , no se salvan de tener miedo o creen ser miedoso de la cuenta, tranquilícese. Porque puede que esté en el padrón de los miedosos pero no lo encabeza. Se los juro. Ese lugar, inamovible, es para Los Brios*, ese grupo argentino que de muchas, casi diría, de todas las cosas tenían miedo. Y si no, chequen o traiganlo a su memoria y ya: Tengo miedo, que como un pájaro Te me vueles de la mano. Tengo miedo, de que todo lo Que hago se envano. Tengo miedo, de decirte Que te quiero y no quererte. Tengo miedo, de vivir pero también Temo a la muerte. Tengo miedo, de marcharme Y lamentar haber partido. Tengo miedo, de jugarme y Lamentar haber perdido. Tengo miedo, de buscarte un día Y saber que te fuiste. Tengo miedo, de saber que la Eternidad no existe. Tengo miedo, de decirte Que te quiero y no quererte. Tengo miedo, de vivir pero también Temo a la muerte. Tengo miedo, que la flor de ayer Hoy pierda su fragancia. Tengo miedo, en el dia en que Deje atrás mi infancia. Tengo miedo, porque ayer gritar Era mi forma de ir hablando. Tengo miedo, que hoy callar Sea mi forma de ir gritando Les dije. Y ahora sí, todos a dormir. Porque si no, llega el coco y tengan o no miedo, se los comerá.
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Por Miguel Ángel Avilés
Cuando nació esta columna, dije que escribiría, principalmente, sobre la ciudad. No de una en particular, sino de toda aquella sobre la cual, mi libre albedrío considerara que vale la pena escribir, aunque puede que, de todas, valga la pena escribir. Esta columna pues, es antidemocrática por excelencia y selectiva por convicción. Es decir, si Luis XIV salió con que “El Estado soy yo” le atribuyen esa frase a sus adversarios, por qué no habría de advertir este escribano que " Mi columna soy yo". Es decir, si el llamado Rey Sol acuñó la expresión francesa L'État, c'est moi, no veo impedimento alguno para que yo, choyeramente, les deje claro que, en este espacio, nomás mis chicharrones truenan. También dije que escribiría sobre sus personajes, esos que la conforman y que son su distintivo. Que son cicatrices inconfundibles, su fe de bautizo, su herida o su gozo, su media filiación, su retrato hablado, pero sobre todo su historia cuya biografía la hacen diferente a cualquier otra. Luego entonces, si prometí hablar de la ciudad no es que lo tuviera que hacer sobre una en concreto, por más que en muchos de los casos, algunas ciudades o a lo mejor todas, se parecen entre sí, en cuanto a su infraestructura, su estilo geográfico, su aire de pertenecer a tal o cual punto cardinal. Mi estimado Pepe Ortega y Gasset, decía que la “Ciudad es ante todo plaza, ágora, discusión, elocuencia. De hecho, no necesita tener casas, la ciudad; las fachadas bastan. Las ciudades clásicas están basadas en un instinto opuesto al doméstico. La gente construye la casa para vivir en ella y la gente funda la ciudad para salir de la casa y encontrarse con otros que también han salido de la suya”. En cambio, don Rafa Alberti, consideraba que "la ciudad es como una casa grande”. Lo anterior ya me puso en aprietos, pues yo no quisiera quedar mal con ninguno de los dos. Mi madre siempre me dijo que debería respetar a los mayores y tratándose de estos dos personajes, cuantimás. Esto último no me lo dijo ella, pero ambos, en su respectivo oficio son de respeto y ni a quien irle a la hora de tasar a favor de uno o de otro la validez de su obra o pensamiento, por lo que mejor opto por declararlos empatados y considerar tales definiciones como no excluyentes entre sí. En cambio, otro filósofo y poeta, tanatólogo y sociólogo desempleado pero este de Guanajuato, juraba que “las distancias apartan las ciudades (y) las ciudades destruyen las costumbres…” lo cual, ahorita, no pienso rebatirlo, por el contrario, se trata de sumar apreciaciones no para definir a la ciudad sino para entenderla y de paso entender que cada uno de nosotros llevamos consigo a nuestra propia ciudad. ¿Cuál? Sepa la bola. Ya cada quien lo dirá. Por eso, en aquella ocasión que los editores de este diario me dieron la oportunidad de tener este espacio, el suscrito amenazaba con divagar sobre la ciudad . Esta y cualquier que lo sea, afirmaba. De la ciudad y a sus personajes, más bien. Si quería resumir un tema específico, ese sería. También mi idea era escribir sobre sus adentros y lo que a diario nos cuentan, ya sea porque la historia está ahí, a la intemperie, o porque hay que armarla a modo de rompecabezas retomando piezas de aquí y de ahí, de esto y de lo otro, hasta que finalmente sea cuerpo, palabra, recuerdo, presente, trascendencia o exhumación que alguien sepultó sin percatarse que aun guardaba mucha vida. Lo que no saben es que no hay ciudad que muera si en sus habitantes está la decisión. Desde los primeros auxilios, hasta la resucitación, cada uno y cada cual, suman emoción y fuerza, voz y palabra, ruido y silencio, olor, luz y obscuridad que de un de repente son mañanas y en otro momento se vuelven plaza, catedral, abarrote en una esquina, tendero, avenida principal, ecos de ladridos allá lejos, y calles de eterno polvo. Locos, viandantes sin rumbo fijo, cerros pelones y de pronto verdes por doquier. Un panteón en las orillas y tres cantinas de nombre irrepetible amamantando a vitalicios parroquianos. Un camellón lleno de hojarasca, unos pájaros que trinan irrumpiendo el amasiato de esos árboles y callejones con paredes viejas por donde andan espichados los gatos en la noche. Parafraseando a Octavio Paz, estamos en la ciudad, no podemos salir de ella sin caer en otra, idéntica aunque sea distinta. Es de esta gran ciudad de todos, sobre la que dije alguna vez que escribiría. Para nombrarla con todos sus nombres.Y reahacerla. Por Miguel Ángel Avilés
*Para Chema y todo lo demás* Decía Alfred Lepéra, a través de Carlos Gardel que, aunque no se quiera el regreso, siempre se vuelve al primer amor. Por eso yo adivino el parpadeo, de las luces que a lo lejos, van marcando mi retorno, a esa casa grande que me vio crecer. Y aunque ahora no quería así el regreso, siempre se vuelve al primer amor. Aquí estamos en la casa grande, de paso, como todo en la vida y la vida misma,esa que empieza llorando y así llorando se acaba. La casa grande donde todo cabe: un terreno sin desmontar,unos cimientos, tres cuartos y unas rústicas paredes. También la quieta calle donde el eco dijo "Tuya es su vida, tuyo es su querer", y bajo el burlón mirar de las estrellas, esas que que con indiferencia hoy me ven volver. No con la frente marchita pero sí lo que uno tiene guardadito en el corazón. La familia, un perro muy inútil pero que se quiso con el alma, los otros animales que resolvian el diario, los árboles de fruta temprana, el barrio, los amigos, y alguien errante en las sombras, que te busca y te nombra con el alma aferrada, a un dulce recuerdo,que lloro otra vez. Ahí está la voz de tantas lluvias estruendosas sobre ese techo de lámina que un día quiso volar. Está un porche rústico que rememora los gritos de niños contando hazañas de su fútbol de mediodía en pleno rayo del sol. Está una cocina lúgubre y cochambrosa que fue partícipe de memorables guisos. Están, además, unos vigilantes almendros que fueron naciendo sin parar, luego de aparearse esas manos con la tierra y volverse pronto raíz y semilla, frondosidad y fruto, como toda nacencia, como una crianza que se amamanta con el cuidado y el buen trato, hasta crecer, reproducirse y morir, en los brazos de una nueva sombra que surge del dolor inédito. Es verdad que tengo miedo del encuentro con el pasado que vuelve a enfrentarse con mi vida. Tengo miedo de las noches que, pobladas de recuerdos, encadenan mi soñar. Sí, pero no le tengo miedo al miedo que enfrentas poniéndole el pecho y la enésima mejilla que ,a punta de heridas y llantos, te hacen crecer. De lo que tengo miedo es de tu miedo., diría Shakespeare, pero yo, a estas alturas, contrariamente, de lo que no tengo miedo son de mis miedos. Porque nada en la vida debe ser temido, solamente comprendido. Ahora es el momento de comprender más, para temer menos, sentencia Marie Curie. Continúan aquí,en esta casa grande , para verlos desde la barrera una vez que el tiempo ha hecho su parte y ha pasado sobre ellos para que estén aquí, pero inofensivos como quien duerme tranquilo luego de enterrar el cadáver de un niño asustadizo que se arrullaba a punta de sobresaltos. Pero eso es la casa que les digo y a ustedes, que lo saben todo, no tengo por qué cuentearlos. Se llega, se está, se juega siendo felices en ocasiones sin darnos cuenta, nos hacemos grandes y un día, el amanecer ya no tiene la misma cara. Esa esquina donde pasamos tantos ratos, se convirtió en un apartamento cuyos habitantes solos los ves cuando sacan la basura o vuelven de su trabajo con dos bolsas de mandado en cada mano. La cuadra de tierra que nos vio correr o liarte a golpes o corretear un balón ponchado que apenas nos había amanecido en Nochebuena, hoy es una avenida obscura por donde pasan unos carros a la velocidad que corren los años y el tiempo. Pero a ratitos la memoria se calza aquellos pantalones cortos y se vuelve ojo de hormiga con tal de no condolerse gracias a esa bola de recuerdos. Prefiere reírse a carcajadas frente al espejo de un hoy, tan parecido a lo que empezó con la vitalidad de un llanto y echarse a caminar rumbo al abarrotes más cercano y pedir tres centavos de remembranzas más un par de cucuruchos llenos de presente que lo explican todo y responden el para qué de un dolor punzante que nadie quiere y sin embargo, te persigue hasta alcanzarte cómo lo hace la marea con tus pies, o un hijo que te pide que lo tomes en sus brazos para renacer contigo o como el viajero que huye, pero que tarde o temprano detiene su andar. Porque aunque no se quiera el regreso, siempre se vuelve al primer amor donde y ahí, pese todo y tempestades, se puede ser feliz. |
Miguel Ángel AvilésMiguel Ángel Avilés Castro (La Paz B.C.S. 1966.). Es abogado por la Universidad de Sonora. Practica el periodismo y la literatura desde 1990. Archives
July 2024
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