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Mi Gusto ES… (O LA OTRA MIRADA) 

Querido Santa, dos puntos y aparte

12/30/2020

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Por Miguel Ángel Avilés

Cuando leas esta carta, muy probablemente, ya estés lejos. 

Tal vez estés por llegar a Laponia, o a Bari Italia  o a Turquía. Yo que sé.

Quizá aún sigas aquí, en el país, o hiciste una merecida escala en una ciudad de Sonora o en Miraflores o en cualquier punto de la baja sur o andes por el plan de abajo o por Salamanca aunque ahí hiera un recuerdo.

Puedes que estés detenido en un retén o a un costado de la carretera ,debido a un choque múltiple o a una fuerte nevada que tuvo a mal cerrarte el paso o al haberte privado de tu libertad por una cuadrilla de la guarda nacional que no te creen quien eres cuando te identificaste .

No obstante en donde vayas, agotado pero satisfecho, yo quisiera agradecerte el haber venido, porque soy de la idea de que, en estos momentos, cualquier respiro de paz, cualquier bocanada de felicidad, es, literalmente, oxígeno puro en este año sombrío y acaecimientos inesperados que tienen que ver con la salud, las enfermedades, el contagio, lo luctuoso.

De haber sabido lo que vendría, mi estimado Santa, en diciembre pasado te hubiera pedido, encarecidamente, que te saltaras este 2020 y nos pusieras en el 2021 que ya viene y por el que apostamos todos, que traiga consigo una mejor panorama, más alentador, de mayor esperanza y de resignación para quienes viven el duelo por ese familiar o ese amigo que se fue, si es que de veras, los difuntos se van algún día. 

Sé que tú ni culpa tienes, no sé si nosotros tampoco, más bien yo hablaría de responsabilidad porque lo otro nos estanca, porque es como quedarse en un duelo perpetuo y eso , tan doloroso, nadie quiere . Fue este año el que se sacó la rifa del tigre , como lo fue en el de la peste de Justiniano o el de la peste negra, o el de la gripe española o, para variar, la gripe asiática, todas muy estremecedoras o el periodo de la viruela, expandida masivamente en el nuevo mundo cuando los conquistadores empezaron a cruzar el océano, pues ni modo de cerrar fronteras o imponerles un estricto protocolo al entrar si es que venía con temperatura, con erupciones en la piel o no portaba su respectivo cubre boca. 

Para fortuna, esta última, a decir de los expertos, es una de las dos únicas enfermedades que el ser humano ha conseguido erradicar mediante la vacunación. El dato, aunque no sea nuevo, no deja de ser alentador porque, aun con todo lo que trajo, después de ser un enemigo al que no se le conocía ni había remedio inmediato de como atacarlo, llegó el día en que aquello fue domado y la pesadumbre acabó.

Entiendo, mi compa Noel, que a esto que aun vivimos, todavía le falta un buen trecho para regresar a la superficie de la tranquilidad y no ignoro que para donde tu vayas o donde estés, si es que estás, si estás llegando, la situación está por el estilo pero no quiero verme consternado ni rabioso por más que algunas de estas muertes, debido a la vulnerabilidad  de cierto tipo de pacientes, sea uno de los absurdos previsibles.

Aun así, Don Nicolás, por más feo que esté ( yo, no usted) le juro que no quiero ser el Grinch en medio de esta pandemia, ni ser ese duende carente de entusiasmo o sobrecargado de mal genio que no vea en toda esta aflicción generalizada, un punto de luz que, gracias a una mirada más optimista, más positiva, más llena de energía y una vibración por encima de la media, no parezca tan distante. 

Si, no te puedo negar, mi Noeliux:  yo, como seguramente muchos,  tengo ganas de llorar un día, después de tanto muerto. Recitar un poema de amor, cualquiera, para revivir esperanzas que se llevaron a ese cadáver que no vi. 

No sé para qué, más  sin embargo, quiero decirlo en esa plaza, donde estamos todos, apostándole al porvenir de los que aún seguimos aquí, deshojando margaritas entre morir o seguir viviendo, en esta apuesta que no tiene jurado, ni dios que nos salve, luego de que pudimos ser y escondimos, soberbios, nuestras lágrimas porque creímos que nada vendría ,solo esto ,que nos está pegando en la cara , desprovistos de un abrigo a prueba de llantos, de fatalidades que no esperábamos, sino hasta después de una vida que la creíamos para siempre.

Sí, Don Nico, quiero darle a la pared  de puro coraje porque este año veinte veinte se llevó a gente querida, gracias al despiadado monstruo o no, pero que desearía tenerlas aquí, como en otros años de normalidad a secas, cuando alguno de ellos jugaba conmigo en la calle al lado de toda la palomilla del barrio o ese otro que nos acompañaba al mar en la víspera de un huracán que nos dejó incomunicados por más de tres días o quien junto a mí y otros muchos más  en esos años ochenteros y que ahora ya se han vuelto invisibles, aunque sigan retenidos en mi memoria. 

Sí.

Pero de igual forma, como no puedo negar esta desolada realidad, tampoco puedo decirle adiós al optimismo y a la risa, si es que este coctel sirve de algo, porque, como bien lo dice Andreu Buenafuente, la vida empieza cada cinco segundos y hay que seguirla viviendo con entereza, al fin y al cabo nadie que lo ha ya dado todo de sí mismo lo ha lamentado.

Tú me viste cuando pasaste a dejarme los regalos. Yo a ti no, porque estaba dormido, esperándote. En mí, dime si no es cierto,  había la dicha de que pude pasar una nochebuena más con la familia y departí con ella, con cena y júbilo, como lo hacía en Los Olivos, con mi familia de origen cuando fui niño, como tú, como El Gelasio, como La Ricky, como Chavalito, o como El Ramón, que por andar haciendo tiempo para tu llegada, de chamaco se voló tres dedos tan dolorosamente como su partida reciente; o como mi hermano que en estos días hubiera cumplido años. O como El Pareja o como que el tú o cualquiera hoy me nombren.

Como El Aníbal, como El Memo y hasta como El Rogelio que no me lo imagino esperándote en navidad. Como Lo Ferra, Como El Cui, como El Beto, como el Mariano, como Cecilia , o Miriam o El Negro Tomas o El Señor Chapo, El Luis, La Bertha, El Efraín, El Alfredo, en fin, tantos más, de aquí o de allá, quienes con su amistad y sus quereres, nunca dejan de ser presencia. 

Sí, existe una congoja, esa que se siente cuando uno quisiera que todos, sin excepción , viviéramos en plena felicidad y no con el Jesús en la boca, retraídos y con la angustia de que algo puede suceder o ese pariente que está enfermo, como lo estuve ese 31 de diciembre de 2012, cuando me pegó el rotavirus, el parvovirus o ambas cosas y me fue imposible salir a convivir ese último día del año, como el que ya viene y está a la vuelta de la esquina, expectante, impredecible pero a la vez cargado de apuestas y albricias  para que sea uno mejor.

Sí, mi compita de barba blanca, el horno no está para bollos y este virus resultó más peligroso que un neurocirujano con hipo pero no podemos complacerlo sacando bandera blanca ni clamándole rendición. 

La pelea hay que seguirla dando con las recomendaciones por todos conocidas. Y también con talante y gratitud que hagan posible el destierro, aun sea temporal, de esa ansiedad que de repente llega y tuércele su cuello de engañoso plumaje, huyendo de toda forma y de todo lenguaje/que no vayan acordes con el ritmo latente de la vida profunda/y adora intensamente la vida/ y que la vida comprenda tu homenaje.

Sí, mi querido Santa, a lo mejor ya te aturdì con mis locos desvaríos o sigo dormido como cuando tú me viste cuando pasaste a dejarme los regalos que, ahora sí, yo deseaba: un juramento más de vida, una copa para brindar por esa tierra que fui y lo sigo siendo, por mis amores infinitos y los más próximos que aquí están junto a mi, por los amigos presentes y ausentes, por mi madre, bohemios, por la verdad más llana y por un futuro promisorio que nos restituya el alivio y una distancia suficiente para abrazarnos de nuevo y esperar con ansias tu llegada, desde allá desde muy lejos, donde nada, nadita es imposible, por más que el horizonte, vaya ironía, pareciera estar en chino.
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    Miguel Ángel Avilés 

    Miguel Ángel Avilés Castro (La Paz B.C.S. 1966.). Es abogado por la Universidad de Sonora. Practica el periodismo y la literatura desde 1990.

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