Por Miguel Ángel Avilés
No recuerdo cuando escuché eso de la arquitectura del miedo, pero si se quien lo dijo: fue el Ramón, mi amigo que ya está en el cielo y se refería a esos fraccionamientos cuyas casas están enrejadas hasta los dientes, por el temor que alguien llegue y los agreda o se lleve todo su patrimonio. Por ahí iba la explicación y si ya agarré monte, les pido una disculpa. También decía que algunas constructoras encarecían el precio de una casa, bajo el argumento de que, en el sector donde estaban ofertando lo construido , era para temerse, debido a la bola de malandros que por ahí vivían o porque eran frecuente que por esos lares, de pronto hubiera un tira y tira, como en el béisbol, cuando alguien se queda en medio entre primera y segunda, con el riesgo de que le hagan out pero esto no sería una pelota reglamentaria, sino los disparos ejecutados entre dos bandas contrarias. El problema que, al menos en aquel entonces, lo que decían algunos empresarios del ramo, era puro cuento. Se respiraba más tranquilidad ahí que en una ermita, pero los clientes mordían el anzuelo y eran víctimas de estos méndigos usureros que ya de por sí no son así como muy generosos a la hora de repartir obligaciones en el contrato de compraventa. Tal engaño lo constató otro amigo sobre el que me platicó mi amigo y quien en su examen de maestría, se dio a la tarea de desmentir lo que estos léperos anunciaban como algo cierto para que los interesados, una vez que se instalaran en su nueva casa, sintieran que vivían en un remanso, gracias a esos empresarios que, en realidad, eran más peligrosos que lo que, a decir de los embaucadores, pasaba antes de vivir por esas calles. Lo que les cuento, amigos y amigas, lo escuché hace como quince o veinte años o vaya usted a saber cuántos, porque esa noche estábamos departiendo y no me iba a poner a grabar la fecha para que, tiempo después, yo me acordara y me pusiera a platicarles de dicha confesión. Pues no, claro que no. Lo retomo ahora para hacer una comparación y preguntarnos si eso que era falso en cuanto a la seguridad y el peligro que corríamos, hoy sigue igual o en esta ocasión el panorama es cierto y no queda más que tirarnos al piso, al clamor desesperado se sálvese quien pueda. Ustedes dirán pero yo veo que el horno no está para bollos y la cosa, por todos lados, en materia de seguridad, está que mírame y no me tientes. Barrios, colonias, fraccionamientos, privadas, cerradas, condominios, todos, valles, costas, puertos, todos creo, estamos con el Jesús en la boca viendo, en televisión o por medio de las redes sociales, lo que pasa en tal o cual ayuntamiento de la República y, sin exagerar, dan ganas de hincarnos, luego de ver cómo están los truenos. Percepción no es, me queda clarísimo y ahorita no traigo ganas de repartir culpas, sino de reconocer, yo sí, de que, en este país, alguien les dijo a las bandas criminales que se podía jugar al gotcha, sin limitación alguna y con balas de verdad. Debido a lo anterior, apuesto doble contra sencillo que, actualmente, entre la seguridad objetiva y la seguridad subjetiva ya hay un empate y la gente mira a la vez que percibe lo que está pasando en México y esta vez, contrario a lo que, con mentiras, cerraban sus ventas los constructores del ayer, si estamos frente a un panorama donde en cualquier momento pueden sonar varias descargas sin lograr llevar la cuenta o cantar un M60 o gorgorear un R15 y distintas metralletas, provenientes de un desfilar de carros llenos de encapuchados, tomando por rehén a una ciudad cual si las huestes de Pancho Villa, tomaran Zacatecas. Y nos podrán decir, con recurrencia, que son más los malos que los buenos y, a la vieja usanza, que son hechos aislados y que no tarda mucho para que esta pesadilla acabe, cosa que agradecemos si así será, pero mientras eso llega, yo sí le pediría a quien corresponda que nos digan en dónde carajos está ese puñado de malos para saber y no agarrar para el lado equivocado. Alguno dirá que estoy exagerando, así igualito como los empresarios mentados y que todavía se puede andar como pedro por su casa en el país. Otro admitirá que, en efecto, la violencia se ha puesto del cocol pero que, con el fortín que tenemos en casa, más el exhausto trabajo que despliegan las fuerzas reales del orden para prevenir y sancionar a los desobedientes de la ley, es más que suficiente. Si harán los años habías puesto en todo el borde tu barda, puntiagudos golletes de botellas o amenazantes alambres de púas a fin de que ningún malandro osara brincarse hacia su casa, pues nomas bastaba sumar una cámara discreta que captara el instante en que alguien yaciera adentro y de este modo agarrarlo infraganti, con las manos en la masa. Listo. No ocupábamos ni bazucas para repeler cualquier ataque, ni centinelas en cada uno de los puntos cardinales de nuestro respectivo domicilio. Tampoco requerías poner ese bat a un ladito del catre ni armarte hasta los dientes y pasarte la noche en duermevela con una mano acariciando el cabello de tu pareja y con la otra empuñando una pistola. Nada de eso. Y si acaso escuchabas ruidos extraños en la cochera o en el porche, era cuestión de que hablaras al 911 para que en un dos por tres estuvieran ahí un trabuco de policías para llevarse de las greñas al intruso o echar bala si así era necesario. ¡Qué maravilla! Y nada con que dejarían de hablarle a los vecinos por precaución o contratar seguridad privada para tenerlos en cada esquina o en la entrada de esa zona. Nada de eso, ustedes como siempre: si te habían regalado un costal de naranjas o de papas, con toda confianza podías echarle unas cuantas en una bandeja e írselas a dejar a los amigos de a lado, como lo hicimos siempre y ellos habrían de regresarse el traste hasta que pudieran corresponderte regalándote algo. Me dicen que esa costumbre ya se ha perdido. Que en el barrio o donde optaron por vivir muy poco se frecuentan entre sí e incluso algunos hasta la lengua se sacan, debido al miedo de relacionarse con tal o cual que ande en malos pasos. No sé si sea para tanto, pero, válgame dios, hasta donde hemos llegado. Sí, hasta donde. * MONTADEUDAS Fue duro el golpe propinado por el operativo llamado Montadeudas, en la ciudad de México. Se trata de una banda delictiva que casi obligaba a recibir un préstamo y luego de cobraban con usura a base de chantajes y amenazas a través de tu teléfono o de tus contactos. En otras ciudades operan o han operado. B.C.S. no es la excepción. Si fuiste o puedes ser víctima de ellos, denúncialos.
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Miguel Ángel AvilésMiguel Ángel Avilés Castro (La Paz B.C.S. 1966.). Es abogado por la Universidad de Sonora. Practica el periodismo y la literatura desde 1990. Archives
July 2024
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