Por Miguel Ángel Avilés
Había una vez un amigo cuyos hijos cursaban la primaria en una escuela de paga y a la hora de cubrir las mensualidades se las veía negras. A veces era imposible cumplir puntualmente con ello y si esto no ocurría, los que pagaban el pato, en forma directa, eran los propios niños, pues, al llegar en la mañana, eran detenidos en el filtro de entrada debido al incumpliendo, mientras el resto de compañeritos brincaba sobre ellos como un tropel de búfalos. Aquello era humillante pero sus papás así lo habían querido. Y eso está muy bien, uno quiere la mejor educación para sus retoños, en el entendido que son estas opciones particulares las que lo garantizan, pero la puerca tuerce el rabo cuando esto es una suposición nada más creyendo el páter familia que estás, por cobrar tanto, son las mejores en calidad académica y, sin contar con la solvencia o el status necesario que estas simulaciones exigen, toman la decisión de sumarse cual si el qué dirán las obligara y al rato no hayan la puerta cuando el fin de mes lo tienen a la vuelta de la esquina y en la bolsa ni en el saldo de su cuenta traen un quinto. Eso lo vivió mi amigo por unos años pero un día, entre la crisis económica, más una acalorada discusión con su señora (que también contaba con mi amistad) y era la que más se aferraba a prolongar ese tren de vida , sin tener los ingresos necesarios pero una compañera de su trabajo sí y había que competirle, triunfó la sensatez, de tal suerte que, al siguiente ciclo escolar, los dieron de baja de ese colegio de nombre apantallador y los inscribieron en una escuela pública que se llamaba como uno de los tantos personajes históricos que tiene este país nomas que ahorita no me acuerdo. Digamos que de tenerlos en el Colegio trilingüe Rubens o en el Instituto Hispanoamericano Limantour pasaron a inscribirlo a la Escuela Primaria Federal Benito Juárez García o Escuela Primaria Federal Ignacio Zaragoza o Leona Vicario o Escuela Primaria Federal Julio Cesar Chávez o Hugo Sánchez o Fernando Valenzuela o Escuela Primaria Federal Miguel Ángel Avilés o la que ustedes quieran. Lo cierto es que mi amigo, en tratos y agobios, no me van creer, pasó del infierno a la bendita gloria y los niños ya mentados, de ser los que eran víctimas de bullying por haberse quedado atorados en el filtro, de un de repente pasaron a ser en la nueva escuela " los hijos del Licenciado". Verdad de Dios. Me lo contó emocionado, y aprendiendo la lección, no sin dejar de contarme las diferencias que vivía con respecto al trato que habían recibido apenas unos meses atrás en ese recinto privado en donde su felicidad era que a las maestras les llamaban miss y a los alumnos les enseñaban muchos valores. Y no se trata de satanizar ahora a esa oferta educativa. No. Más bien es recalcar ese comportamiento social de querer ser lo que no sé es. Me refiero a las apariencias, pues, a las apariencias. En el caso de mi amigo, fue notorio el día que optaron por dejarse de cosas, respirar hondo y dar el gran paso. Por fin empezó a dormir tranquilo después de mucho tiempo. La diferencia en los tratos, fue sentida de inmediato: Si allá había un ofensivo dique en la puerta cuando se debía un par de meses, acá el trato era la antítesis. De ser ejemplo de los niños cuyos padres eran morosos, acá pasaron a ser “los hijos del Licenciado”. Allá´: “Señora: ya deben más de dos meses de colegiatura , al tercero daremos de baja a sus hijos y perderán el ciclo escolar”. Acá: "usted primero, puede pasar/le gusta aquí o más allá/ donde prefiera se puede sentar" Gente lambiscona que no falta. Pero eso lo engalló ya que, en ese barrio de ciegos, él cómo tuerto quiso ser el rey. Se pasó de listo y con más ganas volvió a las ínfulas. Allá andaba queriendo ser lo que no era. Quiso alcanzar lo inalcanzable y en el pecado llevó la penitencia. Acá el trato especial por ser “El Licenciado “lo condujo a otro laberinto que saboreó al principio, casi como tesorero vitalicio, pero luego tuvo que amar a dios en tierra ajena. Despreció la esencia, y se quedó con las apariencias. Esto último, para la filosofía, es conocimiento incompleto y superficial, en contraposición a la realidad, o conocimiento verdadero y profundo, y la distinción suele hacerse tanto en la vida ordinaria, como en la reflexión filosófica y en el enfoque científico. Pero el Licenciado jamás lo supo o no lo quiso entender. …Porque los pies sobre la tierra, nunca fue lo suyo. * EL REY.. casi medio siglo sin él I José Alfredo se quiso tomar una foto conmigo en el balcón. El Rey me dice que no conocía aquí. Había pasado por estas tierras hace muchos años, pero no se detuvo hasta ver Ensenada. Abrimos unas cervezas y brindamos por la vida y un montón de cosas. Él se quedó viendo al horizonte como si pensara en ella o no sé en qué recuerdo. El cielo estaba despejado y se pintaba de un azul maravilloso. Nos tomamos otras rondas de cerveza y a mí de pronto se me cansó el caballo y me recosté por un ratito.Me sobresalté cuando José Alfredo me pegó un grito, para pedirme una pluma o lo que tuviera a la mano para escribir. Se la llevé junto con un par de cervezas más y él arrancó un par de hojas de un cuaderno maltratado que había dejado yo sobre la mesa. Nos quedamos platicando de lo que ustedes quieran y así pasaron muchas horas. Cuando le dije que ya me iba a dormír, creo que no me escuchó porque otra vez tenía puesta su mirada en un punto infinito.Al despertar en la mañana, vi que mi amigo se había quedado dormido en la mesita donde estaba mi cuaderno. De seguro se puso a escribir y ahí clavó su pico.En el piso estaban tiradas un par de hojas donde había garabateado algunas letras. “Mar , llegaste hasta la orilla que Dios te señaló..mar”. Y como que ahí lo venció el sueño…recogí el resto de las hojas con mi mano izquierda y la guardé atesoradamente para que no se me fueran a perder. El día que la termine, estoy seguro que será una bellísima canción. Ya no hice más ruido y, agradeciendo este milagroso encuentro con el hijo del pueblo, le eché encima el jorongo con el que había llegado y de nuevo me volví a dormir. Apenas amanecía y en las olas de ese mar, se observaba una quietud… II Cuando vi que un carro blanco se estacionaba frente a mi casa , estuve a punto de salir y pedirle que se fuera . Pero me acordé de la sana distancia y me detuve para observarlo desde el patio. De ese Chrysler 57, con placas de Guanajuato, bajó un tipo regordete y de sombrero en mano, sonriente y de bigote delineado, y me hizo un seña con la mano izquierda como quien acaso nomás quiere saludar. Adentro, las siluetas de un par de hombres y una mujer, sacaban su antebrazo a modo de cortesía y yo les correspondí. El chófer aquel, volteo hacia su carro como extrañado por mis ademanes pero no dijo nada. Sin más sacó una bolsa de la cajuela y me la aventó así ,como quien te avienta una naranja". A falta de cerveza (porque no encontré en todo el pinchi camino) ahí te traje eso, ojalá te guste, pinchi gordo" comentó al tiempo que yo estiraba mis manos para cacharla. "Voy pa Caborca" comentó, con voz aguardentosa, mientras abría el carro, ese donde no había nadie, salvo él. Hubiera querido darle un abrazo, decirle de mi admiración por él pero, esta vez, no fue posible. Los vecinos, eso que en ese momento nadie mira pero que nunca faltan, hoy en la mañana me comentaron, como si hubieran visto a un animal que, el carro de anoche, llevaba todo el hocico sangrando y, que a pesar de todo, ese solitario chófer, siguió su aventura. Vaya usted a saber qué tanto exageraron. No sé. Yo le di las gracias por ese gran detalle a mi amigazo y me encasqueté, luego luego, esta playera que venía en la bolsita, la cual, por cierto, me quedó al llavazo.
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Miguel Ángel AvilésMiguel Ángel Avilés Castro (La Paz B.C.S. 1966.). Es abogado por la Universidad de Sonora. Practica el periodismo y la literatura desde 1990. Archives
July 2024
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