Por Miguel Ángel Avilés
Me entero, justo un día antes de navidad, que los antiguos griegos usaban cuatro palabras distintas para definir lo en la actualidad conocemos por el término “amor”. Estas eran: eros, storge, philia y ágape. Cada una de ellas tiene un sentido más profundo que el que le damos actualmente a una sola palabra. Por un lado, el eros comprende el amor pasional, aquel que se deja llevar por el deseo y la atracción. Por otro lado, está el amor storge que es fraternal e implica la admiración y el cariño recíproco. Mientras tanto philia es similar a la amistad, supone fraternidad y admiración. En cambio, el ágape refiere al amor incondicional, aquel que acepta al otro tal y como es. Estoy seguro que todos hemos pasado por cada uno de ellos. Por amor hacemos todo, sin amor no hacemos nada. Necesitas estar enamorado de la vida para vivirla. Requieres amar a tu padre y a tu madre, para no blasfemar frente a su presencia o su ausencia. Es indiscutible que amas a tus amigos y amigas que, aun con el pasar de los años, sigues ahí, en medio de las coincidencias y también en las divergencias. Es amor y no otra cosa es que te hace tomar de la mano a tu pareja y seguir el camino, como la primera vez que la visitaste en su casa, o estuvieron en el parque o le diste el primer beso en la puerta cuando nadie quería irse o se levantaron de esa banca que sigue ahí, desde aquel pacto eterno y en silencio. Pero si el amor ágape refiere al amor incondicional, aquel que acepta al otro tal y como es, yo, ahora, me quedo con ese. Digo ahora porque no estaría mal reconocer que no siempre hemos sido así. Pero la edad, la entrega, lo entrañable, lo recibido, lo dado, lo compartido, el apego, la generosidad, las miradas, la entrañable presencia, lo imprescindible, los años, los años, los años, te hace preferir un amor así, por más que los otros no sean necesariamente despreciables. “El dar y no esperar nada a cambio, eso es lo que yace en el corazón del amor” refirió Oscar Wilde. "Para el amor no hay cielo, amor, sólo este día". Escribió Rosario Castellanos. “El amor es intensidad y por esto es una distensión del tiempo: estira los minutos y los alarga como siglos” consideró Octavio Paz Es diciembre y qué mejor oportunidad para expresar nuestro amor ágape. Porque no basta creer en él sino ponerlo en evidencia, salvo que el posible destinatario tenga poderes extrasensoriales y sepa leer la mente para que solo así se entere que lo amas o a la amas y listo, todos contentos. Jacinto Benavente refiere: “En asuntos de amor, los locos son los que tienen más experiencia. De amor no preguntes nunca a los cuerdos; los cuerdos aman cuerdamente, que es como no haber amado nunca”. Y la iniciativa debe estar en uno, a pesar de que , en esta sociedad tan fría , tan poco expresiva, tan masculinizada, por llamarla de algún modo, no exteriorizamos nuestros sentimientos de amor para no proyectarnos como débiles, raros, extraños, locuaces, sentimentales, ilusos, cursis y todos los adjetivos posibles que siempre llevan una carga denostativa. Me parece entonces que no hay que quedarse en buenos deseos, nomás. “Te deseo un año lleno de alegría y felicidad”, “que estas navidades sean de paz, amor y alegría para todos” y cumplidos por el estilo, no son suficiente si lo anterior no se acompaña de la materialización de ese amor, entendido como tal, no al amor visto como valor monetario sino como la manifestación, sin ambages ni contenciones, de eso que sientes. Da un abrazo y otro y otro más, cuántas veces se dé la oportunidad. Ofrece los besos que puedas y apapacha a la pareja, a tu hijo o hija, al resto de la familia y al amigo o amiga ya sea porque vino a ti o tú fuiste hacia ellos. “La angustia de este mundo no es diferente del amor que insistimos en contener” dijo el historiador, columnista, novelista, poeta y artista Aberjhani al cual no le falta nadita de razón. Puede que sean años, tres días, mil noches o un siglo de lluvias lo que nos hemos pasado así, resistiéndonos a decir amor y ofrecer amor. Amor ágape, sin cuestionamientos, sin recelo ni escamoteo, tampoco con dudas ni titubeos como volteando a ver quién te ve, sonrojado, como si lo que sale del alma, fuera un asunto de alta traición. ¿Traición a quién? No sé. A su fingido estoicismo, a su "fortaleza”, a su pose, a su serenidad, a su virilidad mal entendida, a su Yo decimonónico, a su variopinta personalidad de las cuales no se hace una, al "qué dirán", a los mirones, a la otredad que reclama. No sé. Yo creo que el amor ágape es más útil de lo que parece y sobre todo en estos tiempos. Y si digo "en estos tiempos", no lo reduzco a la temporada navideña, en donde lo almibarado del corazón puede ser engañoso y/o temporal. Me refiero a estos episodios actuales en donde el mundo está convulso y para rematar aterriza en inapropiado horario la ovejita negra de una familia de virus y nos pone contra la pared o frente a un espejo donde está toda la cosecha de lo que sembramos. No es que ya no nos quede tiempo, que evite postergar o procrastinar, más bien es ese tiempo, en presente, el que no hay que dejar ir para rendirle culto al amor sincero y a la amistad que de él también nace. “El amor conquista todas las cosas. Démosle paso al amor”, pidió Virgilio. Una llamada, un mensaje, un comentario halagador, un "te quiero" inesperado, una palmada en el hombro, un halago a sus virtudes, un requiebro a su belleza, un apretujón como de bienvenida, un guiño cómplice, un amor ágape sin miramientos.
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Miguel Ángel AvilésMiguel Ángel Avilés Castro (La Paz B.C.S. 1966.). Es abogado por la Universidad de Sonora. Practica el periodismo y la literatura desde 1990. Archives
September 2024
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