Por Miguel Ángel Avilés
Este texto alguna vez se llamó La legalización de las drogas pero, como me lo quiero auto plagiar, nomás le cambié el título y pegándole una revolcada a la gata como suelen hacerlo algunos investigadores sociales muy connotados de esta región, para que parezca otro, lo ofreceré, cínicamente, a dos tres revistas especializadas para inflar mi currículo y, si ninguna me pela, habré de guardarlo, por ahí, como cosa perdida, con la esperanza de que el día de mañana, me propongan como ministro y al grito de ¡viva Yasmin Esquivel! tenga suficiente material de mi autoría para apantallarlos. Paso a fusilarme a mí mismo: Decía en aquel entonces que a estas alturas de mi vida no he consumido más drogas que no sean de las consideradas legales o que no hayan sido ordenadas por un médico. Soy adicto, eso sí, al café, a un par sólo un six, cuando mucho otro six de cervezas obscuras de reconocida marca, a un caballito de un buen tequila validado por el CRT, a los tacos al pastor y a una infinita variedad gastronómica; Tengo, además, cierta debilidad por los mazapanes De la Rosa, las gomitas, los dulces Tomy y los chocolates Big Hunk. También soy aficionado a las siestas, al fútbol, al box, a cualquier tipo de música sobre todo de antaño, a un buen libro, a practicar, cuando me dejan, el arte gastronómico, a los viajes cuando se puede, a escribir tonterías, a la lucha libre, a la charla con los amigos y amigas que, por cierto son muchos, a una que otra más que se me olvide ahorita y párale de contar. Soy, además, un irremediable admirador de la belleza femenina en la más amplia acepción. De ahí en fuera, que yo recuerde, no tengo otros vicios. Con estas pudorosas confesiones, trato de dejar constancia desde ahorita que lo que voy a decir enseguida y que puede acarrear la desestabilización del país, no tiene ningún interés o beneficio personal: Estoy a favor de la legalización de la droga. Las razones para estarlo son infinitas y no voy a inventar ninguna. Mejor me remito a estas que en la revista Forum puntualiza Juan Carlos Hidalgo y que si no quieren leerlas, tienen la opción de saltarse hasta donde más adelante retomo el tema o rastrear la columna original que ahora me estoy auto plagiando. Resumiéndolo, considera que la legalización pondría fin a la parte exageradamente lucrativa del negocio del narcotráfico, al traer a la superficie el mercado negro existente. La legalización reduciría dramáticamente el precio de las drogas, al acabar con los altísimos costos de producción e intermediación que implica la prohibición. Legalizar las drogas haría que la fabricación de dichas sustancias se encuentre dentro del alcance de las regulaciones propias de un mercado legal. Bajo la prohibición, no existen controles de calidad ni venta de dosis estandarizadas. El narcotráfico ha extendido sus tentáculos en la vida política de los países. Importantes figuras políticas a lo largo de Latinoamérica han sido ligadas con personalidades y dineros relacionados con el tráfico de drogas. Con la legalización se acaba el pretexto del Estado de socavar nuestras libertades con el fin de llevar a cabo esta guerra contra las drogas y vernos a todos como enemigos. Eso y más refiere Hidalgo. Pero la resistencia es entendible. Ya lo dijo alguna vez el hombre de Georgia, Estados Unidos David T. Johnson, director de la oficina de narcotráfico internacional del Departamento de Estado: En el negocio de las drogas en México participan directamente unas 150.000 personas que mueven capitales hasta por 25.000 millones de dólares. Adicionalmente, unas 300.000 personas participan en el cultivo de marihuana y opio. Esa cantidad de protagonistas produjo unas 18 toneladas de heroína en 2008 y casi 16.000 toneladas de marihuana, orientados directamente al mercado estadounidense. Aquí se arremolina toda la razón por la cual hay una avalancha publicitaría para vendernos la idea de que traer el manejo de las drogas al terreno de la licitud, sería un caos. Lo otra, no menos importante, es la desinformación e ignorancia de mucha gente que cree que la legalización de la droga será un cheque al portador para que esta circule sin restricciones de salud y jurídicas alguna por el libre mercado. Como no saben que esto implicaría un riguroso control en su consumo tanto en el ámbito legal como en el de salud pública, algunos han llegado a pensar que será tanta la libertad en su uso, que la Cocaína, la Marihuana, las Anfetaminas, las Metanfetaminas, el Éxtasis, el Ritalin, el Herbal Ecstasy/Efredina, el Crack, la Heroína, el PCP, LSD, los Hongos, los Inhalantes, los Esteroides y, ahora el fentanilo, al siguiente día de su legalización estarán formando parte de la canasta básica. Figúrese que no es así. Para quien estaba con el alma en un hilo o, en todo caso, para quienes ya se les estaba haciendo agua la boca, mi obligación es decirle que esto no es cierto. Sé que esta precisión no les resultará suficiente. Sé también que, en cuanto el crimen organizado mundial lea esta columneja, lanzarán una cruzada para restarle toda credibilidad y contrarrestarán estos irrebatibles argumentos con un reforzamiento mediático para que la gente siga creyendo que el legalizar la droga sería la perdición total sobre todo de nuestros jóvenes. Mientras eso sucede y antes que un comando de sicarios me escabeche o un francotirador me ejecute desde lo alto de un mezquite cuando yo vaya a comprar mi dotación de tacos al pastor, me mantendré estoico en este teclado para insistir en que el asunto de la legalización no traerá consigo el resultado catastrófico que han logrado venderle a la creencia ciudadana. Muchos piensan debido a esta idea que, liberada la droga, usted la podrá encontrar en cualquier punto, incluyendo en el changarro de la esquina. Entonces surge una paranoia colectiva y agarra vuelo al grado tal que todo mundo está a la expectativa de lo que pasará una vez que se logre su despenalización. Se cree así, equivocadamente, que un adicto contumaz podrá ir a cualquier tienda de conveniencia que ya conocemos y que, con toda facilidad, podrá adquirir en el departamento instalado para ello, su bolsa de coca, su paquete de marihuana o su cajita de cristal como si adquiriera un cereal o canela o un quintal de harina. Ya veo a los adictos de mi barrio esperando a que yo pase a su lado con gran indiferencia rumbo al Wal-Mart para tirarme con un billete a fin de que les traiga, por favor, medio kilo de cristal, una cajetilla de cigarros de marihuana y, lo que sobre, de mocochango. Hacia allá va la creencia. Otros suponen que se establecerán cadenas o franquicias de todos estos productos y se anunciarán en la tele y promocionará, como gancho, el día de la Coca y la verdura. Tampoco. Se cree incluso que estas novedosas empresas darán facilidades de pago y venderán la droga a crédito como lo hace Coppel o la mueblería de su preferencia. No. Para nada. Pero no falta el que se deje sorprender y crea que, de pronto, llegará una motocicleta a su casa y, desde la puerta, el conductor le gritará: -Señora: ¡el abono de la mota! Sé que esto es difícil de entender. El narco está haciendo su parte y el gobierno, por más que nos digan otra cosa, no está haciendo totalmente la suya. Por eso, recalco, el pueblo se cree el cuento de que no tardará una semana a partir de su legalización para que encontremos muchachos por aquí, adolescentes por allá, todos muertos y con una jeringa en el abrazo, mientras que en la tienda departamental de enfrente se anuncia, con edecanes y toda la cosa, gran remate de heroína, LSD, peyote y colitas de borrego de finísima calidad. Es cierto que ahora ya algo de eso , un tanto porque no se puede esconder una realidad, otro tanto por decisiones de la corte que la hacen permisible y que, a diferencia de otros tiempos , en los cuales al vendedor en el primer grito lo hubieran agarrado de las greñas y los hubieran trasladado a los separos de la otrora PGR al estar cometiendo el delito contra la salud en dos tres modalidades, hoy en día , ya hasta de giro comercial han cambiado y el que te vendía donas o chicharrones, colgó la freidora e invirtió sus ahorros en el gran negocio que le promete la venta, calle por calle o casa por casa de ma-ri-gua-nol como si vendiera tamales o empanadas de cajeta. Esto, sin embargo, por más insólito que parezca, es lo que tarde que temprano habrá de hacerse con otras drogas y tendrán que apechugar, los que verdaderamente son los conservadores y/o los que, metidos en el negocio –sean gobierno o particulares- obstaculizan su despenalización. El que se vuelva legal no debe de asustarnos pues si bien la impunidad en el país en las recientes décadas ha ido en ascenso pero, tal medida evitaría que no llegamos a tanto. Y es que eso nomás falta: que el Mayo Zambada apadrinara una generación del Tecnológico de Monterrey, por ejemplo, y que el Chapo Guzmán, el renqueado en la lista de Forbes y recién deportado por los gabachos, le fuera entregada, por el Congreso de la Unión, la medalla Belisario Domínguez. Entonces sí: este columnista se tendría que ir, como Jaime López y el Piporro, por cigarros a Hong Kong. Por mi propia voluntad, por miedo o por precaución, pero me tendría que ir. O a lo mejor no. Quizá aquí también vale explorar y quien quite que, con la legalización, consigamos meter al terreno de lo derecho hasta a los propios narcotraficantes. Se vale soñar. Con el fin de abatir este flagelo de las drogas, se le puede proponer al gobierno mexicano que convenga con estos malosos y a cambio de reducirles sus condenas, ellos pudieran colgar los guantes y así como lo hicieron en su momento los grupos guerrilleros que andaban en la clandestinidad, meterse al redil de lo público y competir como cualquier honorable empresario de esos que tantos hay en nuestro país. De este modo, en un tiempo no muy lejano el Congreso de la Unión en mancuerna con las Secretaría de Gobernación, pudieran organizar por primera vez, digamos en el Estadio Azteca o en el Auditorio Nacional, El Primer Congreso Nacional de Narcotraficantes radicados en México. A fuerza de proponer, se me ocurre que lo pudiera patrocinar Televisa, TV Azteca y, claro, la Coca-Cola para que no falten los chescos. De igual manera, así como lo hace la FIL, se pudiera tener cada año a un país invitado para que nos hablara de su experiencia en esta lucha en pro de la legalización. A mí me parece bien que el primero sea Colombia, el cual, desde luego, quedaría registrado en la historia como el padrino de este gran proyecto. También se pudiera tener mesas de trabajo o conferencias magistrales que estuvieran encabezas por un sicario, un tirador, un burrero o un narcomenudista. En fin. A mí todo esto, la verdad, se me hace maravilloso. No sé a ustedes… En fin.
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Miguel Ángel AvilésMiguel Ángel Avilés Castro (La Paz B.C.S. 1966.). Es abogado por la Universidad de Sonora. Practica el periodismo y la literatura desde 1990. Archives
September 2024
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