Por Miguel Ángel Avilés
Recuerdo aquel mes de julio que regresábamos a Hermosillo después de un kilométrico tours y el camión hizo escala en Mazatlán para que estiráramos las piernas, disfrutáramos del paisaje marino y camináramos por los alrededores del puerto como lo que en ese momento éramos: unos auténticos turistas. ¡Faltaba más! Sin embargo, cuando nos bajamos un fuerte aire nos pegó en la cara y ,aun desde lejos, pudimos ver que el mar estaba muy picado , como si estuviera de mal humor. Algunos estaban distraídos comprando chácharas o buscando una pulmonía con tal de pasearse un ratito, nomás que en eso empezó a llover y nos cambió todos los planes. A mí me dieron un paraguas nomas que nunca entendí si era para que lo abriera o para que lo cerrará porque cuando lo quería abrir se cerraba y cuando lo quería cerrar ya estaba abierto. Después de algunos intentos, mejor opté por dejarlo pues ya no supe si eso que tenía en mis manos era un paracaídas, una escoba maldita, un árbol viviente o un papalote. Cae cae cae. Se va a bolina la imaginación, buena cuchilla la picó. Llegué a pensar que, de un jalón, cual, si me trepara en unas sábanas, ascendería al cielo, como Remedios La Bella y me iría para siempre a los altos aires en donde no podrían alcanzarme ni los más altos pájaros de la memoria. Pero no nada de eso. Nada más se me figuró, no anden creyendo todo lo que les dicen porque al rato, cualquier loco los engaña. Lo cierto era que merodeaba un huracán y para mí, son palabras mayores ,al saber lo que puede implicar que un fenómeno meteorológico así, alcance tierra y por experiencia propia desde siempre me entra una buena carga de miedo, tanto que ,anualmente , si las precipitaciones vienen cargadas con fuertes aires ,rayos y truenos , vuelvo a ser niño y busco el refugio que ese año del setenta y seis sin condición, me dio mamá. Supe lo del chubasco porque a lo lejos, allá abajo, vi que ondeaban unas banderas negras, o rojinegras, si bien me acuerdo y esos colores indicaban, mínimo, una advertencia, ya sea para que no se metieran a bañarse o, si lo hacían, era bajo su propio riesgo. Aparte está la capitanía de puerto que, en resumen y en operación Yasmin “ una oficina encargada de hacer cumplir las normas de un refugio marítimo o puerto en particular, con el fin de garantizar la seguridad de la navegación, la seguridad portuaria y el correcto funcionamiento de las instalaciones portuarias”. Esto de las banderas se trata de un código internacional basado en colores que es necesario conocer para evitar accidentes, recomendaciones y cuidados para mantenerse seguros y disfrutar en el agua. Suelen ponerse donde se ubican los salvavidas o guardavidas o como le guste usted llamar, unos muy atlético, bronceado, con ojos verdes o azules, otros muy esféricos, azabaches y con panza cervecera pero se encargan encargar de checar las condiciones y deciden qué bandera izar, durante la mañana, el mediodía y media tarde, de acuerdo a la toma de un registro específico que van haciendo para ir que actualizando este código. Los colores de un país a otros, suelen variar, pero hasta donde pude averiguar ayer, en México esto quieren decir: Bandera Verde: excelentes condiciones para meterte al mar, la Bandera Amarilla: debes nadar en el mar con precaución. Bandera Roja: condiciones peligrosas por lo que no puedes meterte al mar. Bandera Negra: hay tormenta eléctrica, lo mejor es alejarse del mar. Ignoro quien lo clasificó así, si fue al azar, si el que lo hizo se dejó llevar por los colores de los equipos de fútbol, o si echó un tin marín o si tenía alguna afectación daltoniana, pero esas son las reglas y tendríamos que respetarlas. Tendríamos, dije, pero es aquí en donde la cochi tuerce el rabo. Estarán de acuerdo conmigo si les platico, a modo de ejemplo, que a pesar de esas banderas colocadas esa vez en Mazatlán y la advertencia que significaba, se podían observar a más de un oriundo, residente, o gringo, desafiando a la naturaleza, pese a todo el fúnebre historial que hay por andar jugándole al macizo. Se podrá decir que algunas partes no se ven dichas banderas, pero mucha gente está frente a la tempestad y no se hinca: oscuros nublados, un aguacero, la marejada a todo lo que da , las olas tan altas que se le haría agua la boca para surfear a mi apreciado amigo Zacarías y casi se aparece Noé con una parejita de animales en cada brazo , lidiando al diluvio y ni así la gente hace caso. No obstante, el escenario, pareciera que los señalamientos, o un letrero similar les dijeran: “Cáiganle, estas aguas son un remanso ““Que esperas para meterte, las ráfagas de aire que mueven a esas lanchas, es mera percepción ““Siga, esta calma y el sosiego es para usted y su familia” El que se ahogue primero, ese gana” “ ha llegado en huracán: asista y diviértase”. Todas las advertencias están en inglés o en español. no en arameo o escrito en taquigrafía. No hay pretexto para no leer los anuncios, salvo entre los bañistas predominen las personas con discapacidad visual o un alto porcentaje de disléxicos. Es decir, por más que suceda, no se agarra juicio y el pueblo bueno y sabia sigue terco a confiar en su libre albedrío. Qué bueno que su autoestima esté tan alta, nomás debe quedar claro que soldado advertido no muere en guerra o lo que es lo mismo, sobre aviso, no hay engaño. Es cierto que hemos padecido muchas desgracias o tragedias a consecuencia de la negligencia o la corrupción gubernamental, pero vale decir que de este lado ciudadano también nos da por ser irresponsable. Ahorita mismo puede que esté alguien queriendo chapotear en algún oleaje de Los Cabos, pese a que la Zona Federal Marítimo Terrestre (ZOFEMAT) del municipio hizo un llamado a la población y turistas que se encuentran gozando de estos lares, para estar alerta sobre el color de banderas izadas en cada una de las playas, en el entendido que tres de ellas ya cuentan con bandera negra, por lo que permanecen cerradas debido a los efectos que puede traer el huracán Norma. Estoy leyendo que “la irresponsabilidad ciudadana se define como la incapacidad, falta de voluntad de un individuo para cumplir con una obligación o tarea asignada. La irresponsabilidad social es el reflejo de que los integrantes de una sociedad no toman en consideración las repercusiones que tiene su accionar sobre ella, lo cual evidencia la carencia de respeto a los principios y valores por los que están llamados a regirse en sus relaciones con los demás”. A quien lo haya definido así, no le falta razón. Somos propensos al desafío, pareciera un deporte en el cual gana el participante que en más ocasiones intente jalarle los bigotes a un león. Lo es en esto del mar, pero también en los arroyos en cuya orilla yace un carro viejo pues su dueño quiso pasar, muriendo ahogado en el intento. Igual en otros balnearios que han sido tema de nota roja porque alguien perdió la vida al ignorar una boya e irse más allá de lo permitido hasta encontrarse de sorpresa, con un canal de navegación para los barcos y perderse de vista, apareciendo a flote más tarde, ya sin vida. La lista es amplia: el juego de la ruta rusa, el desafiante que se pasa la luz roja, el que comercia con juegos pirotécnicos o pólvora, el contagiado y luego contagiador por puro atrevimiento al desairar las recomendaciones y por ese estilo hasta el infinito. Estén a la vista o no, sean imaginarias o figuradas, simplemente, alrededor nuestro se encuentran puestas muchas banderas. Ya es cuestión de cada quien, y su civismo si las respetamos o no, pero también en ese desafío que cada uno se encargue de sus propias consecuencias.
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Miguel Ángel AvilésMiguel Ángel Avilés Castro (La Paz B.C.S. 1966.). Es abogado por la Universidad de Sonora. Practica el periodismo y la literatura desde 1990. Archives
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