Miguel Ángel Avilés
_ “Quédate un momento calladito" Esa fue la petición que, con aparente sutileza, le hizo una joven mamá a su hijo quien no pasaba de los seis años de edad. Lo escuché, metichemente, en una tienda departamental, a fines de año, mientras yo observaba una camisa que me quería comprar, pero me quedó chiquita. La conciencia me habló como de seguro habría querido hablar ese niño y me dijo, sin filtros, todo lo que pensaba. Nada se guardó: que tienes que bajar de peso, que ya es hora de que reanudes tus caminatas, que nada de harina ni de azúcares y una lista de lugares comunes que tuve a bien tomar en cuenta, durante todos estos meses, hasta conseguir los esbeltos resultados que tiene ustedes a la vista. Yo le agradeceré siempre que me lo haya dicho y ella, supondré, no vivió conmigo la cultura del silencio, esa práctica social que se acostumbra a no decir lo que se piensa, a costa de simular, la que mira lo que todos miran y saben, pero de las que nadie habla o la mayoría prefiere callar. La verdad en ocasiones es muy dolorosa, sí, pero el quedarse callado solo hace que el problema crezca y genere consecuencias aún más negativas. Volviendo al caso del niño, es necesario reconocer que apenas vimos ese fugaz episodio en donde la mamá ponía en práctica sus habilidades franquistas y no puedo concluir solo por eso, que ella sea una tirana y que tarde que temprano será derrocada o sus crios exijan la revocación de su mandato. No. Entiendo que existen etapas de desarrollo, sobre las cuales Piaget , Skiner, Erikson y demás autores sobre los que me habló una brillante profesional de la Psicología, ya dijeron un montón al respecto sin que esto constituya un dogma pues tales personajes hablaron de lo esperado , de acuerdo a sus arduas investigaciones pero eso no quiere decir que sea definitivo, ya que cada niño o niña evoluciona de manera distinta, a partir o considerando los factores familiares o sociales que lo marquen. Simplemente la traje aquí como material didáctico para resaltar ese modelo educativo en donde se normaliza el mutismo, a partir de que fuiste educado así, con extrema verticalidad en la toma de decisiones, por más que, dentro de ti, estén en ebullición permanente un montón de sentires y decires, que nunca fueron soltados pero el estallamiento es inminente. Porque a decir de los expertos, reprimir las emociones a temprana edad, puede causar afecciones de salud mental, que a la postre se traduce en una sensación de estrés e insatisfacción completamente contraproducente para tu estado anímico. Por el contrario, si consigues expresarte, te tranquilizas, porque nada por decir queda adentro, y se alcanza un control total de nuestros pensamientos, pero más que nada, contarás con la libertad para decir cómo te sientes. Aparte dejamos constancia de lo que nos parece o no , de lo que se cree o no se cree, de lo que es cierto o es pura falsedad. Sin jugarle al experto, creo que eso ayuda mucho para reforzar a tu amor propio y este es importante porque sienta las bases de nuestra relación con nosotros mismos. Cuando más practicamos el amor propio, refieren por ahí, “nos aceptamos por lo que somos y reconocemos nuestra valía, lo que repercute de forma saludable en nuestra autoestima”. “Quererme mucho a mí mismo no me impide amar a los demás. Por el contrario, mientras más grande es mi autoestima, mayor es mi capacidad para querer a los otros (…) Solemos asociar el término “egoísmo” a una serie de actitudes negativas. Decimos que la gente egoísta sólo piensa en sí misma, que no comparte, que le falta humildad, que es avara y poco solidaria…” Lo anterior es de una reseña que hacen del libro De la autoestima al egoísmo de Jorge Bucay, el cual una vez lo leí y me gustó. Entendamos que expresar algo que no nos gusta es tan importante y meritorio como decir que algo te agrada. Que no te incumba lo simple que sea lo que digas: puedes referirte al sazón de una comida, a una vestimenta que llevemos puesta (aunque nos quede chiquita )o una persona que esté cerca de ti y te agrada. O que no. Expresar las emociones es simplemente liberador, para no andar llorando a mares después, un día sin quererlo. Hay que aprender a decir, con mucho respeto, lo que piensas en lugar de callar tus emociones porque, inducido en alguna fase de su vida te tragaste el cuento o compraste la idea que te iba a llevar el coco, o que se iba a morir alguien o que se iba a empeorar la situación en casa. Nada de eso. Y si pasa, la culpa no será de uno. El no hacerlo en su momento, trae consigo que una noche convulsiones de tanto coraje retenido o arremetas contra una pared como si fuera una peraloca. Eso sí:no confundamos a Chana con Juana. Para expresarnos no es requisito ni condición ineludible la ofensa ni algún comentario iracundo o hiriente a nadie. Esa es una premisa básica para cualquier diálogo que se jacte de ser civilizado. “Qué bonita estás, estás igualita… el que sí está muy feo es tu esposo…” expresaría una tía mía, la ocasión aquella que volvió al rancho su ahijada a visitarla después de años sin verla, desde que aún era soltera. Y siguió visitando a su madrina, pero el esposo se negó, rotundamente. Lo digo para que comprendamos que los responsables de nuestras emociones somos nosotros mismos. Que los demás no paguen el pato de tu ira o tu frustración (o de una extrema sinceridad como la de mi tía) a fin de no provocar resentimiento y enojo. Lo recuerdo no para que se le vayan encima al espíritu de mi tía, sino, al igual que utilicé el pasaje sobre el niño, es porque también en este derecho que ejercemos de expresarnos, está la libertad de permanecer callado, pero no a fuerzas ni por censura sino porque decidimos anteponer la cordura o la prudencia. Ya me iba, pero creo importante resaltar que la señora le dijo a su hijo _ “Quédate un momento calladito" Es decir, solo le pedía que cerrara el pico por un instante, un segundo, un minuto, un santiamén, un relámpago, un soplo, un tris y ya. No es ocioso que lo aclare, porque a muchos le pudieron haber dicho así y hasta la fecha, ya de grandes, siguen cumpliendo con esa orden o de un de repente, de ser muy expresivos, hablantines, sin filtros o sin tapujos como ese niño, de un de pronto frente a lo que venga hacen mutis. Esto es muy, pero muy peligroso, porque ahora como adultos y siendo auténticos ciudadanos , puede llegar alguien , el que sea, más imperativo que esa madre, o burlarse , o reírse de cualquiera , echar camorra o arrullarnos con mentiras como si fuéramos de pecho o insultarnos o tratarnos como o si no tuviéramos ni voz ni voto o como si él o ella, tuvieran, en exclusiva, la última palabra y no sería nada sano, que tú, él, nosotros, vosotros, y ellos, después de ser unos quijotes del libre albedrio, unos insurrectos de tiempo completo, ahora nos quedáramos calladitos, calladitos, calladitos.
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Miguel Ángel AvilésMiguel Ángel Avilés Castro (La Paz B.C.S. 1966.). Es abogado por la Universidad de Sonora. Practica el periodismo y la literatura desde 1990. Archives
September 2024
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