DE PASEO
Miguel Ángel Avilés I. Los Polivoces y ella Ella me reconoció, yo no. Pese a todo lo que llevaba adentro: ella. "Acuérdate", me dijo y con detalles que me dio, pude acordarme. Ella recordaba todo y tenía razón: cuando nos vimos por primera vez me comentó, con cierto mimo, que yo me reía haciendo una mueca hacia mi mejilla derecha. Es verdad. Luego, seguido de varios temas, terminamos hablando de Los Polivoces. No tengo idea el por qué llegamos a ese punto pero, además de esos personajes, recorrimos todas las series de aquella época. Pese a todo lo que llevaba ella adentro. Que buena memoria: Ella tenía la ternura de una mujer que se enamora, pero una vida que trastabillaba día a día, en ese lugar y sus alrededores, como si el tiempo fuera un reloj contra sí misma. No obstante, era cálida y platicaba conmigo como si fuera mi mejor amiga y recordaba su casa en no sé qué falda de un cerro rocoso de Nogales, ahí mismo donde, de niña, según me contó, veía a Los Polivoces, en una televisión chiquita en blanco y negro. Siento que así me miraba ahora: en blanco y negro: el día y la noche, la vida y la muerte, el éxito de Los Polivoces y su ocaso después de la ruptura. Que tiempos fueron esos, cuando Los Polivoces alcanzaron la fama y se encontraban en los cuernos de la luna. Ella (la que hoy es lo que es, la que brinda conmigo por no sé qué cosa, la que amanecerá en alguna parte) era apenas una niña y papá y mamá seguían tan unidos como Los Polivoces. No sé cómo es que ahora esté aquí, departiendo con quien se ponga enfrente y haciéndose a la idea de que uno siempre debe seguir jugando a ser feliz, pese a todo lo que lleva adentro (adentro de su alma, adentro de su sangre) y esa voz traposa que le cambia de tono a cada rato. A veces ternura, a veces coraje, a veces una niña en Nogales frente a esa televisión en blanco y negro, a veces torbellino, a veces dormida de tanto beber, a veces divagando, a veces mimosa, a veces desquiciada, a veces esta que me reconoce. Pero yo no. A veces yo no, hasta que me habla de Los Polívoces y yo me río. Es cuando, de inmediato, se me hace una mueca en mi mejilla derecha y de este modo ella me reconoce. Pese a todo lo que llevaba adentro. Ella ríe como si se viera en un espejo para reencontrarse como su vida pasada y así no llorar de la emoción. Yo la contemplo, mientras escucho lo que se cuenta a sí misma. Habla en muchas voces: voz recién nacida, voz niña, voz hambrienta, voz suplicante, voz herida, voz deseosa, voz adolescente, voz mujer, voz amorosa, voz delirante, voz viajera, voz ajena, voz lejana, voz quejumbrosa, voz embustera, voz alucinante, voz presencia, voz ausencia, voz moribunda, voz de la nada y voz de todo. Pero ella me reconoció, yo no. Pese a todo lo que llevaba adentro: ella. La de una sola voz: todas. II. Yo no manejo ni mis emociones. Yo no manejo ni mis emociones. Por eso viajo en camión. Ruleteros le llaman en Hermosillo. Lo hago así desde que llegué a esta ciudad en 1984. Ahora me siento a lado de una señora quien me dice que va a la 5 de mayo, donde trabaja en casa. Lleva sus manos en el pecho para atenuar el frío y apuñar una bolsa de plástico donde carga su lonche. El olor es inequívoco y provocador: "Son burritos”, pienso yo. "Son burritos”, confirma ella. Espero unos segundos. Pero no me ofrece. El centro de la ciudad es un tumulto. Un andar de hormigas azuzadas, un bullicio de pájaros a ras. El camión hace su parada. La señora sigue su camino, su vida. Yo me quedo. III. Los Ojos Me entregan una papeleta que promociona un viaje a Londres pero no entiendo para nada las instrucciones del concurso. Viste de soldado inglés pero su acento es notoriamente argentino. Él me lo confirma y de inmediato identifica a Borges que está en la pasta del libro que llevo y donde este ríe con soltura. Cita algunos de sus libros y despotrica contra un ex funcionario de su país que hará tiempo comentó una tontería estilo Fox sobre Don Jorge Luis. Ella, para nuestra desgracia, está retirada de nosotros. Promueve el concurso con otro transeúnte. Aceptan tomarse la foto a condición de que sea también con Borges. Él llama a ella para que se acerque y, ante eso, yo llamó a Dios para agradecerle. Los cuatro posamos para la cámara mientras un tercer peatón la hace de fotógrafo. Los ojos de ella tienen un azul transparente y su piel es blanca como la luz. Borges sigue sonriendo con malicia y posa lleno de gracia para la cámara del mundo con su mirada universal. La claridad del día lo ve todo. Una pareja de jóvenes me sugiere el cielito café porque el de sambors está muy malo. Camino por calles bulliciosas. Jamás nunca me habían dicho tantas veces *joven" o " caballero " ni siquiera cuando lo fui. Los tipos de café son infinitos. Antes sólo había café negro o café con leche y punto. Ahora este lenguaje sobre los cafés modernos ya puede competir con el lenguaje médico o el de un abogado mamón que innecesariamente quiere apantallar. Yo pido uno normalito pero con leche de almendra nomás para que vea la joven que tengo competencia comunicativa y me pongo a su altura para pedir. Desde aquí veo que la noche está llegando. En unas horas todo este lugar se pondrá tan negro como el café de antes. Me bebo con tranquilidad el que yo pedí. La leche de almendras sabe igualito que la leche de vaca. No todo cambia. No todo. IV. La Mirada Apenas amanece y la tenue luz del día nos hace ojitos a través de esa ventana. Una pareja se sienta a disfrutar un par de cafés en esa mesita del Mercado. Ambos son invidentes. Él está frente a ella. Se tocan las manos, se sienten, se conocen. Afuera la gente camina un camino a ciegas. Aquí, cerca de su mesa, todos se observan, todos observan. Un viejo mantiene su vista en cualquier punto y mueve una cuchara en el negro mar que habita en esa taza. Dos mujeres atraviesan el pasillo y van seguidas de un puñado de ojos que arañan sus encantos. La pareja de invidentes construyen un mundo de palabras. Ellos lo ven todo: la radio que se escucha, la guitarra que rasca un trovador, el estruendo de esa olla que cae en un de repente, el hojear de un periódico, el timbrar de una caja registradora oxidada y vieja. No cabe duda: la mirada que mejor ilustra es el silencio. V. Los Pareceres En una esquina de mi colonia está pegado, desde hace poca más de una semana, un cartel a color, de muy buena manufactura, que anuncia el extravío de un perro y ofrecen recompensa para quien informe sobre su paradero. En la foto, la mascota en cuestión tiene su cara chata, es café y muy robusta, tanto que parece un cochi. No es por desalentarlo, pero el dueño debe ir pensando en resignarse y dedicarse a buscar otro animal para sustituirlo por este. Tomemos en cuenta que, de acuerdo a la fecha que fue puesto el cartelón, estábamos a un paso de festejar la navidad. Algún vecino, de esos que no respetan las cosas ajenas, pudo irse con la finta como yo y no darse cuenta de que no era un cochi. Ni los comensales que estuvieron esa noche en su casa, tampoco. © Miguel Ángel Avíles
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Miguel Ángel AvilésMiguel Ángel Avilés Castro (La Paz B.C.S. 1966.). Es abogado por la Universidad de Sonora. Practica el periodismo y la literatura desde 1990. Archives
September 2024
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