Por Miguel Ángel Avilés
Como soy un aficionado al deporte de las patadas desde tiempos inmemoriales, siempre que escuchaba que alguien andaba bajo en defensas, por cuestiones de asociación mental suponía que se referían a un equipo en particular de la primera división en México, de menguado presupuesto, que no había podido invertir en mejores contrataciones. El Atlético Potosino, el Unión de Curtidores, el Zacatepec o algo así porque lo que era el América, desfilaban de los setenta a los ochenta, grandes zagueros como Popeye Trujillo, Sánchez Galindo, Pichojos Pérez y el Confesor Miguel Ángel Cornero. En los ochenta pues quién más: Trejo, Tena, Manzo y, claro, mi apreciado amigo, Vinicio Bravo. Los bajos en defensas, pues, eran otros, suponía yo, al tiempo que escuchaba una tos seca que venía de lo penumbroso de un cuarto, o veía a mi madre que se acercaba con un té de borraja para que se fuera esa despiadada gripe que, durante una semana , me traía tan aporreado, casi como quedó Wilfredo Gómez contra Salvador Sánchez por andar de hablador. Pasado el tiempo, pero no tanto, pude enterarme que tener las defensas bajas significaba que tu sistema inmunológico o inmunitario está debilitado ante la amenaza de bacterias, virus y otros elementos externos que puedan agredir a tu organismo. ¡A la bestia! Eso me hace suponer que esa vez que me dió gripe, la cual, por cierto, se contagia por vía aérea (tos o estornudos), por contacto con superficies contaminadas (mantas o picaportes), por saliva (besos o bebidas compartidas),por contacto directo con la piel (apretón de manos o abrazos), yo andaba bajo en defensas por no hacerle caso a mí’Ama como ahora algunos no le hacen caso al sector salud. Sus guisos- los de mí’Ama, no loas del sector salud, llevaban todo lo indicado - verduras, carne, y uno que otro menjurje - pero su servidor optaba, a veces, por esquivar el menú que ahora tanto extraño y optaba por zamparme chucherías llenadoras para seguir jugando en la calle pero no me dejaban nada bueno, acaso nomas una peste a mayonesa por culpa de ese taco que me convidó alguien pero que no me gustó y me seguí tomando una soda engordadora mientras disfrutábamos un descanso en el porche de la casa o abajo de esa mata de mango que nació de pronto en el terreno de enfrente que un día limpiamos para convertirlo en el campo donde se dirimieron mil batallas hasta el diario obscurecer. Para hacer todo esto y no tener que recibir la aplicación de un buen de inyecciones de penicilina que me aplicaba doña Elisa, para que se me desinflamaran las anginas , la clave era entonces fortalecer el sistema inmunológico , lo cual se lograba lavándose las manitas de forma adecuada y frecuente., hacer actividad física moderada, procurar tener un sueño reparador, manejar el estrés para evitar bajar las defensas, evitar los lugares muy concurridos, no consumir azúcar, comida procesada y/o rápida, ni grasas trans nosequé. Según yo, cumplía con la mayoría de ellas, salvo lo del azúcar, la comida procesada y, de vez en cuando los lugares concurridos si es que íbamos a la playa, al estadio Guaycura o a la Lucha libre un que otro sábado en el Deportivo Corona. Aparte en casa a mi madre solo le faltó sembrar mariguana y por tanto, nunca faltaba la fruta de temporada y la verdura recién arrancada, ahí en el patio grande, a unos pasos de la sala. Tampoco nos faltó la carne porque también creaba gallinas, engordaba puercos o ejecutaba, sicariamente, uno que otro animal traído del rancho. Por si fuera poco, antes de irnos a la escuela nos coaccionaba, so pena de meternos un chanclazo, para que tomáramos a tragos gordos un licuado de Cal-C- tose y, ya entrada, nos suministraba un par de cápsulas de aceite de tiburón que un maistro pasaba en un carrito, vendiéndolas Con muchas limitaciones sobre las que nunca se quejó, pero de que le daba de comer bien bueno a su familia y quien llegara, por tanto, la obtención, asimilación y digestión de los nutrimentos que requiere un organismo con doña Rufina Castro, estaban garantizados. Eso sí, no recuerdo que anduviera distinguiendo entre las opciones que teníamos que cosa era vegana o no, que producto era orgánico o no, ni qué ingredientes eran artesanales o no. Se los juro, a todas las generaciones actuales, anticipadas y remisas, se los juro. Y es que por más esfuerzos que hago, no puedo imaginarme a mí’Ama gritándonos: “Chamacos : ya está el desayuno, vengan a comer estos huevos orgánicos…” “Niños, a cenaaaar… les hice unas tortillas de harina artesanales amasadas con requesón y unos frijoles calduditos… “oigan: dejen ese balón y vayan a cortar unas calabazas, una mano de plátanos para ponerlos madurar, las naranjas que estén maduras, unos mazos de cebolla y un balde de tomates gordos, porque toda la semana les voy a tener que hacer pura comida vegana ..” No, para nada. Ese idiolecto en mi madre santa no cabía y bajita la mano, le hubiera parecido muy ridículo. Lo que sí cabía era un enorme corazón y una gran fortaleza ante la vida hasta que un día se le bajaron todas las defensas y frente a esa fregada enfermedad, no hubo poder humano que diera la pelea como el América o Salvador Sánchez la daban contra sus rivales hasta vencerlos. Dicen también que, para eso del alivio contra el estrés pandémico y tantos males, el llorar es bueno. Y puede que sea cierto. Ya veremos. * Comentarios: Correo electrónico [email protected] Facebook: Miguel Ángel Avilés Castro
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Miguel Ángel AvilésMiguel Ángel Avilés Castro (La Paz B.C.S. 1966.). Es abogado por la Universidad de Sonora. Practica el periodismo y la literatura desde 1990. Archives
September 2024
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