Por Miguel Ángel Avilés
I En el mercado hay un murmullo de voces como si aletearan miles de pájaros. Sonidos de vida, señales de comunión: La palabra y su significado que nombra todas las cosas. Hablan ese par de hombres con su mirada. Hablan las manos estrechándose en un saludo, habla el júbilo con el loco alborozo de los que están en ese rincón pegado a la ventana. Hablan esas reses sobre los mostradores que ahora son cadáveres. La fruta de temporada y las legumbres del día hablan. Todo dice algo, todo tiene voz y significado: el tintinear de la cuchara sobre el plato, la tapadera que cae, el chillar del aceite en el sartén, el humo volátil que se aleja de esas tazas de café, el aire fresco que hoy quiso volver. Hasta las cosas tienen su idiolecto, su voz propia y de nadie más. He aquí la gran oportunidad de no hablar sólo y solo frente al espejo. Cuanta expresión en este mundo. Cuanto mundo y cuanta voz en este mundo. II Estamos en el Mercado Municipal, un inmueble que por viejo es tradicional. Apenas hace unos días se anunció otra mano de gato (montés) a fin de dejarlo en las mejores condiciones. A veces dan ganas de entrevistarlo y preguntarle tantas cosas. Y es que todo edificio como este, tiene mucha historia y mucha memoria. Quienes fueron los primeros en pisarlo, quien en ofrecerte el primer café y los primeros guisos. Quienes ya no han vuelto jamás, quienes vuelven hasta la fecha. Así como este lugar tan popular, ya tan concurrido a estas horas, así hay edificios por todo el mundo que están ávidos por contarnos lo que son y lo que han sido. Búscalos, contémplalos, aprécialos, disfrútalos, siéntelos, camínalos, quiérelos ya un día puede que ya no estén porque se vinieron abajo. Allá, donde ahorita deben de estar puestos nuestros ojos, nuestras manos, nuestros granos de arena, hay edificios que siguen en pie, pero hay otros que hoy descansan sobre la tierra luego de ese despiadado cimbrar que llegó tan de repente. Pero se equivoca aquel que piense que han muerto. En cada mirada, en cada llanto, en cada piedra por quitar, en cada recuerdo, en cada nomenclatura de sus calles donde moraban, se está escribiendo una biografía amorosa que, por nostalgica e inmortal, habrá de durar para siempre. Ya lo dijo esa cantante de blues: "ninguno de mis sueños voy a abandonar, siempre habrá un camino abierto en esta ciudad iré creando espejos que me ayuden a mirar y a seguir amando la vida". III Te escribo desde el centro de la ciudad, aquí por calle Matamoros, a unos pasos de llegar al Mercado Municipal, ese lugar donde se finge menos, diría una trigueña amiga. Es una mañana de calor y promete ser un día así. El Mercado Municipal es como una maquila donde se practican todos los oficios y concurren todas las edades. Puedes llegar y te recibirán los ojos pelones de una res muerta, descuartizada, lista para el mejor postor y sus planes que tiene hoy para la comida. Pásale, en el puesto aquel está esperándote un café y el pan con mantequilla. Tómalo con la calma de un condenado a muerte que no quiere caminar hacia el paredón. Luego recorre los puestos como quien busca a un niño extraviado y contempla todo el color de la vendimia. Allá la fruta, más allá todas las verduras, de aquel lado los quesos y la carne y un olor de todo que solo para quien viene a diario es descifrable. Ya el antojo inmediato fue saciado y así continuará este desfile hasta muy tarde. Este lugar te espera desde la madrugada como una madre que no duerme, y se la pasa en vela, para recibir uno a uno a sus hijos y que no le alcanzaría la vida para contarlos, para decir su nombre y saber cuándo lo dieron a luz las viejas puertas de este Mercado.
0 Comments
Leave a Reply. |
Miguel Ángel AvilésMiguel Ángel Avilés Castro (La Paz B.C.S. 1966.). Es abogado por la Universidad de Sonora. Practica el periodismo y la literatura desde 1990. Archives
September 2024
|