Por Miguel Ángel Avilés
A estas alturas de mi vida, cuando todo a mi alrededor, ha empezado a transformarse en forma pacífica y la democracia impera, uno supondría que el tapado y el tapadismo, eran solo parte de la historia y esa práctica estaba por ahí tirada en algún empolvado rincón de este país. Como todo individuo de este consciente pueblo lo sabe, en la política mexica, el tapadismo es un término que fue usado para describir, indirectamente, las características o la media filiación pero sin nombrarlo, del candidato presidencial del Partido Revolucionario Institucional que gobernó, ininterrumpidamente, al país desde 1929 hasta el 2000, pero que, para fortuna nuestra, ya se le desterró a patadas y ojalá nunca vuelva. Me refiero al partido, ya que al tapadismo aún se le mueve la patita y sigue aquí, dando lata, por más que algunos juren que murió o se encuentra en fase terminal, "El año 75 Es un año muy mentado Que a todos nos traen al brinco Es el año del tapado Pero ya estuvo mejor Como dijo el alcahuete Porque a falta de un tapado Nos destaparon a siete Una cosa sí es segura Y no lo digo por ti Que el que vaya a ser el bueno Segurito que es del PRI" Así entonaba su corrido Oscar Chávez y a todos se nos ponía la piel chinita, viviendo una catarsis, ilusionados, porque creíamos que algún día caería ese régimen, pero a la vez pacientes ya que eso lo veíamos como algo muy lejano. Afortunadamente lo esperado llegó y todo ha cambiado. De aquella época setentera de Echeverría y López Portillo, de sus prácticas autoritarias, de la arremetida contra la prensa, de las crisis, devaluaciones e inflación y de persecución en contra de todo pensamiento crítico o disidencia, nomás los recuerdos quedan. Afortunadamente. Nada más hay que impedir que eso del tapadismo se recupere porque si la historia lo da de alta, por estar sano o vivito y coleando, retrocederemos a esos años oscuros, en los cuales, por más que nos trajeran entretenidos con pan y circo, haciéndonos creer que todo era transparente y que cualquiera se podía ofertar como aspirante a sustituir al presidente, era este quien, con su dedo infalible, tocaba con tinta indeleble al que sería el bueno y, a la postre, rodeado le colgarían la banda presidencial, como se cruza esa cinta y se le pone la corona a la reina de un carnaval. A su alrededor y afuera del recinto, haciendo todo por no pasar desapercibidos, estaba un incontable batallón de trajeados, en humillante espera de que iniciara el indecoroso ritual del besamanos. Sì, eso era muy indecente porque muchos se la creían y ahí andaban, ilusionados, ingenuos, lerdos, pensando que al autoritario de palacio nacional le había caído el veinte y ya por fin estaba irradiando democracia por todos sus poros a diestra y siniestra. Nada era cierto pero , no obstante, dejaban jugar a los engañados y ,en la sala de su casa o en la escuela o en la oficina, o en la reunión con los amigos, o en un café, defendían, con patético fanatismo, al o a la que consideraban que era el mejor prospecto o, por sumisos o al carecer de un pensamiento propio, se volvían apólogos de quien pensaban que era de las simpatías del presidente, aunque este, con su desdén y su soberbia, ni los hiciera en su vida, sobre todo a la hora de develar la cortina (de humo) y saber quién era el tapado. “Nos adivinó el pensamiento, señor presidente” llegó a decir, cínicamente, alguna vez un alcahuete líder y el resto solo ladró, mientras agitaban su cola, en muestra de su alegría. Pobre gente. Afortunadamente todo eso es pasado y la situación ya cambió. Ahora se es transparente hasta lo más simple y en el caso que nos ocupa, de suma trascendencia, no hay cabida para una excepción. Estamos obligados a recordar el pasado reciente y concluir que esa persona que creemos que es la buena, merece todo el apoyo del pueblo, para que en verdad sea la buena, por no decir el única. Nadie ya quiere sorpresas. Cómo llegó a pasar en antaño, cuando sacaban la cabeza tres o cuatro posibles, una mancha ciudadana le pegaba duro a uno de ellos, temiendo que fuera el palomeado por el mandamás de Los Pinos y resulta que era el distractor, el sacrificado para que nos fuéramos contra él y el bueno, sin raspón alguno, era otro. Con esa perversión jugaban sus cartas. "Ya sean dos o ya sean cuatro Ya sean diez o veinte mil Ya sean cuarenta o cincuenta Segurito que es del PRI Con el tapón del tapado Nos están dando la lata A ver si es tapón deveras O resulta corcholata" Para fortuna del país entero, esas bajezas ya partieron. Creíamos. Porque en fechas recientes, otra vez se insistió en eso. Hablaron de transparencia y de libertad para los que la querían, como si el piso estuviera parejo para todos y entre los deseosos, prometieron, no estaría ninguno que diera la sorpresa , dejando, como siempre, a los aspirantes y simpatizantes, colgados de la brocha, asombrados por la vileza, iracundos frente al engaño, pero dispuestos a rendirle pleitesía al que salga después de que desvanezca ese humo blanco, y únicamente queden frente a nosotros sus infalibles virtudes. Eran fieles con quien podía ser, pero lo eran también con el otro aunque no fuera el esperado. Si había principios estos podían moldearse acorde a las circunstancias que llegaran. Una convicción por cada candidato, faltaba más. Y pobre de aquel que le alzara la voz a quien ponía y disponía. Él decía respetar a todos. Pero sus incondicionales tropas hacían el trabajo sucio, linchando al atrevido. No había más. Se consideraban los mejores y entres estas figuras saldría el candidato aprobado por quienes dicen que buscan una transformación y que ahora sí daremos el gran salto frente potencias que en más de una ocasión nos han pasado por encima, humillándonos y nos seguimos doblegando frente a ellos. Nada es para siempre dijimos y lo llegamos a creer esa noche que se dio la campanada y anunciaron el cambio verdadero. Pero entre el decir y el hacer tenemos un precipicio. El tapadisimo y los tapados, están más vivos que nunca y, en un corto plazo, México será quien sufra las consecuencias. No se vale. La designación estaba entre Marcelo Bielsa, el Piojo Herrera y Guillermo Almada. Nadie más. Creíamos. Pero resulta que puede ser Diego Cocca. Y en ese juego del tapado, volvimos a creer. Seguimos igual. Maldito gatopardismo que no se quiere ir. M A L D I T O.
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Miguel Ángel AvilésMiguel Ángel Avilés Castro (La Paz B.C.S. 1966.). Es abogado por la Universidad de Sonora. Practica el periodismo y la literatura desde 1990. Archives
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