Por Miguel Ángel Avilés
Un día como los de esta primera semana de Junio, pero de 1997 Las chivas se coronaron y los Toros Neza, quedaría en la orilla, otra vez. Tres días antes, yo me encontraba en el malecón de Ensenada y Ernesto Zedillo más un revolotear de gaviotas, estaban a mi lado, cerquita de ahí. El 1 de junio es día de la Marina, pues recordarán que el Presidente de la República, General Manuel Ávila Camacho, decretó que se les festejara en esa fecha de cada año y esa vez, con Zedillo asoleado, y con la lengua de fuera, no fue la excepción, aunque lo hiciera días antes. Yo había ido desde acá, para formalizar el embargo de un barco, el "Mexicanos Unidos”, que así se llamaba y junto conmigo iba el actor del juicio laboral, es decir, el cliente que, el muy canijo, optó por pagar los gastos por carretera, no por aire, pero allá me las cobré. Llegamos al amanecer y sin más, instruí al taxista que nos llevara al hotel fulano, del cual mi alter ego detectivesco ya tenía referencia, así es que mi acompañante, mordiéndose una oreja, hubo de cubrir el primer día y el que siguió. Dormitada, baño, desayuno - en ese orden - y enseguida, rumbo a la Junta exhortada para diligenciar cuanto antes lo necesario, y regresarnos ya. ¿Desayuno continental? ¡Para nada! Quien le manda: no soy rencoroso, pero tengo buena memoria. Huevos divorciados, café, fruta, bufete, de todo un poco, qué sé yo, pero ese viaje de doce horas le saldría caro. Quien le manda. Algo hicimos bien, porque no siempre te va así al jugar de visitante, pero en nuestro caso, pa’ pronto, ya teníamos a un actuario, para diligenciar el trabajo del embargo. Cuando nos dijo que estaba listo, no supe si agradecerle o pedirle una de Ramón Ayala, pues la máquina de escribir que traía consigo, era muy parecida a ese alegre instrumento que porta, como temeraria carrillera, el rey del acordeón. Bajo de estatura, bigote poblado, notoria calvicie y una expresión de malacara. Así era este funcionario. Como si en él estuviera caracterizado Héctor Suárez, en alguno de sus personajes de “¿Qué nos pasa?" " Vámonos" ordenó y nos fuimos. _ "Ya que terminemos, iremos a los pollos”, ofrecí, refiriéndome a unos muy famosos que me habían recomendado, pero cuyo asadero no sabía a donde estaba. Y nos fuimos. Era una mañana fresca, pese a la fecha y el cielo nos ofreció, a ratitos, algunos nublados. El camellón se mantuvo poblado siempre de gringos viejos y deportistas, aunque madrugaron a trotar. Algunas palmeras, sosegados pelícanos, un puñado de marinos y las gaviotas inquietas por culpa de un gentío inusual. Allá, a unos metros, un maestro de ceremonia daba por terminado en el evento y despedía a invitados especiales, esos que ratito antes, vieron, con solemnidad la colocación de una ofrenda floral en memoria de los marinos caídos en cumplimiento de su deber y la entrega preseas y condecoraciones a dos tres elementos. Durante su mensaje, y con esa “frescura” que lo caracterizaba, el presidente Zedillo recordó pasajes históricos, habló de la patria, su independencia, su soberanía y demás lugares comunes en estos casos. Bueno, eso me imagino porque si bien aún andaba por ahí cuando llegamos, nadie del estado presidencial se ocupó en darme la versión estenográfica de lo que dijo. Pero yo tuve otros datos. Acá, mientras tanto, con la diligencia en curso y la marea subiendo un poco, vimos que, entre muchos, ahí estaba el Mexicanos Unidos y pa pronto fue identificado, se le hizo del conocimiento a la capitanía de puerto, le recordé al actuario que al mediodía iríamos a los pollos, el actor puso buena cara y luego vendría la duda en todos los presentes, de a dónde y cómo lo remolcaríamos, para dejarlo en resguardo y en depositaria. El Sauzal fue el destino, si bien recuerdo y al día siguiente fue el arrastre. Dejando todo listo para el siguiente día, tomamos agua, pedimos un taxi y nos dispusimos a ir comer. _ Ahora sí, mi Lic.: ¡a los pollos!, anuncié _ “¡No quiero pollos!, quiero cuatrocientos pesos porque se va a graduar mi hija!”, exclamó el actuario, como quien ya no puede más y arroja todo. Por la tarde, en el bar del hotel vimos el primer juego de la final entre Toros Neza- Chivas y aproveché para tomarme unas cuantas cervezas, pero no quise cenar porque aun andaba muy lleno. Temprano, en la mañana, los encargados del arrastre, ya estaban bien puestos. El Mexicanos Unidos se fue por mar y nosotros por tierra hasta el Sauzal. Nos recibió ese lugar de aguas diáfanas y el actuario, presuroso, adelantó parte de la diligencia, mientras llegaba el barco. "Es que hoy es la graduación ' refirió, pero nomas lo oímos. Yo me acerqué a la orilla de la playa y de pronto, veo ese nombre tan buscado: Adriana “. Como esperándonos, moviéndose suave, tranquila, ahí estaba la lancha Adriana, esa misma que habíamos buscado en Guaymas, Huatabampo, La Paz, Mazatlán y Santamaría de todo el mundo. No sé qué expresión haría que todos se me quedaron viendo. Todavía le eché otra mirada y ya no tuve dudas. Pa luego es tarde le hablé a mi jefe: _ Juan: ¿Qué crees? _ ¿Qué? _ Aquí está la lancha Adriana. _ En serio??? _ Si, aquí la estoy viendo _ Embárgala _ ¿¿¿...Y cómo??? Corretea el exhorto y me quedo Díganos que algo así platicamos, nomás que no me acuerdo en que quedó lo de esa lancha. Pero al Juan le dio mucho gusto y a mí también. El Mexicano Unidos era primer objetivo del viaje y se cumplió Ya desocupados, nos fuimos a comer. Al actuario le encantó el pollo y también la ayuda que se le dio. No lo he vuelto a mirar. Ni a Zedillo tampoco. Un día.
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Miguel Ángel AvilésMiguel Ángel Avilés Castro (La Paz B.C.S. 1966.). Es abogado por la Universidad de Sonora. Practica el periodismo y la literatura desde 1990. Archives
July 2024
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