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EL DÍA QUE CAMBIÓ LA NOCHE

7/19/2017

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​EL DÍA QUE CAMBIÓ LA NOCHE
Memorias de Un Noctambulo en la Ciudad de México ,
De José Luis Martínez S.
Miguel Ángel Avilés

Un libro ha de ser esa voz que cuenta la historia nuestra desde ese otro yo para confesarse consigo mismo. Un libro también es la voz de la entraña desde donde hay alguien lo escribió a cuatro manos en coautoría con la pasión.

Un libro es fuego intenso, la piel de una mujer desnuda que, al paso de sus capítulos, se pone a brindar contigo viéndote a los ojos y a ratitos, el muy provocador, mordisquea con su lengua de papel el borde de tu oído.

El que hoy presentamos, EL DÍA QUE CAMBIÓ LA NOCHE, Memorias de Un Noctambulo en la Ciudad de México, de José Luis Martínez S. cuenta la vida de una ciudad oscura que una mañana, a temprana hora, se vino abajo y que pudo morir para siempre, de no ser por la memoria y la nostalgia de este autor que ahora la resucita para que nos cuente hasta el amanecer, tantos recuerdos.

Era el 19 de septiembre de 1985 y algunos, a mucha distancia, solo recordamos el rostro de Lurdes Guerrero pidiendo calma, mientras en la imagen todo se cimbraba y un polvo ligero caía sobre las cabezas de los que estaban en ese noticiero. Después nada, más tarde la desolación y la muerte, las muertes, tantas muertes.

Pero la noche anterior y la otra y la otra, eran combustible de neón que vitalizaban el deseo, el erotismo, los olores intensos de perfume y unos recovecos noctámbulos de una ciudad tan maquillada como Pita Amor y tan sugerente como los cuerpos de plumas y lentejuelas que cadenciosamente, melodiosamente danzaban en esas penumbras que encendían la lujuria, la concupiscencia, y esos dolores que saltaban ganosos en el bajo vientre.

Por estas calles llenas de escombros y de gigantes de concreto devastados transita un Volkswagen azul conducido por José Luis quien conoce esos lugares como la palma de su pluma. Está frente a esa maqueta tan distinta a la que había dejado intacta y altiva casi 24 horas antes cuando estuvo en Radio Cañón, una de las estaciones del grupo Radio Fórmula, en Doctor Río de la Loza 300, entrevistando a Sergio Rod y a Gustavo Armando el Conde Calderón, conductores del programa Batas, pijamas y pantuflas, el más popular de la época y que ahora eran dos cadáveres más de los miles que murieron lapidados en esa ciudad que de algún modo también le arrebataban una parte de su vida, de su historia , de sus encantamientos.

Pero bien dice Walter Benjamín: “la verdadera medida de la vida es la memoria” y eso a José Luis Martínez le sobra, por más que en las postrimerías de este libro quiera reprocharse lo contrario. Con ella y gracias a ella se convierte en un cicerone desde su vivencia personal y su experiencia laboral, para llevarnos, para mostrarnos, para provocarnos, para excitarnos e incitarnos con ese pasado que empezó a conocer en su pubertad y terminó de conocerla por completo-y demás agregaría yo- gracias a la presencia y a la malicia de un referente del periodismo mexicano del siglo XX, como lo fue Don Vicente Ortega Colunga.

Con él en el frente de batalla, a veces flanqueados por sus amigos Arturo Sampedro y David Ricardo Quintero, mas de las tantas solo ellos dos teniendo a Don Vicente como guía salían a cazar estrellas pues la revista erótica Su Otro Yo, dirigida por este, así lo demandaba.

Sin más remedio entonces e infatigable a la hora de cumplir sus condiciones laborales, José Luis, les juro, no tuvo más alternativa que acatar las órdenes de tan distinguido señor y salir a trabajar en busca de la materia prima con la cual se nutrían las páginas de la revista: eran las más hermosas vedettes cuyos nombres artísticos destellaban en las marquesinas de los más importantes cabarets en la meritita ciudad de México, mientras, en un cuarto a solas, alguien en plena edad de la punzada, erotizaba su cuarto con el hojear de esas publicaciones que se adquirían con pena de chamaco en el puesto de periódicos y, solitariamente, se disfrutaban a puerta cerrada en cualquier cuarto de la casa, siempre que garantizara que no sería descubierto por nadie.

Angélica Chain , Telma Tixou , Sasha Montenegro, Mora Escudero, la Princesa Yamal , la Sonorense Rossy Mendoza, Gioconda , Grace Renat ,Gloriella y muchas, muchas otras más que por lo pronto no les nombro porque ya se me está haciendo agua la boca como se le hará a los que adquieran este libro y vean esas foto a colores que lucen en sus interior.

La ciudad, en aquellas noches, estaban llenas de luz, la ciudad de entonces estaba llena de música. La ciudad estaba llena de vida como ahora está de nostalgia, porque de eso, solo recuerdos quedan. Queda un inventario de lugares que supieron mucho y todo se quedó ahí, como esperando la exhumación cuando menos de sus nombres y de un retrato hablado: El Bar Montenegro del Hotel del Prado, el Can Can, El Quid, El Cero Cero, El Elefante Rosa, El Camichin, El Nueva York, El Nueve y otros que nos les cito porque se levantaran para irse pensando que aún están abiertos.

Lo que puede estar acaso es el fantasma de una mujer bonita que merecía todo solo por eso: por ser bonita.

Esta regresión y este ir y venir en la lectura de 27 temas que componen el libro no solo es una recuperación de una reminiscencia que pudo quedar atrapada ese día 19 de septiembre hasta podrirse y desintegrarse como tantos cuerpos que no se volvió a saber de ellos jamás. Pero cuando se ama se recuerda y ese recuerdo de lo amoroso es precisamente la nostalgia, que importa que a ese amor de pronto un sismo no los voltee de cabeza.

En esos casos, como pedir una botella a la mesa o una copa para la chica que está a tu lado, también puedes pedirle al Conde Antonio de Rivarol que te preste esa frase que afirma: “la memoria esta siempre a las órdenes del Corazón”.

A él apela nuestro querido amigo José Luis para contarnos esos días y sobre todo esas noches, cuando todavía no nos sacudía con sus desfalcos. Son una tras otra los trazos e imágenes que seguramente bailan en su cabeza como las momias del catacumbas y no le queda más que compartirnos esos lugares y personajes, esas mujeres y esos hombres de un inframundo maravilloso que de apostarle a los archivos para esculcarlos y saber que fue de esas figuras, quizá puedan estar por ahí en una fotografía perdida de Jesús Magaña, el fotógrafo del que no les contaré nada para picarles su curiosidad morbosa.

Un libro ha de ser esa voz que cuenta la historia nuestra desde ese otro yo para confesarse consigo mismo. Un libro es fuego intenso. Pero hay otros, como este, que son mucho más y, por valioso, tiene mil formas de usarse si se quisiera: se pueden pasear a niños de un kinder por sus páginas para que conozcan las gloriosas noches que deleitaron a sus padres; se puede utilizar por la secretaria de Turismo para que , con una lectura en voz alta, se le dé un recorrido retro a puñados de turista con tal de que pugnen para que vuelvan estos años y se puede usar, sin duda, como una terapia sanadora para pacientes con Alzheimer que una bendita madrugada estaban a unos metros de esa pista en penumbras llena de mujeres bellas y que nunca de los nunca la quieren olvidar.

© Miguel Ángel Avilés


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    Miguel Ángel Avilés 

    Miguel Ángel Avilés Castro (La Paz B.C.S. 1966.). Es abogado por la Universidad de Sonora. Practica el periodismo y la literatura desde 1990.

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