Por Miguel Ángel Avilés
Dicen que la condición para ser empático es aprender a ponerse en el lugar del otro, dejando de ser tú por un momento para entender lo que a él le pasa. Entenderlo y vivirlo y dolerte junto a él y como él , como si no existiera más cosa en ese momento. Yo digo que es algo así como guardar ese dolor, el propio, en donde tres noches después, o el año que entra, o al rato, o cuando salga la luna y se meta el sol, lo vuelvas retomar, pero mientras tanto, estés junto al dolor ajeno, incondicionalmente, aunque mañana vuelvas a ser el mismo, el hombre o la mujer de la simulación o el auténtico, pero que padece y sufre ese dolor que trae a cuestas. Ponte en sus zapatos, decían antes y es esta la mejor forma de entender lo que le pasa al que está a tu lado: el vecino o un rival de amores o el peor enemigo tu pareja o el gobernante el turno o ese adversario político de color distinto a tus preferencias o aquel tipo que pudo jugarte a traición, según elucubras desde que viviste esa experiencia, pero hoy está ahí, desvalido, solo, agonizante, queriéndose escapar de la muerte y no te queda más que brindarle auxilio, de lo contrario, de permear tu ira, serás tan vil como ese a quien, con tu indiferencia, le diste la última estocada. Pobre de ti. Porque no es como si con el transcurrir del tiempo, la vida te diera la oportunidad de pasar factura y cobraras venganza contra quien, de acuerdo a tus juicios y prejuicios, fue el culpable de tu dolor propio, ese que te gangrena el corazón, porque no quisiste o no viviste el duelo necesario, o porque aún no estás preparado para enfrentarlo, o te anclaste o aún queda un tramito de dolor para cerrar un ciclo y a otra cosa mariposa. No. Me parece que es al revés. Alguien-un duende, Mahoma, el destino, las circunstancias, Dios o quien en él creas, te pone ahí para que veas como si vieras con los ojos del otro, la herida abierta de quien llora, sufre o se acongoja y necesita de ti, pero le es imposible decírtelo. Es entonces cuando hay que tener la habilidad de estar presente sin opinión, diría Marshall Rosenberg. Sí, ese psicólogo que habla de la comunicación no violenta, libre de juicios morales, que evite recriminar al otro y que se exprese más desde el yo y los sentimientos propios que desde las acciones del interlocutor, según lo resume él en su libro sobre dicho tema. Calma: hacerlo no significa que olvides tu dolor o que te apropies de otros más, como si fuera contagio. No. Es, más bien, dejarlo en pausa, con resentimientos y todo incluido y apostarle a la comprensión (para comprender a tu semejante como te gustaría que tú fueses comprendido) No me contradigo si sugiero que piensen en un momento triste que hayas vivido: la muerte del padre, la partida de un amigo, el deceso de la madre, el final de un pariente por culpa de este maldito covid, el atropellamiento de ese perro que llevaba doce años junto a ti. Quizás la pasaste rodeado de gente, tal vez llegó hacia ti el más fiel compañero de la infancia, posiblemente los vecinos hicieron la coperacha y se organizaron para que no faltara el café con leche del clavel o algo que invitarle a los dolientes y eso, dime si no, pudo ayudar para sentir alivio o para que el dolor fuera tantito menos que si la única compañía hubiera sido la fría soledad. Entre esos que concurrieron, sea en el hospital, en la boca calle de la tragedia, en esa construcción donde ardió la desgracia, en la ceremonia fúnebre, en la ambulancia, en la convalecencia, en la agonía, en el panteón, pudo estar también alguien que tú creías lejano e insensible, implacable, inclemente, pero supo encapsular su dolor o su encono mutuo y únicamente se interesó en tu desconsuelo. Eso humaniza, si es que habíamos dejado de serlo poquito a poco y además de enaltecer a cualquiera, como persona, como hombre o mujer de honor, nos proyectó como lo que somos: esa universalidad de emociones, buenas y "malas" o malas y "buenas" que un día polvo fue y en otro, en polvo se convertirá. Momentos así, permiten visualizar una tomografía de la otredad. Es la ocasión para medir "la capacidad de tomar consciencia de la individualidad del sí propio mirándose desde una perspectiva ajena a sí mismo". El optar por un camino distinto, confundiendo la congruencia con la indolencia, es ir a parar al monte de Schadenfreude, esa palabra venida del alemán que designa el sentimiento de alegría o satisfacción generado por el sufrimiento, infelicidad o humillación de otro. Es festinar o regodearse por la tribulación del otro. Es hacer de tu ideología, una sociópata y de las crueldades que le atribuías al otro, una irrefutable proyección en un espejo.
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Miguel Ángel AvilésMiguel Ángel Avilés Castro (La Paz B.C.S. 1966.). Es abogado por la Universidad de Sonora. Practica el periodismo y la literatura desde 1990. Archives
September 2024
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