Por Miguel Ángel Avilés
En una película que, sin ser ese su propósito, fue el mejor remedio para mi insomnio, uno de los personajes citó una frase atribuida a Napoleon Bonaparte que me gustó para utilizarla en esta columna a modo de pretexto y así agarrar monte hacia otros temas. Pero confiado que soy, fui incapaz de buscar un papelito, una servilleta, la palma de mi mano o la pared junto a mi cama para anotarla y luego entonces la frasecita se me olvidó. No obstante, apostándole al Google que lo sabe todo y buscando las infinitas frases que este hombre o medio hombre dijo, no encontré nada, nadita que tuviera que ver con lo aludido en la trama de esa pelí en donde, por cierto, salían unas chicas de muy buen ver, pero sé que para ustedes eso es secundario. Encontré otra información sobre don Napo, pero era sobre cuestiones muy íntimas y preferí respetar su memoria. Volviendo al tema que nos trajo aquí, significa pues que, contrario a lo que el mundo entero cree, Google no es la panacea, ni lo infalible ni la fuente inexcusable o predestinada para encontrarlo todo. Puede o al menos esta vez me falló. Esto abre la posibilidad de que Google si sea lo que muchos creen y que en realidad don Napo, es decir, el comandante militar y líder político francés nacido en Córcega, jamás pronunció esa frase, menos si alguien estaba junto a él para anotar lo que dijera en lo primero que agarró y así después andársele atribuyéndosela a él o a quien mejor le convenga. Esto último me preocupa considerablemente. Sí por don Bonaparte, pero también por todas aquellas personalidades que, a lo largo de la historia, se posicionan en el ánimo popular como unos héroes o heroínas por lo que, según el transcurrir del tiempo y sus biografías, pudieron haber dicho y resulta que no hay probanza contundente que vuelva irrefutable lo que muchos citan. Pero les vale y lo repiten en un café, en una reunión de amigos, frente al suegro para creerse muy muy, ante el público en un mítin engañabobos, con tal de apantallar mentes frágiles que al no conocer a Dios a cualquier barbón se le hincan y así postergar la simulación de quien sabiéndose poquito menos ignorante que el destinatario de sus palabras, se aprovecha con alevosía y engaña... Para no suponer que me refiero a los actuales tiempos, lo cual me parecería desproporcionado e injusto, les comparto lo que alguna vez escribíamos ya sobre esto y demás, es decir, sobre el tema con el cual iniciamos y usando el siguiente material nos quedará más que claro: Hay frases históricas que, si no me las hubieran machacado a lo largo de mi vida como ciertas, yo no las creyera. No porque no se hubieran dicho, es lo de menos, más bien porque no me imagino a un fedatario tomando nota de cada una de ellas al momento de acuñarse. Y no me lo imagino porque son tan diversas las situaciones donde se le atribuyen a los autores, muchas de ellas peligrosas o con un alto grado de dificultad, que más que andar tomando notitas para la posteridad o grabándoseles de memoria, uno hubiera preferido salir de ahí en chinga o guarecerse en cualquier rincón, mientras pasaba la marimorena. No sé desde cuándo se remonte la primera frase registrada y mucho menos me acuerdo ahorita quién la dijo, pero cuando haya sido y quien haya sido, nunca se enteró que por ahí había alguien cazando expresiones contundentes pues,, de haberlo sabido, mejora la que hoy conocemos o se avienta unas más a toda madre. O quizá sí supo y por eso la dijo. Puede ser que haya dicho una babosada, pero en eso del teléfono descompuesto, le enderezaron la plana y quedó excelsa. Lo que también me pregunto es que si ese registrador del pensamiento ajeno, escogía al azar los eventos o ya sabía dónde se podían decir los más trascendentales apotegmas. Si es que ya estaba planeado o el mismísimo autor le avisaba que estaba por salir de su ronco pecho los frutos de su inspiración, luego entonces iba a la segura, llevando tinta y papel, sabedor de que se llevaría la primicia frente a cualquier otro busca frases. Pero si aquellos adagios salían de botepronto, cuando el inspirado sujeto estaba en un recinto parlamentario, o se iba subiendo a un carruaje o en una fonda mientras se comía un pozole o en plena retirada, cuando las tropas enemigas le estaban apedreando el rancho, entonces sí estábamos en riesgo de que lo dicho quedara en el anonimato. No quedaba más que grabársela de memoria, como les digo o apuntarla en una servilleta llena de salsa o escribirla en la palma de la mano, so pena de que la borrara sin darse en cuenta al echarse un baño. A modo de ejemplo, me pregunto quién diablos sería quien escuchó decir a Guillermo Prieto eso de “los valientes no asesinan" ese 14 de marzo de 1858 con tal de que el pelotón del improvisado fusilamiento que se le ocurrió al coronel Landa le perdonara la vida a Juárez. Les advierto que era domingo en Guadalajara y eso ya me hace dudar de que todos anduvieran lúcidos, cualquiera que haya sido el escribano. Fiesta, tequila, Tlaquepaque, birria, ustedes saben. Para mí que fue el propio don Guillermo quien corrió la voz de que se había discutido con esa frase, pero no estoy seguro. Qué tal si en realidad les dijo " chínguenselo" pero no le hicieron caso y se inventó esta que todos conocemos, antes que don Beni se percatara de su traición. En fin, que sean los verdaderos historiadores o los espiritistas a los que les dé por averiguar.
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Miguel Ángel AvilésMiguel Ángel Avilés Castro (La Paz B.C.S. 1966.). Es abogado por la Universidad de Sonora. Practica el periodismo y la literatura desde 1990. Archives
September 2024
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