Miguel Ángel Avilés
Sin saber a ciencia cierta de dónde vino la influencia, les comento que desde niño he sido muy aficionado al fútbol. También lo jugué, pero fui indefendiblemente malo, así que, al darme cuenta que nadie opinaría lo contrario, opté por colgar los taquetes muy pronto y ya. De vez en cuando lo seguí jugando, quizás en espera de algún juego de despedida, pero si esta llegó, no fue porque alguien lo quisiera organizar, con placa de reconocimiento, abrazos, lágrimas, vuelta olímpica y toda la cosa, sino que se dio naturalito, por culpa del Pony, un morro tan oscuro como el dolor pero tan hábil como nadie, para driblar rivales quien soltó un disparo de zurda, minutos después de que yo me aferré a cubrir la portería y tratando de evitar el gol, puse mi antebrazo y la muñeca se me quebró. Esto último lo supe días más tarde, luego de visitas s a la cruz roja, sobaditas de un loco , vendajes, pomadas, cataplasmas del olvido, una caída frente a una farmacia y la placa de una radiografía que me enfrentó a la realidad pero también me enseñó eso del umbral del dolor, pues, enseguida de explicarme todo al respecto, el radiólogo no podía entender cómo es que había aguantado tanto. Ni yo. Pero lo conseguí y sometiéndome a una cirugía que me costó poco más que una multa de las que arbitrariamente suelen imponer en la Profeco, logré superarlo y aquí estoy. En cambio el béisbol, sin dejar de verlo y conseguir entretenerme en momentos históricos o en entradas que son cardíacas, no ha sido algo así como mi debilidad o el deporte que me quite el sueño o me haga sentarme con mis queridos amigos, como lo hago con el fútbol, alrededor de una hielera o, a solas, eufórico, al ver, por enésima ocasión que el mejor equipo del mundo, el América, pasa por encima de las Chivas o el Cruz Azul. Lo jugamos en el barrio, es cierto, en ese terreno que limpiamos a pura mano un día , pero fue con pelota de hule o de plástico, ya que, en mi caso, siempre le tuve mucho, pero mucho miedo a la pelota reglamentaria, más aún, cuando una de esas pegó en el temporal de mi gran amigo de secundaria, el Yepiz y este, a pesar de los esfuerzos realizados, desde entonces se quedó en esa caja de madera, dormido para siempre. No obstante esta discordancia - la pasión por el fut, y la no tanta por el beis - he tratado siempre de gozar de uno y respetar, sacramentalmente, a los que se desviven por el otro, sobre el cual sé lo básico, nada que sea más allá de tres auts, una carrera y nueve entradas, por lo que, reconociendo mi ignorancia, opto mejor por quedarme bien callado. Puede que esto último se deba a que no me gusta despotricar así nomás porque sí, en contra de lo que no me parezca o de lo otro, lo distinto, mostrándome intolerante, despótico, totalitario e incapaz de entender que hay ciudadanos, aficionados, porras, hinchas, barras, o grupos sociales que viven haciendo cosas o le apuestan a una oferta de divertimento que nada tienen que ver con lo que conozco y me place al cien por ciento. Esta introducción que les acabo de dar, puede que ayude a entender, por un lado, que nada nos pasará si vemos con buenos ojos que las aficiones y los gustos de otros, antes que descalificarlos, per se, o echar pestes, por el solo hecho que no les divierte lo que a ti, o no viaja hacia donde tú. Estamos hablando de la intolerancia ,esa falta de respeto tan común a las prácticas o creencias distintas de la propia. También implica el rechazo de las personas a quienes consideramos diferentes. Tampoco se trata de optar por el extremo diferente. Es decir, si no te gusta algo, nada más respeta, pero atrévete a confesar que, por más que esté de moda, o se generalice su aceptación, nada te obliga a leer un libro únicamente para que un reportero no te sorprenda con preguntas al respecto y tengas que poner tu cara de ignorancia como respuesta. Lo digo porque esto último también existe. Resulta que no quieres gritar a los cuatro vientos que aquello es tortuoso y ahí te tienen aguantando el terrible calor de un pueblo que nunca hubieras querido conocer ni se te hubiera ocurrido visitar. Resulta que eres aficionado a la trova cubana pero aborreces la espantosa, mariguanezca canción de sueño con serpientes, sin embargo, la entonas, con bostezo de por medio, en tanto que tu amigo le hace la segunda voz a Silvio y pone sus ojitos en blanco como si nunca la hubiera escuchado. ¿Sí o no? Y no hay necesidad de tanto.. Eso sí, también existen los que puede que, en el fondo, estén sufriendo pero no están dispuestos a dar su brazo a torcer, gritando, a todo pulmón, que lo saquen de ahí, de lo contrario, en tres minutos más se va a matar. Me refiero a los que hablan con aire de suficiencia de lo que no entienden pero ni amenazados abandonarían al rebaño. Allá ellos, pero en el pecado llevan la penitencia: Desde el que dice que su equipo favorito de fútbol es el Oaxtepec, cuando este hace más de treinta años que desapareció. Desde el que pregunta cuando es la siguiente pelea por el campeonato de Julio César Chávez y también el que se pone a revisar la deportiva, delante de sus amigos, para saber cuantas anotaciones lleva Cabinho. Esto se nota más, cuando los eventos tienen un carácter mundial y nadie quiere quedarse atrás. De pronto reniegan de los gustos que todos le conocemos y se vuelven expertos en el deporte cuyos aficionados de verdad ni oportunidad tuvieron pa’ hacer tanta alharaca. Allá ellos, pero en el pecado llevan la penitencia : _ ¿Cuántas entradas faltan pa’ que termine? _ Es fútbol, doña _ Ah * -Fue un golazo por el jardín izquierdo _ Tiró fuera del aire, mijo...y aquí nomás hay un área grande y el área chica. _Es la misma _No es lo misma _ Sí _ No _ Sí _ No. Y ya vete. Córrele. Ya vete.
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Miguel Ángel AvilésMiguel Ángel Avilés Castro (La Paz B.C.S. 1966.). Es abogado por la Universidad de Sonora. Practica el periodismo y la literatura desde 1990. Archives
July 2024
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