Por Miguel Ángel Avilés
La Organización Mundial de la Salud, OMS, define a la caída como la consecuencia de cualquier acontecimiento que precipita al individuo al suelo en contra de su voluntad. Yo, en cambio, no tengo ninguna definición, pero si he vivido en carne propia esa consecuencia de cualquier acontecimiento que me ha precipitado al suelo en contra de mi voluntad. Otra vez: en contra de mi voluntad. Como de la voluntad de todo o toda que se cae. Por eso hasta la fecha continúo sin entender porque sueltan la carcajada los testigos o se ríen a la sorda cuando miran que alguien se cayó. He vivido esas caídas y les juro que ni cuándo vamos en el aire ni cuando azotamos en el piso o en la tierra, nos causa gracia. Por razones motrices, por alguna discapacidad, porque tropezamos con una piedra, porque se nos atravesó un perro, porque te resbalaste, porque te metieron el pie, porque los peatones carecen de garantías para caminar con seguridad por la banqueta, porque sufriste un desmayo, por infinitos motivos, pero alguien se cayó o nos hemos caídos. Hace apenas unos días pude ver como una señora de las que antes identificábamos nada más como viejitas y ahora entiendo que debemos referirla como una adulta mayor, trastabilló por unos segundos frente a un hospital a donde iba, enseguida trató de controlarse, pero no pudo y cayó en medio de la callé ante el asombro de los que vimos y los lamentos entendibles de la hija que la acompañaba. No sé si alguien de los presentes se rio estúpidamente ante lo ocurrido pero el resto auxiliaron a la señora y después de checar que no tuviera alguna herida o estuviera lastimada, la ayudamos a levantarse y ella sintió que revivía. Lo que en mi causó un tanto de sorpresa o quizá no tanto, es que al estarse levantando nos pedía disculpas. ¿Pero de qué? o más bien ¿por qué? Ah, por eso que hemos construido , supongo , en donde el desvalido , aparte de la caída misma , se duele por la posible vergüenza que le provoca lo ocurrido como si hubiera infringido algún código moral el cual prohíbe caerse, so pena de exponerse al escarnio de los presentes o de ser sancionado por la burla de los que creen que lo visto es algo que se estuvo ensayando por meses para que en una sola e irrepetible puesta en escena le mostremos lo que para ellos es una comedia , siendo tragedia . Andamos mal, muy mal. Digo, salvo tu mejor opinión. En mi caso yo le busco y le busco y a no ser la caída de un gobierno unipersonal, despótico o déspota a secas, demagogo, mentiroso, frívolo, manipulador, incongruente, corrupto y borracho de tanta soberbia como esos que hay en otros países, no veo cual pueda ser merecedor de un aplauso. Nadie ensaya para caerse del modo que les digo, nadie agenda una caída, ni nadie, por afición, calcula el momento exacto para caerse a fin de que un grupo de idiotas observen la desgracia de uno y disfruten del espectáculo como si frente así tuvieran la pista del circo y a los payasos. _ Cómo tengo ganas de caerme _ Mañana, como a las doce, me caeré para que todos se rían de mí. _ Espero un día caerme, dicen que se siente bien bonito. _ Llevo tres días sin caerme, algo me está pasando Bueno, así lo considero y de esta forma lo he vivido. Hay quienes no opinan igual y quieren explicar lo que para mí es reprobable. Es el caso de Geneviève Beaulieu-Pelletier, psicóloga, conferenciante y profesora asociada de la Universidad de Quebec en Montreal (UQAM), Canadá. quien asegura que nos reímos del sufrimiento o la angustia del otro, sino que reaccionamos a su sorpresa, a la incongruencia de la situación y a su expresión de desconcierto, tras haber descifrado que en realidad no está afligido ni se ha hecho daño. Ah, mira nomas, que suave. Ella se pregunta: “¿no deberíamos sentir empatía por esas personas, que, después de todo, se encuentran en una situación vulnerable y potencialmente humillante? Puede ser, pero tengan la seguridad de que nuestra risa no está provocada por falta de empatía o por el sadismo.” Considerándose experta en el campo de la regulación de las emociones (pero no en caídas, supongo), dice que le gustaría esclarecer algunos aspectos sobre estas situaciones que tienen el potencial de desencadenar nuestra risa, normalmente bienintencionada. Señala que hay dos factores claves que inducen a la risa: Imprevisibilidad e incongruencia. El primero de estos ingredientes es la sorpresa. Más concretamente, es ver a una persona sorprendida por una situación de la vida cotidiana, cuando parecía que lo tenía todo bajo control sólo unos segundos antes. La situación inesperada nos sorprende y crea una desviación de lo previsible, de lo que esperábamos ver. O sea que, si le quitamos lo inesperado o lo sorpresivo, nadie se reirá. ¿Pero cómo lo hacemos? ¿pegamos carteles? ¿avisamos un día antes? ¿anunciamos por la radio? “Se le avisa a todo el que ande por aquí, el próximo lunes, como a las siete de la noche, que me caeré “. Sigue diciendo la experta: “Esta situación incongruente pone de manifiesto nuestros errores de predicción: predijimos que la secuencia de X sería Y, pero luego los acontecimientos se desarrollaron de forma inesperada a través de B. Nos equivocamos en nuestra predicción de lo que ocurriría. Ya no es coherente”. “Reírse de esa situación es una forma de resolver la incongruencia formulando una nueva interpretación cómica, más coherente, de lo que presenciamos”. Luego sigue con la expresión facial: “ante esta situación sorprendente e incongruente, nuestro cerebro busca información que nos permita interpretar lo que está ocurriendo y reaccionar en consecuencia. ¿Qué nos comunica el rostro de la persona que tropieza? Lo que descodifiquemos determinará nuestra reacción”. Mostrando unas imágenes de caídos o a punto de caerse, concluye que nuestra reacción también estará condicionada por la cara de la persona que se cae. Así, cuando percibimos perplejidad en la expresión facial de la persona que había sido víctima de su torpeza (una mirada de desconcierto, sorpresa o asombro), esta información crea un contexto que desencadena nuestra risa. Ya entiendo: o sea que cuando vamos en el aire, hay que poner, de inmediato la cara más angelical, más desenfadada, antes de caer y así evitamos risas burlonas. Para eso hay que ensayar y ensayar a fin no ser el blaco de tanta insensatez. Por lo pronto habría que reglamentarse y multar a quien se le ocurre morirse de risa en cuanto otro este el suelo, ya revolcado. Reglamento que regula la risa de terceras personas cuando otra se cae. Iniciativa de ley para erradicar las carcajadas en presencia. Luego aportan ustedes otras. Por cierto: la psicóloga se pregunta al final que sí qué pasaría si ella se cae. Enseguida autoriza, "En este sentido, espero que se rían cuando yo misma tropiece en la calle". Significa que habló desde la barrera, casi refrescante de su consultorio sobre algo que no ha vivido. De acuerdo. Se vale. Pero el día que tropiece, ya veremos. Ya veremos.
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Miguel Ángel AvilésMiguel Ángel Avilés Castro (La Paz B.C.S. 1966.). Es abogado por la Universidad de Sonora. Practica el periodismo y la literatura desde 1990. Archives
September 2024
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