Por Miguel Ángel Avilés
Por las márgenes de río de Reynosa hasta Laredo, se acabaron los bandidos se acabaron los pateros y así se están acabando a todos los pistoleros. Así, sin entrecomillar lo puse, porque eso quisiera escuchar en los actuales tiempos, pero en un noticiero o como informe presidencial, en horario triple AAA, en cadena nacional, pa’ todita la república. En serio que me volvería el alma al cuerpo. Corrijo: Nos volvería el alma al cuerpo y aquí ya estoy hablando por todos los habitantes de este país. Y es que la situación no se ve para cuando terminar, por el contrario, el color rojo prevalece aquí y allá, matándose las bandas entre sí, pero también llevándose entre las bajas, a personas inocentes o que no tenían ningún velo en el entierro. Pocos o muchos, pero no hay región que se salve en estos que pareciera la escenificación de momentos históricos en los estados mexicanos donde murió un titipuchal de gente, pero esto es hoy, donde la muerte tiene permiso y la cuenta del muertometro asciende, imparablemente. Alguna vez cayeron Dimas de León, Generoso Garza Cano y Los Hermanos del Fierro y uno que otro americano y a todos los más valientes a traición los han matado. Lucio cayó en Monterrey, Silvano en el Río Grande los mataron a mansalva los rinches que son cobardes, en los pueblitos del norte, siempre ha corrido la sangre. Le tiraron a Ezequiel por el año del 40, José López en Linares, sigue aumentando la cuenta y Arturo Garza Treviño allá en el 11-60. Eso dicen los corridos y así como afirman que el que hace la ley, hace la trampa , también en estas letras, pudo haber lavado de imagen, digamos un intento de desagravio a favor de los caídos, de ahí que el autor nos advierta al final que murieron porque eran hombres no porque fueran bandidos. Cierto o falso, lo que uno desearía es que mañana o pasado, tempranito, ya sea el niño voceador, gritando a voz en cuellos o los noticieros matutinos , en cuanto abrieran la transmisión, nos informaran, con una expresión de júbilo en su cara, que por fin, luego de intensas batallas, acorralamientos, persecuciones, abrazos, muchos abrazos, fuchis y guácalas, los representantes del mal no pudieran más, se doblegaron, sacaron un pañuelito blanco y lo ondearon al unísono en señal de rendición. Siempre he sido crédulo, un feligrés incondicional que respalda todo despliegue de la fuerza del Estado y esta vez, no puede ser la excepción. No importa si nuestro heroico ejército pone pies en polvorosa cuando siente que un comando de rufianes los persigue, echándoles bala. No importa que al frente de los retenes ahora estén los que, en teoría, debieran ser los perseguidos, no los persecutores. No importa. En lo que a mí respecta, he de morirme en la raya del lado correcto de la historia, porque confío en mis instituciones y en el vigor que han demostrado en Zacatecas, Michoacán, Tamaulipas, y demás lugares en donde se vive al grito de sálvese quien pueda, con tal de distraer al enemigo, haciéndoles creer que se huye de su lugar de origen por puro miedo o que, en ciertas regiones, ya nadie sale de sus casas, una vez oscureciendo, para que la caravana de malhechores crea que tienen el control del pueblo o que la policía está coludida con ellos. Ilusos. Es verdad: los pistoleros de fama una ofensa no lo olvidan si se mueren en la raya no les importan la vida los panteones son testigos es cierto no son mentiras. Pero han de ser muchos, porque no se acaban, por más que se enfrenten entre sí, como les dije o los abate el glorioso ejército o la guardia nacional, siempre en vigilia. Como las mafias sindicales, estos también nacen crecen, se reproducen y mueren pero se vuelven a reproducir cual si no les hubiera pasado nada, tan solo un reacomodo de cuadros, cierta reacción en busca de los delatores, una racha de ejecutados y al poco tiempo, nuevos rostros, nuevas bandas pero la misma violencia o más y la misma incertidumbre. Pese a todo, mi grado de optimismo no tienen comparación y siguiendo a los más avezados en materia de seguridad, pronóstico que nos encontramos en la cúspide de lo obscuro porque no tarda en amanecer. Muertos aquí, allá, convoy de carros como si fueran un concurso alegórico un 20 de Noviembre y estuvieran saliendo , recién ensamblados, de la Ford , disparos pirotécnicos en ciudades de este lado o en largos tramos de terracería , pero lejos de pensar que estos se ha vuelto imparable, consideremos que es la ley del rendimiento decreciente y en la medida que se añaden factores de cambio y transformación, poco a poco el productor de la cultura de la violencia, irá disminuyendo. No comamos ansias, por más veamos escenas de niños tirados pecho a tierra en un salón de clases, mientras su madre los tranquiliza, en tanto se calma la lluvia de balas allá afuera. Sé que lo pueden ver utópico si el panorama está en su máxima ebullición y donde esto parece ya normalizarse, al grado tal de pronto aparezca en sección de los económicos algo así como “se solicitan sicarios con buena presentación, prestaciones muy por encima de la ley” y los entiendo, amigos, ya que la se ha provocado tanta desconfianza que en nosotros cabe la pura incredulidad. Pero tanto despliegue de fuerza, tanta medida de vanguardia me hace a mi pensar que estamos a un tris de que la pesadilla acabe y, como en una ocasión pasó en Tierra Blanca, igual suceda a lo largo y ancho del país. Todo, de pronto acabará. Y los conductores de televisión anunciaran: les queremos anunciar que se acabaron los bandidos, se acabaron los matreros y así se están acabando a todos los pistoleros. En mis mejillas rodarán dos lágrimas y en los noticieros matutinos del día siguiente, una voz , como de ultratumba, dirá simplemente: “Hoy fue un día soleado…”
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Miguel Ángel AvilésMiguel Ángel Avilés Castro (La Paz B.C.S. 1966.). Es abogado por la Universidad de Sonora. Practica el periodismo y la literatura desde 1990. Archives
September 2024
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