Por Miguel Ángel Avilés
Mi madre falleció el 5 de marzo de 2013, el mismo día que también murió Hugo Chávez. Su voz era la única que mandaba, y pobre de aquel que osara en contradecir su parecer. Aun así, se le adoró siempre, hasta el último momento, como debe ser toda autoridad. No recuerdo si así era Hugo Chávez, pero ahorita me abstengo de opinar porque estoy cansado y no tengo ganas de entrar en una polémica que nada más me afectará. El cáncer es una enfermedad por la que algunas células del cuerpo se multiplican sin control y se diseminan a otras partes del cuerpo. De esto murió. Como mi mamá. Tuvo cinco hijos (o seis, si hacemos bien las cuentas). A todos los amó siempre. Hugo Chávez, igual, pero no sé si los amó siempre. Se casó dos veces. Dos o casi. Pero ni modo. Mi madre hizo lo mismo (o casi). Supo del amor, otras veces, pero los dos que le cantó al mundo, fueron suficientes. Lo que dura, dura, pero algunos no lo entienden porque le encuentran saborcito a ese amor por algo y ahí te quedas, pensando que vivirás la eternidad. Quince años o un poquito menos. Eso duró. Contra viento y marea, eso duró porque alguien enloqueció (digamos que hablo en sentido figurado) y así no se podía. Nomás que no lo entienden. Se aferran y se quieren quedar para siempre. Así pasa, pero hay alguien que ya no llora por ese otro corazón. En el caso de Chávez, no sé si eso pasó. En 2011 algo no andaba bien, dicen, mientras que en 2012, se le trasladó para recibir tratamiento médico. Me refiero a mamá. Porque a Chávez lo trataron Cuba y otras partes, con tal de hacer de una fatalidad, una esperanza. Cuanta gana de quedarse y no dejar ese espacio donde sé estuvo tantos años. Pero se entiende: batalló para estar donde estaba, estar siempre al pie de la cureña, luchar contra todo y ya logrado esto, llega tan indolente enfermedad. Algo así ocurría con mi mamá. Luchó hasta el final porque sabía el dolor que le causaría a su gente, pero tenía la convicción de que alguien tomaría la estafeta y no dejaría aquel barco a la deriva. Había muchos para ocupar su lugar, dignamente, pero los dados estaban cargados a favor de una candidatura natural. A Chávez, por su parte, lo suplió Nicolás Maduro. Esa designación se esperaba: por su cercanía, por tantos años bajo su protección, por el amor profesado, por lo mucho que se parecían y no iba a cambiar nada de lo que se había vivido, contra viento y marea durante, tanto tiempo: Por eso y más, mi hermana mayor fue la elegida. En esa sucesión de Nicolás Maduro, no sé, bien a bien, cómo estuvo. En una de las cirugías, realizadas por un destacado médico y unas manos santas, se creyó que el tumor había sido eliminado por completo y que se dirigía a la "recuperación completa". Pero la rayita estaba puesta: por más que dio la pelea, un 5 de marzo, la muerte le ganó. Igual que mamá: antes de saber que era cáncer, otro gran médico la intervino y pensábamos que eso era suficiente, pero no. Su cuerpo alzó la mano y dijo: ni ilusiones se hagan, tenemos cáncer. La muerte NO tiene permiso. No, pero le da por tomar sus propias decisiones. Cómo es posible que alguien de ese tamaño, que tanto hizo en la vida y por la vida, que dio todo por los suyos , que tanto se le admiraba y supo hacer mucho por los demás, de pronto ¿de pronto? Se tenga que ir porque, aun con todo eso, no es bastante para ser inmortal. Hablo de mamá. Era mucho su amor propio y la querencia que de todos recibía. Eso le fascinaba: que se le tuviera admiración, que le dieran importancia, que destacaran sus cualidades, que se le tratara con devoción. Tenía enemistades, seguramente, pero era más el culto a su persona y no desairaba ese trato. Sigo hablando de mamá. Tras realizarle varias pruebas de diagnóstico, se concluyó que había un tumor abscesado con presencia de células cancerígenas". Pero, ¿de qué tipo?, ¿y en qué grado?, ¿se habrá extendido? Según los médicos significa que el tumor había ido creciendo, probablemente sin que se supiera de su existencia. Él de mamá, fue en el páncreas. A su modo, dijo: "Cáncer ramificado”. Esta expresión, según los especialistas, "podría indicar cierto grado de extensión". Aseguraba que "fue necesaria una intervención quirúrgica para la extracción total de dicho tumor". En cambio, mamá no dijo nada. Porque nunca supo lo que tenía o quiso aparentar que no sabía. Pudimos haberla engañado, hablando de otro tema, cuando ella preguntaba qué había dicho el médico o ella nos hizo creer que no sabía para acaparar todo el dolor en sí y nomás se quedaba viendo el pasar nuestro de un trago gordo. No sé quién engaño a quien. Porque de pronto es un juego amoroso para ver quién engaña menos o más al otro. Es tanto el querer que, de esa línea, se puede pasar a la otra, que es la idolatría. Otra vez, sigo hablando de mamá. Murió a las 4:25 p.m. Ella murió también casi a esa hora, pero de la madrugada. Hay quienes dicen que su fallecimiento fue antes del 5 de marzo. Pero fue o será su propia gente la que lo habrá de dirimir. Hay que respetar a cada pueblo. Eso sí, a su funeral asistieron diversas personalidades de todas partes. Al funeral de Chávez, ignoro quienes fueron. Debió sentir mucho orgullo el ver a tanta gente del pueblo ahí y refrendar, de esa manera, su arrastre , su carisma, su poder de convocatoria. No nos extraña nada: mamá siempre fue así. Recuerdo que, frente al cadáver, una mujer lloraba y otras más le tiraban con su mano un beso. Había un montón de gente y un cáncer vencedor que se burlaba. Algo así también recuerdo sobre el cadáver de mi madre. Pero en otra ocasión se los voy a platicar. Cuando cicatrice este silencio.
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Miguel Ángel AvilésMiguel Ángel Avilés Castro (La Paz B.C.S. 1966.). Es abogado por la Universidad de Sonora. Practica el periodismo y la literatura desde 1990. Archives
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