Por Miguel Ángel Avilés.
Dar la otra mejilla" es una expresión de Jesús, mencionada en los evangelios de Lucas y de Mateo y se finca en la enseñanza de no responder al mal con otro mal. A mí me parece un acto de suma generosidad y sacrificio. Soy un fiel seguidor del hombre de Nazaret, ante todo por su congruencia y lo arbitrario que fue el juicio en su contra, por tanto, respeto mucho aquello que dijo, pero en ocasiones siento que ese otro que es el que está agrediendo, se vale de la ocasión, le importa una pura y dos con sal que se pretenda con eso y, sin compasión alguna, da el enésimo golpe traidor, aprovechándose que tenemos la guardia abajo. Porque atendimos el pronunciamiento de Jesús y pusimos el otro cachete a merced del rival para que se despachara con la cuchara grande. Sin embargo, si atendemos al principio de proporcionalidad, esto es muy abusivo. No pienso traicionar a mis creencias ni simular lo que no soy, pero me parece que el ofensor se dio cuenta de que no reaccionaríamos y, lejos de ponerse un alto frente la lección que le daban, aprovechó el gesto y sacó todo su potencial como troglodita. Si alguien te da una bofetada en una mejilla, ofrécele también la otra mejilla. Si alguien te exige el abrigo, ofrécele también la camisa. Dale a cualquiera que te pida; y cuando te quiten las cosas, no trates de recuperarlas. Dijo “de aquí soy”, desventajoso y como Pipino Cuevas arremetía contra sus adversarios, de esa manera, ese otro actúa al saber que como buenos discípulos de cristo, ni las manos meteremos. Pues que caray. Porque, al menos que fuésemos masoquistas, si la primera cachetada nos dolió hasta el alma, no hay razón para jugarle al fuerte y poner la otra. Ah, porque así decimos: “poner la otra mejilla” trastocando lo que aseguran es la expresión original: “dar la otra mejilla”. Bueno, según Lucas y Mateo y no creo que ellos le anduvieran levantando falsos. Alguien más avezado, pero sobre todo más abusado que este columnista, profundiza sobre el tema y señala que “la postura de la otra mejilla es en cambio, mucho más violenta, porque presume de una superioridad moral. El violento percibe a aquel que no reacciona ante su violencia, (no por miedo sino por principios), como a un ser que se siente superior a él moralmente y esta percepción genera mucha más violencia aún”. “Éste en vez de calmarse se violenta aún más, porque se le permite la violencia y se le motiva a seguir. Los llamados pacifistas conocen muy bien esta táctica y la violencia que ejercen los autodenominados «pacíficos» es la violencia de la superioridad moral”. Me parece que tiene toda la razón. Es que yo no dudo de la magnanimidad del nazareno, pero, lamentablemente, desde entonces a la fecha, no todos pensaban así y si existía el bien, también estaba el mal con destacados representantes de este bando que no entendían de acciones de buena voluntad, y pegaban o siguen pegando el descontón sin miramientos. Entiendo que tú actúas de buena fe, sin embargo, la percepción del contrario puede ser infinita. Se pone la otra mejilla porque se es muy inocente, muy dejado, muy generoso, muy lerdo, muy incondicional, muy tonto, muy bueno, muy entregado, muy clemente, muy ingenuo, muy compasivo, muy borrico, muy frágil, muy débil, muy humano, muy obtuso, muy esplendido, muy algofílico, muy complaciente, o muy sádico o no sé. Es decir, el oponente que suele ser gandaya o alevoso no desaprovechará la oportunidad ni pedirá un tiempo fuera con tal de ir, muy conmovido, por una copa, una medalla, una corona, unos laureles, una réplica de la Orden Mexicana del Águila Azteca para condecorarte y hacerte una reverencia. Mucho menos soltará el cuerpo y dejará de lanzar ese volado de mano izquierda o esa patada Dwi Chagi que tiene ya muy ensayada. Insisto: a uno le queda claro el sentido de la frase y cuál era indulgente propósito. Mis respetos para el creador. Pero no es lo más pertinente llevarlo a la práctica a rajatabla por sobre todas las cosas porque si bien tú quieres pasar a la historia como el nuevo Mahatma Gandhi o Nelson Mandela, en los hombres o la nueva Rigoberta Menchú o la Madre Teresa en las mujeres, resulta frente a ti tienes al Degollador del río Consulado o al “Pelón” Severa o a la Mataviejitas. “Si alguien te da una bofetada en una mejilla, ofrécele también la otra mejilla. Si alguien te exige el abrigo, ofrécele también la camisa. Dale a cualquiera que te pida; y cuando te quiten las cosas, no trates de recuperarlas”. Hasta ahí todo bien, a pesar de los asegunes que ya he dicho. Pero supongamos que lo llevo a la práctica. Quien me garantiza que poniendo la otra mejilla, será ahí, justo ahí en donde el agresor tire el nuevo sabanazo. O sea, yo estoy esperando, resignadamente que el trancazo se estrelle abajito de mi pómulo y al contrincante le da por zamparme un gancho al hígado, un Jab, un uppercut o se le antojan mis espinillas o mi bajo vientre o abajo del bajo vientre, convirtiendo la escena en una exhibición de vale todo. Lo que menos deseo es que me etiqueten como blasfemo. Ya lo dije: mis respetos para el creador. Era cristo y no se creyó ser otro ni nada más superior y porque hay otros, siendo la nada, que insinúan ser o que lo traten como a Cristo. Pobres diablos. En fin, eso opino y me parece que la biblia nos ofrece además lo que puede ser un equilibrio: “Así que, ¡no seas demasiado bueno ni demasiado sabio! ¿Para qué destruirte a ti mismo? Por otra parte, tampoco seas demasiado malo”. Por si sí o por si no, a estas alturas de mi vida es hora ya de anunciar este decreto: mi otra mejilla no se toca. No señores y señoras, no se toca.
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Miguel Ángel AvilésMiguel Ángel Avilés Castro (La Paz B.C.S. 1966.). Es abogado por la Universidad de Sonora. Practica el periodismo y la literatura desde 1990. Archives
September 2024
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